Noticias ambientales

Comunidades de Intag en Ecuador protegen un “arrecife de coral terrestre” y se enfrentan a un gigante minero

  • Durante casi 30 años, las comunidades han trabajado para preservar, restaurar y defender los bosques nubosos del valle de Intag, en Ecuador, en lo que la gente del lugar denomina como el movimiento de resistencia contra la minería más largo e ininterrumpido de Latinoamérica.
  • La empresa chilena Codelco, la mayor productora de cobre del mundo, planea abrir una mina en el valle de Intag que destruiría bosques primarios y se situaría dentro de la zona de amortiguamiento de la Reserva Ecológica Cotacachi Cayapas —un plan que, los expertos dicen, sería ecológicamente devastador y no merecería la pena—.
  • Las comunidades aprovechan la presencia en el emplazamiento minero de dos especies de ranas amenazadas —que antes se creían extinguidas—para impugnar el proyecto en virtud de los "derechos de la naturaleza2.

Cientos de polillas se posan sobre una sábana blanca, iluminada como una falsa luna en el quieto y oscuro bosque. Plateadas y elegantes, polillas del tamaño de un puño con manchas en las alas, otras pequeñas, algunas exquisitamente camufladas en tonos neutros y unas más gritando su toxicidad en vivos colores.

Durante tres noches las atraemos con lámparas brillantes y observamos cómo emergen y bailan en la propiedad de Carlos Zorrilla, en el valle de Intag, al norte de Ecuador.

“Muchas noches veo algo que no había visto antes”, cuenta Zorrilla. “Después de todos estos años, sigo encontrando especies nuevas que no había visto en 20 o 30 años… Te haces una idea real de la biodiversidad de un lugar cuando haces algo así”.

Durante décadas, Zorrilla ha sido el líder en el esfuerzo por preservar, restaurar y defender los bosques nubosos de Intag. Él y otras personas del lugar aseguran que tienen el movimiento de resistencia contra la minería más largo e ininterrumpido de Latinoamérica.

En la propiedad que tiene en los bosques nubosos del valle de Intag, en Ecuador, Carlos Zorrilla observa las polillas posadas en una sábana iluminada. Foto: Liz Kimbrough/Mongabay.

Cuando Zorrilla nos da la bienvenida en el límite de su propiedad en un soleado día a finales de noviembre, su rostro no deja entrever décadas de lucha. Sonríe ampliamente bajo un tupido bigote blanco. Dos perros golden retriever le pisan los talones. “Bienvenidos al paraíso”, dice.

Paraíso es una descripción acertada.

Imagina una selva. Ahora enfríala, agrega niebla, cascadas y cubre todo con musgo y orquídeas. Elimina la mayoría de los mosquitos. Estás en los bosques nubosos de los Andes tropicales. Este ecosistema, que atraviesa Bolivia, Perú, Venezuela, Colombia y Ecuador, alberga casi una sexta parte de todas las especies vegetales del planeta y más especies de aves que toda América del Norte.

Pasando la ordenada casa blanca de Zorrilla y el desordenado jardín, una parcela de hierba desciende hasta una vista impresionante: una fortaleza de bosque que se eleva en picos a través del valle. “Todo lo que se ve es una reserva privada. Solía estar designado como Bosque Protector, pero el gobierno lo sacó de la lista”, comenta Zorrilla, mientras levanta una ceja.

Trees in the topical Andes are draped with moss, bromeliads, ferns and orchids. Photo by Romi Castagnino.
Los árboles de los Andes tropicales están cubiertos de musgo, bromelias, helechos y orquídeas. Foto: Romi Castagnino/Mongabay.

La relación de Ecuador con sus bosques es compleja. Cuando Zorrilla se trasladó a este lugar hace más de 40 años (él es cubano, pero vino de California), gran parte de la región ya había sido deforestada.

En la década de los sesenta, para fomentar el desarrollo, el gobierno consideró “improductivas” las propiedades forestales sin ocupantes humanos y las abrió a los acaparadores de tierras. A su vez, se obligó a los propietarios a desbrozar al menos el 50 % de la tierra para demostrar que estaba en uso. Estas leyes agrarias provocaron una oleada de deforestación que se prolongó hasta la década de los noventa.

Como resultado, queda menos del 15 % de los bosques nubosos originales de Ecuador y solo el 4 % de todos los bosques del noroeste del país.

Con la videógrafa de Mongabay Romi Castagnino visitamos el valle de Intag para nuestra serie Potencial de Conservación, que investiga los esfuerzos de conservación establecidos en lugares que los expertos consideran de alta prioridad para la preservación de la biodiversidad.

Lee más  | Las deudas ambientales de Ecuador en el 2022: derrames de petróleo, sentencias no cumplidas y el impacto imparable de la minería

Los Andes tropicales son considerados el punto crítico de mayor biodiversidad del mundo (lugares con altos niveles de diversidad que han perdido más del 70 % del hábitat). El ecosistema ocupa el primer lugar en diversidad de plantas, aves, mamíferos y anfibios de los 36 puntos críticos identificados en el mundo hasta la fecha, y más de la mitad de las especies no se encuentran en ningún otro lugar del planeta.

