- Un nuevo estudio enfatiza la necesidad de detener las pandemias antes de que inicien y de ir más allá de la búsqueda de nuevas vacunas y tratamientos para las enfermedades zoonóticas.
- Abordar las principales causas (la deforestación, el comercio de vida silvestre y la agricultura, especialmente en los trópicos) podría prevenir futuras pandemias, salvar vidas y evitar perturbaciones sociales catastróficas.
Cuando el nuevo coronavirus se difundió por el planeta a principios de 2020, los investigadores se apresuraron a buscar tratamientos y vacunas efectivas. En el plazo de un año, se instó a los jefes de Estado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otras agencias a crear un tratado internacional de “preparación y respuesta ante una pandemia”. La OMS señaló que la COVID-19 era “un recordatorio crudo y doloroso de que nadie está a salvo hasta que todos estén a salvo” de los brotes de enfermedades zoonóticas.
Si bien estas acciones son extremadamente importantes, un nuevo estudio publicado en la revista Science Advances enfatiza la necesidad crítica de prevenir los brotes de enfermedades antes de que ocurran, algo que generalmente se pasa por alto. El costo anual promedio en vidas humanas y pérdida de productividad puede ser de billones de dólares. Los investigadores muestran, en números duros, que impulsar la vigilancia y frenar las actividades humanas de alto riesgo, como la destrucción de los bosques tropicales, salvará muchas vidas y grandes sumas de dinero.
“Estamos subestimando enormemente los daños económicos [de las pandemias], y la prevención es mucho más económica que una cura”, sostiene el autor principal, Aaron Bernstein, pediatra del Hospital Infantil de Boston e investigador del Centro para el Clima, la Salud y el Medio Ambiente Global de la Universidad de Harvard.
En este nuevo análisis, un reconocido grupo de médicos, epidemiólogos, economistas, ecologistas y biólogos conservacionistas señalan que la lucha actual contra la pandemia se basa directamente en “acciones posteriores al contagio”. Es un enfoque reactivo que actúa después de que un patógeno ha saltado desde animales salvajes e infectado a humanos con una enfermedad zoonótica. Se cree que la COVID-19 fue el resultado de un evento de contagio, al igual que el VIH, el Ébola, el SARS, la gripe aviar y otros, cada uno con costos sociales astronómicos. Pero los esfuerzos preventivos, advierten Bernstein y sus coautores, están severamente desfinanciados lo que pone al mundo en grave riesgo.
Las principales iniciativas de salud pasan por alto constantemente el papel clave de la humanidad en ayudar a los patógenos en su búsqueda de nuevos huéspedes al arrasar los bosques, expandir enormemente la agroindustria, especialmente en los trópicos, y fomentar un comercio mundial masivo y mal regulado de vida silvestre.
“Nuestras alteraciones en el ecosistema y el medio ambiente son lo que está causando estos brotes”, afirma Colin Chapman, científico de conservación de la Universidad George Washington y defensor de políticas públicas en el Centro Wilson. La COVID-19 no fue una sorpresa, dice. “Sabíamos que se acercaba una pandemia. Pero no había voluntad de frenar las posibilidades de que surgiera”.
El nuevo estudio profundiza en los costos económicos de las muertes humanas y la pérdida de productividad. Examina el aumento de la frecuencia de las principales epidemias durante el siglo pasado y calcula cuánto costaría reducir los riesgos futuros. Proteger los bosques, la vida silvestre y limitar el contacto entre animales salvajes, humanos y ganado en regiones de interés “podría salvar innumerables vidas humanas y billones de dólares, pero también va de la mano con la lucha contra el cambio climático y la prevención de la extinción masiva”, como sostiene Les Kaufman, biólogo conservacionista de la Universidad de Boston.
Bernstein expresa que esta investigación innovadora ofrece respuestas a preguntas clave de la humanidad, como: ¿cuánto deberíamos gastar para prevenir la aparición de enfermedades y reducir el riesgo de pandemias?, ¿qué es lo mejor que podemos hacer en este momento?
