- Una asociación de mujeres de Tarapacá, en el departamento de Amazonas, pasó de vender empanadas a producir toneladas de frutos amazónicos.
- Mujeres de Tarapacá fueron pioneras en demostrar que es posible aprovechar recursos forestales no maderables en zonas de reserva forestal. El uso sostenible se convirtió en una estrategia de conservación exitosa que es destacada, incluso, por un instituto científico y una autoridad ambiental.
Al sur del departamento del Amazonas, en el corregimiento de Tarapacá, un grupo de mujeres trabaja por encontrar el equilibrio perfecto entre proteger el bioma amazónico y, desde esa misma selva, generar los recursos económicos necesarios para el sostenimiento de sus familias y su comunidad. Mujeres que encontraron en los frutos que ofrece la selva una oportunidad para emprender.
“Los indígenas amazónicos nos criamos en el bosque y desde que crecemos, nuestros padres y abuelos nos enseñan a conservar la naturaleza. (…) Estamos acostumbrados a que si tumbamos monte para una chagra, sembramos frutales y maderables, pero luego reforestamos”, dice Cindy Gómez, indígena amazónica e integrante de la Asociación de Mujeres Comunitarias de Tarapacá (Asmucotar). Tiene claro que nada, ninguna actividad, puede poner en riesgo la selva, porque de ella dependen física y culturalmente.
Por eso, hacer uso sostenible de los recursos que provee el bosque es el objetivo común de 30 mujeres, la mayoría indígenas y dos colonas, quienes han encontrado un aliado invaluable en los frutos silvestres, tradicionales para las comunidades nativas, pero exóticos en el resto del país. El copoazú (Theobroma grandiflorum), el arazá (Eugenia stipitata) y el açaí (Euterpe oleracea) son algunas de las frutas con las que trabaja Asmucotar. Sin embargo, es el camu camu (Myrciaria dubia) el que brilla como su fruto estrella, una pequeña joya ácida que contiene más vitamina C que la naranja o el limón y que es el testimonio de la biodiversidad única de la región.
Crece de manera natural en los bordes de los ríos, lagos, en las planicies inundadas por ríos de aguas blancas —conocidas como várzeas— y también en los Igapós de la región amazónica, que son los bosques anegados por ríos de aguas negras. En Colombia crece principalmente en los departamentos de Amazonas, Caquetá, Putumayo y por el río Tabu, en el departamento de Vaupés, donde también lo conocen como Minuake (Guanano). Es difícil de encontrar porque su cosecha ocurre sólo una vez al año. Diana Carolina Guerrero, investigadora asociada del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi), cuenta que años atrás la cosecha se extendía desde el mes de diciembre hasta enero o febrero; sin embargo, con el cambio climático, ahora los frutos llegan entre marzo y abril. La cosecha de esta fruta se convirtió en la prueba irrefutable de un clima cambiante y de un planeta que exige a gritos acciones de conservación para evitar poner en riesgo la existencia humana. Las mujeres amazónicas han sido testigos de estos cambios.
Los árboles de camu camu son poco frondosos y crecen cerca de los lagos, ríos y otros cuerpos de agua de la Amazonía. Fotos: Sinchi y Asomucotar.
La conservación de la Amazonía es clave para regular los patrones climáticos, por eso, recientemente los mandatarios de ocho países de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), incluída Colombia, se reunieron en Brasil e hicieron un pacto, llamado la declaración de Belém, en el que establecieron una Alianza Amazónica para reducir la deforestación, proteger la selva y combatir la pobreza y las desigualdades en esta región.
De las empanadas al camu camu
“Nuestros padres y abuelos quieren que uno aprenda las costumbres y las pase a los hijos”, explica Cindy Gómez, indígena de la etnia huitoto por parte de su abuela y bora por su abuelo. Ella sabe que contagiar a otros del amor por la selva sea, tal vez, la única manera de protegerla. “De ella vivimos, nos sustentamos, nos da la alimentación y la vida”, recalca. Ese bosque tropical provee todo lo que necesitan, como el camu camu, que nace de un arbusto ramificado que se da en los bordes de las zonas inundadas y puede crecer hasta los ocho metros de altura. Es un fruto único y, por eso, la labor de estas mujeres se enfoca en el uso sostenible, la conservación y en el empoderamiento para enfrentar juntas los desafíos cotidianos.
