- Los biocombustibles hechos con aceites vegetales prensados, especialmente, los elaborados con aceite de cocina usado, podrían ayudar a que el sector del transporte público mexicano cambie a una era de energía más limpia y respetuosa con el clima, según informan investigadores y empresarios de la industria.
- Pero hay una falta de apoyo regulatorio por parte del Gobierno, al tiempo que el presidente actual de la Nación apuesta por los combustibles fósiles e ignora las opciones de biocombustibles y las soluciones climáticas basadas en la naturaleza.
PUEBLA, México-. Dos veces por semana, Moisés Flores envía sus camionetas a recorrer grandes restaurantes y cadenas de comida rápida para recoger lo que, de otra manera, terminaría en la basura: aceite de freír usado. Puebla, su ciudad natal en el centro de México, es un foco gastronómico, que cuenta con muchos restaurantes, hoteles y escuelas de cocina que utilizan mucho aceite que puede convertirse en biodiésel para el sector del transporte.
México consume 1280 millones de litros de aceite de cocina por año. La mitad se utiliza en las industrias alimenticia y gastronómica, y el resto se usa en las casas. Hace una década, el aceite residual terminaba en la basura o se echaba a la pileta, lo que generaba un problema para las plantas de tratamiento de aguas residuales, que acababan con cañerías y sistemas tapados.
Luego, surgió el reciclaje y, en la actualidad, el aceite de cocina usado es una material por el que se les paga a los restaurantes, lo que resulta un cambio de paradigma organizado por emprendedores ecológicos, que son los pioneros en el movimiento del biodiésel en México. Moisés Flores es uno de ellos.
Reciclar aceite de cocina en beneficio del clima
“Estoy resolviendo dos problemas ambientales —declara Flores—. Estoy sacando residuos de circulación y convirtiéndolos en combustible limpio y respetuoso con el clima”. El hombre de 32 años habla desde su fábrica en el oeste de Puebla y recuerda cómo se le ocurrió la idea hace una década. México entonces comenzaba a tomar más en serio las acciones sobre el clima y a establecer sus primeras reformas en energía, después de haber sido el país anfitrión de la cumbre mundial del clima COP16, celebrada en Cancún en el 2010. Ese compromiso aumentó aún más tan solo cinco años después, cuando México definió su compromiso voluntario de reducción de carbono en los términos del Acuerdo de París.
“Se abrió una ventana para el biodiésel”, recuerda Carlos Campos, presidente del Consejo Nacional del Biodiésel, que reúne a más de dos docenas de emprendedores además de otros grupos de accionistas.
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Pero agrega que “el cambio ha sido frustrantemente lento”. Eso se debe, en gran parte, a que “México —según Campos— nunca ha legislado una cuota mínima de mezcla de biodiésel, como lo han hecho Europa o muchos estados de Estados Unidos”.
Explica que la Unión Europea reguló y dio un fuerte apoyo a la creación de una mezcla de biodiésel, lo que facilitó un mercado nuevo, aunque en lugar de utilizar aceite usado de vegetales prensados, respaldó el éster metílico de semillas de canola, que es más compatible con motores sensibles, en especial, los de los automóviles con motor diésel.
El Gobierno mexicano jamás instituyó cuotas, normas ni mezclas. Sin regulaciones que los apoyen, los emprendedores tuvieron que hacer todo prácticamente solos, y nunca hubo un auge de biodiésel en México como el que hubo en la UE.
No obstante, los empresarios con mentalidad ecológica, como Campos y Flores, se volcaron con entusiasmo al nuevo sector: crearon una red de recolección del aceite de cocina residual, desarrollaron la tecnología para procesarlo y establecieron un mercado para el biodiésel ecológico.
El padre de Flores se ocupaba de la chatarra, por lo que la idea de reciclaje estaba en los genes de su hijo. Los estudios de Ingeniería del joven en la Universidad estatal de Puebla (cuna de la industria automotriz en México) lo pusieron en contacto con los motores. Aprendió que el aceite prensado (obtenido mediante el prensado de frutos o semillas) era un combustible mucho más eficiente de producir que, por ejemplo, el éster metílico de semillas de canola o que el etanol, utilizado a veces como aditivo en los motores de gasolina.
