- Comunidades afro colombianas gestionan un proyecto para conservar más de 500 mil hectáreas de bosque en el Pacífico.
- Comunidades indígenas peruanas y ecuatorianas están apostando por la creación de equipos de vigilancia comunitarios y alternativas productivas para luchar contra la deforestación.
Los bosques de América Latina se encuentran bajo grave amenaza por la deforestación acelerada que vienen experimentando. Por ejemplo, según el informe Hotspots de deforestación en la Amazonía 2021, publicado recientemente por el Proyecto de Monitoreo de la Amazonía Andina (MAAP por sus siglas en inglés), solo en el 2021 se estimó “la pérdida de 1,9 millones de hectáreas de bosque primario en los nueve países del bioma amazónico”. La mayor parte de la deforestación ocurrió en Brasil (70 %), seguido por Bolivia (14 %), Perú (7 %) y Colombia (6 %).
El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) también ha llamado la atención sobre la necesidad de priorizar la preservación de los bosques en ecosistemas biodiversos como la Amazonía, el Chaco o el Chocó. El ecólogo e investigador peruano Ernesto Raez, asegura que los bosques son un gran reservorio de biomasa de carbono vivo: plantas, animales y materia orgánica. A su vez, son reguladores del clima porque absorben grandes cantidades de CO2.
Pero Raez también destaca que su aporte no solo es ambiental, sino también económico, social y espiritual. Históricamente, las comunidades han tenido un papel importante en su preservación. Según el informe Los pueblos indígenas y tribales y la gobernanza de los bosques, del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y El Caribe (FILAC) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), son ellos quienes han conservado mejor los bosques. “Los pueblos indígenas ocupan 404 millones de hectáreas en América Latina y el Caribe, alrededor de la quinta parte de la superficie total de la región”, destaca el documento.
El informe añade que estos bosques tropicales han generado una gran captura de CO2 y, por ejemplo, “entre 2003 y 2016 el carbono que capturaron los territorios indígenas en la Cuenca Amazónica equivalía al 90 % de todas las emisiones de carbono por la deforestación y la degradación forestal en esos territorios”. Por eso, la participación activa de las comunidades es vital para mantener estos ecosistemas y es compatible con ingresos que provengan de alternativas económicas sostenibles.
En la Amazonía ecuatoriana, el achiote produce semillas que dan sabor a las comidas y, ahora, esta planta también se ha convertido en una alternativa económica para tratar de reducir la tala de árboles en el país. En Perú, comunidades de las etnias Shipibo Conibo y Cacataibo han emprendido una valiente defensa del bosque en el departamento de Ucayali, tanto así que se han enfrentado a madereros e invasores porque, para ellos, el compromiso de cuidar el bosque no es negociable. Cientos de kilómetros más arriba, en la selva colombiana, las comunidades afro que habitan la costa del Pacífico están haciendo cambios profundos en sus actividades económicas y han formado escuadrones de defensa para proteger los árboles que siguen en pie en sus territorios.
Especialistas como Ernesto Raez insisten en la importancia de “iniciativas de conservación de escala suficiente que, además, puedan tener la sostenibilidad necesaria para generar un impacto positivo”. En el Día Internacional de los Bosques, Mongabay Latam presenta estas tres historias de esfuerzos colectivos por salvaguardar algunas de las selvas más biodiversas del mundo.
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Ecuador: el achiote contra la tala
Aunque solo se le conoce por sus semillas de color rojo brillante, el achiote es un arbusto que tiene un uso ancestral por parte de las comunidades indígenas de América del Sur. Rolan Vargas, líder kichwa de Canelos, comunidad indígena ubicada en la provincia de Pastaza, se jacta de que en su tierra se produce el achiote de mejor calidad que se puede utilizar como condimento, como pigmento para ropa e, incluso, para uso cosmético en labiales y sombras. ¿Cómo ha contribuido esta planta a la reducción de la tala?
Vargas explica que “se ha convertido en una gran alternativa para las familias, quienes ya no tienen la necesidad de talar el bosque, extraer la madera para venderla y obtener ingresos”. Antes de extender el cultivo de achiote y asumir el compromiso de conservar el bosque primario de Canelos, con el apoyo del programa estatal Socio Bosque, se derribaban los árboles para fines comerciales. Los kichwa relatan que llegaban madereros hasta la comunidad para comprar la madera y transportarla a distintos puntos del Ecuador.
