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“En México quedan muy poquitos bosques mesófilos de montaña”: Susana Guillén

  • Mongabay Latam entrevistó a la bióloga mexicana Susana Guillén sobre sus investigaciones en la regeneración natural de los bosques y en zonas protegidas como la Reserva de la Biósfera Tehuacán-Cuicatlán y en el Parque Nacional La Malinche.

Cuando era niña, a Susana Guillén le gustaba ir a los matorrales cerca de su casa para ver los cactus. Vivía en Tepeji del Río, en Hidalgo, México, e iba con frecuencia para observar las flores y luego los frutos que nacían de ellos. “A mí me encantaba caminar hacia el campo para buscar esas plantitas y ver cómo iba cambiando la vegetación. Siempre me hacía muchas preguntas acerca de cómo ocurría todo esto. Creo que de ahí nació mi curiosidad por la ciencia”.

Esas experiencias la llevaron al mundo de la biología en la Universidad San Nicolás de Hidalgo de Michoacán, donde empezó a investigar en laboratorio la reproducción de tejidos vegetales de los cactus. Pero pronto pasó a estudiar pinos. México es uno de los países más diversos en esta especie.

Montaña La Malinche, donde Susana Guillén realizó investigaciones de pino de altura. Foto: Cortesía Susana Guillén.

Ha trabajado en la Reserva de la Biósfera Tehuacán-Cuicatlán, en el Parque Nacional La Malinche y actualmente, como catedrática en la Universidad Veracruzana e investigadora en el Instituto de Investigaciones Forestales de este centro de estudios, donde se dedica a estudiar  el impacto del cambio climático en los bosques mesófilos de montaña.

Mongabay Latam conversó con Guillén sobre lo que pasa en los bosques de México, cómo se pierden los bosques de montaña y qué sucede con algunas especies de pino como el Pinus hartwegii, que podría desaparecer entre el 2030 o el 2060 o el Pinus chiapensis, pionero de los bosques nublados, ecosistema del que solo queda el uno por ciento de la extensión que tuvo en algún tiempo.

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—Usted empezó estudiando los cactus que le interesaban desde niña…

—Cuando tuve que hacer mi servicio social, durante la licenciatura, estuve en un laboratorio de cultivo de tejidos vegetales donde justamente reproducíamos masivamente plantas en peligro de extinción, entre ellas cactáceas, principalmente del norte del país, y algunos agaves. Es decir, regresé para aprender un poco más a rescatar especies de los matorrales que había visto cuando era niña. En ese momento era solamente la propagación masiva: hacer una receta, sembrar un pedacito de una planta y a partir de ahí producir miles de individuos, pero después de eso yo decía, tiene que haber algo más. Entonces me dediqué a la ecología, a entender qué hacer con esas plantas para crear planes efectivos de manejo y conservación de esas especies, porque cuando uno produce plantas a través de cultivo de tejidos vegetales, muchas veces tienen duplicaciones o su genoma se puede hasta quintuplicar y no es viable que esas plantas se liberen en zonas silvestres, pues este cambio en los genes hace que esas plantas no puedan sobrevivir o se conviertan en superorganismos en los ecosistemas. Por eso,  decía, tenemos que estudiar cómo propagarlos, tenemos que saber cómo puedo crear un plan efectivo de manejo.

Bosque de Pinus chiapensis y cultivos de café. Foto: Cortesía Susana Guillén.

Luego hice un trabajo de floración in vitro de orquídeas, porque queríamos saber cuál era el factor que desencadenaba la floración en orquídeas. Me gustó ver esta parte fisiológica y surgió otra pregunta: ¿qué es lo que dispara la floración en las plantas, son las hormonas o es el ambiente?  Decidí hacer una maestría en el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Seguí con mis cactus, pero entré a un laboratorio de etnobiología.

—¿Qué descubrió con la etnobiología?