Y, a diferencia del automóvil eléctrico, que sigue en desarrollo, el aceite de cocina reutilizado no requería de la construcción de un motor nuevo con baterías pesadas ni de la extracción de metales raros.
Los aceites de vegetales prensados son ideales para usar en el motor Elsbett, inventado a finales de los setenta, pero también pueden utilizarse como una mezcla en motores diésel comunes más antiguos. La mayoría de las flotas de autobuses y de transporte de carga de Puebla funciona con diésel, así que es un mercado disponible. Los académicos también creían que el biodiésel podía ser un combustible alternativo y respetuoso con el clima para los países emergentes, como México. Eso convenció a Flores.
Un buen combustible de transición para países en desarrollo
“Los países emergentes no podrán introducir los [automóviles] eléctricos de la noche a la mañana —sostiene la científica Georgina Coral Sandoval—. Nuestra flota [nacional] de vehículos necesita 30 años para ser renovada”. Sandoval lidera el clúster de biodiésel de segunda generación en el Centro de Investigación y Asistencia en Tecnología y Diseño del Estado de Jalisco (CIATEJ), en Guadalajara. “Por lo tanto, necesitamos tecnologías de transición que nos permitan reducir emisiones también en motores convencionales”, dice.
Por esa y otras razones, las condiciones están dadas en México para el uso de biodiésel fabricado a partir de aceite vegetal prensado. El clima (en gran parte templado, pero no muy húmedo) también ayuda. El frío espesa el biodiésel y, en temperaturas cercanas a los cero grados, el aceite de cocina se coagula y obstruye los filtros de los vehículos, y estos ya no funcionan. Demasiada humedad causa problemas de hongos y moho, y arruina rápido el combustible.
Realizando investigaciones en el depósito de su padre y en el laboratorio de la universidad, Flores consiguió los filtros adecuados y utilizó con éxito un proceso conocido como la cavitación magnética para limpiar el aceite de residuos de una manera que, además, ahorra energía. Introdujo el control de calidad, ya que el aceite impuro con muy poca lubricidad puede dejar inutilizable un motor diésel. Eso es lo que sucedió en los primeros tiempos del biodiésel en México, lo que alejó a los clientes.
Flores probó su prototipo de combustible en su propio vehículo diésel. “Ando 100 % a biodiésel”, señala con orgullo. Explica que, si bien el combustible requiere de un mantenimiento más frecuente del motor, hasta el momento no ha experimentado problemas.
Muchos clientes y un revés impositivo
Flores se contactó con potenciales consumidores (principalmente, empresarios de autobuses y camiones) y con posibles proveedores de aceite residual (en su mayoría, cadenas de comida rápida). Y el negocio empezó a tener éxito, fundamentalmente, según explica flores, por motivos económicos: su biodiésel es 10 % más económico que el diésel convencional en la gasolinera y tiene casi el mismo alcance.
En la actualidad, Flores paga un poco menos de 7 pesos (35 centavos de dólar) por un litro de aceite de cocina usado, mientras que un litro de biodiésel se vende por 12 pesos (60 centavos). En teoría, eso es un margen de ganancia sólido, pero el Estado se queda con 4 pesos (20 centavos) en concepto de impuestos, por lo que el empresario conserva solo 1 peso (5 centavos) de ganancia. Esto se debe a una reforma impositiva del 2013, que no le dio ninguna ventaja al biodiésel sustentable, sino que lo gravó a la misma tasa que los combustibles fósiles convencionales.
“Eso fue un gran contratiempo. Ese impuesto nos destruyó económicamente a muchos de nosotros”, sostiene Campos. Entonces, desde un punto de vista financiero, los empresarios sobreviven al operar en una zona legal gris y clasifican el biodiésel de aceite vegetal como un “aditivo para combustible”, y así su venta queda exenta del impuesto al aceite mineral. Pero esto tiene sus problemas: las empresas que operan en la zona gris no utilizan cartelería promocional ni tienen presencia en internet para publicitar el uso de biodiésel de aceite residual. Amro, la empresa de Flores, publicita de manera oficial su producto como un “aditivo para combustible”, principalmente, en redes sociales.
Existe otra razón prudente para ser tan cauteloso: una organización criminal violenta del sector de la gasolina en México no solo accede de manera ilegal a las tuberías y secuestra camiones cisterna, sino que también asalta a los productores o los chantajea para eliminar la competencia.