Las pandemias mundiales y su exorbitante costo humano
El nuevo análisis contiene “mensajes desconcertantes que transmiten urgencia”, dice Andrew Dobson, un ecologista que investiga enfermedades de la vida silvestre en la Universidad de Princeton. “Las epidemias están ocurriendo con más frecuencia, son cada vez más grandes y se propagan mucho más”.
Hasta el 75 % de todas las nuevas enfermedades infecciosas humanas son zoonóticas. Es posible que haya más de 1,6 millones de virus desconocidos en circulación, principalmente en los trópicos, sostiene el zoólogo Peter Daszak, presidente de la organización sin fines de lucro EcoHealth Alliance.
En un mundo globalizado, la propagación es muy rápida. La variante ómicron de COVID-19 reveló la rapidez con que un virus puede infectar al mundo. Detectado por primera vez en Sudáfrica, viajó a través de los continentes en cuestión de semanas.
Las muertes y las dificultades económicas han sido enormes. Para calcular la cantidad de vidas que se pierden cada año por epidemias de enfermedades virales, los economistas contaron el costo humano de cada nuevo virus zoonótico que ha matado a diez o más personas desde la pandemia de influenza de 1918. En base a la población actual de la Tierra de casi 8 mil millones de personas, estiman que se podrían esperar alrededor de 3,3 millones de muertes por año a causa de epidemias zoonóticas.
Pero esa cifra es un promedio que no cuenta el aumento de muertes por un evento global masivo como la gripe de 1918 o la pandemia actual. La cantidad oficial de muertos por COVID-19 ahora ha aumentado a más de 5,7 millones de vidas en dos años, aunque los expertos dicen que la cifra real podría ser hasta cuatro veces mayor, mientras la mortalidad continua por influenza, VIH, Ébola, Zika y otros virus, y el total de muertes por enfermedades zoonóticas en 2020 y 2021, superan la estimación anual de 3,3 millones.
“Esta tasa de mortalidad es cataclísmica”, expresó Stuart Pimm, científico de conservación de la Universidad de Duke.
Estimar el valor económico de las vidas humanas es controversial. Por muy aborrecible que sea el concepto, el valor varía según la riqueza del país en el que vive cada persona, explica Bernstein. Por ejemplo, una vida en los Estados Unidos está valorada en 10 millones de dólares por la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos. En 2018, el llamado “valor de una vida estadística” de un obrero de la India era de $598 116,75, mientras que una estimación reciente calculó que en la República Centroafricana una vida perdida valía $1931.
Teniendo en cuenta esta disparidad, los economistas del equipo calcularon que 3,3 millones de muertes por enfermedades zoonóticas representan entre 350 mil millones y 21 billones de dólares en pérdidas económicas anuales. Prevenir solo el 10 % de esas muertes podría valer hasta 2 billones de dólares.
Los cálculos de las pérdidas anuales causadas por la pandemia en el ingreso bruto mundial sumaron otros 212 mil millones de dólares a esa cifra. Dichos cálculos omitieron las pérdidas económicas causadas por el desempleo y las tiendas que tuvieron que cerrar, los costos médicos continuos de la atención médica diferida, el tratamiento para la COVID prolongada y las enfermedades de la vida silvestre que infectan al ganado, entre otros factores. Dobson señala que el verdadero costo para la economía global de la pandemia actual no estará claro por al menos una década. Hasta la fecha, las estimaciones oscilan entre 15 y 50 billones de dólares.
“Prevención primaria”
Los principales factores de riesgo de pandemia se conocen desde hace décadas: la deforestación, la expansión de la agricultura y el comercio de vida silvestre, todo lo cual se ve exacerbado por el crecimiento de las poblaciones humanas y la interconectividad global. “Todo lo que hacemos que aumenta el contacto entre los animales salvajes y los humanos aumenta, a su vez, la probabilidad de que tengamos un evento de contagio”, dice Dobson.