Pumas (Puma concolor), osos de anteojos (Tremarctos ornatus), tapires de montaña (Tapirus pinchaque), monos aulladores de manto (Alouatta palliata), el mono araña de cabeza marrón (Ateles fusciceps fusciceps) —en Peligro crítico de extinción— y el colorido tucán andino piquilaminado (Andigena laminirostris) son solo algunas de las especies amenazadas más carismáticas que viven aquí.

3-Rupicola-peruvianus-1200×8006-Ateles-fusciceps-fusciceps-1200×8007-Andigena-laminirostris-1200×8008-Sigmatostalix-eliae-1200×8005-Alouatta-palliata-1200×8002-Chamaepetes-goudotii-1200×8004-Tremarctos-ornatus9-cloud-forest-ecuador-1200×800

“Los bosques nubosos tropicales son la versión terrestre de los arrecifes de coral”, dice Walter Jetz, profesor de Ecología y Biología Evolutiva y director del Centro de Biodiversidad y Cambio Global de Yale. “Albergan la mayor concentración de diversidad de especies terrestres del planeta en una superficie ya de por sí pequeña y en continua disminución”.

Nuestra primera incursión en las profundidades de este “arrecife de coral terrestre” es dirigida por Roberto Castro, guía naturalista local, educador medioambiental y amigo y vecino de Zorrilla. Castro conoce la selva como solo puede hacerlo alguien que ha vivido allí toda su vida.

“Aquí está el árbol sangre de drago… su savia roja [es] una cura para muchas dolencias”, cuenta. “Aquí está el árbol Cecropia, que vive en sociedad con las hormigas”.

Nos muestra una flor blanca que comparte su néctar con una sola especie de murciélago y suelta sus semillas en una gran explosión una vez que se gasta el néctar. Vemos la pava maraquera (Chamaepetes goudotii), un ave terrestre de gran tamaño que solo pone uno, quizás dos, preciados huevos al año. El famoso gallito de las rocas (Rupicola peruvianus) grita, con su canto entre el de un loro y el de un cerdo que chilla. En el bosque nuboso, una sola hoja es un escenario dramático: hormigas que crían pulgones, líquenes que avanzan lentamente contra el musgo. El bosque rebalsa vida…

Roberto Castro, naturalista, activista y granjero que ha vivido toda su vida en el valle de Intag. Foto: Romi Castagnino/Mongabay.

Nos detenemos en una arboleda de enormes plantas oreja de elefante, el doble de altas que una persona. “Estas plantas nos dicen que el agua es abundante”, comenta Castro. El sendero del agua nos lleva a una cascada de 10 metros. Castro se mete en el arroyo y saca un minúsculo castillo submarino hecho de guijarros.

“Este es el hogar de las larvas de la polilla”, nos muestra. “Es una naturaleza perfecta de la que podemos aprender”.

En la década de los noventa, Carlos Zorrilla se dio cuenta de que era crucial proteger la inmensa riqueza de vida del lugar. Sin embargo, la idea de “conservación de la biodiversidad” no era particularmente atractiva para la población local en ese momento. Lo que resonaba era el agua.

Los bosques nubosos capturan la humedad de las nubes que pasan y esa agua que cae aporta hasta la mitad de la precipitación total que llega al suelo. El bosque filtra el agua y evita que el suelo se erosione a medida que el agua se desplaza río abajo.

En las décadas posteriores a la pérdida de la mayor parte de los bosques del lugar, los habitantes de la zona informaron que el suministro de agua era cada vez menor, los caudales no eran fiables y el agua estaba más sucia y más contaminada. Zorrilla dice que la comunidad, que dependía en gran medida de la agricultura a pequeña escala, se unió en torno a la conservación de los bosques cuando vincularon los bosques sanos con el agua limpia y abundante.

Roberto Castro bajo una arboleda de plantas oreja de elefante, que crecen en donde abunda el agua. Foto: Liz Kimbrough/Mongabay.

Zorrilla y otros miembros de la comunidad crearon en 1995 el grupo ecologista Defensa y Conservación Ecológica de Intag (DECOIN). Desde entonces ha ganado el Premio Ecuatorial de las Naciones Unidas por sus numerosos logros.

DECOIN ayudó a las comunidades a establecer 38 reservas forestales a pequeña escala que, en conjunto, protegen casi 12 000 hectáreas de bosque dentro de la zona de amortiguamiento de la Reserva Ecológica Cotacachi Cayapas. Algunas de estas reservas protegen cuencas que benefician a miles de habitantes locales.

La organización alemana GEO schützt den Regenwald e.V. y la ONG con base en el Reino Unido Rainforest Concern ayudaron a financiar la compra de tierras. Rainforest Concern es propietaria de una reserva, pero el resto pertenece a las comunidades y los gobiernos parroquiales.

En Intag, las comunidades son unidades administrativas autodefinidas, cuyo líder es designado por los residentes. Cada comunidad decide la mejor manera de proteger los bosques. La mayoría incluye acuerdos que prohíben actividades como la quema, la ganadería, la minería, la caza, los cultivos o la recolección de cosas para vender.

