Vivir en una caldera

Desde su ventana, Félix Atoche advierte que la temperatura en su casa es insufrible y pide palpar las paredes del frontis a manera de experiencia inicial. Como al contacto con un revestimiento que ha sido atacado por el fuego, las manos arden al instante. El sol cae a plomo sobre Negritos, tanto que ni siquiera hay sombras en las calles. Atoche viste apenas shorts de tela y está descalzo. En la construcción de concreto donde vive hace tres años, el aire es tan espeso que el olor a gas parece haber quedado suspendido, detenido entre los muros que hierven. El techo de Eternit absorbe el calor, que luego cruza como flama hasta el piso de baldosas cuarteadas e infladas. Estamos en una bomba de tiempo. Es el mantra que repiten los vecinos de Villa Hermosa esta mañana de febrero.

Y Félix Atoche es uno de los que mejor lo entiende. Cuarenta y cinco años de trabajo en producción y perforación de pozos petroleros con fondos de 8 y 10 mil pies, como los que subyacen al territorio de Negritos, le inyectaron conocimiento en detalle.

“Abajo, la presión del gas se acumula y rompe el pavimento. Después el gas emana y viene el afloramiento de petróleo. Aquí todavía no han aparecido rastros de crudo, pero la fuerza que proviene desde el suelo con este calor hasta puede causar una explosión”, explica con una voz agitada que por momentos se desvanece.

Llevamos 40 minutos dentro. El calor taladra el cuerpo y obliga a huir hacia la calzada cada cuarto de hora. Hay que acoger los golpes de brisa y pasar de nuevo por el tiempo que se pueda resistir. Para las familias de Villa Hermosa es un efecto natural: nadie sin la costumbre en esta combustión que surge de lo profundo y que irrumpe desde el techo podría desarrollar una rutina doméstica con normalidad.

El lote situado a la izquierda pertenece a Miguel Quiroga y, más que un escenario repetido de sofocación y rajaduras, encierra lo que sería uno de los núcleos de origen para la calamidad creciente en Negritos. En una inspección, a fines de 2023, la empresa Sapet y el Organismo Supervisor de la Inversión en Energía y Minería (Osinergmin) detectaron un pozo mal abandonado a miles de pies debajo de su vivienda. La casa de la enfermera Milagros Ipanaqué está al frente de la de Quiroga, lo mismo que la de doña Isabel Curay, donde los pisos destrozados o con prominencias por la presión subterránea han tornado inhabitable la mitad del espacio. Al costado derecho, María Rojas y su esposo, Miguel Aguirre, también conviven entre las brechas que han dividido sus paredes. Todos, detrimentos propios de una zona que -resalta el antropólogo Mario Zúñiga- está inmersa en una seria crisis ambiental. Miguel Quiroga precisa que las grietas en los suelos de las casas vecinas son ramificaciones producidas por la fuerza del gas que brota del pozo hallado abajo de la suya.

“Son los desfogues. Eso indicaron los inspectores. Con un detector de gases encontraron cuatro pozos más: en la esquina de esta calle y en la ampliación de Villa Hermosa, o sea, lo que se llama Nuevo Villa Hermosa y Nuevo Amanecer. Dijeron que iban a regresar, como siempre. Ya no creo nada”, se lamenta y encoge los hombros con una mezcla de resignación y seguridad.

En efecto, si hay una certeza entre quienes moran en este infortunado sector de Negritos, es que han quedado a su suerte. De las memorias de Isabel Curay y María Rojas emerge una lista de autoridades y representantes del Estado que ofrecieron volver con soluciones, y de otros que ni siquiera han llegado a ver el caos en que viven: el Ministerio de Energía y Minas (Minem), el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA), Defensa Civil, Sapet, los alcaldes de La Brea. Todos les dijeron que iban a realizar más estudios, que remediarían los sitios contaminados, que los iban a empadronar para reubicarlos. “Pero no han cumplido ningún compromiso”, coinciden ambas. Por el contrario, el proceso de titulación que tenía en marcha el Organismo de Formalización de la Propiedad Informal (Cofopri) se paralizó en 2018, pues era imprescindible el sellado de cinco pozos mal abandonados. El dirigente vecinal y excandidato a la alcaldía de La Brea, Juan Rodríguez, estima que el 60% del total de predios en Negritos (3500) quedó sin ser titulado.

