- David Díaz Gonzáles, fotógrafo originario del pueblo indígena Shipibo-Konibo, en Perú, expone su primera serie fotográfica con retratos de quienes han migrado por décadas desde sus comunidades hacia la ciudad, movidos por la pobreza y la violencia.
- En esta entrevista con Mongabay Latam, Díaz asegura que el objetivo es que su comunidad se dé a conocer sin crear una imagen estereotipada.
Cuando David Díaz Gonzáles monta su estudio casero y saca su cámara fotográfica, su familia cambia su forma de vestir. Alejados de la vida en su comunidad, pasan de las camisetas tipo polo y los pantalones de mezclilla a su vestimenta tradicional indígena: la Shipibo-Konibo. “Me gusta salir así”, le dicen al fotógrafo. “Por eso creo que la fotografía ayuda a reforzar el tema de la identidad”, agrega él.
No se trata de la visión de un investigador o un periodista, sino la de alguien que observa desde dentro y desde fuera a su propio pueblo. “Es genuina por el hecho de ser indígena, con la que contrasto esas dos visiones del mundo, de la perspectiva de la vida que me ha ayudado a utilizar a la herramienta fotográfica como una ventana al pueblo Shipibo-Konibo, pero también teniendo cuidado sobre la manera en que nos van a ver las personas que no son indígenas”, explica.
Su primera exposición, llamada “Shipibo-Konibo: retratos de mi sangre”, captura a las familias que, desde 1990, han sido parte de un intenso proceso de migración a la ciudad de Pucallpa, en Ucayali, para conformar asentamientos humanos en el distrito de Yarinacocha. El fotógrafo, con sus retratos obtenidos entre 2014 y 2021, busca crear un archivo-homenaje a sus antepasados en lo que él nombra como “un álbum familiar” que relata su forma de vida actual y las costumbres que se han perdido a partir de la llegada de misioneros religiosos.
Díaz Gonzáles inició como un autodidacta de la fotografía, con una cámara básica, videos de YouTube y disparando a prueba y error. Ahora, con 30 años, es un fotógrafo independiente, con una carrera técnica en Diseño gráfico y está comenzando una más en Fotografía. Ha sido becado por el Centro Pulitzer y trabaja como fotoperiodista para Ojo Público en Perú. Mongabay Latam conversó con él sobre su inspiración para fotografiar a su pueblo y la exposición que se encuentra abierta hasta el próximo 18 de junio en Xapiri Ground, una galería cultural en la ciudad de Cusco, Perú.
—¿Cómo fue crecer entre la ciudad y las comunidades de sus padres? ¿De qué forma este contexto lo llevó a fotografiar las historias de su pueblo?
—Yo he vivido en asentamientos humanos, como se les llama acá en la ciudad de Pucallpa. Mi familia vino de la comunidad de Colonia del Caco junto con mi papá y mis tres hermanas —yo soy el último hijo y el único varón—. Todos vinimos, crecimos y estudiamos acá. En las barriadas no era tan buena la infraestructura, estamos hablando de asentamientos que tenían casas precarias y justamente esa es la parte que yo pude ver de la ciudad, pero también está la influencia indígena que tengo de mis papás, en la lengua materna, en los modismos, en las vivencias culturales.
Mis estudios primarios, secundarios y superiores los realicé en la ciudad de Pucallpa y esto me ha servido, creo yo, para tener una visión distinta. Un antropólogo, cuando conversaba conmigo, me decía que de repente soy un indígena un poco occidentalizado. Entonces, se podría decir que recojo un poco de lo que él dice porque, claro, yo tengo una visión de esa parte, influenciado por el cine, la música, los libros y también la educación que he tenido a comparación, obviamente, de lo que sucede en las comunidades y lo que se cree en ellas. A pesar de no vivir en una comunidad, lo bueno es que eso me lo han dado mis padres, sobre todo la familia de mi mamá que empezó también a migrar de Nuevo Saposoa —en el distrito de Callería— a la ciudad, al distrito de Yarinacocha.
Hasta los 18 años no tenía muy claro lo que quería hacer. Yo quería ser abogado, pero al final sentía que mis capacidades intelectuales no daban para estudiar esa carrera. Pero en lo que estoy trabajando ahora, en lo que me gusta hacer, estoy muy contento. Con la fotografía quiero dejar como un legado para los futuros miembros del pueblo Shipibo-Konibo. Es algo muy importante, como lo son también las expresiones orales y los cuentos ancestrales que tienen nuestras abuelas y nuestros ancestros.
—¿Cómo fue su primer acercamiento a una cámara y a la fotografía? ¿Por qué empezó a fotografiar?
