Ante tantos años de lucha y resistencia, a veces es necesario tomar un descanso. Sentada en un café en una lluviosa mañana en la ciudad de Puyo, la defensora kichwa ahora solo piensa en volver a Sarayaku. La urgencia está en recobrarse a sí misma, en atender su espacio y a los suyos. En cargar fuerzas para continuar. Esta posibilidad, dice, deberían tenerla todas las mujeres indígenas que cargan no solo con el peso del machismo, la violencia, la discriminación y las desigualdades sobre sus hombros, sino con el peso del bienestar del planeta entero.

En el Día Internacional de la Mujer, Mongabay Latam conversó con Nina Gualinga sobre el espacio que ocupan las mujeres indígenas en el mundo y los retos a los que se enfrentan.

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—¿Qué significa ser lideresa indígena en Ecuador? ¿Qué papel están desempeñando las mujeres en la defensa del territorio?

—El rol de la mujer siempre ha sido fundamental en la defensa del territorio. Cuando era pequeña, ese rol era más invisible que hoy, sin embargo, podía ver el peso de la palabra de las mujeres. Veía el papel fundamental que tenían las madres por enviar a sus hijos a convertirse en líderes y dirigentes, de inculcarles valores y de guiarlos en su camino. También en tomar decisiones políticas dentro de la comunidad.

Hoy se ve que ese rol ha comenzado a ser mucho más visible. Yo trabajo con un colectivo que se llama Mujeres Amazónicas, defensoras de la selva, que es una red que junta mujeres de varias nacionalidades, quienes creamos un espacio seguro. Es una red de seguridad y de autocuidado, pero también para trabajar por la participación de las mujeres dentro de sus propias comunidades, dentro de nuestras organizaciones y para fortalecer nuestros derechos.

Desde mi punto de vista, el bienestar de las mujeres indígenas está íntimamente ligado con el bienestar de la tierra. Es un trabajo muy bonito y que hoy vemos que está dando frutos, porque hay muchas mujeres que ahorita están posicionándose como dirigentes, que se están posicionando dentro de la política. Eso es justamente lo que queremos: que las opiniones de las mujeres y que la participación plena, sean garantizadas y que seamos parte de las tomas de decisiones dentro de nuestras comunidades, dentro de nuestras organizaciones, pero también a nivel nacional.

Nina Gualinga (centro) con algunas de las lideresas de Mujeres Amazónicas Defensoras de la Selva. Fotografía tomada el 8 de marzo del 2020. Foto: Alice Aedy.

—Mujeres Amazónicas se fundó en 2013, ¿cómo se ha transformado su lucha desde entonces?

—Esa lucha comenzó cuando las mujeres vieron que nuestros territorios estaban siendo concesionados a empresas petroleras. Ellas decían: ‘¿en dónde vamos a criar nuestros hijos, si destruyen nuestros ríos, nuestros territorios y nuestra selva?’ Durante todo ese proceso, nos dimos cuenta de que las mujeres no solamente luchaban contra las empresas extractivas, sino también contra la discriminación, la marginalización en la ciudad; luchaban también contra la violencia machista. Entendimos que no se puede luchar solamente contra una cosa, sino en los diversos espacios, donde desarrollamos nuestras vidas.

En ese sentido, se han ido creando espacios de acompañamiento, de apoyo y de formación, pero también de sanación. Uno de nuestros enfoques de trabajo es la sanación, porque muchas mujeres han sido y son víctimas de violencia de género y, al mismo tiempo, tienen que sostener a sus familias, tienen que defender su territorio, tienen que estar dentro de las organizaciones.

¿Cómo cargas con todo esto? Ya no se puede exigir eso a las mujeres defensoras, no se puede exigir que carguen con todo el peso del mundo y que, a la vez, estén defendiendo la selva y los territorios, no solamente para el bienestar de sus comunidades, sino para el bienestar de todo el planeta.

Por eso tenemos círculos de sanación para las mujeres, que es un trabajo superimportante, justamente para que ellas puedan estar bien en sus hogares y poder realizar un buen trabajo y porque merecen también una vida de paz y de armonía dentro de todo.