Lee más | “Esta COP tiene que demostrar que aún cuando estamos en tiempos de crisis, el proceso sigue vivo” | ENTREVISTA a Manuel Pulgar Vidal

En los años ochenta, una expedición financiada por el gobierno belga descubrió reservas potenciales de cobre en Intag, por lo que la compra de tierras también fue una estrategia para disuadir el desarrollo minero. Incluso, cuando la tierra es de propiedad privada en Ecuador, el gobierno sigue teniendo derechos sobre los minerales del subsuelo, pero las tierras ocupadas, sobre todo cuando le pertenecen a la comunidad, pueden ser mucho más difíciles de invadir.

Isuaro Bolaños sostiene tierra de un bosque que él y otros replantaron. Foto: Romi Castagnino/Mongabay.

Además de proteger los bosques intactos, las comunidades también los restauraron. Lo hicieron más que nada manteniendo el ganado y las hierbas invasoras fuera de las tierras de pastoreo y dejando que la naturaleza siguiera su curso. Mientras haya bosques cerca, las aves y los mamíferos esparcirán semillas en los pastos y, con el tiempo, el bosque volverá a crecer. Este proceso es conocido como regeneración natural o asistida.

Algunas comunidades restauraron los bosques de manera más activa plantando árboles. En total, plantaron más de 75 000, y restauraron así 70 hectáreas de tierra. Desde que comenzaron estos esfuerzos a principios de la década del 2000, ha habido un aumento neto de la cubierta forestal del 3 % en la región de Intag.

“Curiosamente, tras restaurar las tierras comunales, muchas personas empezaron a plantar árboles y a permitir que los bosques se recuperaran en las granjas, y la cubierta forestal aumentó alrededor de las vías fluviales, caminos y granjas”, se comenta en un informe de Restor y Forestoration International compartido con Mongabay. “Estas actividades no contaron con el apoyo directo de DECOIN, sino que tendieron a surgir de forma orgánica cuando la gente vio los beneficios de plantar árboles”.

Mongabay visitó la más grande de estas zonas de reforestación activa, cerca de la localidad de Peñaherrera. Allí conocimos a Isuaro Bolaños, un agricultor que dirigió los esfuerzos para replantar el bosque.

Bolaños y otros miembros de la comunidad plantaron más de 60 000 árboles en laderas que en un principio eran bosques, pero que se habían convertido en tierras de pastoreo décadas atrás. Trabajando durante seis meses cada año entre 2008 y 2013, decenas de miembros de la comunidad plantaron 22 especies autóctonas y una exótica, en lo que Bolaños describe como “un trabajo muy duro”.

Cerca de Peñaherrera, Ecuador, las comunidades plantaron más de sesenta mil árboles (derecha) y reforestaron un antiguo pastizal (izquierda). Foto: Romi Castagnino/Mongabay.

El resultado es impresionante. Ahora, un frondoso bosque se extiende por el filo. Las lagartijas se escabullen entre la hojarasca que está bajo grandes árboles y las ranas se esconden en los arroyos de aguas limpias. Esa agua dulce sirve de sustento a 14 granjas familiares, según dice Bolaños, pero todos los que viven río abajo también se benefician, incluidos más de 200 hogares y la escuela local.

“Todos pensaban que estaba loco”, dice Bolaños. “Pero ahora tenemos este bosque y tenemos agua limpia”.

Tres décadas de resistencia

Sin embargo, la riqueza de Intag en la superficie rivaliza con otro tipo de riqueza en el subsuelo: el cobre.

Es probable que estemos más cerca del cobre de lo que creemos. El cobre se utiliza en cables, tuberías de gas y fontanería, sistemas de climatización, piezas de aviones, piezas de automóviles (cada vez más en vehículos eléctricos), herramientas, engranajes, rodamientos, muebles, monedas, artesanías, utensilios de cocina y mucho más. Algunos predicen un aumento del 300 % en la demanda de cobre para el 2050.

En 1996, la empresa minera japonesa Bishimetals, filial de Mitsubishi Corporation, encontró indicios de enormes yacimientos de cobre en el valle de Intag.

La compañía publicó un estudio preliminar de impacto ambiental que demostraba que incluso una mina a pequeña escala en este lugar podría causar deforestación a gran escala, contaminar los ríos con metales pesados tóxicos y exigiría la reubicación de cientos de familias de cuatro comunidades.

Lee más | Minería ilegal de oro cobra la vida de una defensora ambiental en Ecuador y desata violencia

En 1997, las comunidades locales reaccionaron quemando de forma completa el campamento minero de Bishimetals. Nadie resultó herido en el incidente, pero fue suficiente para que la empresa se retirara.

El movimiento de resistencia de Intag contra la minería ha sido objeto de decenas de artículos y seis documentales, incluyendo el galardonado Under Rich Earth. La historia es compleja, así que a continuación exponemos lo más destacado.

Miembros de la comunidad impiden la entrada en la reserva de Junín a guardias de seguridad contratados por la empresa minera Copper Mesa Corporation (2006). Foto: Elisabeth Weydt.

Tras la retirada de Bishimetals en 1997, las cosas se calmaron hasta que la empresa minera canadiense Copper Mesa Corporation (antes llamada Ascendent Copper) entró en escena en 2004.

