- En el norte del Guaviare, las comunidades integran un corredor ecológico de 109 000 hectáreas para la protección del jaguar y la Amazonía colombiana.
- Ganaderos, campesinos, operadores turísticos y firmantes del acuerdo de paz hacen parte de una apuesta colectiva por la reconciliación con la naturaleza y con los habitantes de un territorio históricamente afectado por la guerra.
Después de que termina la finca de Alirio Becerra, y el potrero donde tiene sus vacas, aparece un caño (canal natural de un río), y después del caño el piedemonte, donde la sabana y la selva espesa se abrazan en una pequeña vereda del municipio de San José del Guaviare, en el sur de Colombia. Cuando llueve, los caminos anaranjados y opacos de la zona, llenos de polvo, pasan a ser un lienzo café brillante en el que quedan plasmadas las huellas de lo que sea que atraviese el camino. Fue justo allí, al borde del potrero, adentro y por los caminos que llevan a él, donde hace años Alirio Becerra encontró las huellas de un animal que no había visto nunca; no eran de una vaca ni de una danta y tampoco de un perro.
Ese día, de madrugada, el campesino acompañaba a su hijo a cruzar el caño que conecta la finca y la escuela de la vereda. El sonido de la lluvia y los pasos de padre e hijo ambientaban el recorrido hasta que Alirio, de regreso a su terreno, escuchó un movimiento en el agua del caño. Pensó que era un venado de los que usualmente se encontraba cerca a la finca y se quedó quieto para no espantarlo; detuvo su andar para verlo salir sin asustarlo. Pero cuando el animal que chapaleaba se asomó entre la vegetación, el asustado fue Alirio.
Era un jaguar de pelaje amarillo con manchas oscuras, patas cortas y ojos redondos que se le quedaron mirando fijamente. Sostuvieron la mirada por un instante. Alirio primero pensó en cómo defenderse. Tenía un machete pequeño que llevaba para abrirse paso entre las ramas del camino. Algo más grande tampoco hubiera sido de utilidad porque se quedó atónito ante la presencia del animal.
Pasaron un par de segundos o una hora, no tiene cómo saberlo, hasta que el jaguar rompió el contacto visual para dar vuelta y continuar con su camino. Cuando Alirio salió de su aturdimiento, hizo lo mismo.
Las amenazas del jaguar
El jaguar (Panthera Onca) es el tercer félido más grande del planeta, después del tigre asiático y el león africano, pero su mandíbula es la más fuerte de todas: es capaz de atravesar el caparazón de una tortuga. Habita 18 de los 21 países de América, desde el sur de Estados Unidos hasta Argentina; sin embargo, la cantidad de individuos de la especie está decreciendo, razón por la cual la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) categorizó al jaguar en estado Casi Amenazado.
En El Salvador y Uruguay, de hecho, el jaguar ya se encuentra extinto y en Colombia, el área que habitan los jaguares se ha reducido en un 39 %, de acuerdo con información recopilada por la organización no gubernamental WWF. La destrucción de su hábitat y la caza son las dos principales amenazas para la permanencia del jaguar en este país.
En el Guaviare, las vacas y los cultivos son la principal fuente económica de los campesinos, y una causante importante de la deforestación. De acuerdo con Global Forest Watch, un sistema de monitoreo de bosque en el mundo, este departamento perdió 276 000 hectáreas de bosque primario húmedo entre 2002 y 2021. En extensión, el tamaño del bosque perdido sería equivalente a sumar la superficie total de Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, las cuatro ciudades más grandes de Colombia.
Por otro lado, en el Guaviare, puerta de entrada a la Amazonía en Colombia, las personas y los jaguares comparten un mismo espacio, lo que genera conflictos que muchas veces terminan con la muerte del animal, asegura Silvia Vejarano, bióloga y especialista en conservación que desde hace 10 años trabaja en WWF Colombia. El caño por el que Alirio ayuda a cruzar a su hijo de camino a la escuela es el mismo en el que el jaguar bebe agua y se alimenta de venados, chigüiros y, cuando no tiene otra opción, del ganado de sus vecinos campesinos.
Alirio Becerra vive desde hace veinte años en Sabanas de la Fuga, una vereda que hace parte de la zona rural de San José del Guaviare, tiene una finca de 50 hectáreas, 33 cabezas de ganado y cultivos de yuca. Aunque él mismo no ha sufrido la pérdida de su ganado, cada vez es más común el relato de los vecinos que encuentran los restos de sus vacas porque se las ha comido el jaguar. Becerra cree que es cuestión de tiempo para que sea su turno. “Ahora es un delito matar al jaguar, pero si usted lo único que tiene es una vaquita que consiguió con tanto trabajo y se la come un jaguar, usted se encuentra ese animal con ira y lo mata. Tenemos que buscar una solución, porque ahora lo que hay es un problema”, explica.