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“La restauración ecológica también tiene que ver con la recuperación del tejido social” | ENTREVISTA

Habitantes de comunidades que se ubican en la Reserva de la Biósfera Pantanos de Centla y que participan en la restauración del ecosistema. Foto: Cortesía Pilar Gómez Ruiz

  • Desde 2021, la Organización de las Naciones Unidas declaró el Decenio sobre la restauración de los Ecosistemas que culmina en 2030, una iniciativa que tiene entre sus objetivos prevenir, detener y revertir la degradación de los ecosistemas a nivel mundial.
  • En México, la investigadora Pilar Angélica Gómez Ruiz unió esfuerzos con dos comunidades que habitan en la Reserva de la Biósfera Pantanos de Centla para la recuperación de manglares, por medio de la reforestación y la rehabilitación hidrológica de la zona; en tres años han logrado tener 200 hectáreas en proceso de restauración.
  • En entrevista con Mongabay Latam, la investigadora y también una de las dos personas que coordina la Red Mexicana para la Restauración Ambiental resalta que esta disciplina científica no solo permite restablecer la funcionalidad de un ecosistema, también es un camino para recuperar la calidad de vida de muchas personas.

En Colombia, su país natal, la doctora Pilar Angélica Gómez Ruiz comenzó a dedicar su tiempo, pensamientos y energía a una labor que cada vez es más necesaria y urgente: la restauración de ecosistemas. Cambió de latitudes, pero no de intereses científicos. En México, donde ahora vive, continúa con su afán por usar la ciencia y trabajar con las comunidades en recuperar aquellos ecosistemas que, por la acción humana o eventos naturales, han perdido su composición y función.

En los últimos años, Pilar Gómez Ruiz ha enfocado buena parte de su trabajo a la restauración de manglares. La Reserva de la Biósfera Pantanos de Centla, en Tabasco, es la zona del sureste de México en donde la investigadora ha comprobado que sin la participación de quienes habitan el lugar, es difícil que la ciencia de la restauración eche raíz.

La investigadora Pilar Ruiz (al centro) conversa con habitantes de las comunidades de Pantanos de Centla que se han involucrado en la restauración de los manglares que están en su territorio. Foto: Cortesía Pilar Gómez Ruiz.

La restauración de ecosistemas no es seguir una receta de cocina, dice Gómez Ruiz, pero aclara que es vital tomar en cuenta las bases científicas, involucrar a las comunidades y, en especial, tener un monitoreo para corroborar que las acciones que se implementan son efectivas. “Por desconocimiento, hay una elevada tasa de fracaso en muchas de las restauraciones que se implementan”, advierte la integrante y practicante certificada de restauración de la Society for Ecological Restoration.

En estos tiempos en los que la actividad humana ha alterado casi el 75 % de la superficie terrestre y alrededor de un millón de especies animales y plantas se encuentran en peligro de extinción, la restauración de ecosistemas cobra una importancia mayor. Tan es así que, desde 2021 y hasta el 2030, la Organización de las Naciones Unidas impulsa el Decenio sobre la restauración de los Ecosistemas, iniciativa que tiene entre sus objetivos prevenir, detener y revertir la degradación de los ecosistemas a nivel mundial. Una de las metas es restaurar 350 millones de hectáreas de ecosistemas degradados para 2030.

“Lo ideal sería que los restauradores no tuviéramos trabajo. Sería preferible mantener todo lo más conservado posible y no tener que invertir en la recuperación de los ecosistemas, una actividad que toma muchísimo tiempo y que es muy costosa”, destaca en entrevista con Mongabay Latam la investigadora y una de las dos personas que coordinan la Red Mexicana para la Restauración Ambiental (REPARA), organización fundada en 2004 y que hoy agrupa a más de 150 investigadores, estudiantes, representantes de comunidades y practicantes de la restauración de diversas regiones de México.

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La investigadora Pilar Gómez Ruiz recorre los manglares de los Pantanos de Centla. Foto: Cuauhtémoc Moreno.

—¿Cómo se define la restauración ecológica?

—Es el proceso por el cual el ser humano interviene en pro de la recuperación de ecosistemas que, por algún factor natural o antrópico, se han ido degradando. Es un proceso que requiere de un camino muy largo, porque tiene varias fases. La meta es tener una restauración integral, pero también hay varias grados de recuperación intermedios a los que puede llegar un ecosistema y eso también se considera restauración. Todas las acciones que se enfoquen en recuperar la composición, estructura y funcionalidad de un ecosistema pueden considerarse acciones de restauración.

