- Es un fósil viviente de épocas lejanas y sus ancestros serían reconocidos por los mismísimos dinosaurios. Hoy la araucaria o peweñ es un árbol sagrado para el pueblo mapuche.
- Desde la colonización europea, sus únicas poblaciones en el mundo, ubicadas en los bosques templados de Chile y Argentina, declinaron hasta encontrarse En Peligro de extinción.
- Pese a ello, la araucaria resiste con aplomo en dos cordilleras, mientras nos recuerda —a través de su historia — que la coexistencia entre ella y los humanos sí es posible.
“No griten, no vayan burlándose, pidan permiso al entrar al bosque, díganle a lo que van. Si llevan carne, harina tostada o pan, déjenle un poco a una araucaria y díganle: ‘Esto te puedo dejar, porque no tengo más. Porque yo vengo a pedirte fruto’”. Esas serían las reglas que los lonkos —líderes de un lof o comunidad— les contaron a tres hombres winkas (blancos) que se disponían a recolectar piñones, los generosos frutos de la araucaria o peweñ.
Allí cada bosque de araucaria tiene un nombre, y a los pies del volcán Quetrupillán —o Villarrica—, al sur de Chile, había uno que estaba muy apartado de los demás. Agolpados como en una postal familiar, los árboles de ese lugar daban grandes piñones. Pese a eso, nadie iba a buscarlos a ese sitio. Los mapuche que iban a piñonear pasaban de largo, pues era un bosque sagrado. Sin embargo, uno de los winka hizo oídos sordos a las instrucciones de los lonkos y a la advertencia de sus compañeros, y decidió incursionar en la zona. Llenó su saco antes que el resto, y luego los tres emprendieron rumbo a sus casas. Al día siguiente, se encontraron nuevamente y comentaron cuán sabrosos estaban los piñones, excepto el obstinado recolector, quien no pudo saborear los frutos porque, cuando quiso cocerlos en una olla, abrió el saco y estaba lleno de lagartijas.
“Ahí aprendió la lección. Nunca tienes que jugar con la naturaleza. Tú tienes que respetar cada espacio natural. Nosotros pedimos permiso. Y él dijo ‘no, qué tanto permiso, si son árboles nomás’. Y ese cuento nos contaba a nosotros mi papá”, relata Silvia Navarro Manquilef, kimche o educadora tradicional mapuche.
Lejos de ser “árboles nomás”, lo cierto es que basta conversar con cualquier entendido en la materia para comprender que la araucaria, pewen, peweñ o Araucaria araucana, como se le conoce en la ciencia, representa muchísimo más.
En palabras de Tomás Ibarra, profesor asociado de la Universidad Católica de Chile, “el pewen es un árbol sagrado para el pueblo mapuche-pewenche, y con una alta importancia histórica, ecológica, alimenticia, económica y espiritual. Ella alcanza alrededor de 30 metros de altura y puede vivir hasta más de 1 500 años. Los fósiles de araucaria datan de hace unos 145 millones de años, lo que significa que estos árboles estaban presentes durante la misma época en que los dinosaurios caminaban por la Tierra”.
Al vivir más de 1 000 años, la araucaria podría considerarse una de las especies de flora más longevas de América Latina. Hay ilustres ejemplares como la famosa “Araucaria madre” que vive en el Parque Nacional Conguillío, en el sur de Chile, y que fue denominada así por colonos ante su gran talla y longevidad. Según distintas estimaciones, tendría entre 600 y 1000 años.
Esta especie de árbol es endémica de los bosques templados del sur de Chile y Argentina, es decir, solo crece ahí, y hace de la blanca cordillera de los Andes su principal hogar.
“Más del 95 % de sus poblaciones se encuentran en los Andes, tanto de Chile como Argentina, y también hay una pequeña población en la cordillera de la Costa, la cordillera de Nahuelbuta, que es una población relicta también, muy importante desde el punto de vista de la conservación”, asegura Mauro González, investigador del Instituto de Conservación, Biodiversidad y Territorio de la Universidad Austral de Chile (UACh) y del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2.