Ricardo Tapia es el gerente del proyecto Nuestros Futuros Bosques – Amazonía Verde de Conservación Internacional, que también ha apoyado la labor de la comunidad indígena, y asegura que Canelos tiene alrededor de unas 20 mil hectáreas, de las cuales 13 mil están dedicadas a la conservación y el resto son áreas zonificadas para aprovechamiento forestal sostenible. Tapia comenta que el programa Socio Bosque le permitió a la comunidad hacer un acuerdo con el Ministerio del Ambiente de Ecuador para preservar los bosques y, a partir de mecanismos de medición que establecen cuánto se conserva y cuánto se deja de emitir en carbono, les otorgan fondos. El valor de los fondos depende del número de hectáreas que ingresan al programa y los fondos se transfieren dos veces al año, siempre y cuando las comunidades vayan restaurando el bosque.
Canelos está usando los ingresos otorgados por la preservación para construir un centro de acopio de achiote y abrir sus posibilidades para comercializar el producto, ya que la comunidad se encuentra en un centro importante de comercio en la Amazonía ecuatoriana.
El achiote no solo está brindando nuevas oportunidades económicas, y haciendo que muchos dejen de ver la tala como una opción para generar ingresos, sino que el cultivo está protegiendo directamente el bosque. Las chacras donde se ha sembrado la planta están en la zona de amortiguamiento del Área de Conservación Socio Bosque de Canelos que abarca 13 150 hectáreas y “son como una barrera biológica para que no avance la tala al bosque primario”, señala Tapia.
Erika Zambrano, especialista en Producción Sostenible en el proyecto Amazonía Verde, asegura que también trabajan fuertemente en evitar que el achiote se convierta en un monocultivo en la comunidad de Canelos; el objetivo es que se siga cultivando en conjunto con otros alimentos como ancestralmente lo han hecho. “Nuestra idea no solo es trabajar con achiote sino diversificar la cadena de valor con otros productos que tienen en sus propias chacras como yucas y frutales”, comenta.
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Perú: cuidado integral del bosque
En Perú, la reducción de cobertura boscosa en la región amazónica de Ucayali es alarmante. En el 2020 se registraron más de 47 mil hectáreas deforestadas, según el informe Cobertura y Pérdida de Bosques Húmedos Amazónicos de la Plataforma Geobosques, del Ministerio del Ambiente. Por eso, siete comunidades de las etnias Shipibo Conibo y Cacataibo están haciendo esfuerzos para defender sus tierras y el bosque. Se trata de Sinchi Roca, Callería, Roya, Curiaca, Puerto Nuevo, Pueblo Nuevo y Flor de Ucayali.
Estas poblaciones trabajan en un proyecto que cuenta con el apoyo de la Asociación para la Investigación y Desarrollo Integral (AIDER) —organización que se dedica a promover el manejo sostenible del bosque— el cual empezó en el 2019 y termina en el 2024. Han logrado la recuperación de más de 116 mil hectáreas bajo una mejor gestión de los recursos naturales en Ucayali y ya han emprendido negocios sostenibles como producción orgánica de cacao, ecoturismo, artesanías y plantaciones forestales de árboles de rápido crecimiento, como es el caso de la capirona (Capirona decorticans).
Aunque hay comunidades como Flor de Ucayali, donde Mongabay Latam ha reportado el avance de actividades ilegales, el esfuerzo que los comuneros hacen por defender el territorio ha implicado agruparse y monitorear el bosque, generar inventarios y buscar formas para dar aviso a las autoridades cuando ocurren invasiones.
“La propuesta de gestión en las comunidades es más que nada la protección de los bosques con mecanismos de seguridad y vigilancia. Nosotros los capacitamos para que puedan ejecutarlos a través de comités de patrullajes y seguridad jurídica. Después se ha apoyado a líderes para que tengan un plan más organizado y puedan alertar de las amenazas”, afirma Marioldy Sanchez Santivañez, gerente de la Iniciativa Alianza Forestal de AIDER.
Con la llegada de proyectos de apoyo para la conservación, las lideresas shipibas han aprovechado para buscar formas de salir adelante, generar ingresos y proteger el bosque. “Siento que soy una mujer fuerte y que aprendo rápido, es para mí un orgullo poder participar en varios comités y que me den las mismas posibilidades que a los varones. Las actividades de artesanía, agroforestería y plantaciones me dan frutos y en el futuro me apoyaré en ello para tener ingresos económicos y continuar apoyando a mi familia”, dice Eldivia Gonzales, presidenta del Comité de Artesanía y miembro de los comités de Plantaciones y Agroforestería de la etnia Shipibo Conibo.
