- Las rapaces forestales requieren de extensas superficies de bosque para poder alimentarse y encontrar lugares adecuados para nidificar.
- Los incendios forestales en Chile han afectado el hábitat del aguilucho de cola rojiza. Algunos bosques donde se han registrado nidos, actualmente están quemados.
- El equipo de expertos de la fundación Ñankulafquen, se adentra en lugares inaccesibles, dentro de quebradas y acantilados y escalan árboles de más de 30 metros para poder estudiar el comportamiento de estas aves que, en algunos casos, pueden medir hasta dos metros.
Cuando Tomás Rivas Fuenzalida era chico, jugaba siempre en el patio de su casa que daba a un campo abierto en un pueblo llamado Cañete, al sur de Chile. Como buen niño, cuenta, le gustaba copiar lo que hacían los más grandes que vivían en el barrio, así es que se paseaba con una resortera intentando apuntarle con piedras a los pájaros. Por suerte, dice, tenía mala puntería así es que, según recuerda, nunca logró derribar alguno. Un día, Rivas Fuenzalida aguardaba junto a una planta llamada trupa, la llegada de los picaflores que se acercaban a beber el néctar de sus llamativas flores rojas. Llegaron cinco, recuerda, y mientras intentaba bombardearlos con la resortera, los picaflores empezaron a volar a unos pocos centímetros de su cara. Quedó impresionado al verlos tan cerca con sus colores brillantes. Sin darse cuenta, bajó su resortera y se quedó mirándolos. Le pareció que era mucho más interesante y más entretenido observar a las aves, así es que le propuso a su hermano cambiar de juego. Empezaron a ver qué aves había en el patio y a conseguir libros. Un día llegó una rapaz a cazar un pájaro pequeño, un cernícalo probablemente. Rivas Fuenzalida se quedó pasmado. Desde entonces, su fascinación por las aves rapaces nunca ha decaído, todo lo contrario.
Ingresó a estudiar licenciatura en ciencias biológicas en la Universidad Austral de Chile, y aunque nunca terminó esos estudios, Rivas Fuenzalida se especializó en la investigación de aves rapaces con trabajos en Chile, Argentina, Perú y Ecuador. Actualmente es presidente de la Fundación Ñankulafquen que él mismo fundó para promover la conservación de este grupo de aves y sus hábitats, y este año fue uno de los tres ganadores de los Future for Nature Awards, un prestigioso premio internacional que reconoce el esfuerzo por proteger especies de animales y plantas.
—¿Cómo nace la Fundación Ñankulafkén?
—Me interesé por las aves rapaces de bosque porque son el grupo de aves rapaces menos conocidas en Chile. Son difíciles de estudiar y se sabe muy poco de ellas porque viven en ambientes estructuralmente complejos, donde es difícil acceder, por lo que es complicado seguirlas y encontrar sus nidos.
Empecé a estudiar primero el aguilucho chico (Buteo albigula) y luego, casi a la par, empecé a investigar sobre su pariente, el aguilucho de cola rojiza (Buteo ventralis).
Después de varios años, con un grupo de amigos y de colegas también preocupados por la conservación de las aves rapaces, decidimos crear la fundación Ñankulafkén con el objetivo de darle un aliento a largo plazo al trabajo que ya estábamos haciendo. También para buscar oportunidades de financiamiento, porque es bastante difícil conseguir recursos para trabajos de investigación y de conservación de especies sobre todo cuando no estamos asociados a una universidad o alguna institución académica.
—¿En qué situación de conservación se encuentran las aves rapaces?
—Depende mucho del tipo de ave. Hay algunas rapaces que se han visto beneficiadas por los cambios que ha producido el ser humano en los ambientes. Por ejemplo, las especies que viven en praderas o en campos abiertos como algunas especies de halcones, búhos o lechuzas y algunos aguiluchos también, se han visto beneficiados por la tala de bosques para abrir terrenos para agricultura.
—¿Porque pueden ver mejor sus presas?
