- La palma de moriche es vital para la Orinoquía colombiana. Su presencia ayuda a garantizar la seguridad hídrica en una zona donde los incendios no dan tregua y el aprovechamiento sostenible de sus frutos abre mercados para muchas comunidades locales.
- Un proyecto de conservación busca mantener a salvo los grandes morichales de Puerto Carreño, áreas que sirven de refugio y alimento para animales como la danta, un importante dispersor de semillas en ecosistemas de sabana.
Para nadie es un secreto que los árboles tienen múltiples cualidades: desde generar oxígeno, ser el entorno natural e ideal para la vida de miles de animales y plantas, hasta ser uno de los mejores aliados contra la crisis climática, gracias a su capacidad de almacenamiento de dióxido de carbono (CO2). Y aun así, su pérdida avanza.
Tan sólo en los bosques tropicales, la deforestación empeoró en el 2022. De acuerdo con datos de la plataforma Global Forest Watch, en ese año se perdieron un total de 4.1 millones de hectáreas de estos bosques en el mundo, lo que equivale al área de 11 campos de fútbol por minuto.
Para revertir esta tendencia, cada vez hay más acciones que buscan conservar algunos de los árboles más representativos de los bosques tropicales. En Colombia, por ejemplo, hay un proyecto que tiene como protagonista a la palma de moriche (Mauritia flexuosa).

En la Orinoquía colombiana, la presencia de esta especie es vital para garantizar la seguridad hídrica, hacerle frente a los incendios forestales que van en aumento con el cambio climático y servir de sustento para comunidades locales que empiezan a hacer uso sostenible de sus frutos y fibras.
“Las palmas de moriche están asociadas a cuerpos de agua. En la Orinoquía, donde el agua es un bien muy escaso, los morichales ayudan a la creación de los ríos de sabana, a que se generen pequeñas quebradas que luego van llegando a los ríos y alimentan sus caudales. La palma de moriche tiene muchas funciones ecológicas y servicios ecosistémicos para los humanos”, comenta Leonor Valenzuela, coordinadora de Análisis y Síntesis en Wildlife Conservation Society (WCS) Colombia.
Los morichales son un gran refugio de vida
La palma de moriche está presente en toda la Orinoquía colombiana. En promedio, cada árbol puede medir 27 metros de altura, crecimiento que puede tardar hasta 30 años. Crece en pantanos o dentro de bosques de galería, aquellos que se forman alrededor de cuerpos de agua. En estos lugares conforman grandes palmares que se convierten en especies predominantes que dan refugio y alimento a decenas de animales.
“Alrededor de las palmas se desarrolla todo un ecosistema compuesto de muchas otras especies. La palma produce frutos que son comestibles y que son muy apetecidos por animales como la danta, la guagua y el guatín. Luego van llegando los depredadores de estos animales y alrededor de la palma se genera toda una cadena de vida”, asegura el botánico Rodrigo Bernal, uno de los científicos que más ha investigado sobre palmeras en Colombia.

Para Bernal, una de las principales amenazas para el moriche, al igual que ocurre con muchas especies de árboles, es la deforestación. Según dice, en muchos sectores de los Llanos Orientales, los bosques de galería han ido desapareciendo para darle espacio a potreros para usos agropecuarios. El investigador asegura que a medida que las zonas de potrero avanzan hasta las márgenes de los caños y ríos, desaparece el hábitat para la palma.
“Una amenaza a la que habría que prestarle más atención es que en el proceso de aprovechamiento de sus frutos, muchas personas tienen la costumbre de tumbar la palma para cosechar el racimo de frutos. Algo tan estúpido como levantarse por la mañana a matar una vaca para sacarle la leche”, dice Bernal.
Esto era algo que pasaba en Iquitos, en la Amazonía peruana, donde hay una cultura de aprovechamiento del moriche —conocido en este país como aguaje—, pero cada vez tenían que ir más lejos porque tumbaban las palmas para obtener los racimos. El botánico colombiano recuerda que esto cambió cuando empezaron a usar la marota, utensilio elaborado con troncos y cuerdas que le permite a la persona ascender por el árbol hasta llegar a los frutos. De esta manera conservan los morichales y las palmas siguen ofreciendo su producción bienal.
Además de la deforestación para usos agropecuarios y la tumba indiscriminada de palmas para la recolección de sus frutos, los morichales en la Orinoquía colombiana se enfrentan a otro peligro: los incendios forestales.

Según los investigadores, el ecosistema de sabana se encuentra habituado a los fuegos y muchos de sus procesos ecológicos dependen de ellos. Así mismo, los agricultores han utilizado históricamente el fuego para quemar los pastos y fertilizar los suelos para las siembras. Sin embargo, el cambio climático ha impactado estos procesos, llevando a que los incendios se expandan a mayor distancia, duren más tiempo y aumenten su frecuencia.
“Hay una relación positiva entre la temperatura máxima diaria y la intensidad del fuego. Lo que esperamos es que, bajo efectos de cambio climático y con escenarios de aumento de temperatura de dos grados centígrados, esos fuegos sean más intensos”, dice Valenzuela y agrega que “nos hemos dado cuenta que el número de plántulas era mucho menor en los morichales quemados que en los morichales sin afectación por fuego”.
A pesar de que los moriches tienen resistencia a los incendios, los regímenes modificados del fuego están haciendo que las plántulas no sobrevivan, dice Valenzuela.

