- Las mujeres Maya Qʼeqchiʼ, en Guatemala, trabajan por la seguridad alimentaria de sus familias con la creación de huertos y la propagación de semillas nativas.
- Hasta ahora son 35 huertos creados por un número igual de mujeres, para el beneficio de las comunidades de Chinabenque y Seacacar, en el municipio de El Estor, Izabal.
Para las mujeres de Chinabenque y Seacacar, dos comunidades maya qʼeqchiʼ, en el municipio El Estor, en Guatemala, tener un pequeño huerto familiar significa la posibilidad de compartir con otros lo que antes no había. Al inicio de la pandemia del Covid-19, cuando las familias tenían dificultades económicas, fueron las mujeres quienes se organizaron para, entre todas, reunir las semillas que tenían a la mano e intercambiarlas para que cada una pudiera hacer crecer un poco de lo mismo: tomate, cilantro, chile, algunas hierbas y otras hortalizas.
“Por ejemplo, nosotras somos 25 y teníamos distintas semillas. Las reunimos y pudimos repartirlas entre todas y así cada quién empezó a trabajar con su hortaliza. Ahora estamos cosechando, gracias a Dios”, dice Ana Maritza Ico Sierra, una de las pioneras del proyecto en Chinabenque, una pequeña comunidad indígena con 95 familias, ubicada al norte de El Estor.
Mientras las mujeres construían los huertos en los patios y parcelas de sus casas, contaban con el acompañamiento de las organizaciones Ak’Tenamit y Sotz’il, dedicadas al impulso de proyectos para la autodeterminación de los pueblos originarios, a la reducción de la pobreza y a la promoción del desarrollo sostenible. Estas organizaciones indígenas, a su vez, atrajeron a Euroclima+, un programa de cooperación regional entre la Unión Europea y América Latina, enfocado en las políticas públicas para abordar el cambio climático.
Entonces, el proyecto comunitario evolucionó al programa de Fortalecimiento de sistemas indígenas de producción sostenible de alimentos como medidas resilientes al cambio climático en Centroamérica (Sipracc), donde se rescatan y valoran los conocimientos ancestrales de producción agropecuaria y la transferencia de conocimientos de ancianos a jóvenes y niños. Además, se facilitan semillas de plantas y árboles frutales nativos para el establecimiento de parcelas agroforestales y la diversificación de los cultivos, y se sensibiliza a la población sobre la importancia de recuperar las semillas nativas de la zona.
“Como nosotras estamos saliendo adelante, otras mujeres están interesadas en organizar otros grupos, porque ya están viendo que, quienes estamos trabajando, estamos cosechando”, agrega Ico Sierra sobre el impacto positivo en la comunidad.
¿Cómo se expandieron los huertos entre tantas familias Maya Qʼeqchiʼ? ¿Por qué decidieron apostar por las semillas nativas?
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Rescatar el conocimiento ancestral
“Los abuelos están acostumbrados a sembrar, entonces, ellos nos explican cómo es y nosotros empezamos a hacerlo; ellos son ancianos y saben más que nosotros, por eso estamos cultivando todo lo que nos enseñan, por nuestra cultura y, como estamos en familia, los niños y los jóvenes también están participando”, narra Ico Sierra, sobre el proceso de Chinabenque.
El proyecto rápidamente se extendió a la comunidad Maya Qʼeqchiʼ de Seacacar —a unos 45 minutos de distancia de Chinabenque—, donde diez de las 43 familias habitantes se unieron a la iniciativa en primera instancia y quienes ya están compartiendo semillas con el resto de la comunidad para crear los próximos huertos.
En total, se han formalizado 35 de estos espacios entre los dos pueblos que, además de dar alimento a las familias que participan directamente, se han convertido en una forma de ingreso para ellas, pues han tenido tanto éxito, que los excedentes de hortalizas han podido venderse y han generado cajas de ahorro para financiar sus siguientes proyectos. De igual forma, se han instalado huertos colectivos para garantizar la disponibilidad de plantas como yuca, cebollín, hierbabuena, jengibre, plátano y camote para quien las necesite, pero también plantas medicinales y de uso ritual, como el copal, la ruda, el laurel y las rosas blancas.
Ramiro Batzin, líder del proyecto Sipracc y coordinador general de la asociación Sotz’il, explica que los conocimientos tradicionales en materia de agricultura perdieron fuerza con el paso del tiempo y, precisamente, por eso resulta esencial el trabajo en la transmisión de la información a las nuevas generaciones.