La destrucción de bosques tropicales ricos en especies para hacer lugar a la minería, la agricultura, la ganadería y otros desarrollos es motivo de especial preocupación. Las incursiones en áreas silvestres acercan a las personas, los animales domésticos y las especies silvestres, junto con los patógenos únicos y mortales que pueden transportar, a una proximidad antinatural, lo que fomenta el contagio.
Pero a pesar de saber eso, la financiación para la prevención de enfermedades zoonóticas ha sido baja. “Nuestras inversiones en estas áreas son mínimas en comparación con los daños que causa la aparición de enfermedades”, sostiene Bernstein.
La buena noticia, señala Pimm, es que “con medidas relativamente poco costosas, podemos reducir en gran medida las probabilidades de tener otro evento como este. La prevención es mucho más económica que la cura”.
Mantener los bosques intactos es clave. Los investigadores estiman que se talan alrededor de 2100 millas cuadradas de bosque tropical anualmente en puntos críticos para la aparición de enfermedades infecciosas. Esto pone a las personas en contacto con murciélagos, primates, roedores y otras especies silvestres conocidas por ser huéspedes de numerosos virus. La investigación de Chapman sobre el colobo rojo, el vervet y otras especies de monos en el Parque Nacional Kibale, Uganda, por ejemplo, descubrió 50 virus desconocidos.
Sin embargo, solo costaría entre 1,5 mil millones y 9,6 mil millones de dólares al año reducir la deforestación a la mitad en esas áreas de alto riesgo, como sostiene Jonah Busch, economista de Conservation International.
Gran parte de las tierras forestales tropicales se talan para hacer lugar a la agricultura, particularmente de soja y aceite de palma, o para la ganadería. Poner cerdos, pollos y otros animales domésticos en contacto con ejemplares silvestres los convierte en posibles huéspedes intermediarios. Las granjas de cerdos que se construyeron cerca de las selvas de Malasia facilitaron la transmisión del virus mortal Nipah, que pasó de los murciélagos a los cerdos y de ahí a los humanos. Las aves de corral se contagiaron y transmitieron la gripe aviar a las personas.
El nuevo estudio estimó que son necesarios entre 476 y 852 millones de dólares para evitar que las especies silvestres contagien el ganado.
La caza, el consumo y el comercio de vida silvestre también representan un gran riesgo de enfermedad. Se cree que tanto el VIH como el Ébola, por ejemplo, se originaron en primates. “Si matamos a los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, no es sorprendente que contraigamos enfermedades desagradables”, dice Pimm.
La actual pandemia del VIH/SIDA ofrece por sí sola un ejemplo trágico del valor de la prevención. Todavía no hay cura para el VIH, que acecha a la humanidad desde 1980 y ha matado alrededor de 10,7 millones de personas.
Tanto el comercio legal como el ilegal de vida silvestre ofrecen innumerables oportunidades para la aparición de enfermedades. Enjaular distintas especies silvestres juntas, venderlas en los mercados y transportarlas a todo el mundo como alimento o como mascotas exóticas son factores propicios para que los patógenos salten de una especie a otra e infecten a los humanos. El comercio legal de vida silvestre es pequeño en comparación con el mercado negro de 23 millones de dólares, y las granjas de especies silvestres, particularmente en China, también representan un grave riesgo. Los visones, tanto en granjas en la UE como en los Estados Unidos, se han infectado con el nuevo coronavirus.
Este estudio estimó que controlar el comercio de vida silvestre costaría entre 250 y 750 millones de dólares anuales. El cierre de las granjas de especies silvestres en China fue el costo individual más alto que hubo en prevención primaria, con 19 mil millones de dólares.