La empresa intentó durante cinco años llevar a cabo el proyecto y utilizó paramilitares y violencia, según cuenta Zorrilla a Mongabay. Relata cómo, durante este período, se escondió en el bosque mientras que hombres con ametralladoras (supuestamente la policía contratada por la empresa minera canadiense) asaltaban su casa.

Su vecina, Norma Bolаños, líder local de la asociación de mujeres artesanas, cuenta a Mongabay que los vio en la carretera con las armas dirigiéndose hacia la casa de Zorrilla y lo llamó al teléfono de su casa. “Fue un milagro que sonara su teléfono y él estuviera cerca”, relata Norma. “Solo tenía unos minutos para escapar”.

Sin embargo, al final, las comunidades expulsaron a la empresa canadiense, que “tuvo que abandonar el proyecto debido a la fuerte resistencia de la comunidad”, escribió Zorrilla en una publicación de 2022 para el sitio web de DECOIN.

Esta resistencia tuvo lugar en las calles, pero también en los tribunales. DECOIN ayudó a los residentes a presentar una demanda contra la empresa minera y contra la Bolsa de Toronto por complicidad en las violaciones de derechos humanos basadas en las acciones de Copper Mesa. Como resultado, en 2010, la Bolsa de Toronto excluyó a Copper Mesa Mining Corporation.

La presencia de Codelco

Ahora, las comunidades se enfrentan a la mayor productora de cobre del mundo, la chilena Codelco, que se ha asociado con la Empresa Nacional Minera (ENAMI EP), empresa minera estatal de Ecuador, y ha invertido millones en exploraciones mineras avanzadas en todo Intag, en particular, en la concesión minera de 5 000 hectáreas conocida como Llurimagua.

La concesión de Llurimagua incluye 43 cabeceras de ríos y arroyos, así como bosques primarios y secundarios. Se encuentra en la zona de amortiguación de la Reserva Ecológica Cotacachi Cayapas, un punto crítico de biodiversidad reconocido internacionalmente y que alberga decenas de especies amenazadas.

“Ahora, 28  años después, aquí estamos. Seguimos resistiéndonos al desarrollo minero”, dice Zorrilla.

Los habitantes de Intag dicen que Codelco también ha recurrido a tácticas violentas para reclamar la tierra. Presuntamente, funcionarios contratados por la empresa “ingresaron violentamente en la reserva comunal en mayo de 2014, tras detener a un manifestante local y líder de la resistencia”, cuenta Zorrilla. De acuerdo con varios miembros de la comunidad con los que habló Mongabay, alrededor de 400 militares y policías utilizaron la fuerza para asegurar la presencia de Codelco y ENAMI en la concesión minera.

“Se quedaron durante meses y violaron derechos humanos fundamentales”, afirma Zorrilla.

Javier Ramírez era el presidente de la comunidad de Junín en 2014 cuando fue detenido por “sabotaje y rebelión contra el Estado”. Fue condenado a ocho años de prisión, pero liberado a los 10 meses debido a la presión pública.

“Nunca había salido de mi comunidad, nunca había dejado a mi mujer, ni a mis cuatro hijos… Nunca en la historia de mi familia se había encarcelado a un miembro. Era como en las novelas”, dijo Ramírez en una entrevista con Re:wild. “No podíamos creer que me hubieran encarcelado sin cometer ningún delito, solo por ser un defensor de la naturaleza”.

Codelco persistió y acampó en la Reserva Comunitaria de Junín, una zona de bosque primario antiguo de 1 440 hectáreas situada en la zona de amortiguamiento de la Reserva Ecológica Cotacachi Cayapas. La reserva comunitaria es propiedad de los habitantes de Junín, quiénes la administran con fines de investigación y ecoturismo.

Roberto Castro y su hijo miran hacia Junín, donde Coldeco quiere abrir una mina de cobre. Foto: Romi Castagnino/Mongabay.

Aquí, Codelco ha intensificado su búsqueda de cobre, por lo que taló árboles y supuestamente contaminó el agua al excavar muy profundo en el suelo forestal en busca de yacimientos de cobre.

“Codelco, con la complicidad demostrada de los reguladores estatales, contaminó ríos y arroyos vírgenes y deforestó bosques milenarios”, escribió Zorrilla en una publicación de 2022 para DECOIN.

En nuestro paseo con Roberto Castro, subimos desde el bosque primario por encima de la casa de Zorrilla hasta una cresta de mayor altitud. Desde allí, él señala el valle. “Eso es Junín. Si abren la mina allí, contaminará el agua. ¿Sientes la brisa de esa dirección? Contaminará nuestro aire. Cambiará todo”.

Junín y el campamento minero

Al día siguiente nos subimos al auto y nos dirigimos a Junín, una comunidad a unas dos horas en coche de la casa de Zorrilla y zona cero de la exploración minera en Intag. Pasamos por fuentes termales, cruzamos el río y pasamos rápido por decenas de cabañas y sitios para turistas deseosos de explorar este paraíso verde.

A medida que nos acercamos a Junín, el paisaje se vuelve más agrícola, con bosques mezclados con pastos y cultivos. El pueblo de Junín es pequeño, con menos de cincuenta familias. Pasamos junto a una ordenada escuela azul y blanca.

