- Se trata de la comunidad pesquera de Puerto Níspero la que ya está pudiendo ver los beneficios de la restauración porque los peces poco a poco están retornando.
- Esta fue la primera vez que se logró restaurar un bosque de manglar a gran escala en Costa Rica, algo que serviría de empujón para una nueva ola de proyectos de restauración costera en el país.
Luis Antonio Obando es pescador artesanal, pero hoy se siente más como un rescatista de primeros auxilios. Por casi 30 años, el manglar de Puerto Níspero, en el Pacífico Norte de Costa Rica, le dio sustento a él y a su familia, hasta que hace dos meses los papeles se invirtieron. Pese al sol de 31°C y al resbaloso suelo de fango, Obando clava su pala en el lodo como si se tratara de una operación quirúrgica, tratando de devolverle salud a un suelo enfermo. “No hay nada más importante”, asegura.
El manglar donde trabaja Obando solía ser un abundante bosque costero, habitado por siete de las ocho especies de mangle en Costa Rica. Pero en la década de los 90, la acuicultura arrebató al sitio de sus inquilinos más importantes: los delgados árboles de mangle rojo (Rhizophora mangle) y la abundante diversidad de peces juveniles. Lo único que permaneció fueron estanques de agua salada y granjas de camarón. De forma similar, pero a nivel nacional, Costa Rica perdió casi la mitad de sus manglares en cuestión de 30 años, según datos del quinto Informe Nacional al Convenio sobre Diversidad Biológica de Naciones Unidas.
En el sitio donde trabaja Obando no queda mucho de granja, pero tampoco de manglar. El Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac) de Costa Rica —entidad encargada de las áreas silvestres protegidas— cerró algunas camaroneras por incumplimientos contractuales, dejando los terrenos en suspenso. La “herida” del manglar siguió en carne viva durante un tiempo, hasta que en 2019 científicos propusieron la idea titánica de devolver el ecosistema a su estado original.
En cuestión de tres años, miembros de las comunidades locales y científicos del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE) y de la ONG Conservación Internacional lograron recuperar 143 hectáreas de manglar en Puerto Níspero —parte del Refugio Nacional de Vida Silvestre Cipancí— y 156 hectáreas en el humedal Estero Puntarenas, también ubicado en el Pacífico costarricense. Pese a que el país tiene amplia experiencia en la restauración de sus bosques, esta fue la primera vez que logró restaurar bosques de manglar a gran escala (300 hectáreas), una tarea incluso más difícil, según científicos.
El éxito del proyecto augura una nueva era para Costa Rica: la rehabilitación de sus costas, explica Jorge Pineda, ingeniero forestal del Sistema Nacional de Áreas de Conservación de Costa Rica (Sinac). “Ya es un proyecto que está visibilizando las posibilidades. La misma academia está llegando a conocerlo. En Costa Rica no hay otra iniciativa como esta”, explicó.
De manera similar, tampoco hay muchos ecosistemas con estas características. Los bosques de mangle se forman justo en el choque de agua dulce y salada, se inundan regularmente con las mareas altas y tienen suelos lodosos. Contra todo pronóstico resisten el exceso de agua y la alta salinidad en el suelo, pero no suelen resistir la deforestación y el drenaje realizado por humanos.
Tampoco hay muchos ecosistemas con beneficios tan abundantes. Los manglares, por ejemplo, son sitios de reproducción de peces comerciales como el bagre y la corvina, son capaces de capturar hasta cuatro veces más carbono que los bosques lluviosos (particularmente en sus suelos) y son barreras protectoras contra la erosión costera y los huracanes. Pese a que cubren un área pequeña, tiene beneficios enormes.
Pero si no hay otro proyecto como el de Níspero es porque restaurar un manglar es notoriamente difícil. Nadie lo sabe mejor que Obando, quien palea con el sol en la nuca y el lodo hasta la rodilla. Él confiesa que, durante los últimos 30 años, nunca supo que el manglar, al ser un lugar donde se reproducen los peces, sostuvo su negocio pesquero. Su trabajo actual para restaurarlo lo tomó por necesidad, para resistir la temporada de veda pesquera. Aún así, tras dos meses de excavar y entender el proceso quirúrgico de restauración, dice que es la labor más importante que ha realizado.
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Inundar manglares
Al igual que en días anteriores, Obando y su cuadrilla de trabajadores (casi todos pescadores) tienen la tarea de abrir pequeños canales para que el agua ingrese al centro de áreas drenadas, un concepto llamado “restauración hidrológica”. Por medio de estas venas artificiales, el agua comienza a inundar los suelos que antes solía habitar, pero de donde fue desterrada por la acuicultura.