Descubrimiento y control de virus
El descubrimiento de virus es la piedra angular de este conjunto de intervenciones preventivas. Acumular una base de datos de virus transmitidos por mamíferos y aves, así como el detalle de su composición genética y sus huéspedes, podría algún día ayudar a los investigadores a predecir qué virus tienen más probabilidades de infectar a las personas. Pero a corto plazo, dicha base de datos podría ayudar a dirigir mejor las actividades de prevención: ¿qué bosques deben permanecer intactos porque los riesgos para la salud pública de talarlos y abrilos al desarrollo humano son demasiado altos?, ¿qué animales no deben ser comercializados ni utilizados como alimento?
Invariablemente, surgirán nuevas epidemias. Sería ventajoso contar con esta biblioteca viral cuando eso ocurra, ya que aceleraría el desarrollo de pruebas y vacunas. Los investigadores estiman que el costo de recopilar datos y construir esta biblioteca sería de 120 a 340 millones de dólares anuales.
La última pieza clave en este conjunto de medidas de prevención es la vigilancia y la detección temprana, con un costo de 217 a 279 millones de dólares. Mejorar la atención médica de las comunidades desatendidas que habitan cerca de bosques tropicales ayudaría a detectar brotes de enfermedades infecciosas y mitigarlos antes de que puedan propagarse. Un ejemplo de un programa exitoso es una clínica móvil que ahora brinda atención médica gratuita a los pobladores vecinos al Parque Nacional Kibale.
El nuevo documento también enfatiza la necesidad de monitorear la salud de la vida silvestre. Eso significa desplegar más veterinarios de campo y biólogos de enfermedades de la vida silvestre en los puntos críticos globales. Los veterinarios son las tropas de primera línea en la batalla contra los patógenos emergentes, afirma Kaufman.
Aunque estas intervenciones pueden sonar costosas, si demostraran tener solo un 1 % de efectividad en prevenir brotes de enfermedades de lo que se dice, se pagarían por sí mismas en vidas salvadas y en preservación de la productividad económica.
Pero implementar y financiar dichas intervenciones requerirá voluntad política y compromisos de parte de las naciones más ricas, las ONG y las organizaciones internacionales, además de una colaboración amplia e interdisciplinaria. “Una pequeña proporción del presupuesto que recibe el Pentágono nos permitiría impedir la mayoría de los nuevos brotes futuros”, dice Dobson. Eso significaría repensar los posibles brotes de enfermedades globales no como posibilidades remotas, sino como un riesgo inminente e inevitable para la seguridad nacional e internacional.
El comportamiento humano tiende a ser reactivo en lugar de proactivo. Pero Bernstein cree que “sería una gran victoria si pudiéramos comenzar a entender que las inversiones en conservación y sistemas de salud centrados en el riesgo de contagio son inversiones para prevenir pandemias. Creo que este trabajo deja muy en claro que lo más sabio a la hora de prevenir pandemias es invertir dinero para asegurarse de que nunca comiencen”.
Referencias:
Bernstein, A, Ando, A., Loch-Temzelides, T., Vale, M, Li, B., Busch, J., Chapman, C., Kinnaird, M., Nowak, K.,Castro, M., Zambrana-Torrelio, C., Ahumada, J., Xiao, L., Roehrdanz, P., Kaufman, L., Hannah, L, Daszak, P.,Pimm, S., Dobson, A. (2022) The costs and benefits of primary prevention of zoonotic pandemics. SCIENCE ADVANCES 8(5) DOI: 10.1126/sciadv.abl4183
Imagen de portada: Trabajadores de la salud cargan una víctima de COVID-19 en Kuala Lumpur, Malasia. Sin un final a la vista, al menos 5,7 millones de vidas se han perdido en los últimos dos años de pandemia, aunque el número real podría ser hasta cuatro veces mayor. Imagen de Omar Elsharawy en unsplash.
Artículo original: https://news-mongabay-com.mongabay.com/2022/02/preventing-the-next-pandemic-is-vastly-cheaper-than-reacting-to-it-study/
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