- Yolanda Rodríguez, habitante de la Reserva Forestal Golfo Dulce, en Costa Rica, es encargada de un programa local de monitoreo en un corredor biológico que conecta dos parques nacionales en la península de Osa.
- Con el apoyo del programa, especies como el chancho de monte y el jaguar se están recuperando y no enfrentan tanta cacería como antes.
El Parque Nacional Corcovado, una de las áreas protegidas más importantes de Costa Rica, contiene alrededor del 2.5 % de la biodiversidad del mundo. Se encuentra en la península de Osa —hacia la costa sureste pacífica—, ubicación que lo hace parecer una isla. Dentro de sus márgenes, los conservacionistas han expresado su preocupación porque la inmensa biodiversidad de Corcovado no tiene bastante espacio dentro de las 42 560 hectáreas del parque, lo que lleva a la posibilidad de endogamia (reproducción entre animales emparentados), aunado a problemas graves como la cacería.
Además, algunos animales intentan viajar entre Corcovado y el Parque Nacional Piedras Blancas, otra área protegida que está a solo unos 40 kilómetros, a pesar de que hay calles, casas y actividad agrícola en el camino, lo que ha ocasionado accidentes como atropellamientos.
En 1978, se estableció la Reserva Forestal Golfo Dulce, que hoy sirve como corredor biológico para conectar a los dos parques y para permitir que los animales tengan una mayor área en la península para viajar. Pero el espacio todavía tiene una presencia humana significativa, incluyendo ganadería, sembradíos de palma africana y cultivos de arroz. Por ello, dentro de la reserva, en la comunidad de Rancho Quemado, los residentes se han encargado de monitorear la vida silvestre.
Este grupo comenzó sus patrullajes en 2015, aun en contra de las advertencias de oficiales que les dijeron que no tenían la autorización para hacerlo.
La iniciativa llega en un momento en que la importancia del papel de grupos indígenas y comunidades locales en la conservación es crucial. En la Conferencia de Cambio Climático, COP26, el año pasado, se anunciaron más de mil millones de dólares para apoyar las iniciativas de conservación en comunidades indígenas y locales y cada vez más grupos ambientalistas están incluyéndolas en sus estrategias.
En esta entrevista con Mongabay, Yolanda Rodríguez, lideresa del grupo de monitoreo de Rancho Quemado, habla sobre los retos de conservación comunitaria, la falta de recursos del gobierno en Costa Rica y el monitoreo del chancho de monte (Tayassu pecari) en la península de Osa.
—¿Cuáles son las principales razones por las que la comunidad de Rancho Quemado conformó un grupo de monitoreo en la Reserva Forestal Golfo Dulce?
—Anteriormente había otras actividades donde se intentaba hacer algo a nivel individual. Cada dueño de la finca estaba intentando realizar actividades de conservación, al menos no permitir cacería y cosas como estas. Pero es bastante difícil. En el 2015, nace el Grupo de Monitoreo Biológico con la intención de crear una plataforma modelo para monitorear especies de la península. Así iniciaron Rancho Quemado y Dos Brazos de Río Tigre [otra comunidad en el área]. El Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC) estuvo involucrado y se desarrolló con un fondo para seis meses de capacitación. Luego acabó el programa y la idea era que las comunidades pudieran desarrollarse y poder sostenerse en el tiempo a través de diferentes actividades.
Rancho Quemado ha logrado obtener resultados varios años, de 2015 para acá. Ese monitoreo, que se inició en el 2015, era con plantas, aves y mamíferos, con diferentes técnicas que se han ido adaptando conforme ha pasado el tiempo. Se han recibido otras actividades que han venido a fortalecer al grupo, a la vez con una carga bastante pesada y complicada de desarrollar por las limitaciones económicas, por las limitaciones de experiencia y contratiempos que hemos tenido, incluso con las mismas instituciones de gobierno. Por dicha se han logrado manejar y hemos logrado salir adelante en conjunto, tanto la institución como la comunidad. Y aquí estamos. Ha sido un trabajo, una experiencia muy, muy bonita, que nos ha enseñado muchísimas cosas, no solamente en la parte de monitoreo, sino en lo social, la parte organizacional y la parte de poder alcanzar a más personas, a más comunidades que se involucren en esta actividad.