Al respecto, Marioldy Sanchez comenta que “la asistencia técnica que les brindamos es a través de un equipo local de la zona de Pucallpa y es multidisciplinario. Por ejemplo, en las plantaciones forestales se han hecho viveros de árboles como el shihuahuaco y la capirona”. Planteando el cuidado del bosque de forma integral, han logrado que las 350 familias que integran el proyecto consigan otras opciones de sustento como cultivos de productos que se venden a mejor precio, como el cacao, o la siembra de árboles maderables que crecen más rápido para no recurrir a la tala indiscriminada de especies nativas.
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Colombia: preservar y transformar la comunidad
En muchas comunidades colombianas la conservación de bosques ha implicado cambios profundos en sus vidas como organizarse para hacer un frente común que frene las amenazas de la tala y otras actividades ilegales como el cultivo de coca y la minería. En la costa del Pacífico colombiano hay 18 comunidades afro y una comunidad indígena emberá katío —ubicadas en los departamentos de Nariño, Cauca, Valle del Cauca y Chocó— que, desde el 2013, asumieron el compromiso de preservar sus bosques como parte del proyecto REDD+ de USAID en Colombia. El proyecto involucra a 12 600 familias y ha logrado conservar 505 mil hectáreas en el Chocó biogeográfico.
“Tenemos muchas expectativas con el proyecto, no solo pensamos en esta generación sino a futuro, queremos que se asuma esta apuesta de cuidado de generación en generación”, dice Willintong Guerrero, presidente del consejo comunitario Bajo Mira y Frontera en Tumaco, Nariño.
Luis Fernando Jara, director del Programa Páramos y Bosques de USAID, comenta que un proyecto REDD+ implica evitar emisiones producto de la tala de árboles. “Este es el principio del proyecto y se logra mediante un análisis histórico de la deforestación de cada uno de los sitios de los proyectos donde el bosque ha ido en retroceso”, señala, y añade que la intención es actuar rápidamente en esas zonas o de lo contrario la flora puede desaparecer por completo.
Jara explica que cuando las comunidades afro asumieron el compromiso de conservar, empezaron a recibir asesorías para generar alternativas económicas diferentes a la tala, como la apuesta por bioemprendimientos, principalmente cultivos de yuca y cacao. También se organizaron en grupos de guardabosques para proteger sus linderos de invasiones y madereros. “Entonces, cualquier disminución de CO2 se contabiliza al inicio del proyecto y se convierte en bonos de carbono. Se paga por el esfuerzo de una comunidad por proteger y conservar los bosques, evitando la deforestación y, en la medida que se tenga un mejor desempeño, se puede obtener un mayor ingreso [bono de carbono]”, puntualiza.
Willintong Guerrero cuenta que para restaurar el bosque han plantado árboles nativos como mangle rojo, mangle nato, mangle blanco, sajo, cuangare, tangare, cedro y roble. Las plántulas se ubican dependiendo del tipo de suelo y revisando que las condiciones ambientales sean óptimas para su desarrollo.
Para garantizar el sustento de la comunidad, se cultivan productos que se pueden poner a la venta como el plátano y el cacao. Hasta el momento, este último les ha resultado más rentable. “Hemos tenido que vigilar muy bien el bosque porque siempre hay amenazas, eso es lo que más nos ha costado, pero nos estamos esforzando por mantener este ecosistema vivo, sabemos que da un beneficio no solo para Bajo Mira y Frontera sino para todo el mundo”, dice Guerrero.
La comunidad de este consejo comunitario ya recibió un primer pago por medio del Proyecto REDD+ que coordinan con USAID. El dinero se gestiona por medio de la organización Fondo Acción, quienes hacen de intermediarios para que la población pueda invertirlo en algo que beneficie a todas las familias. “Nosotros hemos implementando mejoras productivas, involucrando a las familias, también se está creando un grupo permanente que vigile el bosque, pero todo se decide entre toda la comunidad”, afirma el líder comunitario y agrega: “Queremos que el mundo se entere que estamos haciendo cambios, que la comunidad se esfuerza mucho por proteger estos bosques para nuestros hijos, es una herencia para la humanidad”.
*Imagen principal: 18 comunidades afro y una comunidad indígena emberá katío están generando emprendimientos alternativos a la tala de árboles. Foto: USAID Colombia.
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