- En el 2005 se descubrió que el caracol africano había sido introducido al país para utilizar su baba en la fabricación de cosméticos. Algunas comunidades hicieron de su ingesta una costumbre, lo que trajo un brote de meningitis.
- Para el 2009, ya había registro de su presencia en al menos ocho provincias. En el 2010, el molusco fue hallado por primera vez en Galápagos y para el 2014 ya había llegado a la Amazonía. Actualmente, se ha establecido en el 95 % del país.
- Las autoridades no consideran a esta especie como una amenaza, pero reconocen que, si se sale de control, puede ser devastadora. Los científicos mantienen las alertas encendidas y piensan que el control de esta plaga debe ser una tarea prioritaria.
Eran las vacaciones de verano del 2005 y el profesor Modesto Correoso, su esposa y sus dos hijos caminaban por el centro de Atacames, una ciudad costera de la provincia de Esmeraldas, en el norte de Ecuador. Era el segundo día de su viaje familiar a la playa. De repente, Correoso se topó con una escena que a él, un estudioso de los moluscos terrestres, le llamó inevitablemente la atención: una mujer ofrecía la baba de caracol como la quintaesencia de la belleza y la juventud. Mientras recitaba sus promesas, la vendedora tomó a uno de los caracoles que tenía en un recipiente lleno de lechuga y dejó que recorriera sus brazos y su rostro.
Atraído por su curiosidad científica —para ese momento ya llevaba 10 años estudiando los moluscos en Ecuador y otros 15 años haciéndolo en Cuba, donde nació—, Correoso se acercó para observar a los caracoles: “Esto no es de Ecuador”, le dijo a su esposa. Y esa fue la primera alerta. “Me pareció africano. Yo al africano lo había visto sólo en libros, pero se parecía”. La segunda alerta vino cuando se dio cuenta de que los cinco caracoles que le compró a la señora —por un dólar cada uno—, se habían devorado toda la lechuga con la que la mujer se los había vendido. “Lo que comen los caracoles nativos es muy poquito, casi ni se nota”, explica Correoso. “Cuando vi que se habían comido toda la lechuga, supe que eran caracoles africanos”.
Esa fue la primera vez que se reportó un caracol africano (Achatina fulica) en Ecuador: una especie reconocida como invasora por el Estado, que fue introducida al país durante la primera década del siglo XXI para la fabricación de cosméticos, utilizando su baba y, en algunas zonas, incluso para su ingesta. Hoy el caracol africano está presente prácticamente en todas las provincias del país (incluidas las Islas Galápagos y el Parque Nacional Yasuní); y, aunque su control no está entre las prioridades del Estado, los científicos advierten sobre los daños ambientales latentes, los riesgos para la agricultura y para la salud humana que existen ante la presencia de esta especie invasora.
Correoso suspendió sus vacaciones familiares del 2005 y ese mismo día regresó a Quito para estudiar a fondo a este invasor. En algunas respuestas oficiales de ministerios y publicaciones académicas se afirma que su introducción a Ecuador pudo darse al final de la década de los noventa. Pero Correoso duda: “Yo lo hubiera visto”, dice. “Siempre estaba recorriendo el país estudiando caracoles. Yo soy psicótico y mi esposa —que también es científica investigadora y con quien ha hecho sus viajes— es muy observadora. Si hubiesen estado antes, los hubiésemos visto”, asegura.
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Un animal lento, pero muy peligroso
El caracol africano está considerado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) entre las 100 plagas más importantes del mundo. De hecho, el profesor Correoso —docente investigador en la Universidad de las Fuerzas Armadas de Ecuador (ESPE)— la ubica entre las 15 o 20 más importantes. Este molusco es originario de África oriental (Kenia y Tanzania, principalmente) y de varios países del sur del Sahara. El animal puede llegar a medir, en edad adulta, hasta 20 centímetros de largo. Es un caracol gigante.
¿Por qué es considerado una plaga? En primer lugar, porque se reproduce a grandes velocidades y se encuentra en cantidades mucho mayores a otros moluscos. Por ejemplo, en un espacio de unos 30 metros cuadrados, con dificultad se puede encontrar un caracol nativo; pero en un metro cuadrado pueden hallarse hasta cinco o seis caracoles africanos. “Hay 20 veces más caracoles africanos”, dice el profesor Correoso.
Además, es un devorador capaz de acabar con árboles y cultivos enteros, tal como acabaron con las lechugas los primeros ejemplares que compró Correoso en Atacames. Según el Instituto Colombiano Agropecuario, este caracol “puede alimentarse con cerca de 200 especies de plantas, líquenes, materia orgánica en descomposición y heces de animales”.