—¿Pero en 2015 decidieron montar un esfuerzo más organizado?
—Dentro de las personas que se capacitaron en el 2015, había personas muy jóvenes, eran estudiantes. Ellos tuvieron que retirarse y quedó solo mi papá en ese momento, y a mí siempre me llamó muchísimo la atención, porque siempre he estado muy involucrada en diferentes cosas de la naturaleza y de la conservación, pero no tenía un norte, un rumbo, no sabía cómo hacerlo. Entonces, a finales de 2015, me integré al grupo y fue cuando dijimos: “no, aquí hay que hacer algo, porque el grupo se va a desintegrar”. Y así fue como empecé a integrarme y a interesarme más por lo que se necesitaba hacer, ya que en esos años la comunidad empezaba a trabajar con turismo rural comunitario y me pareció muy interesante saber qué pasaba, qué había antes del turismo y toda la trayectoria difícil que la comunidad había pasado años atrás. Iniciamos haciendo monitoreos de rutina por meses en diferentes puntos y, curiosamente, la gente que hoy existe en el grupo vino sola cuando se dio cuenta del trabajo que estábamos haciendo, que era bonito, que no era algo muy científico, sino que, a nivel comunal, cualquiera podía hacerlo. Los que han llegado son gente que ama la naturaleza, definitivamente.
—¿Y de a poco sumaban miembros en la iniciativa?
—Ahorita tenemos más de 20 personas y el grupo va creciendo. Tenemos jóvenes, gente adulta y también un grupo de 21 o 22 niños, que son los que se están capacitando mensualmente en educación ambiental y algunos de ellos van con nosotros al campo. También los adultos mayores, de vez en cuando, nos dicen: “queremos ir con ustedes, queremos hacer y conocer lo que ustedes hacen”.
—¿Todos son voluntarios?
—Todos somos voluntarios. En alguna ocasión, hubo un proyecto de una organización no gubernamental: Osa Conservation, que ha sido como un brazo derecho para nosotros, muy fuerte, y que fue una de las organizaciones que nos capacitó en aves al inicio, y que hasta hoy está con nosotros ayudándonos a realizar diferentes actividades. Acabamos de terminar un proyecto de anidamiento de aves migratorias y residentes y por este trabajo que hacemos recibimos una pequeña remuneración. Solamente se hace dos veces al año y listo. Pero el resto de las actividades que nosotros normalmente hacemos son voluntarias.
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—¿Qué tipo de trabajo hacen cada día? ¿Cómo se organizan las diferentes tareas del grupo de monitoreo?
—Para las actividades de aves se hacen tres rutas diferentes, una vez al año. Entonces hay que salir tres veces. Con los mamíferos trabajamos en rastreo y observación de huellas. Cuando tenemos cámaras trampa, nos apoyamos también con ellas. Pero en algunas ocasiones no tenemos y hay que hacerlo observando el rastro de las huellas. Para esto, normalmente tenemos entre cuatro y cinco personas que ayudan a realizar estas actividades. Tenemos otras personas que ayudan en la parte del mantenimiento del vivero forestal, porque tenemos uno también. Dentro de esto hay personas que colaboran colectando semillas, haciendo mantenimiento del vivero como tal y reproduciendo las plantas. Dentro de las actividades que venimos adoptando a lo largo del tiempo, está el monitoreo del chancho de monte, que es algo muy aparte de los monitoreos de rutina. Eso se nos hizo una actividad parte de nuestra vida. Todos los días se sale al campo, lo hacen uno o dos del equipo para saber dónde están las manadas que han pasado, hacia dónde migran y qué está sucediendo, para observar si hay cazadores.
—¿Por qué son tan importantes los chanchos de monte?
