Más de 13 millones de hectáreas, cinco áreas protegidas y 17 pueblos indígenas en cien comunidades nativas han convertido a este espacio en uno de los corredores de conservación más grandes del Perú.No obstante, esta biodiversidad se encuentra acorralada. La ampliación de vías en Ucayali y Madre de Dios han facilitado el ingreso de taladores ilegales y narcotraficantes muy cerca de sus dos parques más importantes: Manu y Alto Purús. En la cuenca del Tahuamanu, justo en la zona de amortiguamiento del Parque Nacional Alto Purús, un grupo de mujeres y hombres patrulla el río para evitar la pesca indiscriminada en ese sector de la región Madre de Dios. A 300 kilómetros de allí, al norte de la Reserva Comunal Amarakaeri, los harakbut se oponen a la construcción de una carretera que, si se concreta, conectará la zona minera de Madre de Dios con la puerta de ingreso al Parque Nacional Manu. Y en Ucayali, al noreste de la Reserva Indígena Murunahua, pobladores asháninkas bloquean los tractores que avanzan sin permiso para construir una vía ilegal, tumbando en el camino bosque primario y permitiendo la proliferación de cultivos ilícitos de hoja de coca para el narcotráfico. Estas tres escenas suceden en simultáneo en un mismo espacio, al que se conoce como paisaje Purús-Manu. El territorio recibió esa denominación hace cinco años, cuando científicos y organizaciones ambientales lo delimitaron así debido a su enorme diversidad biológica y cultural pero sobre todo a sus conexiones clave. El paisaje Purús-Manu alberga a dos de los parques nacionales más importantes del país, el Parque Nacional Alto Purús y el Parque Nacional del Manu; a tres áreas protegidas, el Santuario Nacional Megantoni y las reservas comunales de Purus y Amarakaeri; cuatro reservas indígenas y es hogar de 17 etnias. En conjunto, el paisaje Purús-Manu forma parte de un importante corredor biológico que llega hasta el Yavarí en Brasil. Junto con las zonas de amortiguamiento e influencia de estos espacios de conservación, este paisaje se constituye en uno de los más grandes y megadiversos de la Amazonía. Es este paisaje el que hoy está acorralado por la deforestación y la ilegalidad. La carretera hacia Boca Manu se ha ido extendiendo lentamente en los últimos diez años. Esta vía corta el corredor entre el Parque Nacional del Manu y la Reserva Comunal Amarakaeri. Foto: Cortesía de Bethan John. Las puertas de ingreso para estas actividades ilícitas son, una vez más, las vías ilegales y legales que se construyen sin planificación, que logran su reconocimiento cuando ya fueron abiertas a la fuerza y que van extendiéndose como una serpiente imparable a través del bosque. Esto ha permitido el ingreso de invasores que llegan a talar especies valiosas y abren chacras para sembrar la coca ilegal que demandan los narcotraficantes. Imágenes satelitales de esta deforestación y de, por lo menos, una decena de pistas de aterrizaje clandestinas son prueba innegable de la presencia de estos delitos en medio de un paisaje natural bajo ataque. “Siempre nos dicen que la carretera es desarrollo. ¿Pero desarrollo para quién?”, dice Segundo Laureano, vicepresidente de la Federación Nativa del Río Madre de Dios y Afluentes (Fenamad). En Mongabay Latam detectamos tres amenazas latentes contra el paisaje Purús-Manu pero también encontramos historias de conservación que merecen ser contadas. ¿Qué está sucediendo dentro de uno de los espacios con mayor biodiversidad del país? En Mongabay Latam investigamos cuatro historias ubicadas dentro del paisaje: 1. La amenaza de la carretera Bolognesi – Puerto Breu; 2. El avance del narcotráfico en Sepahua; 3. Las vías que atentan contra el Manu; 4. La pesca sostenible que se realiza en el río Tahuamanu. Las vías que cortan el paisaje “Hay que pensar en la Amazonía como una piel compartida entre nueve países. Lo que suceda en un país, se va a sentir en otro”, dice el geógrafo de la Universidad de Richmond, David Salisbury. El ver como un todo a un bioma como el amazónico es clave cuando se piensa en términos de conservación, así como también en los impactos que este soporta. Es lo que ocurre a menor escala con un paisaje amazónico como el Purús-Manu, que alberga a dos de los parques mejor conservados de la Amazonía peruana —el Parque Nacional Alto Purús y el Parque Nacional del Manu— y que a su vez forman parte de un gran corredor biológico que llega hasta el Yavarí en Brasil. De acuerdo con el proyecto Amazonía Resiliente, ejecutado por el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) con el apoyo técnico del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), este paisaje tiene una superficie de 13 millones de hectáreas, es fronterizo con Brasil y Bolivia, y va desde la puna hasta la planicie amazónica: desde las provincias de Paucartambo y Manu, en Cusco y Madre de Dios, hasta las provincias de Atalaya y Purús, en Ucayali. “Para que esta biodiversidad siga en pie, necesita de varias especies, necesitan migrar y moverse en este complejo”, comenta Salisbury. Pero hay más que solo naturaleza. Silvana Baldovino, directora del Programa de Biodiversidad y Pueblos Indígenas de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA), una de las principales razones para proteger este territorio en su conjunto es que es uno de los últimos espacios donde poblaciones indígenas en aislamiento transitan de manera libre. “La protección del paisaje tiene un efecto directo en el bienestar de los pueblos indígenas”, precisa. En los últimos años, sin embargo, el crecimiento de las poblaciones dentro del paisaje Purús-Manu ha impulsado la aparición de nuevas y más grandes amenazas. Dos carreteras, al norte y al sur del paisaje, se han convertido en motores de deforestación que atentan contra esta gran riqueza de flora y fauna.