De acuerdo con la Gerencia de Infraestructura y Desarrollo Urbano de la Municipalidad de La Brea, los problemas de formalización estuvieron principalmente en Villa Hermosa, Nuevo Villa Hermosa y Nuevo Amanecer. El alcalde Revolledo asegura que aquellos cinco pozos que frenaron el proceso de Cofopri son algunos de los pasivos ambientales de mayor gravedad en Negritos, y ante los cuales el Estado “ha demostrado inoperatividad y falta de soluciones contundentes”. “Venimos de reunión en reunión y no se define nada”, enfatiza. La complicación en cuanto a la entrega de títulos, remarca el alcalde, es que, según la norma, un predio no puede estar a menos de 100 metros a la redonda de un pozo petrolero. Así, la ruta iniciada hacia a la estabilidad derivó en todo lo contrario: en el último año, 10 familias de Villa Hermosa decidieron dejar sus viviendas y alejarse del peligro que incuban esas infraestructuras.

“Y usted, ¿va a quedarse?”. Isabel Curay oye la pregunta y hace una pausa.

“¿A dónde podríamos ir, joven?”, contesta. Abraza a su nieto, y se van.

Los suelos destruidos han obligado a que Isabel Curay y su familia ya no habiten en una parte de su vivienda y así permanecer a salvo. Crédito: Sebastián Castañeda

Escenas de un abandono interminable

En junio del año pasado, 70 pobladores de Villa Hermosa y 380 alumnos del colegio José Pardo, ubicado a unas 10 cuadras del asentamiento humano, pasaron por una serie de análisis médicos y psicológicos, como parte de una campaña a cargo del personal del Centro de Salud de Negritos y el Ministerio de Salud. En los registros de la enfermera Fermina Panta, figuran como síntomas predominantes de los evaluados: dolores de cabeza, cansancio, ardor y malestar en piel y ojos. Si bien los resultados no arrojaron alguna patología a causa de los pasivos ambientales, la directora del Centro de Salud de Negritos, Enma Castillo, sostiene que las personas con diabetes, hipertensión o problemas dérmicos pueden haber exacerbado sus enfermedades por el estrés o la preocupación de estar expuestas al gas.

“Si conviven con eso, se van agudizar sus males”, refiere la doctora Castillo a Mongabay Latam.

María Rojas está convencida de que la angustia debido al deterioro progresivo de su casa le ha provocado aquellas excoriaciones en el rostro por las que ahora debe usar lentes oscuros, una gorra y untarse cremas cicatrizantes a diario. Los niveles de glucosa de Isabel Curay se dispararon de 110 mg/dL (nivel considerado normal por la Organización Mundial de la Salud) a valores que hoy en día no se mueven del rango de entre 200 mg/dL y 250 mg/dL. Las atenciones en el Centro de Salud de Negritos por males parecidos habían sido recurrentes desde que las emanaciones de gas y los daños en las propiedades empezaron. Pero fueron los fuertes dolores de cabeza en alumnos del colegio José Pardo y Barreda lo que propició el inicio de la campaña médica. Una fuga de hidrocarburos, en la que un grupo de especialistas identificó niveles elevados de ácido sulfhídrico, prendió la alarma. Fue el viernes 26 de mayo de 2023. Desde entonces, la escuela ha quedado cerrada y esparcida de sectores en ruinas.

