—¿Eso quiere decir que si las turberas se secan habrá más sequía provocando un círculo vicioso? 

Exactamente, y eso ya lo vemos en lugares como Chiloé, donde se están explotando las turberas.

—Pero usted estudia otro tipo de musgo, el Polytrichum strictum, ¿por qué decidió concentrarse en esa especie?

—Este musgo tiene la capacidad de crecer en ecosistemas muy distintos. Puede vivir a nivel del mar, en tierra baja, pero también en alta montaña. En estos dos espacios las condiciones son muy diferentes. Arriba es completamente duro el clima con respecto al nivel del mar. Tan duro que es comparable a las condiciones que hay en la Península Antártica.

La gracia de esto es que yo puedo estudiar qué tan plástica es esta planta. Vive muy bien en dos lugares distintos, pero ¿eso tiene costos en su reproducción?, ¿tiene costos en su distribución, en su capacidad de dispersarse y poder colonizar otros lugares?

Yo uso este musgo como un modelo, como un centinela del cambio climático, porque con el aumento de la temperatura, uno esperaría que las plantas empiecen a migrar a nuevos lugares donde sí se mantengan las condiciones iniciales.

—¿Sería un musgo particularmente resistente al cambio climático? 

—Debería serlo porque, además, este musgo es una planta de resurrección, es decir, que puede estar seco diez años, después le echas agua y retoma la vida.

Hay también otras plantas que clasifican como plantas de resurrección, no solo musgos, y eso en el contexto del cambio climático lo hace particularmente interesante.

Turbera en el Parque Etnobotánico Omora. Foto: CHIC

—¿Pero cómo estudiar este musgo puede ayudarnos a enfrentar el cambio climático? 

—Estudiar un musgo nos puede permitir entender varias cosas porque son las plantas más ancestrales que viven en la tierra. Son las primas, por decirlo de alguna manera, de las primeras plantas que emigraron desde el agua a la tierra.

Dado que eso es así, estas plantas pasaron una historia en la tierra en donde no había capa de ozono, la temperatura y las condiciones del aire eran muy distintas a lo que hemos conocido y toda esa información deberían tenerla en su memoria genética. Al estudiarlas podemos entender cómo el cambio climático podría afectar a otras plantas, incluidas las que generan flores y frutos.

—¿Cómo son los experimentos que realiza?

—Pusimos en terreno filtros de radiación ultravioleta, porque cada vez en primavera se abre el agujero en la capa de ozono que pasa por la zona subantártica.

Una de las preguntas es qué efectos ha tenido esta radiación ultravioleta a la que hace 70 años atrás no estaban acostumbradas las plantas. Vamos observando cómo van cambiando en su aspecto, tomamos muestras y medimos sus metabolitos. También fijamos pequeños cuadrantes donde podemos ir contando cuántas de estas plantas entran en su ciclo reproductivo sexual. Esas son preguntas ecológicas que llevamos al campo sin interrumpir su vida natural.

Experimentos en campo con el Polytrichum strictum. Foto: CHIC

Pero, además, de algunas de esas muestras también hemos recopilado semillas que las hicimos crecer in vitro. La idea ahora que ya están grandes, es realizar experimentos en condiciones controladas haciendo cambios principalmente en la radiación ultravioleta. Eso permite ir haciendo distintas injerencias y poniendo a prueba ciertos experimentos para aprender cómo manejar el cambio climático en plantas de interés, sobre todo en aquellas que proveen comida.

—¿De dónde surge su interés por estudiar estas plantas? 

—Mi encuentro con las plantas fue bastante fortuito porque empecé mi doctorado en microbiología. Cuando llegué a Puerto Williams me llamó mucho la atención que solo había seis especies de árboles. Me impresionó ver que aquí durante meses casi no llega el sol y que cuando llega, las plantas tampoco lo reciben porque están cubiertas de nieve. Entonces, ¿cómo lo hacen? Luego conocí este musgo que, entre otras cualidades, es muy importante porque es capaz de realizar procesos de sucesión ecológica.

—¿A qué se refiere?

—Los musgos son los primeros individuos que llegan a colonizar un lugar. En la alta montaña, hace muchos millones de años atrás, había solo piedras. Las esporas de los musgos, que siempre andan volando por todas partes pero no las ves, caían encontrando sus condiciones porque estas plantas no tienen raíces y pueden adherirse a cualquier superficie.

Los musgos necesitan muy pocos nutrientes y muy pocos minerales, entonces pueden colonizar una piedra y degradarla en un proceso milenario. Eso, luego, va a ser parte del suelo donde va a caer una semilla de una planta vascular y va a poder crecer. Los musgos, entonces, son los primeros que llegan a preparar el terreno.

Los ecosistemas son siempre dinámicos: donde hoy día hay un bosque, antes probablemente era solo piedra con algo de musgo y un par de líquenes. Estos empezaron a trabajar en la descomposición de otras cosas para generar este suelo maduro que hoy puede sostener un tremendo árbol. Pero, además, los musgos también realizan procesos de sucesión secundaria.

—¿Qué quiere decir?

—Que también es el primer colonizador de un terreno que ha sido devastado, por ejemplo, por un incendio forestal o por los impactos del castor (una especie introducida que, en Patagonia, ha provocado la muerte de importantes extensiones de bosque). Este musgo, el Polytrichum strictum, es uno de los primeros que aparece. Va a ir degradando todos los troncos y otros organismos permitiendo que crezca ahí otra planta. De esa manera, van haciéndose distintas sucesiones hasta que tienes un bosque maduro nuevamente. Esta plantita tenía entonces tantas cosas interesantes que me encantó.

—¿Desde su experiencia científica, ¿qué expectativas podemos tener respecto de la mitigación de la crisis climática?

—Lo que lees en los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) es catastrófico.

Las plantas son resilientes, pero sí o sí hay cosas que no vamos a poder cuidar. Lo único que queda es volverse consciente para no seguir empeorando un escenario que está pasando ahora.

*Imagen principal: Brenda Riquelme en trabajo de campo. Foto: CHIC

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Artículo publicado por Michelle
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