—Ellas naturalmente viven en ambientes de pradera o de zonas desprovistas de bosques, entonces la agricultura les sirve porque les proporciona lugares donde pueden cazar. Por el contrario, todas las especies que están más íntimamente relacionadas con los hábitats boscosos, las rapaces forestales, se han visto amenazadas y han disminuido mucho su poblaciones a nivel global. De hecho, las rapaces forestales son las especies de aves más amenazadas que hay en este momento en el mundo, junto con los buitres del viejo mundo —afectados por químicos como el diclofenaco en Asia y África—. Ejemplo de ello son el águila arpía (Harpia harpija) que habita las selvas bajas de la cuenca amazónica y Centroamérica, o el águila inca (Spizaetus isidori), que es una de las especies que estoy estudiando en los bosques montanos de Perú. Estas aves, al ser muy grandes, requieren de extensas superficies de bosque para poder encontrar alimento y encontrar lugares adecuados para nidificar.
—¿Cómo es el trabajo de campo que realizan para lograr sortear la dificultad de acceder a ellas?
—Cuando empezamos a buscar una población, en primer lugar vemos imágenes satelitales para saber cómo es el terreno, como está distribuido el hábitat adecuado para la especie, donde están los parches de bosque más antiguos, los terrenos más quebrados que muchas veces es donde estas aves encuentran refugio y lugares adecuados para nidificar.
Luego vemos las redes de caminos que hay para llegar ahí. Llegamos al lugar y tratamos de buscar puntos de observación amplios del parche de bosque que queremos prospectar. Ahí viene una etapa que requiere de bastante paciencia, porque muchas de estas aves se mantienen perchadas dentro del bosque sin moverse durante muchas horas y hay que esperar las corrientes de viento, las horas donde empieza a calentar el sol para que se creen corrientes de aire ascendente donde ellas puedan planear. Ahí recién podemos verlas.
Por supuesto, también se requieren habilidades como saber distinguir con binoculares o con telescopio, a tres o cuatro kilómetros de distancia, las aves que nos interesan de todas las otras especies de aves rapaces que andan ahí. Empezamos a ver más o menos el rango de sus movimientos para tratar de encontrar sus nidos, todo esto evidentemente dentro de la época en que ellas se reproducen.
Lo que sigue es acercarse hasta tratar de encontrar el nido. Una vez que lo encontramos lo georreferenciamos y evaluamos la calidad del árbol para ver si se puede escalar. Muchas veces son lugares inaccesibles, dentro de quebradas y con acantilados, pero si se puede escalar, utilizamos equipo especializado como cuerdas, cascos y arneses. Es una actividad que requiere bastante técnica y esfuerzo físico.
Instalamos cámaras trampa en las ramas cercanas al nido para poder ver toda la actividad y conducta del animal: la época en la que pone el huevo, o los huevos dependiendo de la especie, qué tipo de presas está consumiendo, etcétera. También medimos la altura del árbol, el diámetro del tronco y del nido y recolectamos los restos de presas que pueden haber dentro de él, como plumitas, pelos o huesos. Todo ese tipo de cosas nos permiten evaluar la dieta del animal.
En algunos casos y en ciertas épocas, llevamos también trampas especializada para capturarlos y así poder medirlos, pesarlos, anillarlos, extraer muestras de plumas y de sangre, y en algunos casos ponerles transmisores satelitales para poder estudiar sus movimientos y ver cuál es el hábitat que más ocupan o cuál es el tamaño del área que necesitan para poder vivir.
—¿Qué tan difícil es financiar ese trabajo?
—Durante los últimos 15 años he estado postulando a pequeños fondos internacionales que te dan entre 5 000 y 10 000 dólares al año para trabajar. Con ese dinero tienes que ir al campo y hacerlo rendir lo más que puedas. Normalmente ese monto te sirve para trabajar tres o cuatro meses, a lo más seis meses, porque se gasta mucho en combustible, en alimentación, en logística. Es una actividad que consume bastantes recursos porque hay que moverse mucho. Las aves rapaces, como comentaba, requieren de territorios extensos, entonces si queremos hacer estudios para evaluar la distribución completa de estas especies o sus densidades poblaciones, tenemos que recorrer diferentes regiones y a veces hasta países y esos son muchos recursos en combustible, alimentación, alojamiento, etcétera.