—Encontramos, por ejemplo, que los frutos de las plantas cultivadas que tenía la gente en sus traspatios eran muy grandes, con menos espinas, con un sabor más dulce. En las zonas silvestres los frutos eran más pequeñitos, más ácidos. Esto era producto de una selección continua dirigida por el hombre, porque cuando los campesinos salen a campo seleccionan los cactus que tienen los frutos más grandes, de un sabor más dulce, con menos espinas; los eligen con ciertas características que a ellos les conviene y entonces los llevan a casa y ahí los los propagan. Eso tiene implicaciones en la germinación de las semillas y en el crecimiento de las plántulas, porque una planta madre, que proviene de un sitio cultivado y está adaptado a una mayor cantidad de agua o más nutrientes, tiene semillas más grandes en comparación con las semillas que crecen en lugares silvestres, que soportan una sequía mayor y temperaturas más altas.

Trabajamos en la Reserva de la Biósfera Tehuacán-Cuicatlán que tiene la mayor diversidad de cactus columnares. Esa zona es muy importante, porque hay una cueva donde se han encontrado los vestigios más antiguos de domesticación del maíz; entre los vestigios también se encontraron algunos cactus. Era el escenario idóneo para estudiar la domesticación de estos cactus que llevan ahí millones de años y que los grupos indígenas los han conocido por miles de años. Era el lugar perfecto para conocer el efecto de la domesticación en la germinación y el establecimiento de estas plántulas.

Susana Guillén trabajando en un bosque de Abies religiosa. Foto: Cortesía Susana Guillén.

—¿Qué respuestas obtuvo?

—Habíamos visto que cuando el hombre selecciona artificialmente a los individuos y los lleva a casa, las semillas no pueden germinar en sitios silvestres y, de igual forma, las semillas silvestres difícilmente germinaban en un ambiente cultivado. Encontramos que el ambiente, definitivamente, aunque sea en pocas generaciones, determina la sobrevivencia de las plántulas. Luego se hicieron estudios genéticos y encontramos una diferenciación genética entre las poblaciones, eso se debía a que el hombre estaba determinando esta diferenciación por la continua selección artificial que hacía de los frutos.  Otro dato importante es que cuando los campesinos en sus traspatios veían alguna plántula que producía frutos más pequeños y que no tenían las características que ellos deseaban, los eliminaban. Y así las poblaciones se van diferenciando genéticamente.

—Después de investigar las cactáceas decide estudiar los pinos, ¿cómo fue ese cambio?

—México es el país más diverso en cuanto a pinos. Después de terminar mi tesis doctoral, me dediqué a trabajar con pinos. Lo que pasaba es que en una de las montañas más altas del país, La Malinche, había sitios con regeneración natural, el surgimiento de nuevos individuos que van reemplazando a los que van muriendo. En algunos lugares veíamos que había mucha regeneración y en otros no había nada. Surgió la pregunta: ¿qué estaba determinando esta diferenciación en cuanto a la regeneración? Así empecé a enfocarme en una especie en particular que se llama Pinus hartwegii, cuyo nombre común es pino de las alturas, que crece en las montañas más altas de México y de Guatemala. En México, se distribuye desde los 2800 hasta los 4200 metros sobre el nivel del mar.

—Así empezó su trabajo en el Parque Nacional La Malinche…

—Comencé a hacer investigaciones en esta montaña, porque había muy pocos estudios de ecología en La Malinche. Entonces se formó un grupo para estudiar las plantas y los árboles que ahí crecían, los anfibios, los reptiles, algunos microorganismos y algunos mamíferos. Me invitaron a formar parte de ese grupo y me enfoqué en estudiar el Pinus hartwegii. Empezamos a recolectar semillas en diferentes altitudes de la montaña, hicimos un muestreo cada 150 metros, tomamos semillitas para ver como germinaban en las diferentes poblaciones y encontramos que cada población, aunque estén separados 150 metros tienen una diferenciación.

Bosque mesófilo de montaña, también conocidos como bosques nublados. Foto: Cortesía Susana Guillén.

Acercándonos un poco más a lo que ahora estudio, que es el cambio climático,  las montañas son las más vulnerables ante el cambio climático. La temperatura ha aumentado a partir de la revolución industrial, pero los cambios han sido mucho más marcados en las altas montañas del mundo.