Demoras en la regulación estatal
El problema principal, sin embargo, continúa siendo el Gobierno mexicano, que aún no ha establecido un conjunto de regulaciones coherentes para una transición de los combustibles fósiles.
Existen raíces históricas de este problema: en 1938 el entonces presidente Lázaro Cárdenas nacionalizó la industria petrolera que, en aquel momento, estaba en manos de empresas estadounidenses. Se fundó la empresa estatal Pemex, y esta se convirtió en un factor impulsor en la modernización e industrialización del país, en especial después del descubrimiento del petróleo costa afuera en el golfo de México. Pemex también se convirtió en un proveedor importante de moneda extranjera y de ingresos presupuestarios. Sin embargo, en la década del noventa, Pemex perdió su competitividad debido a la corrupción, politización y a una burocracia excesiva.
La reforma energética del 2013 aflojó el monopolio estatal del combustible y permitió más competencia en el sector de la energía, bajo la supervisión de una autoridad regulatoria autónoma. Al principio, las energías renovables, apoyadas por el sector privado, experimentaron un auge. Pero eso cambió de repente en el 2018 cuando Andrés Manuel López Obrador subió al poder. Sus críticos sostienen que él quiere llevar a Pemex de regreso a los días del monopolio estatal del petróleo y que su política energética depende en gran medida de los combustibles fósiles.
“Desde entonces, el biodiésel se ha convertido en un tema tabú”, afirma Campos. Si bien algunos funcionarios están interesados en tecnologías amigables con el medioambiente, otros quieren más impuestos en las arcas del Estado, o tan solo temen cometer errores y prefieren no hacer nada, según explica. “Entonces, estamos atrapados”, concluye Campos.
Distintas ONG medioambientales, como Salva la Selva, han señalado múltiples contradicciones en las políticas gubernamentales sobre el sector del biodiésel. Criticaron un programa destinado al fracaso, perteneciente al ministerio de Agricultura mexicano, que alentaba a los campesinos a plantar jatrofas (ricas en aceite) en el estado de Chiapas. El Gobierno estableció allí una fábrica de biodiésel en el 2012 y convenció a los granjeros de cultivar 14 000 ha (aproximadamente 34 600 acres) de jatrofas.
“Tal como ocurrió en Tanzania y en India, el experimento terminó en un desastre” debido a la falta de estudios previos sobre el cultivo y la rentabilidad de esas plantas silvestres, según escribe Salva la Selva en un informe. “Las semillas germinaron mal, las plagas atacaron las plantaciones, y solo el 10 % de las plantas sobrevivió”, afirma el documento. Al año siguiente, los granjeros disgustados cultivaron plantas alimenticias, y la fábrica de biodiésel se pudre en la selva tropical.
La competencia por la tierra con los cultivos de plantas alimenticias sigue siendo un obstáculo grande para el biodiésel en México. “Necesitamos más investigación para encontrar otras y mejores materias primas [para el biodiésel]”, admite Sandoval, quien está experimentando con levadura y con organismos unicelulares. Algunos colegas de ella están trabajando con algas. Pero la celulosa o los desperdicios de las fábricas de tequila o de las curtidurías también podrían funcionar. “Sin materia prima suficiente, es imposible construir una industria del biodiésel”.
¿Una solución amigable con el clima para ciudades contaminadas?
Los productores de biodiésel tienen otra esperanza y es que su producto pueda ofrecer algo de alivio a un problema urbano catastrófico: las ciudades de México están ahogadas por los gases de escape. En Ciudad de México, la contaminación del aire es peligrosa y riesgosa para la salud, aunque la ciudad capital ha extendido las bicisendas o ciclovías y, desde hace décadas, es obligatorio que todos los vehículos descansen una vez por semana.
A pesar de estas medidas, la flota vehicular de la ciudad está aumentando. Hay cinco millones de automóviles registrados en el área metropolitana de veinte millones de habitantes. Según Sandoval, el 80 % de los contaminantes del transporte provienen de motores diésel.
Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de Ciudad de México, quien representó al país en un panel de expertos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU, quiere disminuir de manera drástica esas emisiones. Anunció un plan para reducir las emisiones del transporte en un 30 % para el final de su mandato en el 2024. Otras ciudades, incluidas Guadalajara y Puebla, tienen planes similares.