“Codelco pintó la escuela”, comenta Orlando Villalba, nuestro conductor. “Las empresas mineras harán mejoras como esta para ganarse a las comunidades”, dice Zorrilla. “Pero todo es mentira”.

Llegamos a Ecocabañas Junín, un albergue de dos plantas construido y administrado por completo por las comunidades locales de Junín y Chalguayacu, mediante una asociación que redistribuye los beneficios entre las familias que la integran. Las paredes de madera resplandecen y abundan los colibríes.

Aquí nos reunimos con los miembros de la comunidad Marcia Ramírez e Israel Pérez. Ramírez se unió a la resistencia en los inicios de esta, cuando tenía 12 años. Desde entonces se ha convertido en una firme defensora del bosque. Hoy, Ramírez nos cuenta sobre la creciente división que Codelco ha causado en su comunidad.

Dice que la empresa prometió puestos de trabajo y capacitación, pero que son empleos pesados y a corto plazo. Ha convencido a la gente de que venda sus casas y terrenos por mucho menos de lo que valen, añade, lo que les impide encontrar otro lugar con un estilo de vida similar. Codelco hizo algunas mejoras en el pueblo, tales como pintar algunos edificios, pero, según Ramírez, esto ha tenido un costo elevado.

“Nuestro territorio era muy pacífico hasta que llegó esta empresa minera”, dice. “Antes de esto, había paz; ahora hay desconfianza”.

Miembros de las comunidades de Junín y Apuela le cuentan a Mongabay que la minería ha causado divisiones en sus comunidades. “Estamos preocupados”, dice Pérez. “Está dividiendo a las familias”.

Una de las al menos noventa plataformas de perforación dentro de la reserva de Junín. Algunas de estas perforaciones profundas alcanzaron aguas termales calientes que, contaminadas con arsénico y otros elementos tóxicos, se abrieron paso hasta el nivel del suelo, lo que afectó al ecosistema alrededor de las plataformas. Foto: Romi Castagnino/Mongabay.

Esa noche llega un grupo de estudiantes de maestría de la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito y el ambiente se vuelve jubiloso, como un campamento de verano para adultos. El grupo está dirigido por William Sacher, profesor e investigador del Área de Ambiente y Sustentabilidad de la universidad. Ha estudiado la minería a gran escala y los impactos de esta, desde perspectivas interdisciplinarias, por más de 15 años; ha escrito numerosos libros y artículos sobre el tema.

Por la mañana, nos subimos todos en la parte de atrás de un camión como si fuéramos ganado y nos dirigimos a la Reserva Comunitaria de Junín. Aunque la tierra es propiedad de la comunidad, Codelco nos obliga a registrarnos en la entrada y dos empleados nos acompañan durante la caminata.

Los empleados de Coldeco nos acompañan en nuestro paseo por la reserva de Junín hasta una de las tantas cascadas grandes. Foto: Liz Kimbrough/Mongabay.

Nuestra empinada caminata de ocho kilómetros nos lleva a la base de cuatro espectaculares cascadas y a través de un denso bosque primario. Llegamos a un gran claro donde montículos de tierra están cubiertos de enredaderas y arbustos. Sacher explica que este claro es el resultado de un desprendimiento de tierras provocado por la exploración minera.

“Los mineros y los funcionarios estatales dirán que fue consecuencia de las fuertes lluvias”, afirma Sacher en un mensaje luego de la visita. “Yo digo que no hay señales en ninguna parte de un suceso reciente de este tipo en toda la cuenca y dado que ocurrió justo después de que empezaran a perforar en esta zona en concreto, es probable que el desprendimiento sea consecuencia directa de la perturbación de la ladera y de las vibraciones relacionadas con la perforación y otras actividades de exploración minera”.

Lee más | La Amazonía ecuatoriana ha perdido más de 623 mil hectáreas en dos décadas | INFORME

Codelco ha instalado al menos 90 plataformas de perforación dentro de la reserva y excavado hasta profundidades de 1 200 metros. Algunas de estas perforaciones profundas alcanzaron aguas termales calientes a alta presión, sostiene Sacher, y esta agua caliente, contaminada con arsénico y otros elementos tóxicos, se abrió paso hasta el nivel del suelo, lo que afectó al ecosistema que rodea las plataformas de perforación.

Codelco está actualmente a la espera de la aprobación de una nueva evaluación de impacto ambiental, para ampliar la exploración dentro de la concesión minera Llurimagua y casi duplicar el número de plataformas de perforación.

Desde 2015, Sacher y la comunidad realizan un seguimiento comunitario independiente de la calidad de las aguas superficiales de la reserva. “El agua tendió a acidificarse durante la campaña de exploración”, afirma. “Las concentraciones de metales pesados, en particular, la concentración de zinc, de cobre y de arsénico, aumentaron de manera significativa durante el tiempo que la empresa estuvo realizando trabajos en esta zona”.

Mongabay se puso en contacto con Codelco para solicitar comentarios, pero no recibió respuesta.

Luego de que varios pozos mineros fueran perforados aguas arriba de esta cascada en la reserva de Junín (2018), el agua pasó de ser transparente a roja, afirman los residentes de la zona. Foto: DECOIN.