—Cuando empezaba a tener cierta madurez por la fotografía me gustaba mucho la fotografía documental: aquello de poner la imagen acompañada de un pequeño texto y que, juntos, ya te dicen todo. La imagen puede ser algo simple, un retrato de alguien, pero te das cuenta que la historia dice mucho, es bien impactante. Algo que me gustaba era que había visto fotos de antropólogos de 1950 a 1970 y yo decía: cómo me hubiera gustado estar en ese momento para registrar esas fotos, para poder contar eso. Entonces dije: “estoy en el 2021; tengo 29 años, ¿por qué no contar este espacio en donde estoy yo, anticipando o presagiando el futuro que nos espera?”
Veo las fotos de 1960 hasta 2021, cuánto hemos avanzado y cuánto hemos crecido como pueblo indígena, como shipibos, y ahora hasta dónde queremos avanzar. ¿En qué nos vamos a convertir y a qué queremos llegar? Sobre cómo vamos a resolver estas preguntas es que he decidido tratar de registrar porque sé que una cultura y un pueblo son cambiantes. Hay muchas cosas que se practicaban en 1950 en el pueblo shipibo y que hoy se han dejado de hacer. En el 2050, cuando ya no estemos, ¿qué otras cosas se van a realizar? Entonces es importante registrar este proceso, esta transición de cambio de un pueblo para que no nos quedemos en el olvido, para que no desaparezcamos, para que podamos estar pegados en un museo y digan: “mira, ellos eran los Shipibo-Konibo de la Amazonía, en el Perú”.
Si no visibilizamos a los pueblos indígenas, tampoco podemos visibilizar los conflictos y los problemas que ocurren dentro de estos grupos étnicos. Si fotografío es porque quiero contar, es porque quiero que el pueblo shipibo sea visibilizado y que no se pierda en el transcurso del tiempo, para que su memoria quede como un legado en la historia de la humanidad, del Perú y del pueblo.
—¿Cómo es que estos conflictos en territorio Shipibo-Konibo están afectando o modificando las formas de vivir del pueblo?
—Esto se ha venido con mayor fuerza por el hecho de que el foco del conflicto del narcotráfico, por ejemplo, se haya puesto en un solo punto: el Vraem [Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro]. Entonces, al notar presencia policial, al notar la presencia del Ejército en estas zonas, [los grupos criminales] se despliegan a esta parte de la Amazonía, como Ucayali, Madre de Dios y la selva virgen que comparte con el Brasil, donde ya se están creando aeropuertos ilícitos para transporte de droga, haciendo que los pueblos indígenas estén temerosos y algunos estén replegándose a la ciudad. Son grupos que están armados y que suelen salir y amedrentar a una comunidad, buscar a su jefe y tratar de asustarlo.
Muchas veces ya se han tenido asesinatos de líderes indígenas y de protectores ambientales. Se ha creado una tensión, casi como una guerra fría, entre los pueblos indígenas y el narcotráfico. Por el momento, la organización más representativa es Aidesep [Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana], la que está ahí tratando de mantener la calma y de buscar siempre el diálogo, pero siento que esto nos va a rebasar. Me refiero a que, si estos asesinatos continúan y si esto no tiene una solución que pueda dar tranquilidad a los pueblos indígenas, se puede llegar a una guerra interna entre los pueblos amazónicos indígenas contra el narcotráfico. Esto se puede salir de control si el Estado no actúa.
—¿Cómo considera que la fotografía puede aportar, desde su trinchera, a la lucha de los pueblos indígenas?
—Ha ayudado a que, por ejemplo, los pueblos utilicen la fotografía y el periodismo, y que los comunicadores indígenas puedan alzar su voz y mostrar estos conflictos. La fotografía ayuda mucho a tratar de visibilizar los problemas; así como mostramos los rostros o retratos de los pueblos indígenas, la fotografía ayuda a la denuncia. Es mejor aún si se hace desde las propias comunidades y de los propios pueblos, por un fotógrafo indígena o un periodista indígena.
—¿Qué significa para usted la fotografía?
—Yo utilizo la fotografía como una herramienta de memoria, como una herramienta de autorrepresentación y para reforzar la identidad. A veces los niños no se sienten identificados, no quieren ser indígenas y yo creo que la fotografía encaja muy bien ahí para enseñarnos, para mostrarnos, para decir: “mira, este era nuestro abuelo, así nos vestíamos o esto es lo que practicábamos. Aunque ya no lo hacemos, no te olvides de quiénes somos”.
—¿Qué es “Retratos de mi sangre”?
—Es un trabajo muy personal al que he tratado de darle mi visión, con la influencia del fotógrafo indígena Martín Chambi que creó la “Escuela Cusqueña de Fotografía” [un término empleado para nombrar a más de veinte fotógrafos presentes en Cusco, Perú, durante la primera mitad del siglo XX]. Justamente, en mi proceso de aprendizaje de la fotografía, encontré su trabajo, me gustó mucho y dije: “yo quiero hacer eso, quiero tratar de retratar así a mi pueblo, yo quiero ser así”. Pero mi visión es distinta, yo hago retratos y yo armo mi estudio en una sola casa, es decir, si voy a retratar a mi tía, entonces busco un espacio en donde tenga una ventana con luz natural, sin flash ni nada.
