Por primera vez en la historia, el Estado de Chile declaró en enero a la región de Magallanes y la Antártica chilena como zona de emergencia agrícola debido a la sequía. Bomberos tuvieron que llevar agua por ferry a Puerto Toro —un pequeño poblado ubicado al sur de Puerto Williams—debido a un severo déficit hídrico. Allí, donde la media mensual de precipitaciones es cercana a los 60 milímetros, solo cayeron 8,8 milímetros en noviembre de 2022.

Además, como consecuencia del aumento de la temperatura y la disminución de las lluvias en verano, otros cambios menos evidentes también están ocurriendo, aseguran los científicos. Los ciclos de vida de algunos insectos se están modificando y algunas especies están ocupando lugares donde antes no podían vivir. ¿Qué significan todas estas alteraciones? ¿Qué especies son las más afectadas?

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El futuro de los insectos en Navarino

El agua del río Róbalo es tan limpia que abastece a la población de Puerto Williams sin apenas tratamiento. De hecho, es uno de los 24 ríos más prístinos del planeta, según un estudio realizado en 2016 por un equipo de científicos de la Universidad de North Texas, en colaboración con la Universidad de Magallanes (UMAG) y el Instituto de Ecología y Biodiversidad de la Universidad de Chile.

Esa cualidad, asegura el biólogo Javier Rendoll, es gracias a los insectos que cumplen roles ecológicos dentro del agua para degradar toda la materia orgánica que va entrando en ella. Esa es una de las razones por las que a Randoll le encantan los insectos. Le conmueve que algo tan pequeño y muchas veces ignorado y hasta despreciado por los humanos se ocupe de tareas tan fundamentales. Le fascina observar el ojo compuesto de un bicho o las antenas de una avispa y notar que son de colores metálicos brillantes. Por eso Rendoll cuando habla, por ejemplo, de la mosca de las cascadas, se refiere a ella como “un insecto bien bonito y carismático”.

Javier Rendoll. Foto: Michelle Carrere.

El equipo de científicos del CHIC encargado de estudiar a los insectos, y del cual Rendoll es parte, comenzó a observar que varias especies han adelantado sus ciclos de vida debido al aumento de la temperatura. “Los plecópteros, los efímeros, los tricópteros, todos empiezan a salir antes”, dice Rendoll. En el caso de los plecópteros, por ejemplo, “normalmente emergen [del agua] en enero y febrero y lo hacen con pulsos sincrónicos, salen de a montones del río. Pero ahora tú vienes a terreno en noviembre y ya están afuera, volando”.

Este 2023, las chaquetas amarillas, un tipo de avispa introducida, también empezaron a observarse antes de tiempo. “A las obreras —asegura el biólogo— uno las ve a fines de diciembre, pero ahora estaban en noviembre y las reinas aparecieron en octubre por montones”.

Que los insectos adelanten su aparición en el paisaje puede desencadenar una serie de desequilibrios en cadena dentro del ecosistema. Los peces —incluidas las truchas que no son peces nativos de la zona sino introducidos— empiezan a alimentarse antes y, por lo tanto, empiezan a crecer más y a generar más fecas. Esto, explica el científico, significa un ingreso extra de nutrientes al agua que, eventualmente, podría sobrepasar la capacidad natural que tiene el río para mantenerse limpio. De hecho, ya es posible ver en ciertas lagunas y en el mismo río Róbalo un aumento de algas y pastos marinos lo que es reflejo de un aumento de nutrientes y de temperatura.

Pero los científicos también han notado que ciertas especies están cambiando la forma como ocupan el territorio. La mosca de las cascadas, por ejemplo, hace unos años solo llegaba hasta una cierta altitud del río Róbalo. “No podía subir porque el agua era muy fría”, explica Rendoll, pero ahora esta mosca “empezó a aparecer mucho más arriba, lo que probablemente quiere decir que las condiciones que antes solo estaban abajo, ahora también están arriba”.

