- El armadillo más grande del mundo tiene en el Chaco argentino su reducto más austral, pero al mismo tiempo, el más peligroso. El país lo considera en Peligro Crítico de extinción.
- Los incendios y la imparable deforestación de la región —112 500 hectáreas en 2022— afectan su hábitat y dejan en riesgo a una especie con una muy baja tasa de reproducción.
- La escasez de estudios y conocimientos sobre el comportamiento de este armadillo en la región chaqueña también atenta contra la supervivencia de un animal emblemático.
Aunque nunca llegó a enterarse del todo, Rosenda, una hembra de tatú carreta, marcó un hito en la conservación de especies en la Argentina. En noviembre pasado, se convirtió en el primer ejemplar de esta especie de armadillo (Priodontes maximus) en caminar por el bosque nativo chaqueño con un transmisor GPS adherido a su caparazón. Apenas unos días más tarde, Vilma, otra hembra, sería la segunda. Las huellas del armadillo más grande del mundo pueden encontrarse en la mayor parte del continente sudamericano. Desde Venezuela a Paraguay, este animal transita los bosques de la Amazonía, el Pantanal, el Cerrado brasileño y el Chaco, pero es en el extremo meridional de su distribución, es decir, en la región chaqueña de Argentina, donde padece los mayores problemas. No es fortuito que esté catalogado como En Peligro Crítico de extinción en ese país, aunque la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) lo tiene clasificado como Vulnerable.
La diferencia no es sorprendente. Ocurre algo muy parecido con el jaguar (Panthera onca) y otras tantas especies para las cuales la progresiva pérdida de hábitat que viene produciéndose en la región chaqueña durante las últimas tres décadas es el principal obstáculo que afecta su supervivencia.
Lo llamativo del caso del armadillo tatú carreta es el ínfimo conocimiento que la ciencia del país tiene respecto a un animal cuyo nombre es identificado fácilmente por la población, aunque por lo general nadie haya visto un ejemplar ni siquiera en fotos. “La discordancia se explica porque se les adjudica el nombre a otros armadillos en zonas donde el tatú carreta no se encuentra, como Misiones o Iberá”, sugiere Yamil Di Blanco, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en el Instituto de Biología Subtropical y el Centro de Investigación del Bosque Atlántico (CeiBA). “En la Argentina, la especie solo está en las cuatro provincias que poseen áreas de Chaco Seco o semiárido”, aclara el investigador. Es decir: Chaco, Formosa, Santiago del Estero y Salta.
La dificultad de distinguir la especie de sus parientes más pequeños ya de por sí denota el desconocimiento que, en general, se tiene de este animal. “La diferencia de tamaño respecto a otros armadillos es abismal. Por ejemplo, el gualacate (Euphractus sexcinctus), uno de los más grandes, puede pesar unos siete kilos, pero el carreta alcanza los 40 o 60”, subraya Lorena Rojas, exguardaparques en el Parque Provincial Loro Hablador, ubicado en el Chaco, y actualmente brigadista en el Parque Nacional El Impenetrable.
La investigación que lleva a cabo Di Blanco, junto a un grupo de colaboradores, intenta darle visibilidad al armadillo tatú carreta, además de llenar el vacío de conocimiento que existe en el país acerca de su biología y sus hábitos. La primera etapa del proyecto ya ha concluido y la segunda está dando sus pasos iniciales, más allá de las limitaciones financieras que enlentecen el avance del proyecto.
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Un armadillo de muy difícil seguimiento
Tanto en los distritos de Formosa como del Chaco, el armadillo tatú carreta es considerado Monumento Natural, distinción para la que ha sido también propuesto en la provincia de Santiago del Estero. Además, su figura es la imagen central del emblema de la Reserva Natural Formosa. Sin embargo, esto no se traduce ni en cantidad ni en variedad de estudios y bibliografía.
“Hay que entender que hablamos de un animal con una biología y una etología (rama de la biología que estudia el comportamiento de los animales) complicadas”, resume Franco Del Rosso, director de la secretaría de Recursos Naturales y Gestión de la provincia de Formosa. “Ocupa ambientes de monte muy denso y espinoso, es de hábitos nocturnos y no se reproduce en cautiverio. Por todo esto, su seguimiento es particularmente difícil”, explica.
