- El Instituto Humboldt, en una de sus más recientes publicaciones, reconoce que los humedales permanentes del país son especialmente frágiles y recomienda la conservación estricta de sus espejos de agua.
- Ignorar a los humedales en la planificación territorial, y en el desarrollo de las poblaciones que conviven con ellos, puede traer consecuencias ecosistémicas, sociales y económicas profundas.
Colombia es un país de agua, un país de humedales. Colombia es anfibia, como lo mencionan dos grandes publicaciones del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt. El país cuenta con cerca de 31 millones de hectáreas de humedales, lo que representa el 26 % de su territorio continental e insular.
Aunque los humedales siempre han estado presentes, su posicionamiento reciente en la agenda política colombiana vino a tomar fuerza después del fenómeno de La Niña 2010-2011 que causó grandes inundaciones y pérdidas económicas. Esto llevó a que, un año después, en 2012, se creara el Fondo Adaptación, una entidad dedicada a la construcción, reconstrucción y reactivación económica de las zonas afectadas por La Niña, pero con criterios de mitigación y prevención del riesgo.
Uno de los grandes proyectos se concentró en la zona de La Mojana, una de las más afectadas por el fuerte invierno y donde hay muchos humedales debido a la influencia de tres grandes ríos: Magdalena, Cauca y San Jorge. Aunque gran parte de esta región tiene presencia permanente de agua y muchos de sus habitantes están acostumbrados a sus dinámicas, las lluvias fueron tan fuertes que se inundaron zonas que históricamente nunca lo habían estado.
Una década después de los impactos dejados por una Niña para la que el país no estaba preparado, los científicos todavía hacen fuertes llamados para que se conozcan y protejan los humedales. En el más reciente informe Biodiversidad, publicado anualmente por el Instituto Humboldt, se analiza el estado de conservación y transformación de los humedales en Colombia y se concluye que “los ecosistemas de humedal deben ser incorporados en los procesos de planificación territorial. No hacerlo no solamente pone en peligro las dinámicas y funciones ecohidrológicas que los caracterizan sino que aumenta la vulnerabilidad de las comunidades ante eventos climáticos extremos”.
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¿Un país que ignora sus humedales?
Sandra Vilardy, profesora de la Universidad de Los Andes y directora de Parques Nacionales Cómo Vamos, es una de las voces expertas en humedales en Colombia. La bióloga dedicó su más reciente columna de opinión en el diario El Espectador a estos ecosistemas y manifestó una gran preocupación por lo que ocurre con ellos.
“La insistencia en invisibilizar los humedales en Colombia no tiene explicación […] Almacenar agua de manera natural debería ser una de las principales funciones a proteger ante la crisis climática, ya que el ciclo del agua será uno de los procesos más afectados por el calentamiento global. Sin embargo, las acciones de política pública en los últimos años y gobiernos han ido en franco retroceso, ante una deuda histórica que tenemos con los humedales”, comenta Vilardy.
De hecho, el informe del Instituto Humboldt revela que aproximadamente el 88 % de los humedales del país no se encuentran bajo figuras de protección. El 5 % son áreas que, además de la conservación, permiten el uso sostenible de los recursos y solo el 7 % de los humedales están dentro de parques nacionales, la figura de protección más estricta.
Ronald Ayazo, investigador del Instituto, explica que desde la época de la colonia, los humedales “no eran bien vistos” y se desecaban, a diferencia de lo que pasaba con las comunidades precolombinas, que los consideraban sitios sagrados.
“Los primeros proyectos agropecuarios de Colombia desecaban los humedales para volverlos supuestamente tierra productiva. Actualmente se sabe que los humedales no son improductivos, pero en zonas rurales ves cómo a algunas personas no les gusta tener cerca un humedal”, dice Ayazo.
Sandra Vilardy va más allá y comenta que, aún hoy, las políticas agropecuarias mantienen incentivos para la adecuación de tierras, que no es otra cosa que desecar humedales. “¿Cómo es posible que llevemos décadas en esta incongruencia con políticas ambientales que intentan proteger los humedales y por otro lado se otorguen recursos públicos para desecarlos?”, se pregunta en su columna.
Los investigadores destacan las importantes funciones y servicios que prestan estos ecosistemas. “La regulación hidrológica es una de sus principales funciones, por ejemplo la amortiguación ante inundaciones. En el caso de muchas comunidades, ese espejo de agua es lo que los surte de agua y alimentos”, destaca Jaime Burbano, investigador que también participó en la publicación del Instituto Humboldt.
Por otra parte, cada vez hay mayor preocupación por el aumento de la temperatura global, que ha llevado a mensajes alarmantes en el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), donde se indica, entre otras cosas, que los daños causados al planeta son irreversibles y la humanidad es la responsable.
En ese escenario los humedales juegan un papel clave ya que estos ecosistemas fijan grandes cantidades de carbono. Por ejemplo, la UNESCO, Conservación Internacional y la UICN, en su iniciativa Blue Carbon, destacan que cada hectárea de manglares captura y almacena más carbono que cualquier otro bosque pero en el mundo se están perdiendo a una tasa de 2 % anual, liberando el 10 % de las emisiones de CO2 causadas por la deforestación, a pesar de que solo cubren el 0,7 % de la superficie terrestre.
Ronald Ayazo resume el problema de la siguiente manera: “los humedales no tienden a ser muy valorados, a pesar de brindar servicios ecosistémicos muy importantes para el bienestar de todos, y por ende no se les da la protección y el manejo adecuado”.