—Porque se ha convertido en el animal emblema de la comunidad. Rancho Quemado era una comunidad donde habitaba muchísimo esta especie en los primeros años que las personas vinieron a vivir acá. Pero debido a la cacería los animales se fueron extinguiendo y los demás huían hacia Corcovado o hacia otras comunidades donde ya había más población y lamentablemente eran cazados. De esa forma se fue reduciendo la población hasta llegar —no solamente acá en la península, sino a nivel de todo el país— a estar en peligro de extinción. Pasaron los años y uno esperaba que el gobierno hiciera algo, pero los esfuerzos de las instituciones gubernamentales no eran suficientes para poder protegerlos. Siempre, siempre, siempre terminaban cazados. En el 2018 intentamos hacer algo, pero no lo logramos. En el 2019, ya nos armamos de valor.
En ese momento se encontraba Osa Conservation con nosotros, ya integrándose. Quería apoyar el trabajo que nosotros hacíamos y tuvimos la oportunidad de trabajar en conjunto. Ellos nos ayudaron muchísimo al inicio con el monitoreo de los chanchos y en el camino nos hemos topado con grandísimas sorpresas, como que los animales, después de verse ya protegidos, sentirse de nuevo en casa y encontrar alimento, decidieron quedarse y no regresar al parque, desde 2019 hasta hoy. Vemos que al inicio la manada era de entre 40 y 50 individuos y que hoy ya pasan de 150, que esa manada se dividió en cuatro, que están migrando a otras comunidades y que ya están estableciéndose. Hasta el momento no tenemos información de que hayan sido cazados. Este año que pasó, realizamos el tercer Festival del Chancho de Monte, con el fin de dar a conocer la importancia de la conservación de esta especie. Ojalá que esos animales puedan regresar y completar su migración hacia Piedras Blancas, hacia el Parque Internacional La Amistad. Son sueños que tenemos, pero son a largo plazo.
—¿Cómo es el festival?
—Es una actividad que realizamos por dos días. En las actividades se involucra a los niños y a toda la población. Lamentablemente, en los últimos dos años, ha sido reducido por la pandemia y hemos tenido que hacerlo de forma virtual. Sin embargo, este último año nos arriesgamos y hubo bastante gente. Creo que ha sido muy impactante porque escuchamos que el anhelo de las personas es que se pueda volver a hacer pública la actividad. No solamente para llegar y ser partícipes de las diferentes actividades, como las comidas, sino para conocer sobre la especie, porque en la realidad se sabe muy poco. Y no solamente esto, creo que a la gente, a la comunidad y más allá, le ha impactado mucho el esfuerzo humano de conservación que ha habido a través del tiempo para esta especie.
Creemos que hay varios objetivos importantes que han llamado muchísimo la atención, no solamente de las personas que normalmente están viendo, sino de las organizaciones nacionales e internacionales que nos han escrito, por lo menos para felicitarnos por la actividad, sobre ese alcance, sobre esa misión de conservar esta especie. Ha sido muy motivador. Creo que aparte de llevar un mensaje de educación y de conservación, lleva un mensaje también de que sí se puede. Si nos organizamos, sí se puede, no hay nada imposible.
—¿Hay iniciativas importantes para otras especies en el área como el jaguar o el puma?
—Por supuesto. Por ejemplo, los jaguares (Panthera onca) y los pumas (Felis concolor), acá pasaron muchísimos años en que solamente cuando alguien iba a cazar o a hacer giras muy largas a las montañas lejanas, podían ser observados. Hoy por hoy los tenemos aquí, muy cerca de la comunidad. Desde antes que los chanchos de monte llegaran, ya los jaguares y los pumas, que son los felinos más grandes de acá, estaban aquí. No tan cerca, pero ya los teníamos monitoreados, ya salían en nuestras cámaras trampa, ya veíamos sus huellas, sus rastros… En el 2015, no sabíamos casi ni dónde estaban ni cuántos había. Ahora ya sabemos dónde están y qué hacen en el verano y en el invierno.
Todo es una cadena que no se puede separar, definitivamente. Ni lo más chiquito, que no podemos ver, hasta lo más grande. No los podemos separar, porque todo tiene una importancia. Al menos acá en la comunidad tenemos especies endémicas de plantas y árboles que para nosotros significan muchísimo. Hay una particularidad importante de poder hacerse un endemismo en esta área o en la península, eso tiene un valor sumamente importante, no solamente con las plantas, sino con algunos pequeños animalitos y algunos vertebrados e invertebrados. Yo creo que nosotros hemos aprendido mucho de la naturaleza, de los más pequeños, de ver el comportamiento de las diferentes poblaciones y eso le enseña muchísimo a uno para ser un mejor ser humano.