Asmucotar emprendió un camino inusual. Empezaron en 1994 con el objetivo de crear una red de apoyo, pues era difícil incluso no tener con quien dejar a sus hijos mientras trabajaban la chagra —la zona de cultivo tradicional—. Se dieron cuenta que cooperando entre todas, sin importar si eran indígenas o colonas, podían llegar más lejos y superar juntas las dificultades que trae vivir en un corregimiento al que escasamente llegan las ayudas del Estado.
Comenzaron modestamente, organizando rifas y vendiendo empanadas y sancocho —una sopa típica colombiana— para reunir fondos. La persistencia hizo que con el pasar del tiempo lograran reunir dinero para comprar un lote y pedir ayuda a la gobernación de Amazonas para construir una institución educativa. “Por eso acá dicen que la Asociación es la madre del colegio de Tarapacá”, cuenta Trinidad Polanía, actualmente representante legal de Asmucotar e hija de unos colonos que llegaron a este lugar del país en 1934 con el objetivo de conseguir tierras. Es dueña de un predio de 90 hectáreas, pero sólo 10 están destinadas a la ganadería. Tiene 20 vacas que ayudan al sostenimiento de su familia con la producción de leche y queso que usa, además, para la panadería que tiene con uno de sus dos hijos.
—La ganadería es una de las principales amenazas para la Amazonía, ¿qué piensa hacer con las otras 80 hectáreas?
—Las tenemos como área de reserva y así seguirán, he aprendido que es importante cuidar el bosque— afirma Trinidad, quien además tiene un puesto donde vende jugos de frutos amazónicos.
Lo que Asmucotar hacía de manera artesanal, empezó a sofisticarse a partir de 2009 cuando el Instituto Sinchi llegó para hacer una caracterización vegetal y ver la oferta productiva del territorio. En ese momento, explica Guerrero, había un auge en el lado peruano de aprovechamiento del camu camu. “Llegaban a todos los lagos y barrían la fruta. Han sido muy líderes en el aprovechamiento”, cuenta. Así que el instituto ofreció apoyo a las asociaciones que querían hacer uso sostenible de las frutas silvestres. Asmucotar alzó la mano.
“En el lado colombiano el camu camu se encuentra en área de reserva forestal —explica Guerrero—, así que tocaba empezar a mirar de qué forma se podía hacer el uso sostenible del recurso de manera legal”. Fue así como arrancaron con un plan de manejo y se acercaron a Corpoamazonía, la autoridad ambiental en el sur de la región amazónica colombiana, pidiendo autorización y especificando que era un producto no maderable y que no habría eliminación de los individuos, como en el caso de la madera. Corpoamazonía cedió y emitió inicialmente la Resolución 0727 de 2010, en la que reglamentó, en su jurisdicción, el uso sostenible de los recursos no maderables en áreas de reserva, es decir, abrió la puerta para que las comunidades pudieran solicitar autorizaciones para hacer un uso responsable. “No era la mejor en su momento, pero nos permitió acceder posteriormente al permiso de aprovechamiento”, explica Diana Guerrero.
Corpoamazonía descubrió que generar fuentes de ingreso para las poblaciones locales permitía combatir la pobreza y, además, era una estrategia de conservación que podía ayudar a disminuir la deforestación en departamentos como Caquetá, Putumayo y Guaviare, pero también evitar el avance sin freno al Amazonas, el departamento menos deforestado, por ahora, de la región amazónica.
“Es necesario establecer requisitos que permitan a grupos asociativos acceder al bosque bajo condiciones de legalidad y, de esta manera, consolidar el compromiso de las comunidades con la conservación del bosque”, explica Corpoamazonía en una resolución posterior, la 1521 de 2017, en la que estableció las directrices para acceder al recurso forestal, como estrategia de conservación y manejo del bosque natural.
El crecimiento de Asmucotar
En 2011, Asmucotar obtuvo el primer permiso por parte de Corpoamazonía. La resolución 0730 de 2011 estableció puntualmente que la asociación podía aprovechar hasta el 75 % del camu camu en 21 hectáreas y tres lagos, llamados Pechiboy, Juro de Brasil y Santa Clara. “Haciendo un uso de manera sustentable se puede realmente mantener la especie en condiciones sostenibles. No tenemos la intención de diezmar la población. Los estudios y la investigación permitieron que la Corporación [Corpoamazonía] estuviera segura del permiso que iba a proporcionar, es decir, aprovechamiento del camu camu”, explica María Soledad Hernández, coordinadora del Programa de Sostenibilidad e Intervención del Sinchi.