Parada frente a un hoyo de tres metros de diámetro y dos de hondura, Yanina Palacios, directora del José Pardo, trata de recordar cuánto tiempo de abandono tienen las excavaciones que hizo la empresa Andes Petroleum Solutions para verificar el origen de las filtraciones de gas y petróleo que aturdían a los alumnos. Es el aula del primero de secundaria, sección A, que hasta mayo de 2023 albergaba a 25 estudiantes todas las mañanas. El hueco abarca ahora casi la mitad del salón y al fondo exhibe reminiscencias de crudo. Las emanaciones de petróleo se imponen a las de gas en el ambiente. “El 6 de julio del año pasado. Ese día empezaron los estudios de Andes, la empresa que contrató el Ministerio de Energía y Minas. El colegio ya está nueve meses así”, indica de pronto la directora. Aquí y en las secciones contiguas, los escolares acusaron los síntomas de alerta. El problema, sin embargo, siempre estuvo asomando.

“Este es uno de los lugares donde había continua filtración de petróleo. El olor era más intenso, se había concentrado acá”, narra Palacios mientras echa un último vistazo y sale del salón.

Un hoyo de dimensiones similares, pero con mayor acumulación de petróleo, impide el tránsito normal hacia el pabellón de quinto año. Está cercado con una cinta de plástico amarillo que lleva impresa una advertencia, o algo que más parece la invitación a un cuadro de humor negro: “Hombres trabajando”. En la losa deportiva, un bloque rectangular del piso de cemento fue extraído y ahora ese espacio está totalmente cubierto de petróleo seco. Alrededor, varias calicatas profundas por donde Andes Petroleum realizó evaluaciones también han quedado expuestas. El resto de la losa presenta manchas de crudo que, conforme explica la directora, afloran desde hace unos 20 años y se extienden por toda la superficie en los meses más calurosos. Afuera del plantel, en la avenida Grau, que pasa al lado de las aulas de primer año, se encuentra quizá la estampa más clamorosa de la desatención a la crisis ambiental en Negritos.

Se trata de un enorme forado en la pista, como la huella de un proyectil lanzado en un bombardeo al centro de la ciudad. Silvina Ávila y Nelly Marcalupu, quienes tienen 40 años viviendo frente al José Pardo, dicen que la intención del Minem al hacerlo fue la misma que tuvo con las excavaciones dentro del colegio: indagar la procedencia del crudo que aflora. Pero desde octubre de 2023 ya no ven ningún avance en las obras, y al abandono sobrevino su tormento. “El hueco se convierte en un foco de zancudos cada vez que hay lluvia fuerte y el agua se empoza”, se fastidia Ávila. Dentro de su casa y en la de Marcalupu, tal cual ocurre en Villa Hermosa, los pisos han comenzado a abrirse. Más que a una presión de gases desde el subsuelo, las dos mujeres atribuyen los detrimentos en sus domicilios al desmoronamiento que las lluvias producen en los costados del hoyo.

“El agua lo va a seguir carcomiendo, las casas se van a hundir. Cuando hay mucho calor, el olor a petróleo es insoportable. Ahí tenemos que escapar al parque”, lamenta Marcalupu en tanto estruja el ceño con fuerza.

La directora del José Pardo observa la losa deportiva del colegio, en ruinas y sin remediación. El terreno registra filtraciones de crudo hace 20 años. Crédito: Sebastián Castañeda

Sin culpables ni remedios

La inspección en el José Pardo y Barreda determinó -según fue informada la directora Palacios- que las aulas del primer año y la losa deportiva registran “afloramientos naturales de hidrocarburos” asociados con dos pozos mal abandonados. Ambos pozos están afuera del colegio y datan de 1890, aproximadamente, cuando la compañía London & Pacific Petroleum operaba en Negritos. De hecho, el José Pardo fue construido en 1964, sobre parte de lo que era el extenso complejo petrolífero de la empresa extranjera. El siguiente paso del Ministerio de Energía y Minas en el colegio afectado incluía un estudio especializado por parte del Instituto Geológico, Minero y Metalúrgico (Ingemmet). También, la reparación de los sitios excavados, para lo cual debía convocar a una licitación. Eso fue lo último que le informaron a Palacios, durante una reunión sostenida en noviembre de 2023.