—¿Qué información han podido recolectar con los transmisores satelitales?
—Por falta de recursos recién estamos entrando en esa área de investigación. Un solo transmisor satelital de buena calidad, que pueda transmitir sin necesidad de antenas de teléfono, puede costar 4 200 dólares sin hablar de los datos que hay que pagar mes a mes con las localizaciones del individuo que estás siguiendo.
En el año 2017, marcamos a un aguilucho chico con un transmisor satelital en la cordillera de Nahuelbuta, en la zona centro sur de Chile. Pudimos seguir, a través de internet, todo su proceso de migración durante casi cuatro años seguidos. Migró a través de 5 400 kilómetros solo en el viaje de ida desde Contulmo, en la cordillera de Nahuelbuta, hasta el Parque Nacional Tatamá en Colombia.
Fue un viaje muy lindo y conmovedor porque era la primera vez que marcábamos a un individuo de esta especie y porque lo estábamos siguiendo acompañados de toda la gente que le interesaba el tema. En nuestra página web pusimos un mapa donde íbamos actualizando cada tres días algunas ubicaciones, y quien quisiera podía seguirlo y ver cuál era su avance. Fue algo que llamó mucho la atención e hizo participar a la gente que empezó a salir a ver a los aguiluchos cuando emigraban, cuando pasaban por la zona donde ellos vivían.
—¿Cuándo ocurre esta migración?
—Este aguilucho nidifica en el bosque templado austral, principalmente en la cordillera de los Andes en la Patagonia chilena y argentina, aunque también en algunos relictos de bosques esclerófilo de Chile central y en la cordillera de la costa de Chile. Al llegar el otoño austral, este aguilucho chico migra a través de la cordillera de los Andes, cruza el desierto de Atacama —cosa que es bien increíble de ver porque es un pájaro que habita en bosques muy densos— y llega a los bosques tropicales donde pasa la época del invierno austral, entre marzo y principios de septiembre.
—¿Qué se sabe del aguilucho de cola rojiza?
—Al igual que el aguilucho chico, pertenece al género buteo, que son águilas pequeñas, pero el aguilucho de cola rojiza, a diferencia del aguilucho chico, no es migratorio. Él es sedentario y la mayor parte de la población global de esta especie se concentra en una área muy reducida de la zona centro y sur de Chile, entre la región del Biobío y la región de Los Lagos. Esto lo hemos descubierto después de más de 17 años de búsqueda y seguimiento.
En el norte de estas dos regiones hay algunos registros de poblaciones muy pequeñas. De hecho, hace poco encontramos nidos en la región de O’Higgins y la región del Maule, pero son poblaciones muy reducidas. También hay algunos en la zona austral, en los bosques subantárticos, pero creemos que naturalmente esta especie es escasa allí porque esos bosques son mucho más fríos, con mucha menos diversidad de fauna y con mucho menos recursos tróficos para que el aguilucho pueda desarrollarse.
—¿Entonces es un ave endémica de Chile?
—Es cuasi endémica porque en la Patagonia argentina también está, pero es muy escaso. Hemos hecho varias campañas de búsqueda de nidos allá y tenemos gente que vive en esa zona y que sabe muy bien cómo buscar aves rapaces, pero hemos encontrado un solo nido hasta ahora. Por eso nosotros postulamos que debe tratarse como una especie cuasi endémica de Chile, porque más del 95 % de la población reproductiva conocida está en ese país.
—¿Cuál es su estado de conservación?