Nos enfocamos en esta especie que, de acuerdo a diferentes modelos predictivos, va a disminuir muchísimo el tamaño de sus poblaciones para 2030. Hice experimentos en los que simulaba, en laboratorio, diferentes escenarios de cambio climático, ¿qué pasaría si hubiera menos lluvias o más temperatura? Realicé experimentos en los que sometía las semillas a tener muchísima agua o tener muy poca agua disponible y una temperatura, pues digamos neutral como 25 grados para luego ir subiendo. Quería saber, con todos estos escenarios de cambio climático, cómo les iba a ir a las semillas. Por ejemplo, quería saber que iba a pasar con las semillas del pico de la montaña, si iban a germinar o no, qué les iba a pasar si aumenta la temperatura y disminuye la humedad; encontramos que son muy vulnerables, que probablemente germinan muy poco. Ya ni se diga de la sobrevivencia de la etapa de plántula, porque es la etapa en la que las plantas están muy susceptibles a la alta radiación, a la alta temperatura y la falta de humedad.  En la etapa de germinación, vimos que estas poblaciones van a desaparecer.

—¿Van a desaparecer definitivamente?

—Sí. Por ejemplo, las semillas que se producen a menor altitud, si las llevamos 100 metros hacia arriba todavía van a germinar bien. Si hacemos una migración altitudinal podría ser una estrategia para que las plantas que están en las partes más bajas, pues no desaparezcan, porque también esas plantas están adaptadas a cierta temperatura y humedad, pero con el cambio climático aumenta la temperatura, entonces estas no van a sobrevivir; pero si migran un poquito arriba en la montaña, 150 metros, los cambios ambientales son muy drásticos. Las de abajo, las podemos subir y no pasa nada, pero las que están arriba, ya no pueden migrar, su hábitat climático desaparecería. Lo que encontramos es que que son muy vulnerables, que necesitan bajas temperaturas y alta humedad para germinar y pues no habría manera de que los individuos juveniles puedan ir sustituyendo a los individuos adultos que van muriendo.

Bosque de Pinus hartwegii, especie que está en riesgo de desaparecer. Foto: Cortesía Susana Guillén.

—¿En cuánto tiempo podría desaparecer?

—De acuerdo con los modelos podría ser para el 2030 o el 2060. En unas pocas décadas. Lo que estamos viendo es que hay una declinación forestal. Algo que también observamos en esos bosques es que la declinación forestal quiere decir que, con el cambio climático, los individuos están estresados, entonces sus hojas se ponen de un color amarillo, después las pierden hasta que mueren.

En otra tesis que realizó una alumna encontramos que hay una plaga, que se llama muérdago, que está migrando cada vez hacia los árboles de mayor altitud. También encontramos que, para que un árbol produzca semillas, necesita que haya liberación de polen y que al mismo, sincrónicamente, los conos de las plantas, es decir, la parte femenina esté lista para recibir ese polen. Con el cambio climático hay un desfase, primero ocurre la polinización, pero el polen está por ahí circulando y no hay estrófilos o conos femeninos que estén captando ese polen, entonces no se forman las semillas o se forman muy pocas; en las partes más altas germinan muy poco. Las plagas afectan cada vez más a los árboles y les roban su energía, de tal manera que están luchando para sobrevivir y destinan muy pocos recursos para la reproducción. La Comisión Nacional Forestal  cada año hace una colecta nacional de semillas de diferentes especies y para esta especie —Pinus hartwegii— señala una disminución de  un 70 % en la producción de semillas en todo el país.

—Usted ha mencionado que estamos viendo una declinación forestal, ¿es muy crítica esta situación?

—Acá en México cada vez es más común, por ejemplo, en la Abies religiosa, una de las especies que también estudié y que se distribuye en los bosques templados de México, como por ejemplo en la Reserva de la Biósfera Mariposa Monarca. Se ha visto también una declinación forestal en esta especie y en otras de pino. Cada vez es más común ver que los árboles están más enfermos, sufriendo estrés hídrico por falta de lluvias, por las altas temperaturas y están dejando de producir estructuras reproductivas; ya no tienen semillas y finalmente llegan a morir.

Bosque talado de Pinus hartwegii. Foto: Cortesía Susana Guillén.

—¿Es muy crítica la situación de estas dos especies? 

—En La Malinche como en otras montañas que tenemos aquí en México —el Pico de Orizaba, el Cofre de Perote, el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, el Nevado de Toluca—, que son las montañas más altas de México que se distribuyen en el Eje Neovolcánico transversal, la tala ilegal cada vez es mayor.