Un lugar terrible para una mina

El cobre se extrae a cielo abierto. Esto significa que hay que eliminar los árboles y la vegetación y traer grandes máquinas para excavar enormes cantidades de tierra y acceder al mineral. El procesamiento del mineral de cobre para obtener el metal puro requiere mucha energía y agua. Además, genera residuos tóxicos que deben almacenarse.

Los costos medioambientales y humanos de la minería, sobre todo si algo sale mal, pueden ser catastróficos, como han demostrado los recientes desastres ocurridos en Brasil, la República Democrática del Congo y México.

Además de la deforestación, la minería a gran escala puede contaminar el aire, el suelo y el agua. Cuando el agua fluye a través de las minas y recoge sustancias nocivas como el azufre y metales pesados, se le llama drenaje ácido de minas y puede producirse en minas abandonadas o activas si no se administran con cuidado.

“Todas estas contaminaciones [están] bien documentadas, y toda la gente de aquí va a sufrir por ello”, sostiene Sacher.

También está el problema de los abundantes residuos de las minas, a menudo almacenados en grandes piscinas y fosos de residuos conocidos como diques de estériles. No es una gran idea en una región escarpada, húmeda y con actividad sísmica, dice Sacher. “Es realmente el peor cóctel que se puede tener para implementar este tipo de actividad”.

Una mina de cobre en Rumania. Foto: Cristian Bortes, mediante Wikimedia Commons (CC BY 2.0).

Sacher sostiene que la minería en Ecuador, en particular en el valle de Intag, no es más que una mala idea. Aparte de los terremotos, las lluvias y las pendientes pronunciadas, la infraestructura para la extracción de cobre a gran escala simplemente no existe. Y es un país con muchas otras opciones de desarrollo.

“Es una muy mala elección desarrollar la minería a gran escala en un país tan rico”, afirma Sacher. Ecuador es rico en suelos, ecosistemas, potencial agrícola, diversidad genética, potencial turístico e incluso en el potencial farmacológico o medicinal de sus plantas.

“Si en realidad se hacen las cuentas solo en términos de costo-beneficio, si se tienen en cuenta los costos de la minería a gran escala, superan a los beneficios”, dice el profesor.

La organización estadounidense sin fines de lucro Earth Economics hizo este mismo análisis de costos-beneficios en 2011 y determinó que “los costos sociales y medioambientales del cobre son muy superiores al valor del cobre en sí”.

Valoró los servicios ecosistémicos en Intag, tales como el agua, los alimentos, la regulación del clima, la retención del suelo, la polinización, el tratamiento de residuos, la recreación y la investigación científica, en 447 millones de dólares al año en 2011. Esa cifra es superior a los ingresos previstos para la extracción de cobre en la región, sobre todo cuando se incluye en el proyecto de ley la remediación ambiental.

“Ecuador no necesita ser un productor minero para crecer”, afirma Sacher. “Y la minería a gran escala es una actividad que [va a] destruir toda esta riqueza”.

Ranas, esperanza y derechos de la naturaleza

Al pie de una cascada, nos detenemos para recuperar el aliento y Zorrilla se adelanta. “Esto está cerca de donde encontraron las ranas”, dice.

Y aquí entra la esperanza.

Entre las decenas de especies amenazadas de los Andes tropicales, se han encontrado dos en esta reserva que no se encuentran en ningún otro lugar del planeta: el jambato esquelético (Atelopus longirostris) y la rana cohete resistencia de Intag, cuyo nombre fue elegido mediante un concurso. Ambas se creían extintas hasta que se las volvió a encontrar no hace mucho en la Reserva Comunitaria de Junín. Ahora, las ranas figuran en la lista de especies en peligro de extinción de la UICN, la autoridad mundial en la conservación de la vida silvestre.

El hallazgo de estas ranas le ha dado a la comunidad un argumento sólido para intentar detener legalmente el desarrollo minero en virtud de lo que se conoce como derechos de la naturaleza.

El jambato esquelético (Atelopus longirostris) en amplexo. Esta especie se daba por extinguida hasta que se volvió a encontrar en la Reserva de Junín. Foto: Luis A. Coloma.

En 2008, la nueva Constitución de Ecuador se convirtió en la primera del mundo en reconocer los derechos de la naturaleza. Esto significa que se reconoce a los ecosistemas y elementos naturales, como ríos y montañas, el derecho a existir, prosperar y evolucionar. La Constitución también estableció el derecho de los individuos y las comunidades a defender estos derechos en nombre de la naturaleza.

En Ecuador ha habido dos casos notables en los que se recurrió con éxito a los derechos de la naturaleza, lo que demostró que podían ser utilizados como una herramienta jurídica para proteger el medioambiente y los derechos de las comunidades.

En los últimos años, DECOIN trabajó con abogados para argumentar que el desarrollo minero violaba los derechos de la naturaleza al amenazar el hábitat de estas dos especies de ranas casi extintas.

En septiembre de 2020, las comunidades de Intag ganaron en el tribunal de primera instancia uno de los pocos casos que defendían los derechos de la naturaleza, pero el caso fue anulado en la Corte Provincial debido a un error de procedimiento.

Presentaron otro caso en 2021, argumentando a favor de los derechos de la naturaleza y atestiguando que no se consultó a las comunidades sobre la mina, lo que también garantiza la Constitución. Las comunidades perdieron este caso y luego apelaron.