Eso puede ser positivo para la mosca de las cascadas, dice Rendoll, “porque ahora es más abundante, está viviendo en más lados”. Sin embargo, si se tratase de una especie depredadora, lo que veríamos es que empezaría a “comer otros bichos que antes no comía”.

Este escenario podría volverse más complicado para otras especies. Uno de los ejemplos más críticos es el del Dragón de la Patagonia (Andiperla Sp.), un plecóptero no volador que ha vivido toda su vida en los glaciares. El aumento de la temperatura y el derretimiento de los hielos amenaza su supervivencia en la tierra. “Si vives muy arriba y ya no queda espacio para seguir subiendo, ahí es cuando te extingues”, explica el experto.

El aumento de algas y pastos marinos en el río es reflejo de un aumento de nutrientes y de temperatura. Foto: Michelle Carrere.

Así como el dragón de la Patagonia, hay muchos insectos cuyo límite latitudinal es isla Navarino, es decir, no llegan más al sur. “Si estos bichos se tienen que empezar a mover ya no en el cerro, sino que en latitud, el salto es Cabo de Hornos y después la Antártica”, dice Rendoll. El problema es que en esos lugares no están las condiciones de isla Navarino. “No están los ríos torrentosos de mucha nieve, así es que salir de acá para ir más al sur también es morir”.

Por último, también hay insectos que han llegado, como el zancudo. En 2017, mientras Rendoll pescaba en el río, vio que tenía uno picándole en el brazo. Se sorprendió porque en Navarino no existían los zancudos. Esperó a que le chupara la sangre y lo metió dentro de un frasco que siempre lleva consigo para ocasiones como esta. Tras analizar al insecto en el laboratorio, confirmó que se trataba de un zancudo que aunque es nativo de la región de Magallanes, nunca había llegado a Navarino y vivía, como máximo, hasta Yendegaia en la isla grande de Tierra del Fuego. La presencia de zancudos en la isla comenzó entonces a preocupar a los ornitólogos. ¿Podrían estos transmitir enfermedades a las aves?

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Nuevas amenazas para las aves

En la isla Navarino habitan unas 150 especies de aves. Están las que viven en el bosque, las marinas y las migratorias. Dentro de este último grupo destacan el fio fio (Elaenia albiceps) y el chincol (Zonotrichia capensis) que pasan el invierno en la Amazonía y luego regresan al sur cada verano para reproducirse.

Lo que los científicos ya han advertido es que algunas de estas aves, por pasar parte de su vida en el clima cálido de la selva, tienen malaria. Hasta ahora no existía el riesgo de contagio a las aves residentes de Navarino porque en la isla no había mosquitos que pudieran transmitir la enfermedad. Ese escenario, sin embargo, ya no existe. “Con el aumento de temperatura están empezando a haber mosquitos acá”, asegura Omar Barroso, ornitólogo asociado al CHIC. “Si llega un fío fío desde la Amazonía con malaria es muy probable que un mosquito pueda picarlo y transmitirle la enfermedad a una especie residente, que está todo el año en la isla Navarino, que nunca ha convivido con ese virus y que, por lo tanto, no tiene los anticuerpos para sobrevivir”.

Aunque aún no se ha reportado ningún caso que confirme esta hipótesis, los científicos están tomando muestras de sangre en aves de diferentes especies que son analizadas en un laboratorio del CHIC. El objetivo es confirmar si ya existen casos de contagio y también simular qué pasaría en caso de que, con el aumento de la temperatura, los mosquitos se reproduzcan a una escala mayor que la actual.

Los investigadores también han empezado a monitorear el comportamiento de las aves para identificar eventuales cambios de conducta. “El aumento de la temperatura y el déficit de lluvias está afectando directamente al bosque. Se está secando”, dice Barroso, lo que puede tener impactos directos en la conducta de las aves que habitan en él y se alimentan de insectos y de semillas. “Si no está la fuente de alimento, todas las especies de aves tendrán una baja considerable”, advierte.