Nina Gualinga durante una rueda de prensa con las Mujeres Amazónicas. Foto: Alice Aedy.

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—Las mujeres indígenas han logrado ocupar y ganar un espacio importante en el Ecuador, ¿cuánto les ha costado? 

—Es igual que los territorios indígenas: las mujeres atravesamos y estamos expuestas a múltiples formas de violencia, al mismo tiempo. Sobrellevar esto y tomar espacio, como lo hemos hecho, ha sido un camino muy difícil. Yo lo he vivido y yo lo he visto. Es por eso que mi trabajo se enfoca en las mujeres, porque yo sé lo difícil que es para una mujer llegar a alzar su voz, incluso tener que enfrentarse no solamente a las empresas extractivas, no solamente a las políticas del Estado, no solamente a la discriminación y las desigualdades económicas, sino también al machismo fuera y dentro de nuestras propias comunidades. Es sumamente difícil para las mujeres y las mujeres que logran hacerlo, son mujeres muy valientes.

—¿Qué rol juega hoy en día la mujer indígena amazónica en el ámbito político? ¿Qué ha cambiado respecto al liderazgo de los hombres?

—Se está viendo que cada vez hay más mujeres indígenas que se están involucrando en las políticas públicas. Ese es un paso superimportante porque han sido más visibles los hombres y hay muchas mujeres que han logrado entender la importancia de su voz y de su trabajo y creo que ver a otras mujeres liderando procesos así, obviamente, inspira a otras mujeres. Las cosas van cambiando poco a poco, pero no es solamente en la sociedades indígenas; la sociedad no indígena, la sociedad mestiza, es igual de machista.

—Vienes de una familia de defensoras y defensores del territorio. Tú y tu hermana menor, Helena —ambas muy jóvenes—, han sido rostros muy visibles en el mundo como defensoras de la naturaleza, ¿qué ha significado esta representación para las juventudes amazónicas, sobre todo, para las niñas?

—Primero, es muy importante asentar que nosotras hemos tenido una ventaja muy grande por saber hablar inglés. En ese sentido, ha sido un poco más fácil llegar a tener más visibilidad, poder llegar a más personas, poder llegar a más espacios. Esa ventaja es algo que tomo con mucha responsabilidad, con mucha seriedad y consciente de utilizarla de una manera responsable y que beneficie a mi comunidad y a las mujeres con las que trabajo. Creo que lo que hemos podido hacer es, a través de nuestras historias, visibilizar también las historias de otras mujeres y otras jóvenes de la Amazonía. Quiero pensar que eso es algo muy positivo en el proceso de la visibilización y el reconocimiento de nuestra existencia y de nuestra resistencia.

Los comentarios más importantes para mí han sido cuando otras jóvenes y otras mujeres me han visto y se han sentido inspiradas por mi trabajo, para crear sus propios caminos y también para luchar por sus sueños y trabajar para las mujeres y las jóvenes de su comunidad. Eso es lo que realmente me llena: saber que lo que estoy haciendo ha marcado una diferencia positiva en las comunidades con las que luchan.

Lo que a veces nos falta a muchos jóvenes indígenas, es la oportunidad de poder soñar. Durante tanto tiempo esta sociedad nos ha dicho lo clásico: los indios vagos, los indios ladrones, los indios tal. Ese tipo de comentarios, el racismo y la discriminación que existen en la sociedad ponen muchas dificultades para los jóvenes y no les permite soñar. Muchas veces no les permite ver que pueden crear muchos cambios, que pueden ser muchas cosas. Ahora estoy viendo que hay jóvenes que se están moviendo muy fuertemente para cambiar las cosas y eso es algo muy bonito e increíble. A mí también me inspiran y me hacen querer hacer más todavía.

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—Participaste en la COP-27, ¿qué papel tienen las mujeres indígenas en este espacio internacional? ¿Consideras que ustedes y sus pueblos están siendo escuchados y teniendo eco?