—¿Cuándo surge como disciplina científica?

—De manera más formal, desde los ochenta; ahí empezó todo el boom de propuestas conceptuales y teóricas. Entre los ochentas y noventas fue algo moderado, pero desde el año 2000 el crecimiento de la disciplina ha sido exponencial. Desafortunadamente, cada vez es más urgente implementar acciones de restauración en toda la diversidad de ecosistemas que tenemos en el planeta.

Hoy la restauración está muy de moda, hay muchas personas u organizaciones que dicen: “Vamos a restaurar tal cosa”, pero en realidad no tienen el conocimiento ni ecológico ni social. Cuando alguien quiere invertir en restauración, es necesario que procure asesorarse muy bien de personas, académicos, instituciones y organizaciones con una experiencia comprobada en el campo, porque desafortunadamente se está prestando a que muchos oportunistas vean solo la posibilidad de obtener recursos y causar, incluso, un mayor daño ecológico al no implementar las acciones adecuadas.

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Ejido El Palmar, en la Reserva de la Biósfera Pantanos de Centla. Foto: PNUD México | Cuauhtémoc Moreno.

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—Para determinar que una reforestación funcionó se habla del porcentaje de supervivencia de los árboles. ¿Existe algún una medida, un referente, que permita decir que una restauración es exitosa?

—Eso es realmente muy difícil a nivel general, es necesario evaluar el contexto particular. Ni siquiera dentro de la variabilidad de un mismo ecosistema es tan fácil tener referentes, porque el contexto socioecológico influye mucho para que una restauración funcione o no. Es muy importante que en cada proceso de restauración se tenga un ecosistema de referencia, esa es la base con la cual se puede comparar si la degradación continúa o si ves mejoras en los componentes y el funcionamiento del ecosistema. Así que depende de cada caso.

Por ejemplo, si tú tienes una acción de restauración que es una reforestación, se podría decir que tener una tasa de supervivencia superior al 70 % es un indicador bastante bueno. Es muy difícil tener un solo criterio, sobre todo porque en los procesos de restauración, la funcionalidad del ecosistema no es tan fácil de medir y menos en el corto plazo como esperan muchos.

—¿Hay ecosistemas más fáciles de restaurar que otros?

—Los ecosistemas marinos y costeros son de los más complejos y de los más costosos, sobre todo por las condiciones de trabajo. En el mar no puedes limitar e impedir las corrientes marinas o regular la temperatura, por ejemplo. Por eso mismo, creo, no hay tantas experiencias de restauración en estos ecosistemas si se compara con los proyectos que hay en la parte terrestre. En los ecosistemas terrestres tampoco es tan sencillo. En un año no tienes árboles de 10 metros. Estas acciones toman su tiempo y por eso es importante evaluarlas por un buen periodo.

Taller en el Ejido Palmar, en la Reserva de la Biósfera Pantanos de Centla. Foto: Robin Canul.

—¿Es más complejo realizar restauración ecológica en un contexto de cambio climático?

—Sí. Justamente eso puso en el ojo del huracán el tema de los ecosistemas de referencia. Por el cambio climático, las condiciones a las que estaba acostumbrado cierto grupo de especies de pronto ya no van a existir. Así que es un reto para la restauración buscar que las especies con las que se trabaja tengan la suficiente plasticidad para adaptarse a esta variabilidad climática que estamos enfrentando.

Además, el cambio climático está haciendo mucho más complicado predecir la trayectoria de los procesos de restauración, porque no sabes cómo pueden llegar a interactuar o a responder las especies ante ciertos eventos muy particulares que están incrementando en intensidad y frecuencia, como los huracanes.

Hay grupos de especies que claramente están adaptadas a ellos, como los manglares; son especies que toleran esas perturbaciones hasta cierto nivel, pero con la frecuencia e intensidad que se están dando los huracanes, pues es inevitable esperar que se debiliten y degraden con el tiempo, porque no van a poder recuperarse tan rápidamente ante eventos muy seguidos.

El cambio climático es, sin duda, uno de los más grandes retos a los que nos estamos enfrentando ahora en temas de restauración.