Javier Rendoll cuenta que, en la isla, hay quienes dudan de la existencia del cambio climático. “Creen que es mentira porque el otro día cayeron granizos”, dice. El problema, explica el científico, es que el agua caída no dura. Ayer por la tarde llovió y hoy a las 10:30 de la mañana la tierra está seca.

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Las plantas también sufren

Alex Waldspurger, guardaparques del Parque Etnobotánico Omora, recorre el área protegida con un aspersor de agua en la mano. Así, cada vez que detiene su marcha, humedece los musgos que crecen en las rocas o en los troncos de los árboles. Sabe que no es una solución para estas plantas, pero le gusta pensar que puede darles un alivio. Los musgos, explica Waldspurger, quien además es biólogo, son plantas no vasculares, es decir, que no succionan el agua del suelo sino que la obtienen de la humedad del ambiente, así es que probablemente son las plantas que más sufren la escasez de lluvias. De hecho, a los pocos segundos de recibir el agua del aspersor, los musgos, grisáceos y opacos por la deshidratación, comienzan a reverdecer, a abrirse como lo hacen las flores en un movimiento lento pero perfectamente perceptible.

“Están secos los musgos, están realmente secos y eso es preocupante”, dice Brenda Riquelme, biotecnóloga del CHIC que se dedica a estudiar a estas plantas. “Incluso ciertas turberas se han secado, lo que es particularmente crítico”, advierte.

Sphagnum magellanicum. Foto: CHIC.

Las turberas están formadas por un musgo llamado Sphagnum magellanicum que a lo largo de la historia geológica fue cubriendo y colonizando pequeños lagos o cuerpos de agua. Es por eso que, en rigor, las turberas son un tipo de humedal que, además, almacena enormes cantidades de CO2 de la atmósfera, incluso más que los bosques.

El Sphagnum magellanicum tiene una enorme capacidad para retener agua: hasta 20 veces su peso seco. De hecho, “si tomas un puñado de musgo y lo aprietas puedes llenar un vaso con agua”, dice Riquelme. Por eso, que haya turberas en la isla Navarino que se están secando es tremendamente preocupante, aseguran los expertos.

Es también “doloroso”, dice el geofísico Matías Troncoso, quien a sus 22 años lidera un programa del CHIC que busca instalar estaciones meteorológicas en diferentes lugares de la reserva de la biósfera Cabo de Hornos. El objetivo es proveer a los científicos de más información para poder entender con mayor precisión los impactos que está provocando la crisis climática global y prever la magnitud de los cambios que vendrán a futuro. Con esa información, explica Troncoso, “podremos tener medidas paliativas para adaptarnos y sobrevivir”.

Pero hay algo más que a los científicos les preocupa. En 2021, el Ministerio de Obras Públicas comenzó en Puerto Williams la construcción de un muelle multipropósito. “La obra permitirá atender a las naves que transitan por el canal Beagle, tanto científicas como cruceros, cuyo destino es la Antártica”, describió el ministerio en un comunicado. Construir el muelle multipropósito, dice la declaración de impacto ambiental del proyecto, es necesario para avanzar en la industria turística, de servicios y apoyo a la investigación.

Pero si ya preocupa la poca agua que trae el río Robalo en verano, ¿qué pasará cuando atraquen los cruceros en Puerto Williams y desembarquen miles de turistas más?, se preguntan los científicos.

La declaración de impacto ambiental no considera ese punto. Mongabay Latam envió preguntas al ministerio de obras públicas para saber si fue evaluada la presión que una mayor carga turística podría tener sobre los ecosistemas y, particularmente, sobre la disponibilidad de agua. El ministerio respondió que, al actuar solo como unidad técnica, la consulta debía ser dirigida al Gobierno Regional de Magallanes. Este medio envió las preguntas dos veces por correo electrónico a dicha entidad e insistió por teléfono. Sin embargo, hasta la publicación de esta nota no obtuvimos respuestas.

Los científicos del CHIC aseguran que tampoco fueron consultados sobre los posibles impactos de la construcción del muelle.

*Imagen Principal: Cabo de Hornos. Foto: Omar Barroso

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Artículo publicado por Michelle
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