Durante los 90, varias granjas de camarón se asentaron en Níspero, una tendencia que sucedía a nivel nacional. Los camaroneros buscaban los estanques de agua salada que se formaban naturalmente, pero no necesitaban los árboles de mangle, las inundaciones ni los caimanes. Por eso, drenaron partes del sitio y construyeron caminos que impedían el paso del agua.
Hoy, el trabajo de los pescadores es revertir la infraestructura camaronera, para permitir que el área se inunde nuevamente. La cuadrilla básicamente excava en el lodo un desagüe de unos 50 centímetros de ancho que conecta dos secciones del manglar: una inundada y otra seca. Luego de tres horas de trabajo, el agua comienza a correr instantáneamente por el canal. “Me ha impresionado lo rápido que ha sido la recuperación”, dice Obrando.
La restauración hidrológica ha sido ampliamente documentada en países como México, pero fue aplicada en este sitio por primera vez a gran escala en Costa Rica.
La misión de los pescadores, en realidad, es solo dar un pequeño empujón, porque la naturaleza se encargará del resto. Los cangrejos comenzarán a llegar y harán su parte, abriendo huecos en el suelo y dejando entrar el oxígeno. En cuestión de unas semanas germinarán las primeras plantas de mangle blanco (Laguncularia racemosa) y prepararán la tierra para otras especies; en un año el terreno estará cubierto por plántulas de más de un metro. Durante la década siguiente, comenzarán a aparecer especies de un crecimiento más lento como el mangle rojo (Rhizophora mangle) y llegarán inquilinos más grandes como cocodrilos o monos. Poco a poco, el bosque reclamará de vuelta su tierra.
“Esa es nuestra esperanza”, dice Gilda García, pescadora artesanal que hoy tiene una pala en mano. Al igual que la salud del manglar, su captura ha venido a menos. “Ahora salimos a pescar a las 6 am y sacamos tres o cuatro bagres si acaso. Antes sacábamos 20 o 30 kilos”, señala la pescadora.
Ella, al igual que el resto de la comunidad, evita pescar directamente en el manglar. Más bien, suele salir a pescar en el Golfo de Nicoya, ubicado justo al lado. Los manglares aledaños de Níspero y Puntarenas son el sitio de reproducción de varias especies de peces comerciales como el bagre o la corvina, sumamente buscadas por los pescadores del golfo. “Es como el kinder para los peces”, dice García. Ahora, el objetivo es simple: rehabilitar más sitios de mangle ayudará a tener una mejor captura de peces.
Para la comunidad de Níspero, proteger la salud del manglar no es altruismo, es supervivencia. Junto con los pescadores y pescadoras, también están excavando mujeres de la comunidad. Odilie Carrillo, presidenta de la Asociación de Mujeres para la Conservación del Golfo de Nicoya, explica que, de una forma u otra, todas viven de la pesca. “A mí me da pesar ver que (familiares pescadores) salen al mar y vuelven solo con la deuda del combustible”, señala. Ellas, al igual que sus maridos y vecinos, excavan con la esperanza de un mejor futuro económico.
Pese a que la restauración tiene pocos años, ya comienzan a ver algunos resultados. La captura de Gilda aún no ha llegado al mismo nivel de hace una década, pero ya comienza a ver peces que antes no lograban ver. “El bagre no salió por mucho tiempo. Ahora ya lo estamos comenzando a ver de nuevo”, explicó.
Involucrar a la comunidad desde el inicio fue algo natural, explica Danilo Torres, investigador forestal del CATIE y uno de los coordinadores del proyecto. “Nadie conoce mejor el lugar”, explica. Ellos no solo contribuyeron con la mano de obra, sino que son muy eficientes como guardianes del proyecto. Si los canales se dañan en algún sector o si las plantas están creciendo poco, son los primeros en enviar alertas.
Tras excavar toda la mañana, la jornada termina al medio día. Torres da un aventón a la cuadrilla y pasan a comprar refrescos para hidratarse. Hay días en que las caminatas por el lodo son muy duras, confiesan algunos de los trabajadores. Aun así, varios de ellos aseguran que el sol y el lodo se vuelven secundarios al pensar en el objetivo final: la recuperación del manglar. “Yo lo hago con mucho amor, porque esto es lo más importante que hay”, dice Obando.
Paisaje drenado
El pueblo de Puerto Níspero es tan viejo como la familia de Oscar Gutiérrez, quien a sus 61 años trabaja como guardaparques del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC) de Costa Rica. Hace dos generaciones, sus abuelos fueron los primeros en asentarse en esta tierra para trabajar en la pesca. En ese tiempo, a principios del siglo XX, la captura era abundante bajo la protección del manglar.