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Manglares de la Reserva de la Biósfera Pantanos de Centla. Foto: PNUD México.

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—¿Qué otros retos enfrentan en la restauración ecológica?

—Uno de los más grandes —creo que por mucho tiempo lo ha sido— es el financiamiento. La restauración es muy costosa y la verdad pocos voltean a mirar ese tema. Ahorita, tal vez, hay mucho interés y más inversión, porque ahora tiene un enfoque un poco más “productivo” y de que sirva, de alguna manera, para que las comunidades puedan obtener beneficios económicos o de otro tipo. Aun así, los fondos para restauración siguen siendo muy escasos, sobre todo porque la restauración es un proceso a largo plazo.

Si logras tener fondos para un proyecto de un año o dos, alcanzas a implementar algo, pero luego necesitas fondos para hacer monitoreo. Esa es una fase fundamental y de la cual carecen muchísimos de los proyectos de restauración. Es decir, van y siembran o hacen varias acciones, pero nunca más sabes qué pasó, si eso funcionó, porque no se destina presupuesto para hacer un monitoreo, a veces ni una sola evaluación es contemplada en el desarrollo de los proyectos, y este seguimiento es fundamental.

El más grande reto es que la degradación continua. La clave para restaurar es detener los factores de degradación y de perturbación; ahí es donde seguimos teniendo muchos problemas.

La investigadora Pilar Gómez Ruiz forma parte del grupo de expertos en manglares de la Comisión Nacional para el Conocimiento y el Uso de la Biodiversidad (Conabio). Foto: Cortesía Gómez Ruiz.

—¿Cuál ha sido el trabajo que ha realizado en la Reserva Pantanos de Centla?

—Teníamos un objetivo muy claro a nivel ecológico que era restaurar 50 hectáreas de manglar. Lo que hicimos fue ir con dos comunidades que habitan en la reserva para conocer sus necesidades y proponer opciones. En una de ellas nos dijeron: “Nosotros no queremos más reforestaciones, nuestro problema es el tema hidrológico”. Así fue que en 2019 se comenzó a trabajar con ellos en la rehabilitación de sus canales naturales, en donde hacen su actividad económica principal que es la pesca. Con la otra comunidad sí se trabajó la reforestación, porque ellos mismos estaban interesados en recuperar la cobertura de manglares en una zona donde fueron eliminados por incendios hace varios años. Ha sido una experiencia muy gratificante en términos de la relación que se ha generado con estas comunidades y los beneficios que ya hemos visto para ellos mismos.

—¿Se logró la restauración de las 50 hectáreas de manglar?

—Nosotros lo llamamos “áreas en proceso de restauración”, porque la recuperación se va dando poco a poco, es un proceso largo. Ahora tenemos casi 200 hectáreas que se están restaurando: 160 en el Ejido El Palmar, en donde se hizo una reforestación con mangle rojo (Rhizophora mangle) en los canales en donde pesca la comunidad, y 35 en el Ejido Tembladeras, en donde se realizó la rehabilitación hidrológica por medio de limpieza manual de canales. Se tiene pensado ampliar las áreas de restauración con estas dos comunidades y quizá sumar a otras dos más.

Taller en el Ejido Tembladeras, como parte de los trabajos de restauración. Foto: Cuauhtémoc Moreno.

—¿Para que tenga éxito la restauración tiene que ir de la mano con la participación comunitaria?

—Totalmente. En en sus inicios la restauración era muy ecológica y estrictamente enfocada en los aspectos biológicos de los ecosistemas, pero es una realidad que nosotros dependemos de la naturaleza, así como la naturaleza depende del manejo y del uso que nosotros le damos.

Cuando quieres trabajar en territorios en donde la gente ya vivía desde hace tiempo, sin lugar a dudas ellos son los primeros actores que tienen que estar presentes e involucrarse en los procesos de restauración ecológica.

Es importante saber qué quieren las comunidades, qué les interesa y cuáles son los objetivos para compaginar los objetivos ecológicos con los sociales. Hacia eso va el enfoque de la restauración a nivel mundial: la parte participativa y productiva, que no sea solo contemplar que el ecosistema se recupere, también importa que la gente obtenga beneficios mientras se da la recuperación ecológica. Ellos tienen que seguir interactuando con sus ecosistemas y por eso hay que vincular todos los intereses desde un principio.