En mayo del 2017, Mongabay Latam publicó un reportaje titulado Especie invasora y voraz: el caracol africano se propaga en el norte de Perú tras el Niño costero. En él se establece que entre el 2010 y el 2014, debido a la presencia del Fenómeno del Niño y el cambio climático, este molusco se extendió y dañó cultivos de cacao, café, caraota, yuca, lechuga repollo (col), maní, lechosa, pimentón, naranja, maíz, cambur, pepino, tomate y zanahoria; además, de plantas ornamentales, pastizales y hasta alimento concentrado para mascotas.
El caracol africano también es portador del parásito que causa la meningitis —enfermedad que llega a ser letal en seres humanos—, y tiene altas concentraciones de bacterias. Puede ocasionar un desequilibrio en el ecosistema en el que se instala porque desplaza a otras especies y, aunque su condición principal es de herbívoro, en situaciones de hambre puede comerse a otros animales o incluso practicar el canibalismo. Es primordialmente terrestre, pero puede sobrevivir en el agua hasta tres horas, expulsando larvas. Además, puede ser comido por ratas, que llevarán el parásito que porta y las bacterias hacia otros ambientes.
Luego de su viaje a Atacames, Correoso confirmó sus sospechas y, al poco tiempo, dio aviso a un periódico y un canal de televisión, que publicaron reportajes con su advertencia. También notificó al Ministerio del Ambiente que confirmó a través de una respuesta oficial que en ese momento recién se enteraban del asunto: “Su presencia en Ecuador fue reportada por Correoso en 2005, debido al boom que se dio por la venta de crema de baba de caracol”, afirmó el Ministerio en una respuesta oficial para este reportaje.
Durante el siguiente año, Correoso, su esposa Marcela Coello, quien es maestra investigadora en la Universidad Central, y varios alumnos de ambos se dedicaron a recorrer el país para empezar a estudiar a este molusco terrestre. En junio del 2006, el profesor publicó un artículo científico con el resultado de estas búsquedas: Estrategia preliminar para evaluar y erradicar Achatina fulica en Ecuador. En el documento ya se establecían tres tipos de peligros por la presencia del animal: ecológicos, médico-sanitarios y agrícolas.
Ecológicos porque afecta al medio ambiente al generar desplazamiento de poblaciones de moluscos nativos, porque se convierte en su competencia y todo esto podría generar un problema ecológico a largo plazo. Médicos porque estos moluscos hospedan parásitos que causan enfermedades graves a humanos y animales domésticos. Y agrícolas porque causa daños considerables a las plantas en los sistemas agrícolas tropicales y subtropicales: es capaz de atacar a más de 100 especies de plantas cultivables, como algodón, bananos, hortalizas, frutales y frijoles, además de varias plantas nativas.
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Así se consumó su invasión
En el 2008, tres años después del primer hallazgo, hubo un brote de meningitis en la Costa ecuatoriana por la ingesta de caracol africano que dejó, incluso, muertos. Ni en el Ministerio de Salud, ni en las páginas web de los medios de comunicación existe registro del tema, pero lo confirman los científicos consultados e incluso entidades estatales, como la Agencia de Regulación y Control Fito y Zoosanitario (Agrocalidad).
Marcela Coello recuerda que los primeros casos se reportaron en la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas, pero que se extendieron a otras zonas de la Costa, como la provincia de Guayas. Y Correoso lo recuerda así: “En el 2008, yo pensé que esto iba a quedar en la memoria, en la huella histórica de Ecuador, porque 10 personas murieron; los niños quedaban bizcos por la meningitis. La meningitis indica muerte”.
El Estado emprendió, entonces, una fuerte campaña de información para que la gente dejara de comer cualquier tipo de caracol en las comunidades donde ya se había hecho costumbre. La ingesta es la única forma del contagio de meningitis, según explica Correoso. Para el consumo quedaron permitidos únicamente unos caracoles pequeños, conocidos como churos.
La campaña detuvo los contagios pero, a raíz de esto, Correoso, Coello y un grupo de sus estudiantes comenzaron otra etapa de viajes de investigación para identificar las zonas del país donde ya se había expandido el caracol africano. Un año después, en el 2009, hicieron una segunda publicación académica: Modelación y distribución (del caracol africano) en Ecuador. Potenciales impactos ambientales y sanitarios. En ese trabajo se estableció que había registros del molusco invasor en al menos ocho provincias del país: Esmeraldas, Guayas, El Oro, Los Ríos, Manabí, Santo Domingo de los Tsáchilas, Bolívar y Pichincha. Además, fueron identificadas unas 25 zonas específicas “colonizadas”. “No solo se registra en zonas rurales y suburbanas, sino también en regiones naturales, fincas, pastizales, bosques y áreas protegidas”, menciona el documento.