—Gracias a los estudios que hemos estado haciendo nosotros —porque cuando empezamos a estudiar el aguilucho de cola rojiza no se sabía prácticamente nada de él— logramos determinar que la población de este aguilucho probablemente no sobrepasa los mil ejemplares adultos maduros. Eso ayudó a que la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) catalogara a la especie como Vulnerable. A nivel nacional también se catalogó como Vulnerable, aunque dada la información que teníamos, nosotros estábamos postulando que fuera declarada En Peligro.
A nivel gubernamental, sin embargo, decidieron que no correspondía. Yo creo que por razones estratégicas. Muchas veces las decisiones se toman pensando en la inversión y declarar En Peligro una especie que está en la zona donde se quieren poner los parque eólicos, generaría un problema. Yo pienso que esa es una de las razones por las que no quisieron hacernos caso a los expertos.
—¿Los incendios son una amenaza también para esa especie?
—Por supuesto que sí. De hecho algunas de las áreas de reproducción que teníamos identificadas en la zona norte de la distribución del aguilucho de cola rojiza están totalmente quemadas. Un bosque muy bonito que tenía un nido se quemó prácticamente la mitad. El nido se salvó, por suerte, pero cuando estas aves pierden el hábitat, empiezan a perder también las presas, los lugares donde anidan, y empiezan a meterse las otras especies que son de campo abierto y las desplazan. Por ejemplo, el aguilucho común (Geranoaetus polyosoma) es una especie un poco más pequeña en peso y en tamaño de las garras que el aguilucho de cola rojiza, sin embargo, tiene un carácter muy difícil. Es muy territorial, extremadamente agresivo y por esa conducta puede desplazar de muchos lugares al aguilucho de cola rojiza y de hecho lo hace. Ese es uno de los factores que no contribuyen a que la especie le vaya bien.
—Al inicio de la conversación también hablaba del águila inca. ¿Cómo es esa especie?
—Al igual que en el caso del aguilucho de cola rojiza, antes de que nosotros empezáramos a investigar a esta ave se sabía muy poco de ella. Había un puñado de nidos descubiertos hace 100 años, otros pocos en los 2000 y de ahí no se había investigado mucho más.
Con nosotros me refiero a un grupo de organizaciones que estamos estudiando a la especie a nivel continental, incluyendo la Fundación Proyecto Águila Crestada, en Colombia; Fundación Cóndor Andino, en Ecuador; y el Colaboratorio de Biodiversidad, Ecología y Conservación de la Universidad Nacional de la Pampa en Argentina.
Es un águila con una envergadura que supera el metro setenta. Las hembras, que son más grandes que los machos, pesan tres kilos y medio, y construyen nidos gigantes en árboles de más de 30 o 40 metros de altura, en zonas de orografía muy accidentada y de difícil acceso. Los nido son tan grandes que literalmente te puedes parar encima de uno de ellos sin desarmar ni un poquito su estructura.
A diferencia del aguilucho de cola rojiza, esta especie sí fue declarada En Peligro, aunque a mi parecer tiene una distribución y una disponibilidad de hábitat mucho mayor que el primero.
—¿Cuál es esa distribución?
—Abarca desde la cordillera de la costa venezolana, desde unos cuantos kilómetros al oeste de Caracas, a través de los bosques montanos de los Andes hasta alcanzar las yungas de Argentina a la altura de Tucumán, con un par de registros en Catamarca. También hay águilas incas en la Sierra Nevada de Santa Marta, una cordillera que no forma parte de los Andes. Es una distribución muy larga pero muy angosta, por un nivel altitudinal que, por lo general, va de los 1 500 a los 3 000 metros sobre el nivel del mar. A lo largo de toda esta distribución recibe distintos nombres: en Colombia le dicen águila real de montaña; en Ecuador le dicen águila andina; en Perú, águila negra y castaña, y en Argentina le dicen águila Poma.