—En general, el espacio que se otorga a los pueblos indígenas en estos espacios es muy estrecho, muy pequeño. Y es mucho menor para las mujeres indígenas. Sin embargo, pienso que su voz ahí es superimportante. Honestamente, después de ir a esta COP, dije que sería la última. No puedo más, por mi salud mental. No puedo ver más cómo esos espacios —que están hechos para crear soluciones—, están siendo secuestrados por las empresas extractivas y que los gobiernos lo permiten y son cómplices de eso. No lo puedo ver más. Por eso he decidido no ir a la próxima y quizás tampoco a las que siguen.

Quiero enfocarme en hacer trabajo en territorio con las mujeres y los jóvenes, porque creo que, en este momento, es donde más puedo aportar. Para hablar en los espacios internacionales, está mi hermana: ella es joven, tiene la energía, está con otros jóvenes, es una guerrera y está muy metida en su papel. Y aunque siempre hemos estado en los espacios internacionales, siempre hemos estado trabajando en territorio también. Eso es fundamental para mí porque, al final, nosotros somos una extensión del territorio, somos una extensión de nuestra familia, somos parte de todo y no nos podemos olvidar de eso.

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—Históricamente, los pueblos indígenas se han defendido de los impactos del extractivismo. Sarayaku ha sido precisamente un ejemplo de defensa ante la expansión petrolera, pues en 2012 lograron expulsar a la compañía que amenazaba su territorio. ¿Cuáles consideras que son las amenazas actuales hacia la naturaleza y los territorios indígenas en Ecuador?

—Creo que es superimportante entender que no hay solamente una amenaza contra los territorios indígenas y la selva amazónica. A veces pensamos que, como la amenaza de las compañías petroleras se acabó, todo está bien. Pero no es así. Hay múltiples amenazas y, cuando se resuelve una, siempre hay otra. Los pueblos indígenas estamos constantemente bajo muchísima presión. Lo que hoy estamos viendo es la minería —tanto legal, como ilegal—, que devasta y destruye el entorno de vida de los pueblos indígenas.

Otra amenaza también son las carreteras. Una vez que entra una carretera, es algo irreversible, no hay vuelta atrás, no hay cómo deshacerlo. Es una amenaza supergrave a la forma de vida, a la cultura, al agua, a la biodiversidad. También está la maderera, pero hay muchas otras cosas, como la contaminación de las fuentes hídricas que se da en las cabeceras.

—En el referéndum convocado por el presidente Guillermo Lasso, se hicieron dos preguntas relacionadas con el medio ambiente y los pueblos indígenas, en temas como la incorporación de un subsistema de protección hídrica al Sistema Nacional de Áreas Protegidas y el beneficio de compensaciones a personas, comunidades, pueblos y nacionalidades por su apoyo a la generación de servicios ambientales. ¿Por qué muchas comunidades y asociaciones indígenas promovieron votar “no” a estas preguntas, si aparentemente eran asuntos positivos?

—Como yo lo veo, eran preguntas y consultas tramposas. No tenían transparencia. Si bien, es cierto que tal vez reconocían algunos derechos o al parecer eran buenas, también habrían traído impactos negativos y restricciones de nuestros derechos. Entonces, si se va a hacer una consulta, tiene que ser transparente y de buena fe. Sinceramente, cuando leí la pregunta sobre los beneficios por servicios ambientales, me sentí muy indignada. Era una pregunta que hacía ver, al inicio, como que era algo positivo, pero en realidad nos quitaba nuestro derecho a la autodeterminación y nuestra soberanía como pueblos indígenas. No pueden infringir o restringir nuestros derechos, eso es inaceptable y es por eso que se votó “no”.

El flujo económico por esos servicios ambientales estaba completamente en manos del gobierno, cuando los pueblos indígenas, por las últimas décadas, hemos resistido en contra de sus propias políticas extractivas. Hemos sido perseguidos, muchos líderes han sido asesinados, las mujeres han sido violadas. En una situación así, de ni siquiera reconocer el papel importante de los pueblos indígenas y nuestro derecho a decidir cómo y cuánto queremos utilizar de esa compensación económica por los llamados servicios ambientales —que en realidad se dieron poniendo nuestras vidas en riesgo—, me parece que se necesita un poco más de sensibilidad y se necesita una coordinación conjunta, no una consulta donde, básicamente, tenemos que entregar todo eso a la decisión del gobierno.