“Estaría satisfecho si los 5000 autobuses diésel que brindan el servicio municipal en Ciudad de México funcionaran con un porcentaje de biodiésel”, afirma Campos. Un pase al biodiésel en las ciudades ofrecería un sustento fundamental a la industria de energía alternativa, que continúa luchando.
La COVID-19 tuvo un impacto en el negocio, ya que algunos restaurantes cerraron o están operando al mínimo, lo que reduce la provisión de aceite de cocina residual. Amro vendía hasta 200 000 litros por semana antes de la pandemia. Eso se redujo a 50 000 litros debido al colapso de la provisión de aceite de freír residual.
Sin embargo, aún no está claro hasta qué punto puede mejorar el aire de la ciudad con el biodiésel. Hartmut Schneider, especialista en motores y profesor en la Universidad de las Américas en Puebla (UDLAP), señala que, si bien la mezcla de biodiésel disminuye las emisiones de carbono, no reduce otros contaminantes tóxicos producidos durante la combustión del motor diésel, tales como el monóxido de carbono, los óxidos de nitrógeno que producen esmog, e hidrocarbonos cancerígenos.
¿Podrían las mezclas nuevas ofrecer una solución?
El reciclaje de desperdicios y la creación de una economía circular, así como el sentido común de transformar el desperdicio en materia prima renovable, continúan siendo argumentos sólidos a favor del biodiésel.
Pero, en México, no solo hay menos aceite de cocina en el mercado en la actualidad (probablemente, un problema temporal), sino que existe una feroz batalla emergente por el que está disponible. El biodiésel tiene una competencia fuerte: los productores nacionales de alimentos para animales.
El aceite de cocina usado tiene un alto contenido calórico, por lo que es popular para engordar animales. Debido a que las empresas de alimentos para animales tienen un margen mayor de ganancia, pueden pagar más por la materia prima que lo que pueden pagar los fabricantes de biodiésel.
Otra política está agravando la escasez de materia prima. “En consecuencia, algunos productores de biodiésel importaban aceite de cocina viejo desde Estados Unidos, Canadá o Asia —explica Campos—. Pero, durante el nuevo Gobierno [mexicano], las licencias de importación no fueron renovadas. Solo un puñado de empresas tienen permitido importar combustible a México”.
Sandoval propone una mezcla de aceites como solución. “Los productores brasileños han tenido buenas experiencias con una mezcla de 60 % aceite vegetal, 5 % aceite de cocina viejo y 35 % grasa animal… Esta mezcla nos permitiría expandir en gran medida la provisión de biodiésel”.
Por supuesto que primero debería expandirse la capacidad de producción. Según Campos, en la actualidad, la capacidad a nivel nacional está en dos millones de litros de biodiésel por mes. Si el Gobierno estableciera una cuota del 5 % para el biodiésel, se necesitarían dos millones de litros por día.
“El biodiésel solo es exitoso en países donde el Estado envía señales claras, como en Colombia o en la UE”, explica Campos, y agrega que hay cierta urgencia en el tema. “Si no conseguimos un avance para el 2024, estamos acabados” como industria. Esto se debe a que ya existen nuevas tecnologías en el mercado, como el aceite vegetal hidrogenado (HVO, por sus siglas en inglés), inventado por Neste, una empresa finlandesa.
Esta tecnología inyecta hidrógeno en aceites vegetales, por lo que puede procesar un aceite muy contaminado o de baja calidad. “México no tiene esta tecnología —advierte Campos—. Es muy costosa y demanda mucha energía, además de requerir refinerías operadas por especialistas”. Si el HVO cobra fuerza a nivel internacional antes de que México pueda fortalecer su industria local del biodiésel, los empresarios mexicanos, como Campos y Flores, podrían terminar quebrando y se perdería una importante oportunidad en materia de sustentabilidad.
Imagen del banner: Comida al paso en las calles de Ciudad de México. México consume 1280 millones de litros de aceite de cocina por año en las industrias alimenticia y gastronómica y en los hogares. Imagen: Photostockeditor (dominio público).
Artículo original: https://news-mongabay-com.mongabay.com/2021/07/biofuel-in-mexico-uphill-battle-against-bureaucracy-organized-crime/
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