El caracol africano se había extendido con fuerza y obligó —con el antecedente del 2008— a los ministerios del Ambiente y de Salud, y a Agrocalidad a enseñar a las comunidades a reconocer este animal y eliminarlo. Era la única forma de control. Les enseñaron a construir trampas: al final de un “piso falso” armado sobre un recipiente se coloca fruta, hojas u otros alimentos que llamen la atención del caracol, para que cuando suba a buscar la comida, caiga en el recipiente. Luego, se toman todos los caracoles capturados y se queman. Así, los científicos y el Estado han logrado evitar que la plaga genere mayores impactos a la salud y a los cultivos. Sin embargo, como el molusco ya estaba asentado en zonas naturales, no habitadas por el ser humano, como bosques o áreas protegidas, el caracol africano siguió expandiéndose en el país.
Agrocalidad tiene registros de que estos caracoles fueron incluso vendidos como mascotas en la provincia de Esmeraldas. Para el 2010, se registraron por primera vez en Galápagos, en la Isla Santa Cruz. En el 2011 llegaron a otras provincias de la Sierra, como Cañar, Chimborazo, Cotopaxi e Imbabura. En el 2014 la plaga llegó a la Amazonía, donde comenzó a extenderse por provincias como Napo, Pastaza y Morona Santiago.
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Un invasor que ya está en todas partes
Los científicos y esposos Correoso Coello se conocieron en Cuba. Ella es de Riobamba, capital de la provincia ecuatoriana de Chimborazo, y él es de La Habana. Ella estudiaba en la isla, se casaron hace 37 años, y en 1995 decidieron vivir en Quito. Desde entonces se han dedicado a estudiar los moluscos ecuatorianos, tarea que realizan desde hace 28 años.
En el tercer piso de su casa, a la que él llama “laboratorio”, hay una pequeña habitación llena de cajas de todo tipo. En la esquina, un mueble alargado con 11 cajones de madera repletos de conchas de moluscos, la mayoría de caracoles. No han matado a ninguno, los han encontrado muertos a todos y creen que puede ser la colección más grande de caracoles del país, aunque también tienen algunos ejemplares de Europa, Asia, Cuba y Centroamérica.
Hay otros cientos de restos de moluscos apilados en cajitas de madera y de cartón, en ampollas vacías de medicamentos, en frascos de vidrio y hasta en un envase de queso crema. Todo está etiquetado y ordenado de una forma que ya ni los investigadores pueden recordar.
“Los cajones están tan llenos que rebotan los caracoles. Es una colección gigantesca… bueno, gigantesca para los caracoles”, dice Correoso, mientras abre, uno por uno, los cajones y va explicando su contenido: “Estas son especies de Manabí”. “Esta caja está suculenta”. “Esto es grande para Ecuador, está considerado entre los moluscos más grandes del país, pero el tamaño es menor que el juvenil del africano”. “Estos los encontramos en La Cordillera del Cóndor”. “Este es más fino que un palillo de dientes”…
Correoso enseña su colección, como para dejar claro que sabe de lo que está hablando y, muchas veces, para responder le gusta citarse a sí mismo en tercera persona, como en un paper académico. Por ejemplo, cuando se le pregunta en qué zonas de Ecuador se encuentra el caracol africano en la actualidad, dice: “Correoso considera que ya está en el 95 % del país. Está en prácticamente todas las provincias, está aclimatado, naturalizado en todo el país”. El investigador explica que, por sus condiciones de vida, el molusco está en zonas menores a los 2000 metros sobre el nivel del mar (msnm), pero con mayor fuerza en áreas a menos de 1500 msnm.
Aunque mucho más escueta, la respuesta del Ministerio del Ambiente coincide con Correoso: “En la actualidad, la especie se encuentra reportada como invasora en Ecuador (continental y Galápagos) y se distribuye ampliamente en el país”.
A pesar de las preocupaciones de los científicos, para los entes estatales, los peligros de su presencia no representan un asunto de preocupación. En una respuesta escrita, el Ministerio de Salud aseguró que no tiene registros de casos de meningitis provocada por el caracol africano. Y para Agrocalidad se trata de “una plaga presente, pero cuyas poblaciones no están causando un impacto a la producción agrícola”. Por eso, explica la directora de Control Fitosanitario, Fanny Tenorio, no amerita hacer una “intervención integral”.