—En Latinoamérica existen numerosos casos de defensoras y defensores del territorio asesinados, comunidades indígenas desplazadas por la violencia y los proyectos extractivos. ¿Cómo estos hechos están afectando a los pueblos del Ecuador?

—Esa violencia ha existido en cada gobierno de turno. En algunos períodos un poco más y, en otros, un poco menos. Es algo sistemático y está muy arraigado desde el principio. ¿Cómo se construyó el Ecuador? Sobre el sufrimiento, el desplazamiento y los asesinatos de líderes y pueblos indígenas. Esa es una realidad y ese es el legado colonial que hasta el día de hoy existe y que estamos viviendo. Por supuesto que es una realidad inaceptable, es una realidad que nos afecta en todo aspecto y en todo ámbito de nuestras vidas y nuestro ser.

¿Cómo es posible que tu vida corra riesgo, tan solo por ser y vivir de una cierta forma, por querer defenderla? En lo personal, me da muchísima tristeza y dolor saber que esa es la realidad en la que vivimos en Ecuador y en Sudamérica, pero es un trabajo que tiene que hacer el gobierno: garantizar la seguridad de los defensores y las defensoras de la naturaleza. Mucho más si están hablando de recibir compensaciones por servicios ambientales. El gobierno no puede recibir compensaciones sin garantizar la vida y la seguridad de las personas que defienden el medio ambiente, que están realizando “el servicio ambiental”. Ahí es donde me parece que hay una incongruencia, es contradictorio.

—¿Qué es lo que te han enseñado el activismo, el liderazgo indígena y, sobre todo, la lucha de defensa por los derechos de las mujeres? ¿Hacia dónde te diriges?

—He estado pasando por un tiempo superdifícil estos últimos años. Creo que muchas personas me han visto como una persona fuerte, como una persona que está trabajando por lo que me importa y lo que me apasiona. Y sí, soy una mujer fuerte, sí soy alguien que lucha por lo que cree o soy una persona que no se rinde. Pero también soy una persona sensible y llevar toda esa lucha, llevar también mi propia lucha personal y, a la vez, ser madre, es realmente cansado. Me siento tan cansada.

Estoy en un momento donde necesito luchar por mí, necesito cuidarme a mí porque, si no, siento que no puedo luchar por todo lo demás y no puedo cuidar todo lo demás que está a mi alrededor. Estoy en un momento donde, por un tiempo, me voy a dedicar a cuidar de mi casa, mi familia, mi bienestar, mi tierra y mi jardín, para poder regresar con más fuerza, con más amor y con más qué dar. Sobre todo, quiero poder dar.

Nina Gualinga pintando con Wituk en Sarayaku. Esta pintura es proveedora de energía, vida y fuerza para su pueblo. Foto: Alice Aedy.

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—A finales del 2022 también señalaste públicamente que la justicia ecuatoriana te falló al denunciar en repetidas ocasiones tu propio caso de violencia de género, ¿algo ha cambiado desde entonces?

—Después de mi denuncia, hicieron en dos semanas lo que no habían hecho en tres años. Despacharon las diligencias que se habían pedido. Pero, en este momento, hay muchas dificultades en el proceso. Lo que puedo decir es que las cosas no se están manejando bien, no se está realizando un trabajo transparente y eficaz desde la Fiscalía.

—¿Qué sucede con los casos de violencia, específicamente, cuando las mujeres indígenas buscan justicia en el Ecuador?

—Nunca me imaginé que iba a ser tan difícil poner una denuncia. Cuando algo te pasa, todo el mundo te dice que denuncies o te pregunta por qué no denunciaste. Pero cuando una lo hace, es casi peor. He conocido a muchas mujeres que han denunciado a su agresor, luego los agresores las denuncian, sacan una boleta de auxilio y de esa manera las pueden intimidar. Eso me pasó a mí. Pero hay muchas otras trabas también.