De hecho en un área de estudio que tenemos en La Malinche, cuando mis alumnos fueron a verla, encontramos todo deforestado, ya no estaban los árboles que iban a medir. La Malinche está entre dos municipios, entre los estados de Tlaxcala y Puebla. En el estado de Puebla, hay pueblos muy pobres que antes talaban especies que estaban distribuidas a menor altitud, más comunes, pero se las acabaron y ahora están llegando al pino de las alturas.

Por otro lado, los incendios forestales están afectando a estos bosques. Hace aproximadamente un par de años, se detectó una plaga de insectos que estaba acabando con poblaciones enteras de otras especies. A lo largo de toda la montaña, conforme usted va subiendo las especies van cambiando: en las partes más bajas afectó el descortezador, en las partes medias tenemos la plaga del muérdago, que poco a poco va subiendo, y  en la parte alta, los árboles están siendo afectados por el cambio climático. Además, están llegando los talamontes.

—Los taladores ilegales

—Está la policía de la montaña, pero platicando con ellos, pues nos dicen que los talamontes son más poderosos y tienen armas de grueso calibre, entonces, es muy peligroso enfrentarse con ellos. De hecho a nosotros nos tocó en varias ocasiones escucharlos cerca y lo que hacíamos  era irnos de inmediato, huir. A una alumna la corretearon en unas motos para que se fuera, para que se alejara de los sitios. Esta situación se replica en diferentes montañas de México, en diferentes bosques templados de México.

La investigadora Susana Guillén se dedica a estudiar los efectos del cambio climático en los bosques. Foto: Cortesía Susana Guillén.

—Todas las montañas de México están amenazadas.

—Enfrentan diferentes situaciones. Vemos toda la problemática a nivel biológico y fisiológico, pero también se ha documentado mucho la tala y en algunos casos, por ejemplo, en el Nevado de Toluca, la venta del territorio para que se construyan zonas residenciales o grandes empresas multinacionales que toman agua, la venden y secan los mantos freáticos. Son diferentes circunstancias, pero sobre todo la tala ilegal está acabando con los bosques. Y la principal afección hacia las comunidades humanas es la pérdida de servicios ambientales, sobre todo del agua. Si se pierden todas las interacciones y tenemos una pérdida de biodiversidad, pues se pierde el agua y los servicios ambientales que derivan de los bosques.

—Actualmente investiga sobre los impactos del cambio climático ¿Qué está estudiando?

—Estoy trabajando en los bosques mesófilos de montaña, llamados bosques nublados. Estoy estudiando el Pinus chiapensis —acalocote—, un pino pionero del bosque mesófilo de montaña, que está muy  deforestado. Esta especie necesita muy poca agua para germinar y a altas temperaturas, crece rapidísimo y cuando ya se ha establecido, hace una sombrita y llegan diferentes especies que no toleran vivir en un suelo deforestado, que tienen que vivir bajo sombra donde haya un poquito más de humedad. En México, queda muy poquito de estos bosques de Pinus chiapensis, solamente el uno por ciento. Y lo poco que queda es porque en estos bosques crece el café. Por eso han conservado un poco de bosque mesófilo de montaña para que crezca el café, pero bueno, también está llegando el cultivo de la caña y cítricos como el limón que están desplazando el cultivo de café y con ello el bosque mesófilo de montaña.

—¿En qué consiste la investigación con la especie Pinus chiapensis?

—Lo que queremos estudiar es su potencial como una especie pionera de este bosque, pero también una especie que se puede utilizar en sistemas agroforestales, es decir para la producción de café. Esta especie está, además, en peligro de desaparecer porque quedan poblaciones muy pequeñas. Al haber poblaciones muy pequeñas y aisladas se están reproduciendo entre hermanos y primos, entre parientes cercanos. Las semillitas que producen no son viables o las plántulas que generan, pues no pueden sobrevivir. Este es el principal problema de esta especie, pues no hay regeneración natural, por tanto, debemos estudiar qué condiciones necesitan para germinar, crecer y establecerse para que lleguen a edades adultas.

Imagen principal: Susana Guillén. Foto: Cortesía Susana Guillén. 

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