La primera vez que fuimos a buscar águilas incas, en Perú, fue en 2017. Yo andaba siguiendo al aguilucho chico que había marcado en Chile y que emigró hacia Colombia. Ese aguilucho paró en el valle interandino del Mantaro, en la serranía central de los Andes peruanos, y yo viajé por tierra en bus a verlo, a sacarle fotos y a ver cómo ocupaba el hábitat. Luego, con una bióloga peruana bajamos a la selva para ver a esta águila que a mí me fascinaba desde hacía tiempo y que nunca había podido ver en la naturaleza. Fue un viaje de 10 días en el que encontramos los primeros tres nidos. Con ese antecedente pude postular a algunos proyectos pequeños que me permitieron empezar a viajar a Perú más seguido y hacer un trabajo de investigación más acabado.
—¿Cuáles son las principales amenazas de esta especie?
—Las mismas que el aguilucho de cola rojiza: pérdida de bosques antiguos —que son los que requieren para anidar, con árboles gigantes— y también la persecución humana directa, porque la mayor parte de su dieta se basa en otras aves. En el campo la gente cría las gallinas y los pollos sueltos y obviamente para estas aves resulta mucho más fácil cazar a una gallina o un pollo que a una presa silvestre que está acostumbrada a huir de los depredadores.
Todos los depredadores van a preferir gastar la menor cantidad de energía posible para conseguir su alimento, entonces van a ir por las presas más fáciles y las más abundantes. Es así que se acostumbran a cazar gallinas y eso genera un conflicto con las comunidades.
Los campesinos normalmente lo que hacen es dispararles o golpearlas con algo cuando las encuentran cerca del gallinero, pero siempre las matan o incluso cuando encuentran los nidos cerca de sus casas van y derriban el árbol para que ya no aniden más ahí.
—¿Hay algún tipo de trabajo que se está haciendo con las comunidades para tratar de solucionar este conflicto?
—Junto con colegas de Ecuador, de Colombia y de Argentina estamos haciendo una evaluación de las causas de mortalidad del águila inca y la mayor parte están asociadas a la acción humana. A su vez, la mayor parte de estas acciones humanas tienen que ver con la persecución directa en represalia a la depredación de aves de corral. Al identificar este problema, que es el mismo problema que tiene el aguilucho de cola rojiza en el sur de Chile y Argentina, se han llevado a cabo diversas campañas de educación para concientizar a la gente. Se les explica que es una especie que está en peligro de extinción, que hay que protegerla porque aparte de cazar un pollo de vez en cuando, la mayor parte del tiempo está controlando poblaciones de roedores, de conejos, de culebras o de otro tipo de fauna que les puede ser perjudicial para la agricultura. Sin embargo, no basta con la educación.
Hace un tiempo llegué a una publicación donde vi que en Brasil estaban desarrollando una iniciativa de agroecología para criar aves domésticas asociadas a huertas. Era un proyecto que tenía que ver más que nada con soberanía alimentaria. La idea era que las familias de lugares rurales pudieran mejorar su economía con un ingreso extra. Para eso ponían un gallinero central rodeado de una huerta circular con pasillos enmallados por donde las aves podían pasar sin comerse las plantas de la huerta. Los pasillos llevaban a una zona donde podían pastar y alimentarse de otros restos orgánicos que las personas no se iban a comer. Por último, las fecas de las gallinas se usaban como abono, entonces era un sistema circular y bien bonito.
Viendo ese ejemplo yo pensé que eso mismo podía servir para las aves rapaces. Hemos estado tratando de implementar esa metodología para que la adopten los campesinos y de esa manera evitar que tanto las águilas como los mamíferos carnívoros nativos, que también depredan aves domésticas, tengan conflicto con la gente.
También los campesinos pueden tener un cierre perimetral y sobre él una parra o una enredadera de Granadilla, por ejemplo, que son plantas que se encaraman y generan un techo vegetal que hace que estas aves, como son grandes, no puedan entrar a cazar gallinas.
Esto es interesante porque, además, ya hay fondos de organizaciones internacionales que fomentan la agroecología. Lo que queremos hacer ahora es tratar de direccionar todo esos recursos hacia estos focos de conflicto que hay con especies amenazadas.
* Imagen principal: Aguila inca en Argentina. Foto: Américo Vilte
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