Si esto me pasa a mí, que yo sé que soy una persona visible, que yo sé que de alguna manera me puedo defender, aunque no sé el español completamente bien, sí lo hablo, sí lo entiendo, conozco cuáles son mis derechos, he podido tener recursos para pagar un abogado particular, ¿qué pasa con las mujeres que no lo tienen?, ¿qué pasa con las mujeres que no hablan español, que no tienen recursos económicos, que no conocen sus derechos y que además quizás están a un día en canoa de distancia de la Fiscalía o donde se pone la denuncia?

Este proceso me ha abierto los ojos de una manera que jamás imaginé. Nunca pensé que el acceso a la justicia para las mujeres podría ser tan difícil. Yo sabía que las cosas estaban mal en Ecuador, pero nunca imaginé qué tanto. Si yo hubiera sabido esto desde el comienzo, quizás jamás ni siquiera hubiera puesto la denuncia, porque ha sido un proceso superdifícil donde incluso teniendo boletas de auxilio. El Estado no ha podido garantizar mi seguridad ni mi integridad. Para las demás mujeres indígenas que denuncian agresiones, el acceso a la justicia es mínimo, es casi nulo. Así ha sido mi experiencia con las mujeres que conozco, con las que he hablado y con las que he trabajado. Pero eso tiene que cambiar.

—Has hablado del autocuidado, de parar y atender lo cercano, ¿hay algún mensaje, en ese sentido, que tengas para este Día Internacional de la Mujer?

—Siento que mi autocuidado también está en cuidar lo que me rodea, como las plantas, la tierra y las personas a mi alrededor; quiero darle amor a ese lugar que me vio crecer. Es un poco lo que he estado trabajando. Las mujeres que están constantemente luchando, necesitan también tener un espacio donde descansar y poder ser cuidadas por otras mujeres. Yo ahora estoy haciendo esto porque siento que lo necesito, pero en un futuro también quiero poder dar eso a otras mujeres, ayudar a crear espacios para descansar, porque así no se puede vivir la vida.

Lo que he aprendido es la importancia de sostenernos como mujeres, pero de verdad y no solamente en palabras. Todo el mundo te dice: ‘sí, aquí estamos, te apoyamos’. Pero cuando realmente lo necesitas, son pocos los que están. Claro, todos pasamos por nuestras cosas, pero necesitamos dar un descanso a las mujeres indígenas y a la Tierra. En lo personal, siento que las mujeres indígenas estamos cansadas de tanta violencia, de tantos atropellos, y la Tierra también. Necesitamos buscar formas de tratar mejor tanto a la Tierra como a las mujeres, necesitamos sanar.

—¿Cómo es Sarayaku, si cierras los ojos y lo imaginas? ¿Qué es lo que ves?

—Veo plantas, los niños, mis primos, mi familia, la quebrada. Para mí es como un santuario, es el lugar donde voy a recargar mis fuerzas siempre. Claro, como toda sociedad, toda comunidad y toda familia, tiene también sus retos y creo que eso es lo que he llegado a entender. ¿Cómo sostengo en mi cuerpo, en mi corazón y en mi mente amar profundamente a mi tierra, amar profundamente a mi pueblo y, a la vez, poder reconocer que hay muchas cosas por las que hay que trabajar? También se trata de reconocer las violencias que existen allí y trabajar por mejorarlo.

Es muy fácil romantizar a los pueblos indígenas y decir que todo está perfecto, pero no es así. También es muy fácil despreciar o culpabilizar, pero lo importante es, desde el amor, poder ver que hay cosas que mejorar y trabajar por ello.

Sarayaku ha cambiado un poco, hay más gente, hay más casas, pero su esencia, su fortaleza y su alegría se mantienen. La selva se mantiene, el territorio se mantiene. Como en todo el lugar, como en toda sociedad, las cosas van cambiando poquito a poco, pero no ha habido un cambio radical; es el mismo pueblo en el que crecí, en el que viví de niña y para mí siempre fue, es y será mi casa. Es el lugar en donde me siento bien, más segura y en paz.

*Imagen principal: Nina Gualinga, defensora del territorio y los derechos de las mujeres indígenas, fotografiada en Sarayaku, en la Amazonía del Ecuador. Foto: Alice Aedy.

Artículo publicado por Astridarellano
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