La directora frunce los labios y compone un gesto de desaliento: “Pero no hubo nada ni aquí ni afuera, y ya perdimos la comunicación con ellos. No definieron la situación final del colegio. No sabemos a dónde vamos a ir. Menos han atendido el problema que dejaron a la comunidad. La calle está interrumpida y expuesta”.

Los alumnos del José Pardo ahora reciben clases en un pequeño local de la escuela Elena Emperatriz, que por mucho tiempo estuvo en desuso. Allí han sido acondicionadas 16 aulas de drywall, donde 380 escolares estudian apiñados. El alcalde Revolledo afirma que está trabajando en la ubicación de un terreno de 5000 m2 para que el Ministerio de Educación tome la decisión, haya financiamiento y proceda con el traslado. Otra tarea que se ha tornado interminable. Mientras tanto, en los colegios Cristo Rey y La Brea, los otros dos de Negritos situados por el OEFA en el entorno de pasivos ambientales, hay clases con normalidad. Mercedes Dioses, directora del Cristo Rey, indica a Mongabay Latam que no ha habido fuga de hidrocarburos o casos de alumnos afectados por posibles filtraciones. No obstante, como en toda la ciudad, el riesgo existe.

En 2019, 2022 y 2023, el Minem emitió resoluciones directorales donde apuntó que no había hallado responsables de los pasivos ambientales vinculados con los tres colegios. Una situación que lo obligaba a encargarse de la remediación de daños, por cuanto el OEFA determinó que son de riesgo alto. El reglamento de la Ley que regula los pasivos ambientales, emitido en diciembre de 2020, así lo establece.

“Más allá de que si hay un responsable administrativo o no, el Estado debe asumir de oficio la remediación de los pasivos ambientales de alto riesgo. Tenemos un retraso de cuatro años. El Estado no está preparado a nivel de presupuestos ni de planificación, y no lo tiene ni siquiera en proyección o agenda”, sostiene el investigador Mario Zúñiga.

Desastre en altamar

Desde el aire, el salar de Negritos es hoy un territorio apocalíptico. De un extremo, las vistas que despliega el drone repiten cráteres cargados de petróleo y segmentos de tierra negra en los contornos, un panorama lunar que sobrecoge. Del otro, expone un humedal donde flotan extensas manchas de crudo bajo el sobrevuelo cercano de las parihuanas. Cuatro días de lluvias han revelado lo que a simple vista esconde este paraje natural: pozos mal abandonados y suelos contaminados de hidrocarburos. La capa blanca de sal quedó sumergida, el agua entró a las tuberías de los pozos no sellados y ocasionó que el petróleo fluyera a la superficie. Así lo describe Santiago Escobar, mecánico de equipos de perforaciones, natural de Negritos, mientras recorre el borde de la laguna que se ha formado. De repente, Escobar se detiene, forma una visera con la mano y observa: “Cuando no hay lluvia, todo acá es sal y resplandece, no ves otra cosa”.

Los salares son hábitats característicos de las parihuanas o flamencos. El biólogo Enver Ortiz, miembro del Grupo de Conservación de Flamencos Altoandinos, precisa que la especie dispersa en el Salar de Negritos es el flamenco chileno (Phoenicopterus chilensis), cuyo principal alimento, la artemia salina, abunda justamente donde existen grandes concentraciones de sal. “Si hay presencia de hidrocarburos, esto va a afectar la cadena alimenticia del flamenco, desde los microorganismos que consume, y a él mismo”, detalla Ortiz a Mongabay Latam. Los flamencos tienen un alto nivel de tolerancia hasta que su alimento no se vea afectado, prosigue el experto, por eso una de las amenazas a las que están sujetos es la modificación de su hábitat. “Si ello fuera una consecuencia de los hidrocarburos, de forma continua, -prevé- no lo tolerarán y van a irse”.