El proyecto que Di Blanco lidera desde julio de 2017, es el único que se realiza en el país para desentrañar los secretos biológicos y de comportamiento del armadillo tatú carreta y avanza con la lentitud propia de los estudios que reciben apoyos escasos. Por ejemplo, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación no forma parte de manera directa del grupo de entidades públicas y privadas que colaboran con su realización.
La página oficial del Ministerio informa de la existencia de otro programa con el mismo nombre, Proyecto Tatú Carreta, que tiene por objetivo promover la conservación de la especie generando conciencia y compromiso en los pobladores locales para que protejan los territorios donde se mueve el armadillo. Esto, a través de acciones concretas articuladas con las Direcciones de Fauna Silvestre de las provincias del área de distribución de la especie. Pero a los efectos prácticos, los expertos aseguran que dicho programa nunca fue más allá del papel escrito, y ante la consulta de Mongabay Latam, el departamento de prensa del Ministerio solo respondió que “se trabaja en una actualización de datos de la especie, que estaría elaborada para el año próximo”.
Estas carencias impiden tener una noción siquiera aproximada de la población actual de la especie en el país. “A través del visionado en cámaras-trampa tenemos identificados alrededor de 20 ejemplares, pero debe haber bastante más”, sospecha Di Blanco. “Es posible que la población esté subestimada”, coincide Del Rosso, quien aporta que “es posible que en los últimos años en la región centro-oeste de Formosa estemos recibiendo individuos desde el norte debido al nivel de deforestación que se está dando en el Chaco paraguayo”.
Los esfuerzos que están haciendo Di Blanco y sus colaboradores para cambiar el rumbo de la situación son tan innegables como limitados por la escasez de apoyo financiero e institucional. “Los cinco guardaparques y ocho brigadistas que trabajan en El Impenetrable estamos atentos a descubrir cuevas o cruzarnos con algún individuo y en caso de hacerlo se lo comunicamos de inmediato a Di Blanco”, afirma Emanuel Crosta, quien recientemente se ha hecho cargo de la administración de ese Parque Nacional. “También hemos instalado un buen número de cámaras-trampa de la Administración de Parques Nacionales (APN), que si bien son parte del Proyecto Yaguareté (una organización multidisciplinaria dedicada a la investigación y conservación del jaguar en la Argentina) pueden ayudarnos a encontrar tatús carreta”, agrega.
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El acorazado viviente del bosque
La falta de estudios profundos en Argentina es suplida por los que sí se han hecho en Brasil, donde la imagen del “tatú canastra” —como llaman allí a la especie— es tan popular que fue elegida como mascota del Campeonato Mundial de fútbol de 2014. Gracias a esos trabajos se sabe que se trata de un animal mirmecófago, es decir, que se alimenta casi con exclusividad de hormigas y termitas, aunque “también pueden comer frutos, pequeños vertebrados e incluso depredan huevos de yacaré (una especie de cocodrilo)”, completa Di Blanco.
Los principales rasgos del tatú carreta pueden apreciarse a simple vista. Por un lado, unas extremidades robustas con fuertes garras, sobre todo las delanteras, que utilizan para cavar sus madrigueras o como sistema de defensa: la pezuña central, que llega a medir hasta 20 centímetros, puede servir para repeler un ataque o para aferrarse al suelo y evitar ser arrastrado o girado sobre su vientre. Por otra parte, un caparazón compuesto por placas rectangulares no superpuestas, ordenadas en hileras y dispuestas sobre una docena de bandas móviles que le otorgan una gran flexibilidad.
En Esperando la carroza, un libro infantil escrito por Omar Lobos en 2007 y editado por el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, un tatú carreta explica a otros animales del bosque que, de hecho, su nombre derivaría de “la cubierta que hacían antiguamente los soldados, poniéndose los escudos sobre las cabezas para protegerse de los ataques con flechas o piedras, a la que se llamaba carreta o testudo”. Lo cierto es que placas y pezuñas alejan a los depredadores naturales. “Solo el jaguar, el puma y una jauría de perros salvajes podrían atrapar un individuo adulto”, comenta Di Blanco.