El caso está ahora en un tribunal de apelación de tres miembros. Tras meses de retraso, en diciembre se nombró un nuevo juez. El nuevo juez quiere que se presenten de nuevo todas las pruebas, por lo que el proceso volvería a empezar. La próxima audiencia está prevista para el 23 de enero.

Zorrilla expresa su frustración por este contratiempo y por el tiempo y el dinero que les llevaría continuar la lucha, pero dice que persistirán.

“Las empresas mineras pueden presionar mucho a los jueces”, le dice a Mongabay Carlos Varela, abogado que representa a las comunidades, “así que sería una sorpresa si realmente recibimos un fallo positivo. Pero debido a la fuerza de nuestros argumentos, y basándonos en las pruebas, creemos que es posible”.

“No debería ser difícil imaginar el tipo de presiones a las que están sometidos los jueces que juzgan casos mineros en países como Ecuador”, escribió Zorrilla en 2021 para The Ecologist. “Me quito el sombrero ante los jueces que pueden soportar estas presiones y que eligen defender los derechos constitucionales por encima de la intimidación de los matones, en especial derechos tan novedosos como los derechos de la naturaleza”.

Conservación con café de por medio en el mercado dominical

El domingo nos dirigimos a la ciudad de Apuela para asistir al mercado semanal y visitar la oficina de DECOIN. La puerta da a una habitación, básicamente un garaje abierto a la calle. Dentro, entre carteles educativos, placas y premios, pancartas y libros —incluyendo Protecting Your Community Against Mining Companies and Other Extractive Industries (‘Proteja a su comunidad frente a las empresas mineras y otras industrias extractivas’) y una Guía de reforestación escrita por Zorrilla—, los miembros de la comunidad acuden a tomar café y conversar.

Carlos Zorrilla en la oficina de DECOIN en Apuela, Ecuador, con Jesús Prado, uno de los cuatro litigantes en el caso de los Derechos de la Naturaleza. Foto: Romi Castagnino/Mongabay.

Un granjero local llega y se queja de que un oso atacó a su vaca. Nos enseña una espantosa foto de las marcas de tajos sangrientos en el anca de una vaca marrón clara. Dice que el oso también se come su cultivo de maíz.

En la oficina coinciden con que los tajos parecen más bien un ataque de puma, coinciden en la oficina, pero, de cualquier manera, el problema es la falta de bosque, explica Zorrilla. Cuando los animales son empujados a fragmentos más pequeños de bosque y tienen menos para comer, es más probable que ataquen al ganado y propaguen enfermedades. Es ilegal matar a un oso andino, dice. Es mejor poner una valla y comprar un burro que haga ruido y lo ahuyente. Uno de los hombres de la sala dice que la parroquia podría ayudar a instalar vallas eléctricas y le pasa el número de teléfono.

A veces, así es como se hace la conservación: una simple charla tomando café en el mercado de los domingos. Potencial de Conservación, más allá de un mapa de distribución de la biodiversidad, se basa en la resistencia de la comunidad; un movimiento comunitario fuerte que dura décadas se construye sobre relaciones.

Edison Quilca, un joven naturalista y parte del gremio ecoturístico Guardabosque Intag-Toisán, pasa por la oficina. Está ansioso por hablarnos de su trabajo y algunas alternativas económicas a la minería en Intag.

El ecoturismo es una de ellas. La Reserva Ecológica Cotacachi Cayapas, justo al norte de Intag, es la segunda zona protegida más visitada de Ecuador.

Esta región también produce cacao y algunos de los cafés más apreciados del mundo. La Asociación Agroartesanal de Caficultores Río Intag (AACRI), creada con el apoyo de DECOIN y otras organizaciones, ha proporcionado una fuente de ingresos a muchos agricultores, así como un incentivo para plantar más árboles para el café cultivado a la sombra.

Norma Bolаños muestra uno de los bolsos que creó con cabuya. Foto: Romi Castagnino para Mongabay.

Hablamos con Norma Bolаños sobre Mujer y Medio Ambiente, un grupo de casi 50 mujeres de Intag que elaboran productos con cabuya, una fibra que producen a partir de la planta de agave y tiñen con tintes naturales. Las mujeres ganan precios justos por su trabajo y, dice Bolaños, están orgullosas de contribuir a sus hogares. Asegura que el colectivo ha fortalecido a la comunidad.

“Estamos más en comunicación con otras personas”, comenta. “Compartimos ideas […] antes estábamos solamente en el hogar en los quehaceres de la casa”.

Los proyectos de conservación en los que participan mujeres y los que abordan el género desde las fases de planificación y diseño tienen mejores resultados, según un informe de 2017 sobre género y gestión forestal sustentable.

Las mujeres han sido una parte vital del movimiento de planificación, siembra y resistencia en el valle de Intag.

Esperanza para el futuro

En Cotacachi, visitamos la casa de Cenaida Guachagmira. Tiene 28 años, la misma edad que el movimiento de resistencia, y conoce esta lucha de toda la vida. Recuerda que a los 12 años cuidaba a sus hermanos pequeños mientras sus padres y su hermano mayor iban a impedir que los mineros entraran en la selva. Su padre fue detenido y su hermano volvió ensangrentado.