Camino a los boquetes repletos de crudo aparecen, dispersos, varios tubos de fierro oxidado y maltrecho que salen erguidos de la tierra. A lo lejos, en distintos puntos del humedal, sobresalen más de aquellos conductos erizados. Santiago Escobar explica que son las partes superiores de los cabezales de algunos pozos mal abandonados. Hay otros que están enterrados, bajo el suelo, o que ahora son imperceptibles debido al agua acumulada. “Por ahí es donde se filtran las lluvias y el petróleo aflora”, remarca. Los cráteres donde rebalsa el crudo –le dicta su experiencia- son desfogues de los pozos desperdigados a lo largo del salar, es decir, pasivos ambientales que generan un grave impacto para este ecosistema turístico ubicado a unos 400 metros del mar.

“Ninguna empresa que explotó el lote VII se preocupó por solucionar nada, solo exprimieron el recurso. Las adjudicaciones sobre los pasivos siguen y nadie asume la responsabilidad”, añade Escobar con pesadumbre.

 

Como heridas abiertas, cráteres llenos de petróleo contaminan el Salar de Negritos. Son desfogues del crudo que brota de los pozos mal abandonados. Video: Sebastián Castañeda

A 30 minutos en auto desde Negritos está el distrito de Lobitos, un balneario enclavado en el lote petrolero VI. En Lobitos, como Negritos, el servicio de agua es restringido. Jorge Periche, presidente del gremio de pescadores artesanales de Lobitos, cuenta que el proceso de titulación de viviendas también fracasó en esa jurisdicción debido a los pasivos ambientales dejados por las empresas operadoras. Hasta octubre el Lote VI estuvo a cargo de Sapet Development Perú.

“Vivimos rodeados de pasivos ambientales”, es la primera reacción del pescador cuando relata lo que pasa en su tierra. Y no exagera: en las explanadas que distancian algunos conjuntos de predios, resaltan los cabezales de pozos mal abandonados y hay maquinarias de perforación en plena actividad. Los lobiteños comentan que aún no ha aflorado crudo en sus casas, pero el olor a gas es cada vez más penetrante y aumenta su temor de que pueda suceder lo que en el colegio inicial Santa Rosa. El deterioro de muros y pisos a consecuencia de un pasivo ambiental cercano obligó al cierre del local educativo.

Más de 300 familias viven en Lobitos sobre 330 pasivos ambientales.  Trece de ellos tienen un nivel alto de riesgo a la salud, , veinte con un nivel alto al riesgo físico y seis con un nivel alto de riesgo a la calidad ambiental, de acuerdo con el inventario actualizado del Ministerio de Energía y Minas. Sin embargo, en los cálculos más sombríos de Periche, hay por lo menos 1000 pozos petroleros activos e inactivos que atosigan la ciudad.  La data oficial dice que son 1199. Su pesar es todavía mayor cuando se refiere a la nula remediación: “Como dirigente de la población tuve reuniones con funcionarios del Minem. Pregunté por qué no autorizan el sellado de los pozos, cuándo iban a solucionarlo. Todo sigue igual”.

Punta Lobitos es la playa principal del distrito, pero solo 300 metros la separan de pozos petroleros, cuyos cabezales en tierra son notorios, y de un campo de perforación que se expande en la orilla. Adentro, en el mar de Lobitos, operan aproximadamente 20 plataformas desde donde el petróleo extraído del fondo marino recorre un sistema de tuberías hasta llegar a los tanques de almacenamiento. En el mar de Negritos hay 16 plataformas y en Cabo Blanco, balneario localizado en el distrito de El Alto, al norte de Lobitos, son unas 27. Toda esta red de instalaciones forma parte del Lote Z-69, exLote Z-2B que hasta noviembre administró la empresa Savia Perú. El mal estado de tuberías y plataformas en los tres sectores propicia que semanalmente los pescadores naveguen sobre derrames de crudo. Jorge Periche afirma que la constante contaminación marina ha originado que ya no haya pesca de especies como el jurel y la corvina en Lobitos.