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Cortafuegos, siembras y trasplantes
Desde el 2015, cuando el Proyecto Vida Silvestre, del que forma parte WCS Colombia, empezó a trabajar con el moriche en la Orinoquía, se dieron cuenta que el fuego era un problema cada vez más serio para los morichales.
Una de las primeras acciones fue la creación de cortafuegos, franjas de terreno sin ningún tipo de cobertura vegetal que funcione como combustible, de manera que el fuego no se siga expandiendo. “No es que siempre impidan por completo la llegada del fuego, pero ayudan a disminuir su impacto”, destaca Leonor Valenzuela.
Carlos Saavedra, coordinador del Proyecto Vida Silvestre, asegura que han implementado cortafuegos en más de 20 predios en Puerto Carreño, en el departamento de Vichada. Son entre 300 y 400 kilómetros de cortafuegos que se hacen cada año y que protegen unas 135 hectáreas de bosques y morichales.
A la par de la creación de los cortafuegos se establecieron dos estrategias: la primera es la germinación de semillas y el cuidado de las pequeñas palmas en viveros hasta que pueden sembrarse en las zonas que lo requieren. La segunda implica el rescate de plántulas: “sabemos que naturalmente hay una mortalidad de esas plantas en las áreas donde crecen en forma natural, porque crecen muy agregadas, una al lado de la otra. Entonces, lo que hacemos es rescatar algunas, porque sabemos que en medio de esa competencia varias morirán, y las trasplantamos a las zonas donde se necesitan”, afirma la investigadora.

El proyecto monitorea actualmente 16 morichales y han identificado que en la parte más cercana a los cuerpos de agua, la palma comparte hábitat con otras 60 especies de plantas; en la zona media lo hace con 33 especies, y en los bordes, áreas que limitan con las sabanas, conviven con otras 13 especies.
A lo largo de casi nueve años han sembrado 4237 plántulas en 32 hectáreas de morichales. Además, han identificado que en los morichales donde se construyeron cortafuegos hay 80 veces más plántulas que en aquellos que no los tienen, mientras que en los morichales donde hay cortafuegos y se han hecho siembras, el número de plántulas de moriche es 155 veces mayor. Algo similar ocurre con las palmas un poco más grandes, en estado juvenil: “Donde tenemos cortafuegos, el número de juveniles es siete veces mayor que en donde no hay cortafuegos, y en donde hay cortafuegos y se hicieron siembras, el número de juveniles es 12 veces mayor”, destaca Valenzuela.
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Un fruto con muchas utilidades
Los científicos saben que cuando las personas hacen uso sostenible de los recursos, empiezan a valorarlos más. Las comunidades amazónicas están más familiarizadas con el consumo del fruto de moriche en diferentes preparaciones, pero esta tradición se ha venido perdiendo en la Orinoquía, donde la palma es usada principalmente para cortar sus cogollos y extraer fibras con las que se fabrican hamacas, mochilas, sombreros, canastos y otras artesanías.
“Se ha perdido esa costumbre de uso indígena tradicional. El Proyecto Vida Silvestre en el Vichada quiere incorporar el uso del moriche en la dieta de los colombianos”, dice Rodrigo Bernal. El deseo del botánico es que la palma sea conocida en toda Colombia, como ocurre en Perú, donde se pueden conseguir productos de moriche en Lima, a miles de kilómetros de la selva amazónica donde crece el árbol.

Bernal comenta que “los productos de moriche son muy escasos, incluso en ciudades como Leticia en la Amazonía y Puerto Carreño en la Orinoquía. En el resto del país muchos ni saben de la existencia de la palma”. El botánico dice que el reto es que el fruto sea reconocido, como ya ha ocurrido con frutas como el arazá, que se está utilizando en las preparaciones de muchos restaurantes colombianos.
Por ahora, se explora la posibilidad de comercializar la pulpa del moriche y la harina que se puede elaborar con su fruto. “Es una planta maravillosa en términos nutricionales por su alto contenido de proteína, así como Omega 3 y otros aceites esenciales saludables. Tiene mucho potencial en la industria alimenticia, pero también mucho potencial en la industria cosmética por los aceites”, comenta Carlos Saavedra.
Bernal agrega otro posible uso de la palma de moriche pues cuando esta muere, dentro del tronco habitan larvas de un escarabajo picudo, conocidas como mojojoy. “En la Amazonía de países como Ecuador, los mojojoy se consiguen fácilmente en la calle y es un plato muy apetecido. Eso no ocurre todavía en Colombia, con excepción de los pueblos indígenas”.

Saavedra insiste en que es posible aprovechar de manera sostenible la palma de moriche. Según los estudios que han realizado en la Orinoquía, hay palmas suficientes para mantener los morichales saludables, para que brinden recursos a la fauna de la zona y para que las comunidades locales aprovechen los frutos sin afectar las poblaciones de palmas.
“Los productos del moriche pueden venderse, pero necesitamos generar asociatividad en los Llanos. Si cada propietario lo hace por su cuenta, no es económicamente viable”, cuenta Valenzuela. Esa es una de las prioridades del Proyecto Vida Silvestre. Otro de los retos es sortear las dificultades logísticas, pues el departamento de Vichada no está bien conectado con el resto del país, y ese es un factor que puede incrementar los precios.
Mientras tanto, la adaptación al cambio climático en la Orinoquia es una prioridad. Según Valenzuela, bajo diversos escenarios, a esta zona del país le esperan veranos más largos y eso se traduce, automáticamente, en un incremento en las probabilidades de tener fuegos más intensos y de difícil control.
En ese contexto, la conservación de la palma de moriche es un asunto más que necesario.
*Imagen principal: Palmas de moriche, vitales para garantizar la seguridad hídrica en la Orinoquía colombiana. Foto: Danilo Pulido
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