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—¿Usted piensa que la comunidad puede manejar la reserva mejor que el gobierno?
—Creo que la mayoría de los costarricenses tenemos la mala costumbre de esperar a que las cosas vengan de afuera y que nos den, que nos motiven para nosotros hacer algo. Pero hemos aprendido como comunidad a que si eso no está, que si el gobierno no es suficiente por la razón que sea, porque no tienen recursos, no tienen la mejor administración o se están dirigiendo hacia otras actividades que quizás no son las que debieran, porque no todo el país tiene la misma necesidad, nosotros lo haremos. Creo que aunque hayamos cometido muchos errores en el camino, ha sido muy bueno. Hemos visto la respuesta de la naturaleza, hemos visto la respuesta de la misma comunidad, de las otras comunidades y del país entero. Hemos visto la motivación que se ha creado. Si yo te dijera que hay especies acá en la comunidad que tú podías caminar todo un día en el bosque y no las veías, hoy sales y casi en el patio de la casa las vas a ver. Nosotros creíamos que quizás los resultados los íbamos a empezar a ver 10 o 15 años después. Pero tener resultados tan rápido, en tres o cinco años nomás de haber iniciado, para nosotros ha sido tan motivante como no tienes idea.
Acá hemos tenido la oportunidad de tener gente de la Universidad de Texas, de Estados Unidos… hemos tenido a europeos, biólogos, investigadores, muchísima gente que ellos nos dice: “Definitivamente yo quisiera este modelo de grupo en mi país, que esto se pudiera hacer, porque el gobierno tiene muchísimo recurso económico, tiene cómo solicitar recursos, pero nunca puede llegar a hacer el trabajo que ustedes han hecho”.
Es lamentable. Y yo les digo que Costa Rica está igual, que no tenemos ninguna diferencia. La única es que las comunidades se están empoderando y pareciera negativo para el gobierno. Porque, en nuestra experiencia de trabajo en campo, nosotros necesitamos permisos para estar observando a una especie, necesitamos permisos para ver cuántas aves hay. Pero en Costa Rica nuestros gobiernos siguen limitando a las comunidades para realizar actividades de conservación. Ese es el proceso, esa ha sido la lucha, la confrontación que ha habido entre el grupo y la institución, porque ellos nos han llegado a decir: “Ustedes no pueden hacer eso, ustedes no pueden estar observando tal especie”. Está bien, nosotros no lo vamos a hacer, pero háganlo ustedes.
—¿Y nadie ha venido para detenerles?
—Nos han amenazado, por supuesto. Hemos recibido amenazas por el gobierno que nos dice: “Si ustedes van y siguen haciendo este trabajo, los vamos a detener, los vamos a llevar presos”. Entonces, mi papá que estaba presente, les dice: “está bien, no pasa nada, ustedes nos van a llevar presos inmediatamente. Yo voy a llamar a una televisora de nuestro país y vamos a publicar lo que ustedes están haciendo como gobierno, porque en vez de ustedes venir y brindar protección a la gente, al trabajo que está haciendo la comunidad, están impidiendo que la comunidad trabaje. Están impidiendo que la conservación se realice, porque ustedes no cuidan nada”.
Mi papá les dijo así: “Ustedes no cuidan nada”, y todo el grupo de monitoreo se puso muy, muy, muy enojado. Y les dijeron: “Bueno, las veces que ustedes quieran llevarnos a la cárcel, nos van a llevar, pero nosotros no vamos a desistir del trabajo que estamos haciendo”. Por dicha, no pasó nada. Le escribimos una carta al ministro y dijo: “Bueno… dejen que esa gente trabaje, porque en realidad están haciendo el trabajo que nos toca a nosotros”.
Imagen principal: Yolanda Rodríguez en un evento de conservación para niños. Foto: Osa Conservation
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