De pirámide a paraguas
La araucaria es un árbol siempre verde y dioico (que posee individuos femeninos y masculinos), aunque rara vez se pueden encontrar flores masculinas (amentos) y estróbilos femeninos (conos) en un mismo árbol. Alcanza 40 o más metros de altura, y su tronco grueso y recto es cilíndrico, alcanzando hasta dos metros de diámetro.
También es un árbol de crecimiento lento. La polinización se realiza por viento, mientras que su ciclo reproductivo, desde la formación de los conos femeninos hasta la diseminación de las semillas, toma aproximadamente dos años. Además, alcanza su madurez reproductiva entre los 15 y 25 años, y pese a que fructifica anualmente, cada dos a cinco años su producción es abundante, seguida por años de baja y, en algunos casos, de casi nula producción.
De joven, la araucaria posee una figura piramidal y ramas hasta el suelo, mientras que en la adultez adopta su distintiva copa con forma de paraguas. Sus hojas lustrosas y punzantes están imbricadas de forma tal que le valió el nombre de Monkey-puzzle tree (“rompecabezas de mono”). Según cuentan, dicho apodo habría surgido en una cena en Inglaterra, donde uno de los invitados de Sir William Molesworth —quien tenía una araucaria en su jardín— comentó cuán extraña le parecía la forma de sus ramas, diciendo que podría confundir a un mono trepador.
Aunque ha sido testigo y artífice en tantas épocas e historias, la araucaria enfrenta hoy un panorama complejo. De partida, está catalogada En Peligro por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) desde 2013. En Chile se clasifica En Peligro en la cordillera de Nahuelbuta y como Vulnerable en la cordillera de los Andes, siendo una de las 24 especies arbóreas evaluadas que se encuentran con severos problemas de conservación (En Peligro y En Peligro Crítico). Por ello, muchos se preguntan si la araucaria logrará sobrevivir, esta vez, a los embates que hoy la aquejan.
Ires y venires de un fósil viviente
Si las araucarias tuvieran un álbum de fotos, veríamos paisajes imposibles y bestias extintas de un planeta que ha cambiado como un camaleón.
“Es una especie muy icónica por su taxonomía e historia evolutiva, porque es una de las pocas especies de gimnospermas, es decir, de las conocidas como coníferas del hemisferio sur”, explica Frida Piper, académica de la Universidad de Talca e investigadora principal del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB).
La familia Araucariaceae —a la que pertenece el peweñ— es muy antigua, y sus fósiles son abundantes en lugares como la Patagonia y la Antártica. Para hacernos una idea, la gran mayoría de los árboles de hoja ancha o angiospermas aparecen en nuestro planeta hace aproximadamente 60 o 70 millones de años, pero las coníferas aparecen mucho antes, entre unos 100 a 200 millones de años atrás. La científica del IEB añade que “en ese momento, las condiciones de la Tierra eran muy distintas a las de ahora. Y sabemos, por los estudios que hay de fisiología y genómica, que la araucaria tiene características muy asociadas a las condiciones de la Tierra de ese momento”.
Aunque el polen fósil de Araucariaceae se conoce desde el Triásico, los registros de macrofósiles más antiguos en Sudamérica y la Antártica son del Jurásico Temprano. Se cree que este grupo de árboles servía de alimento para especies como los saurópodos, tal como recrea una ilustración realizada por James McKay para un estudio publicado en la revista Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology. Sin duda no deja de sorprender el hecho que sobrevivió a la extinción masiva de estos y otros gigantes prehistóricos, en medio de cambios climáticos y eventos marcados por el hielo, el fuego y las erupciones volcánicas.
Por ese motivo, el investigador Mauro González considera que la araucaria “tiene todo un acervo de adaptaciones para hacer frente a cambios climáticos que, sin duda, han experimentado en el pasado”.