El Salar de Negritos es un impotante ecosistema del flamenco chileno en el norte del Perú. La presencia de hidrocarburos es una amenaza latente. Crédito: Sebastián Castañeda

Entre 1997 y 2022, el mar de la costa norte del Perú registró 404 derrames en que se vertieron lo equivalente a 87 370.82 barriles de petróleo. Del total de derrames, 65 tuvieron lugar en el exLote Z-2B —que comprendía los distritos de Lobitos, La Brea, El Alto, Los Órganos y Colán—, donde cayeron 4 368.5 barriles. Un barril contiene 159 litros de crudo, lo necesario de combustible para viajar en bus, por ejemplo, desde Lima (Perú) a Quito (Ecuador). A Savia Perú le han sido atribuidos 53 de los 65 derrames petroleros en el exLote Z-2B. Las cifras corresponden al estudio elaborado por Oxfam, con información del OEFA y Osinergmin.

A bordo de un bote que nos acerca a una de las plataformas peor conservadas de Cabo Blanco, el presidente del gremio de pescadores del pueblo, Carlos Jacinto, señala a Mongabay Latam que, además del jurel y la corvina, aquí la caballa también ha desaparecido. La gigantesca torre de fierro ensombrece el paso de la embarcación. Entonces, Jacinto levanta la vista con apremio:

“Mire este pasivo ambiental, amigo. Es un desastre tremendo”.

Una deuda impagable

Desde octubre y noviembre de 2023, Petroperú está a cargo de los lotes VI y Z69 (que abarca lo que fue el Lote Z-2B); y la compañía Olympic Perú, del Lote VII. La producción diaria estimada en el Lote VI es de 1945 barriles de petróleo; en el Lote VII, de 950 barriles; y en el Lote Z69, de 4560. Las nuevas empresas administradoras han declarado que sus objetivos son mantener e incrementar los actuales promedios de producción de crudo. El caso es que se han vuelto a adjudicar lotes petroleros que envuelven pasivos ambientales de alto riesgo, con más de 100 años de antigüedad (como ocurre en Negritos) y sin visos de remediación. Así, el horizonte que advierte Mario Zúñiga es bastante oscuro: “El Estado sigue pensando en promover los hidrocarburos, pero los beneficios que genera la actividad ya no van a resolver la situación de pasivos porque estos exceden los costos. Son millonarios, el Minem lo ha planteado en un informe. La deuda que está quedando es impagable”.

Mongabay Latam solicitó entrevistas y envió consultas al Ministerio de Energía y Minas, el OEFA y las empresas Sapet, Olympic y Savia, pero hasta el cierre de este reportaje no respondieron.

Solo Petroperú informó que ha realizado una evaluación a fin de determinar si fue suficiente el mantenimiento hecho por Savia en los activos que administró durante su tiempo de contrato. La empresa estatal tendrá a cargo la explotación de los lotes Z-69 y VI por dos años. En cuanto al Lote Z-69, operará 59 plataformas marinas que están activas en producción, otras 18 se encuentran cerradas. Además, Petroperú puntualizó que no es responsable de los pasivos ambientales producidos por acciones u omisiones de las concesionarias anteriores en cada lote y, en ese sentido, no asumirá ningún costo.

El estado ruinoso de las plataformas marinas y conductos son la principal causa de los derrames petroleros en la costa norte. Crédito: Sebastián Castañeda

Negritos atraviesa el quinto mes de una declaratoria de emergencia ambiental imperceptible. Es la segunda en menos de un año, pero el resultado continúa siendo el mismo: nada. O, peor aún, con una convulsión que se amplifica en algunos fragmentos de territorio como Villa Hermosa. Aquel, el único lugar en la ciudad con el nombre de un destino que solo puede sugerir bondades es, en realidad, el epicentro del temor y la desesperanza.

Imagen destacada: Desastre ambiental. El salar de Negritos agolpa cráteres llenos de petróleo producto de los pozos mal abandonados alrededor del paraje turístico. Crédito: Sebastián Castañeda.

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