En muchos procesos de restauración dicen que la comunidad participa, pero esa participación se limita a que a la gente se le emplea como mano de obra en la implementación del proyecto; son los que hacen el trabajo fuerte de campo, como sembrar y limpiar. En realidad eso no es participación comunitaria, eso es un trabajo que, claro, hay que reconocer y al que se le debe dar una estímulo económico. Un proyecto de restauración no puede quedarse solo con eso. Desde un principio, hay que invitar e integrar a la comunidad para saber qué quieren y cómo se pueden vincular en la toma de decisiones a partir de la información científica existente.

La investigadora organiza con las comunidades los trabajos de restauración. Foto: Cortesía Pilar Gómez Ruiz.

—¿Cuáles han sido las principales enseñanzas al trabajar con las comunidades de Pantanos de Centla?

—Ellos tienen un conocimiento impresionante del mundo natural, tú puedes pasar años leyendo libros, artículos científicos y lo que quieras, pero ellos tienen una claridad y, además, una facilidad impresionante para explicarte las cosas. He aprendido muchísimo de ellos sobre cómo viven su ecosistema. Eso es algo que, desde la perspectiva científica-académica, uno no alcanza a dimensionar.

En este 2022, cuando publicamos un artículo científico sobre este proceso fuimos a presentarlo con las comunidades. Para mí fue muy emocionante. Ellos veían las fotos y decían: “Nunca nos imaginamos estar en en esto”. He aprendido mucho de ellos sobre esa humildad y sencillez, además de la resiliencia que tienen para adaptarse a condiciones de vida a veces tan complejas. De vez en cuando, uno como académico se agota y frustra, pero la gente te enseña que no, que a pesar de la adversidad uno tiene que ser constante y vivir mucho el presente.

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Trabajos de restauración de manglares realizados por la comunidad. Foto: PNUD México | Robin Canul.

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—¿Cuál fue el contexto que encontró en la Reserva de la Biósfera de Pantanos de Centla cuando comenzó a trabajar en la zona?

—Primero, la inminente y obvia realidad: las áreas naturales protegidas en México no son zonas prístinas; en todas hay comunidades que, incluso, están antes de que esos lugares se decretaran como zonas protegidas. Por lo tanto, quienes ahí viven ya tienen usos y costumbres en esos territorios que han compaginado con las reglas de administración de las áreas naturales protegidas. Es un reto llegar a trabajar con estas comunidades, porque tienes que adaptarte a su forma de vida, pero también a lo que te exigen los planes de manejo de las áreas naturales protegidas.

La Reserva de la Biósfera de Pantanos de Centla es atravesada por el Grijalva-Usumacinta, uno de los ríos más importantes y caudalosos del país, y lo que afecta mucho a las comunidades de la zona, y cada vez más, son las inundaciones. La accesibilidad a sus territorios es compleja. Cuando suceden estas inundaciones, ellos quedan prácticamente aislados. Además de todo el impacto humano, provocado por las obras de infraestructura, tenemos que el impacto por los eventos climáticos que ahora son cada vez más intensos.

En el monitoreo de las acciones de restauración, también participan las comunidades. Foto: Cuauhtémoc Moreno.

—Para construir la refinería de Dos Bocas, que se encuentra cerca de Pantanos de Centla, se taló manglar, ¿eso ya tuvo consecuencias negativas en las comunidades que están dentro de la reserva?

—En términos funcionales ecológicos, Pantanos de Centla abarca el complejo de humedales más grande de Mesoamérica, además es una zona clave porque conecta los manglares del Golfo de México con los de la Península de Yucatán. Así que (la construcción de) Dos Bocas sí ha tenido un impacto fuerte a nivel regional, porque se está reduciendo el área de este corredor biológico que utilizan muchísimas especies de la zona y se está perdiendo conectividad ecosistémica, lo cual también afecta la provisión de múltiples servicios ecosistémicos.

—¿Qué tan difícil es restaurar un manglar?

—Sí es difícil, y depende mucho de la escala espacial que se pretenda restaurar. Hay estudios que señalan que en los primeros cinco años se empieza a evidenciar una recuperación funcional del ecosistema, más rápido que la estructural. No vas a ver un bosque de manglar maduro en cinco años, pese a que los manglares tienen una tasa de crecimiento rápida; en los primeros cinco años sí es posible empezar a recuperar funciones ecológicas, como el mejorar la calidad del agua y ser un refugio para diversas especies. Esos procesos se empiezan a dar a corto plazo, aunque son menos evidentes. Entre los cinco y diez años se empiezan a ver cambios importantes en la composición y la estructura que van a configurar el bosque de manglar recuperado.