“Es importante ver el antes y el después”, dice. “Tenemos que aceptar que, de una u otra manera, los conocimientos se han ido debilitando y lo que el proyecto hace es sistematizarlos. Ahora tenemos información para la transferencia intergeneracional, que es clave y la estamos haciendo de dos maneras: de forma oral —como se hace en las comunidades—, pero también de forma escrita. Ya hay videos y documentos: eso es importante”.
Pero no solo se habla de las técnicas. Batzin agrega que las familias han sido capacitadas sobre las propiedades de las plantas que cosechan y consumen. “Hablamos de por qué consumir tal planta: porque tiene vitaminas, minerales, antioxidantes… esa parte que la tienen los sabedores del conocimiento y que hoy están trasladando de forma mediada a toda la comunidad. Además, nuestro concepto de huerto no es solo una parcela pequeña, para nosotros el huerto es el bosque. Allá vamos y traemos los hongos que todos consumimos, allá cuidamos a las especies alimenticias”, explica.
Pero uno de los conocimientos clave que se está replicando en la comunidad es recalcar que las semillas mejoradas genéticamente son buenas, sin embargo, vuelven dependiente de su compra a quien las usa y por eso es mejor volver a los cultivos nativos.
“Con las semillas nativas, las comunidades generan bancos de semillas y germoplasma. Eso es clave porque de ahí está partiendo la soberanía alimentaria. Si compro semilla mejorada, yo no puedo volver a cultivar porque esta no lo permite, entonces toda la vida voy a depender de la compra y voy a ser un codependiente alimentario, que eso tiene que ver con insumos, con insecticidas, con fungicidas y abonos”, detalla Batzin.
Adaptarse al cambio climático
Cuando se habla de especies de plantas introducidas, el ecosistema también puede resultar afectado, dice Batzin, pues contribuyen al cambio climático. En cuanto a la adaptación a sus efectos, sostiene que las semillas nativas también resultan ser una base, porque los pueblos indígenas, históricamente y por miles años, las han incluido en estos procesos en la agricultura.
Como en el caso del maíz, que Batzin no considera que los pueblos indígenas lo hayan domesticado, sino que conviven con él, lo transforman y trabajan en periodos ligados al calendario maya y a las diversas estaciones del año.
“Y, en la parte de la mitigación de los efectos del cambio climático, no estamos generando gases de efecto invernadero”, agrega. “Si hacemos una multiplicación de cuánto no contaminó cada una de las personas, vamos a encontrar que los pueblos indígenas no están dentro de la línea de la agricultura que contribuye fuertemente a los efectos del cambio climático, sino que están reduciendo su huella de carbono”.
Jairo Prado, técnico en Gestión y Servicios Ambientales de la asociación Ak’Tenamit, explica que las comunidades están ubicadas en áreas con vocación forestal, en su mayoría, rodeadas de bosque latifoliado y donde la tierra no es muy productiva debido a la alta presencia de minerales, con suelo rocoso y arenoso no muy adaptable. Sin embargo, señala Prado, las familias han sabido aprovechar los espacios disponibles para la siembra, haciéndolos productivos.
“Hay áreas que se aprovechan para establecer cultivos de maíz, frijol y para los huertos nativos que vienen a contribuir a la dieta alimentaria de subsistencia, y el excedente que van produciendo lo usan para la venta”, dice Prado. “Cuando hay actividades fuertes en el área o los huertos, como el trabajo en las parcelas agroforestales, los esposos acompañan a las mujeres a hacerlas, pero por lo regular son las señoras y los hijos quienes hacen las tareas de limpieza, siembra y manejo de malezas, el abonado, preparación de terrenos y cosecha: ellas velan por la dieta y por proveer a la familia de alimentos que obtienen alrededor de sus propias casas”.
Ana Maritza Ico Sierra insiste en que la transformación de las comunidades es evidente. “Nos ha ayudado y nos ha traído un cambio para nosotros, porque eso no lo teníamos antes y ahora lo hemos logrado entre las familias”, concluye.
* Imagen principal: Mujeres maya qʼeqchiʼ, en Guatemala, trabajan por la seguridad alimentaria de sus familias. Foto: Asociación Ak’Tenamit.
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