Las madrigueras que construyen estos acorazados vivientes es otra de sus peculiaridades. Cuevas con una extensión media de tres a cinco metros de largo, y hasta 2,5 metros de profundidad, son el indicio más evidente de la presencia de un ejemplar, pero además ninguna es una residencia permanente. “Es raro que duerman más de uno o dos días en la misma cueva. Por lo general, se trasladan y excavan otra”, explica Lorena Rojas. Sin ser absolutamente territoriales, los tatús carreta son seres solitarios, con áreas de acción propias que no suelen solaparse y rondan las 1500 hectáreas, según se deduce del monitoreo que durante unos 45 días pudo hacerse de los movimientos de Rosenda y Vilma (transcurrido ese plazo, los transmisores se desprenden solos del caparazón, aunque la señal que continúan emitiendo permite recogerlos para analizar los datos).
La acumulación de reductos y su rápido abandono van conformando un paisaje particular en la zona habitada por un Priodontes maximus, pero sobre todo contribuye a dar servicio a otros animales. “En lugares como el Chaco, en los que la temperatura ambiente trepa hasta los 50 grados centígrados, el ambiente oscuro de una madriguera mantiene las condiciones relativamente constantes. El calor disminuye, la humedad aumenta y esto propicia el crecimiento de semillas, raíces y frutos que atraen insectos y microorganismos, pero también es una invitación para que especies como los pecaríes, ocelotes, corzuelas u osos hormigueros aprovechen el lugar para descansar”, comenta Di Blanco.
Un ingeniero de ecosistemas
La construcción de sus madrigueras, por la cual los tatús carreta son considerados auténticos “ingenieros de ecosistemas”, también le ha servido a Yamil Di Blanco para llevar adelante la primera parte de su investigación. Hasta el momento, el investigador y sus colaboradores recorrieron a pie, y en vehículos, 369 kilómetros entre 2017 y 2019 buscando y tomando nota de cada cueva de tatú carreta. Su meta era comprender qué características tienen los ambientes que prefiere la especie para instalarse en el Chaco argentino. “Al ser un animal tan difícil de abordar decidimos empezar por encontrar evidencias indirectas de su presencia y, en ese sentido, nada mejor que las madrigueras”, explica el autor principal del estudio publicado el año pasado en Journal for Nature Conservation.
Las primeras conclusiones indican que los tatús carreta prefieren zonas alejadas de los cauces de agua y los sitios poblados. “Quizás porque no necesiten demasiado líquido o lo tomen de sus alimentos o bajo tierra”, sugiere el investigador. Pero, por sobre todas las cosas, determina cuáles son los hábitats donde su presencia es más probable. “Hay una diferencia apreciable en la aparición de cuevas dentro o fuera de las áreas protegidas, ya sean nacionales o provinciales”, subraya Di Blanco y explica que las probabilidades de encontrar madrigueras aumentan a medida que los tatús se van alejando de los parches deforestados para adentrarse en zonas de bosque o pastizales altos.
Copo es el nombre de un parque nacional y otro provincial que en conjunto suman unas 140 000 hectáreas de bosque chaqueño en el norte de la provincia de Santiago del Estero. Se trata de la única área de distribución de tatús carreta en un distrito que acumula las mayores tasas de deforestación del país, un 26 % del total nacional, según el Informe del estado del ambiente publicado en 2020 por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible.
“Es un gran proceso de retracción del bosque nativo que se aceleró en los últimos 20 años, primero por la sojización (monocultivo de soya) y ahora con la producción ganadera”, analiza Javier Lima, biólogo y profesor de Ecología en la Universidad de Santiago del Estero, quien trabajó durante mucho tiempo en la Dirección de Fauna de la provincia. El experto aporta un dato concluyente: “Según lo que se puede visualizar en las imágenes satelitales, no queda más que un 10 % de la superficie original de bosque nativo en la provincia”.