Gutiérrez entró al mar a pescar por primera vez siendo un niño de 13 años. En ese momento, se usaban lanchas techadas y con combustible de diésel, más grandes y torpes que las actuales. Las aguas del mangle, según recuerda, eran “una fuente de vida”, donde se encontraban enormes bancos de peces y nubes de aves migratorias.
Las primeras empresas que llegaron fueron las salineras (algunas siguen activas). Estas cortaron secciones de manglar y usaron el agua de mar para la producción de sal. Pero la mayor degradación sucedió durante los 90, cuando entraron las camaroneras, explica Torres. “La gente se dio cuenta que era mucho más rentable producir camarón”, dice, por su parte, Gutiérrez.
Al estar ubicadas dentro de un manglar, las granjas camaroneras funcionaban con una concesión de la tierra. Es decir, operaban con permisos del estado. Entre el 2000 y el 2004, la producción nacional de camarón creció de 1300 toneladas a más de 5000. En ese momento, era difícil controlar el uso de la tierra concesionada, porque no había herramientas satelitales, explica Gutiérrez. Una vez que se incorporaron, se dieron cuenta que habían granjas abarcando hasta el doble de tierra permitida, dijo.
En los últimos años, la acuicultura de camarón ha venido a menos, principalmente por enfermedades que disminuyeron la producción hasta en 50 % entre 2009 y 2015. Algunas granjas incurrieron en incumplimientos contractuales —como falta de pago de sus permisos o expansión de la tierra permitida— y fueron eventualmente cerradas por el SINAC. Ahí es donde actualmente crecen los nuevos mangles.
Pero lo complejo es que, dependiendo del sitio, los manglares sufrieron por razones distintas. Por ejemplo, en el humedal Estero Puntarenas —el otro sitio del proyecto— la caña de azúcar fue la encargada de abrir heridas todavía más graves en el manglar, explica Torres. Ahí, el curso natural de los ríos fue alterado para usar terrenos en el agro, por lo que ahora sus cauces arrastran más sedimentos, indica el científico. La restauración hidrológica ahí ha sido más compleja y la recuperación más lenta.
Más al sur de la costa Pacífica, en el Humedal Nacional Térraba Sierpe (el manglar más grande del país), un helecho invasor está formando parches en el ecosistema como si se tratara de un parásito. A una escala de unas 30 hectáreas, la Universidad Nacional de Costa Rica y la ONG Osa Conservation trabajan en sustituir este helecho por mangles mediante la reforestación asistida, una técnica distinta a la usada en Níspero y Puntarenas.
Al sanar un manglar, la cantidad de variables en juego vuelve todo más complejo, dice José Quirós, gerente del programa marino de Conservación Internacional. Por ejemplo, los árboles crecen de forma distinta dependiendo de la gradiente del terreno, la cantidad de agua dulce disponible y la oxigenación del suelo, explicó. Eso sin tomar en cuenta las presiones externas como la agricultura y las especies invasoras.
Por eso, las técnicas varían dependiendo del sitio. En Níspero, por ejemplo, no se plantó un solo árbol, ya que habrían muerto al instante, explica Torres. “Mucha gente quiere ver los arbolitos ya, pero no se dan cuenta que hay que crear las condiciones”, indica el científico.
Una esperanza para las costas
Con la pala al hombro, el grupo de pescadores finalizó dos meses de mantenimiento en los canales de Níspero. Eventualmente tendrán que volver, explica Torres. Como cualquier paciente en recuperación, el manglar requerirá más evaluaciones de seguimiento. Sin embargo, el avance que ya se ha logrado ilusiona a todos los participantes.
Gracias a los esfuerzos en Níspero y Puntarenas, Quirós y Torres ya tienen evidencia de que la restauración hidrológica funciona a gran escala en Costa Rica. Esta línea base es muy valiosa, ya que se puede usar esta experiencia para plantear nuevos proyectos con un alcance aún más ambicioso, explican.
Apenas se levante la veda pesquera, Obando saldrá al mar acompañado por sus hijos. Él espera ver una mejor captura, gracias al esfuerzo que ya se ha hecho en el manglar. Pero sobre todo espera que el ecosistema pueda recuperarse por completo y proveer peces para sus hijos por varios años más, tal como lo hizo con él.
Imagen principal: Un grupo de mujeres y pescadores de Puerto Níspero tras la culminación de las obras de mantenimiento en el manglar. Foto: Sebastián Rodríguez.
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