Al menos 35 comunidades indígenas secoya, kichwa y huitoto se encuentran seriamente amenazadas por grupos armados colombianos que buscan tener el control del río Putumayo, una importante ruta para el tráfico de drogas hacia México y Brasil. Además, la minería ilegal en el Putumayo está contaminando el río, los peces y las personas que habitan en la zona fronteriza. Hace meses que Lucía no va a la chacra que tiene del otro lado del río Putumayo, en territorio colombiano. La última vez que fue “Los Sinaloa”, un grupo armado en cuyas filas hay exmiembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), le prohibieron el paso. Lucía no es su verdadero nombre sino un seudónimo para proteger su identidad. Vive en Perú, en una de las más de 50 comunidades indígenas que se extienden a lo largo del Putumayo, un río amazónico que marca la frontera entre Perú y Colombia. “Un día nos arriesgamos con mi esposo. Le dije vámonos a cosechar nuestros platanitos que tenemos allá [en el lado colombiano]”, cuenta en voz baja. Recuerda que ese día al llegar a la laguna, donde suele dejar su canoa y luego caminar hasta la platanera, se topó con unos hombres armados que le dijeron: “Se puede pasar dos o tres veces, más no”. Desde entonces “ya no voy porque tengo miedo”, susurra apenas más fuerte que el sonido de los grillos en la espesura del bosque.