Es un fenómeno que se repite en el resto de la región e impacta de manera directa en los hábitats naturales de los tatús. “En los alrededores del parque Loro Hablador [provincia de Chaco], el área donde hicimos el monitoreo de Rosenda y Vilma, la continuidad de zonas boscosas, imprescindible para que la fauna pueda desplazarse, es cada vez menor”, relata Lorena Rojas. En su informe anual, la organización Greenpeace informó que son 112 545 las hectáreas deforestadas en 2022, de las cuales Santiago del Estero perdió 38 492, Chaco 36 159, Formosa 22 664 y Salta 15 230, a las que habría que sumar otras 95 000 hectáreas afectadas por incendios.
El fuego, un problema que la sequía y el cambio climático van incrementando año tras año, es otro factor que atenta contra la supervivencia del tatú carreta. En febrero de este año, una cría que huía de un incendio en los alrededores de Puerto Bastiani (Chaco) irrumpió en una casa particular. El hecho, presentado casi como una noticia curiosa en los medios, es un ejemplo de la fragilidad en la que subsisten estos ecosistemas y su biodiversidad.
Es cierto que también la propia fisiología de la especie juega en su contra. El tatú carreta posee una muy baja tasa de reproducción. “Como máximo, una hembra suele tener una cría cada dos años, pero deben pasar otros siete para que esa cría alcance el estado adulto y esté en condiciones de procrear”, señala Di Blanco, aunque queda claro que el inconveniente más importante no reside en este punto.
Corredores biológicos: la llave de la supervivencia
“En Formosa, nuestra política de conservación se basa fundamentalmente en fortalecer un sistema de corredores biológicos que forman parte del Ordenamiento territorial de bosques nativos (OTBN) porque garantizan la conectividad entre los espacios protegidos”, señala Franco Del Rosso. De hecho, el corredor que comienza en el norte de Chaco llega a Santiago del Estero e integra los parques El Impenetrable, Fuerte Esperanza, Loro Hablador y Copo, es el escenario donde Yamil Di Blanco decidió efectuar su investigación, incluso a pesar de que él mismo define el área como “más o menos conectada”.
El último problema que enfrenta el tatú carreta en el Chaco argentino está vinculado a su relación con los humanos que residen en el bosque. “La caza forma parte de la cultura local. Se caza por deporte, entretenimiento y aunque en este caso es el motivo menos común, también para alimentarse”, señala Di Blanco.
En cambio, resulta más frecuente la captura con la idea de una posterior venta. “Existe el mito de que se paga mucho dinero por un ejemplar, pero no es cierto. No existe un mercado para la especie, y solo con contactos muy específicos en el mercado negro podría conseguirse un comprador. Trabajamos mucho para desalentar ese mito”, asegura Del Rosso. “La ventaja que tiene el tatú carreta respecto a otros animales como los yaguaretés (jaguares) o los pumas es que no le crea problemas a la gente ni daña al ganado. Por eso los vecinos le tienen respeto, hasta podría hablarse de cariño”, opina Rojas.
En la segunda etapa de su investigación, Yamil Di Blanco se centrará en la etología espacial de la especie. El objetivo será ampliar la información sobre el uso del hábitat y detectar características de las interacciones de los individuos entre sí, ya que en ese aspecto apenas se sabe que hembras y machos solo se unen en el momento del apareamiento, y que las crías permanecen alrededor de un año junto a sus madres.
Di Blanco le apuesta a monitorear con transmisores a entre cuatro y ocho ejemplares hasta 2024. “Sabemos que hay varios individuos dentro de El Impenetrable”, se entusiasma Emanuel Crosta y se ilusiona con uno de ellos “que se mueve desde hace varios años en la misma zona. Alguna vez pudimos filmarlo, solo que en ese momento no teníamos transmisores para colocarle. Ahora lo estamos buscando para que sea el próximo participante del estudio”.
“Aún estamos a tiempo de salvar al tatú carreta en la Argentina”, afirma Di Blanco sobre la base de un argumento clave: “En el Chaco todavía hay bosque nativo fuera de los parques y reservas existentes. Es esencial que esos bosques persistan y conecten entre sí las áreas protegidas. No soy pesimista. Si empezamos ya a cambiar las cosas hay razones para tener esperanzas”.
*Imagen principal: Primer plano de un ejemplar captado por una cámara-trampa colocada en el Parque Loro Hablador. Foto: Proyecto Tatú Carreta.
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