La ganadería y los cultivos le roban espacio a los humedales
En el 2015, cuando el Instituto Humboldt publicó los dos tomos de Colombia Anfibia —uno de los estudios más completos sobre humedales en el país—, clasificó a estos ecosistemas en permanentes, temporales y potenciales.
Los permanentes son aquellos donde hay un espejo de agua, que puede ser abierto y visible o estar cubierto y rodeado por vegetación. Los temporales son los que aparecen en épocas de lluvia y los potenciales son aquellos que tienen posibilidad de inundación, es decir, que por sus condiciones hidrogeológicas podrían llegar a acumular agua, aunque esto no siempre ocurra.
Los más abundantes en Colombia son los temporales, que ocupan casi 18 millones de hectáreas. Los permanentes están en casi 4,2 millones de hectáreas y los potenciales abarcan cerca de 8,6 millones.
La Orinoquía es la región que más humedales tiene en Colombia, con casi 15 millones de hectáreas —47,8 % del total del país— y la inundación de las sabanas de los departamentos de Arauca y Casanare puede durar, incluso, hasta cinco meses.
Le siguen la Amazonía con 6,2 millones de hectáreas y la región de los ríos Magdalena y Cauca con 5,7 millones. Es justo en esta última región donde se ubica uno de los humedales permanentes más importantes del país: la ciénaga grande de Santa Marta, el primer humedal Ramsar declarado en Colombia hace más de 20 años, pero que, enfatiza Sandra Vilardy, no tiene aún adoptado su plan de manejo y sufre presiones sobre los ríos que la alimentan debido a extensas plantaciones agrícolas, principalmente de banano y palma africana.
“Los humedales permanentes necesitan protección por su función de provisión y regulación hídrica […] Solo el 7 % están en figuras de parques nacionales y sería importante ampliar esa cobertura”, asegura el investigador Jaime Burbano.
El informe Biodiversidad 2020 del Instituto Humboldt resalta que en la región de la Orinoquia, donde los humedales del país se encuentran en mayor proporción, se presenta también una de las mayores tasas de transformación del paisaje —principalmente en los departamentos de Casanare, Meta y Arauca—, y es donde se concentra la tercera producción ganadera nacional más importante. “Así, la ganadería es el principal motor de transformación de las sabanas inundables de la Orinoquia y de los humedales en el país. Más de la mitad de los humedales en Colombia se encuentran en coberturas relacionadas con el pastoreo y la tercera parte de ellos en cultivos”, destaca el reporte.
Sin embargo, el sector agropecuario no es el único problema al que se enfrentan estos ecosistemas. Investigadores como Jaime Burbano y Ronald Ayazo señalan también a los procesos de urbanización en ciudades como Cartagena o Santa Marta y la contaminación de las aguas en zonas como La Mojana y el Chocó por cuenta de la minería.
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Alternativas y retos en un país anfibio
Para Jaime Burbano, algunas de las acciones para la protección y conservación de los humedales deben dirigirse al control de excretas de animales y el constante retiro de vegetación que se va acumulando en los espejos de agua. “Son acciones que deben estar implícitas en el manejo, porque no podemos sacar a la gente del ecosistema”, resalta.
En el caso de la ganadería, el investigador dice que hay suelos que son muy productivos, donde la ganadería podría intensificarse “y eso permitiría bajar la presión sobre otros sistemas donde la biodiversidad debe prevalecer sobre la parte económica. Hay zonas donde existe una sola vaca por hectárea”, comenta.
En el panel de expertos académicos y empíricos, de la sección especial de cultura anfibia del Congreso Internacional de Ríos y Humedales realizado a finales de octubre, también se plantearon algunas soluciones que van desde la revisión de la política pública, el trabajo con las comunidades, la creación de espacios de diálogo para mejorar la relación entre el Estado y la sociedad, y fomentar la apropiación cultural de los humedales.
El informe Biodiversidad también plantea que los humedales potenciales pueden combinarse con actividades productivas, siempre y cuando estas puedan asegurar su conectividad y expansión ya que, al ser áreas de inundación eventual, resultan indispensables para la reducción del riesgo de desastres.
Por otra parte, “se ha encontrado que la transformación de los humedales está fuertemente relacionada con indicadores de pobreza; los humedales más transformados se encuentran aledaños a la población de más bajos recursos en algunas ciudades principales. Así, las acciones de educación ambiental enfocada en la importancia de los servicios de regulación y provisión que prestan estos ecosistemas, son claves”, destaca el reporte.
Finalmente, Burbano resalta cuatro retos que tienen por delante los humedales y quienes se dedican a estudiarlos. El primero es que no hay un monitoreo continuo estandarizado para la extensión que ocupan los humedales. “Muchos mapas no son homólogos entre ellos y no se pueden comparar”, dice.
El segundo desafío tiene que ver con el monitoreo de la calidad del agua, el cual, según el investigador, se ha enfocado en ríos pero no en humedales. El tercero tiene que ver con reconocer a los humedales como un sistema socioecológico pues “pocos ecosistemas han tenido una relación tan estrecha con el uso que hacen las comunidades rurales”.
Por último, Burbano menciona que los humedales son y serán claves en la regulación hidrológica dadas las transformaciones que trae el cambio climático, “pero no hay certeza de cuánto. Ante un evento de sequía o precipitación, no se sabe qué tanta agua llegará o dejará de llegar al humedal”.
*Imagen principal: Humedal El Lagunazo, Casanare. Foto: Felipe Villegas, Instituto Humboldt.
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