Este es un homenaje que quiero brindar a los ancestros que no conocí. Me refiero a los abuelos, primos y familiares que vivieron en la época del caucho, en la época en que el cristianismo había avanzado y nos había obligado a dejar ciertas costumbres. Esta exposición también trata de rendirles un homenaje a los pioneros de la fotografía en el Perú, a los fotógrafos de esta corriente indigenista. Le he puesto ‘Retratos de mi sangre’ porque yo, como artista, como fotógrafo, he dado mi visión introspectiva acerca de lo que yo pienso y de lo que yo siento a través de estos retratos.
Siento que es un álbum familiar en el que recopiló las imágenes de mi familia y en el que quiero dar a conocer quiénes somos.
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—¿Qué técnicas fotográficas decidió utilizar para la serie?
—Las fotografías no han sido analógicas, es decir, con película o rollo. Han sido digitales, tomadas con una cámara que me compré en el 2014 y que es muy básica. Me la compré con el primer sueldo de mi trabajo. Desde 2014 fui aprendiendo. Fue entre 2016 y 2018 que hice las fotografías más importantes que están en esta exposición, pero hay imágenes hasta de 2021. Tardé años en tener la madurez de decir que quería exponer estas fotos.
La cámara con la que he hecho estas fotos la vendí el año pasado y ahora tengo una nueva cámara profesional. Las fotografías de la exposición han sido básicas, es por ello que estas fotografías, sin la necesidad de poder hacerlas tanto en edición, han logrado tener esa textura un poco a película y es justamente la textura que yo quería darles para rendir homenaje a lo no vivido, a lo pasado, a lo nostálgico, a lo que no pude ver, pero que me gustaría que otras personas vean a través de mi mirada.
Me gusta la técnica fotográfica, es decir, crear una caja oscura, con un agujero pequeñísimo por donde entra la luz y a la que se le pone un papel para plasmar todo adentro. Es el concepto que las cámaras digitales tienen hoy en día y que nace en el siglo XVI, en Francia, y es una técnica que ha llegado a los pueblos indígenas y puede ser usada. Unos meses atrás, le hice ver esto a mi mamá con una caja de zapatos. Eso es muy bonito, tener esa técnica fotográfica y el revelado como la cianotipia.
—Desde lo personal y como un profesional de la fotografía, ¿qué significa para usted esta exposición?
—Cuando empecé en la fotografía tenía ese sueño de que a los 24 o 25 iba a tener una carrera terminada y que iba a tener al menos una exposición. Ahora tengo 30 años y recién expuse. Pero ese objetivo de haber iniciado en la fotografía con esta visión de poder utilizarla como una herramienta, como una ventana hacia el mundo para mostrar mi cultura, lo estoy cumpliendo. Estas fotos han estado en venta, una foto se fue para Italia, por ejemplo, entonces se está cumpliendo el objetivo. Creo que es un gran logro, no solo para mí, sino para el pueblo Shipibo-Konibo.
Ahora tengo otros proyectos que están en camino, ya he empezado a trabajar en eso, en uno de mis trabajos más maduros y más fuertes: pretendo sacar un libro de investigación acerca de la fotografía. Como título le he puesto ‘Memorias del pueblo Shipibo-Konibo: una mirada a través de la fotografía de este proceso de cambio desde 1950 al 2020’. Tengo anécdotas, memorias y entrevistas que he hecho a mis abuelos, a mi mamá y también fotografías y archivos que pretendo mostrar, para poder contrastarlas.
—¿Qué mensaje final quisiera transmitir?
—Que nosotros, como pueblos indígenas, lo que buscamos es la igualdad. Que se pueda detener la discriminación, que se borren la desigualdad y las injusticias, que se nos permita vivir con nuestra forma de ver la vida, los bosques y nosotros mismos. Que se nos respete como pueblos ancestrales.
Se puede luchar contra la desigualdad, el racismo, las injusticias y todas estas brechas sociales a través de la fotografía. Este tipo de acciones son las que pueden crear conciencia en las generaciones para tener un país o una ciudad con una identidad fuerte, porque hablamos de Perú con una diversidad y riqueza cultural, pero siento que hay un tufo a desigualdad, de racismo que no se ha dejado del todo; simplemente se mantiene escondido.
Imagen principal: Corte de flequillo de una mujer que está de luto, una tradición ancestral que sobrevive en algunas familias shipibo. Refleja la vida cotidiana de las artesanas en asentamientos humanos lejanos de Pucallpa. Foto: David Díaz Gonzáles.
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