Guachagmira tiene experiencia en muchas áreas. Es agricultora, empresaria, madre y activista. Pero cuando le preguntamos cómo llamarla para esta historia, nos dice: “Yo diría que mi título es defensora de la vida”.

Nos cuenta que muchos jóvenes están protegiendo el medioambiente en Intag y que las organizaciones locales han hecho un buen trabajo incluyendo y educando a los jóvenes. Ahora, algunos de ellos se están convirtiendo en líderes.

“Pero también nos satisface que las generaciones que van viniendo ya tengan esa visión de conciencia, esa visión de unificar la naturaleza con el ser humano”, dice. “No sentirse más que la naturaleza, sino más bien sentirnos parte de la naturaleza”.

En Intag, se ha avanzado en cuanto a mujeres emprendedoras que han comenzado sus propios negocios, agrega Guachagmira. “Sí cuesta esfuerzo, trabajo y sudor, pero estamos luchando por eso, porque estas mujeres sean visibles, porque estas mujeres sean valoradas por lo que hacen y por lo que hacemos”.

En general, su mensaje es que seguirán luchando.

Cenaida Guachagmira, activista en Intag. Foto: Romi Castagnino, para Mongabay.

“Las empresas tienen sus armas y nosotros nuestra dignidad”, dijo Guachagmira a Re:wild en una entrevista a principios de 2022. “Luchamos con la Constitución, la verdad y con nuestra convicción. No luchamos solo por nosotros, sino por toda la vida del planeta”.

Tanto Guachagmira como Zorrilla sostienen que las organizaciones y comunidades locales necesitan dinero para comprar tierras y proteger los bosques, ya que muchos más miembros de la comunidad quieren participar en la creación de reservas forestales y de cuencas hidrográficas. También necesitarían financiación para continuar con las campañas de educación medioambiental, pero por ahora, la mayor parte del dinero se destina a la defensa legal de la tierra y las comunidades.

Lee más | «Las precipitaciones pueden disminuir hasta un 40 % en la Amazonía si entramos al punto de no retorno» | ENTREVISTA

Los planes mejor trazados para grandes proyectos de conservación y restauración forestal como este y otros en todo el mundo pueden verse socavados y amenazados por contratiempos inesperados años después de iniciarse, como la minería, la tala ilegal, el robo de tierras y los incendios.

Los financiadores que quieran mantener la conservación a lo largo del tiempo deben ser flexibles y comprender que no todo el dinero puede destinarse a actividades como la plantación de árboles y actos que sirvan para sacarse buenas fotos. A menudo, las organizaciones comunitarias necesitan dinero para mantener encendidas las luces de sus oficinas, pagar abogados, contratar guardias y pagarse a sí mismas por años de incansable trabajo.

“A muchos de nosotros no nos pagan ni un centavo”, dice Guachagmira. “Pero estamos aquí con la convicción y la visión de saber que estamos haciendo el bien para la humanidad, de saber que estamos cuidando el agua y un río, una quebrada para los hijos de los hijos que vendrán… Eso es lo que nos sostiene. El dinero es una parte importante, pero también la fuerza de voluntad. Si hemos aguantado 25 años no ha sido solamente por el dinero. A mí no me pagan ni un centavo”.

Carlos Zorilla y sus perros caminan por el bosque en el valle de Intag, Ecuador. Foto: Romi Castagnino/Mongabay.

Terminamos nuestro viaje donde empezó, en el paraíso, en casa de Carlos Zorrilla. Me siento con él para repasar algunos detalles de su historia. Su memoria es enciclopédica: nombres, lugares, hectáreas, organizaciones, fechas. Pero en medio de los detalles, se entrecorta.

“A veces me desvelo por la noche”, dice, “deseando poder hacer más”. Nos quedamos en silencio, salvo por el lejano sonido de los pájaros y los vientos cargados de niebla.

“Me sorprende que no te hayas agotado después de 30 años”, le digo. “¿Cuál es tu secreto?”.

“Bueno”, dice Zorrilla, “formo parte de una comunidad, pero mi comunidad no es solo la gente. Son los árboles, los pájaros y todo esto. Soy parte de una comunidad ecológica y eso me alimenta… Y eso es justo lo que haces cuando formas parte de una comunidad. Simplemente ayudas”.

* Imagen principal: Roberto Castro. Foto: Romi Castagnino/Mongabay.

Liz Kimbrough es redactora de Mongabay. Encuéntrala en Twitter @lizkimbrough

Artículo original: https://news.mongabay.com/2023/01/in-ecuador-communities-protecting-a-terrestrial-coral-reef-face-a-mining-giant/

———

Videos  | La huella menonita: comunidades denuncian desalojo, tráfico de tierras y destrucción de sus bosques

Si quieres conocer más sobre la situación ambiental en Latinoamerica, puedes revisar nuestra colección de artículos.

YouTube video player

Si quieres estar al tanto de las mejores historias de Mongabay Latam, puedes suscribirte al boletín aquí o seguirnos en FacebookTwitterInstagram y YouTube.

Facebook | Tejer para conservar: mujeres kichwas usan artesanías para promover la protección de la fauna amazónica

Salir de la versión móvil