De lo más difícil de restaurar un manglar es el trabajo en campo, porque es una tarea física supremamente pesada: tienes el lodo hasta el ombligo, el calor y los mosquitos.

La investigadora Pilar Gómez Ruiz (Izquierda) toma muestras, durante una jornada de trabajo de campo. Foto: Cortesía Pilar Gómez Ruiz.

—¿Cuáles son los planes que tienen en la Red Mexicana para la Restauración Ambiental?

En México, uno de los principales retos que se tienen en el tema de la restauración es la falta de un plan nacional, una política rectora que oriente las acciones de instituciones públicas y privadas, porque hasta ahora los trabajos cada quien los hace por su lado. Ahí se han perdido muchos esfuerzos que se hubieran podido potencializar si todos tuviéramos una estrategia nacional con objetivos y metas, pero hasta la fecha, México no la tiene.

Tenemos un consejo asesor de expertos de distintos ecosistemas, en trabajan varias regiones del país, interesados en aportar en la elaboración de este plan o estrategia nacional de restauración. Para nosotros ese es un tema urgente. Desde la academia podemos seguir haciendo investigación para generar más conocimiento científico, pero necesitamos reforzar la parte legal, para que haya un marco regulatorio definido y seguir avanzando en la implementación de acciones de restauración a una escala más amplia. Esa es una de nuestras metas: la incidencia en políticas públicas y, obviamente, seguir promoviendo la restauración como una práctica bien hecha que incluya fases de planeación, diagnóstico, implementación y monitoreo.

Colombia, Ecuador y Brasil son países que ya tienen planes nacionales de restauración. México necesita generar su propia estrategia en el corto plazo. Para lo cual, también será fundamental hacer sinergias con otros sectores de la sociedad.

La investigadora y habitantes de la zona realizan trabajo de campo en Pantanos de Centla, Tabasco. Foto: Cortesía Pilar Gómez Ruiz.

—¿Qué se pierde cuando se degrada un ecosistema?

—Además de los componentes biológicos, como las especies y el hábitat, perdemos muchos servicios ambientales de todo tipo, dese aquellos que regulan el clima o la calidad del suelo. Además, se pierden muchos de los servicios culturales asociados.

Cuando perdemos un ecosistema, estamos perdiendo calidad de vida para nosotros; estamos quitando el hábitat de muchas especies, como los polinizadores y dispersores, de los cuales depende, por ejemplo, la comida con la que nos alimentamos. Estamos perdiendo la fertilidad del suelo que se utiliza para la siembra de muchos de los productos que consumimos, la calidad del agua y también su almacenamiento. Perdemos mucho más de lo que se ve a simple vista.

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Integrantes de las comunidades participan en la restauración de los manglares. Foto: PNUD México | Cuauhtémoc Moreno.

—¿Trabajar en la restauración de ecosistemas y mirar que es posible hacerlo es abonar a la esperanza?

—Para mí, la restauración es una oportunidad única de aplicar la ciencia a los problemas reales de la sociedad. Es un puente muy especial: el conocimiento generado se puede llevar a la práctica para recuperar un ecosistema y, al mismo tiempo, recuperar el bienestar y la calidad de vida de muchas personas. La restauración debe trabajarse con mucho respeto por nuestros recursos naturales y hacerse con rigurosidad para lograr la recuperación deseada, lo cual sí da esperanza.

—¿La restauración de ecosistemas también implica la restauración de las sociedades, el recuperar una convivencia más armónica con los bienes naturales?

—Es abogar por la participación comunitaria o local; recuperar el conocimiento ecológico tradicional que se ha trasmitido por generaciones y que es una información muy provechosa para que los procesos de restauración funcionen y avancen. Sí, la restauración ecológica también tiene que ver mucho con la recuperación del tejido social.

* Imagen principal: Habitantes de comunidades que se ubican en la Reserva de la Biósfera Pantanos de Centla y que participan en la restauración del ecosistema. Foto: Cortesía Pilar Gómez Ruiz.

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