“No ha representado importancia económica porque no destruye a los cultivos; las poblaciones no son muy altas como para convertirse en una amenaza. Seguimos haciendo vigilancia. Nuestros técnicos, en territorio, hacen vigilancia de cultivos. Es fácil darse cuenta cuando una plaga está subiendo poblaciones. Y también recibimos avisos de los productores. Esas son las alertas posibles, pero hasta el momento, no ha habido alertas”, dice Tenorio.
Correoso y Coello, sin embargo, creen que las autoridades no le están dando al tema la importancia que merece, porque la necesidad de actuar no sólo debe sustentarse en el aumento de efectos sobre los cultivos o el incremento de casos de meningitis, sino también por las consecuencias para los ecosistemas.
Este caracol es capaz de desplazar o comerse a cualquiera que se interponga en su camino o le signifique alimento. Además, los productores, como le tienen miedo a la plaga, matan a todos los caracoles, incluyendo muchos nativos que son importantes para sus territorios, porque funcionan como “termómetros” de un ecosistema.
Según Correoso, no hay caracoles africanos solo en zonas cercanas a cultivos agrícolas, sino incluso en bosques y lugares protegidos. “En el Yasuní pasaban los turistas y en las paredes, en los baños, en las letrinas, estaba el caracol africano. En un bosquecito a un lado del hotel, pegado en todos lados. En todos lados lo encuentras, tengo fotos”.
Y está incluso en zonas semiurbanas, no tan alejadas de las grandes ciudades. “Nosotros nos vamos, por ejemplo, a la Costa; y nos bajamos en una parada a tomar café o una gaseosa. Y vemos 6 o 7 caracoles africanos”, agrega Coello.
¿Imposible mantenerlo bajo control?
“Si se sale de control [la plaga del caracol africano], puede ser devastadora”, dice Fanny Tenorio, directora de Control Fitosanitario de Agrocalidad. Y argumenta que, en cantidades que sobrepasen ese aparente control, el caracol africano es capaz de devorar árboles y plantaciones enteras.
Al preguntarle a Correoso si se puede considerar que el caracol africano está bajo control, es contundente y responde que no. Sobre todo, porque esta especie se encuentra en el 95 % del país, se está refugiando en áreas silvestres y compite con todas las especies.
Stella De la Torre es profesora-investigadora de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ) y ante la pregunta de si el caracol africano está bajo control en Ecuador, su primera respuesta es enfática: “En ningún lugar del mundo donde ha entrado esta plaga, ha logrado ser erradicada o controlada. Y aquí pasa lo mismo. El hecho de que esté prácticamente en todo el país, incluidos ecosistemas naturales, da una idea clarísima de que no está controlada”.
De la Torre cree que, quizás por el hecho de que no se mueven rápido, se genera la falsa idea de que no es una plaga prioritaria. Pero está convencida de que el país debería prestarle atención al caracol africano.
Ella viajará este verano, junto a un grupo de sus estudiantes, para confirmar la presencia de este molusco en una segunda isla de Galápagos: San Cristóbal. “En Santa Cruz sigue habiendo y no sería extraño que esté también allá”, dice la experta.
Por eso, De la Torre recomienda que el Estado promueva muchas más campañas de información y capacitación, para que más gente pueda reconocer al caracol africano, para diferenciarlos de los nativos y solo incinerar al invasor. “Los guardaparques y los técnicos de diferentes ministerios, sí deberían tomar esto como una tarea prioritaria”, dice.
Es una noche lluviosa en Quito y Correoso muestra algunas de las fotografías de caracol africano. Explica —como si estuviera dictando una clase— la manera correcta de diferenciarlo de un caracol nativo de Ecuador. Correoso cree que el Estado no le ha dado al tema la importancia que merece. “No les importó”, dice. “Solo cuando hubo las muertes”. Y, entonces, vuelve a hablar como si le contara una anécdota a un alumno: “Nosotros hemos estado en bosques secundarios, de 100 años, cercanos al noroccidente. En un bosque que es casi prístino encontramos caracoles africanos de casi 15 centímetros de largo” y repite que puede pasar, alguna vez, que un invierno fuerte facilite la reproducción de este animal y que, si se sale de control, las consecuencias podrían ser devastadoras.
*Este reportaje es una alianza periodística entre Mongabay Latam y La Barra Espaciadora de Ecuador.
** Imagen principal: El caracol africano es considerado gigante. Puede llegar a medir, en edad adulta, hasta 20 cm de largo. Foto: cortesía, archivo personal de Modesto Correoso.
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