- Devastado durante más de un siglo, el palo rosa es uno de los habitantes emblemáticos del Bosque Atlántico que cubre el norte de la provincia de Misiones, en el noreste argentino.
- Puede alcanzar más de 30 metros de altura, por lo que destaca sobre el dosel de la selva. Su imponente biomasa y, sin duda, la tonalidad rojiza que presenta en el interior del tronco lo convirtieron en objeto de deseo para la construcción o la fabricación de muebles.
- Desde 1992, su tala y comercialización están prohibidas, pero la fragmentación de su hábitat y su lentitud reproductiva lo mantienen en las listas de árboles En Peligro de extinción a nivel global.
El coche discurre con cierta dificultad por una de las sendas interiores del Parque Nacional Iguazú, en el extremo noreste de Argentina. La lluvia reciente ha dejado resbaladiza y encharcada la senda arcillosa y rojiza que parece aumentar su brillo bajo el sol de la mañana. Diego Varela, presidente del Centro de Investigaciones del Bosque Atlántico (CeIBA), aporta su experiencia en la firmeza de la conducción. De pronto detiene la marcha, señala un árbol que sobresale por encima de los demás y pregunta: “¿Lo conoces? Es un palo rosa, una especie diferente a todas que, por desgracia, está En Peligro de extinción”.
De porte extraordinario, el tronco recto y de corteza rugosa se eleva casi hasta hacerle cosquillas a las nubes. Desde abajo puede apreciarse el tortuoso camino que trazan sus ramas en busca de la luz por encima del dosel de la selva, pero a cambio apenas se adivinan las hojas verdes, ovaladas y lustrosas que forman su copa. Si las hubiera, sería imposible distinguir las diminutas flores blanquecinas, y al no ser época reproductiva, no hay vainas de semillas a la vista. Aun así, el conjunto impacta e impone respeto.
Los ejemplares de Aspidosperma polyneuron, como lo denomina la ciencia, suelen mirar desde arriba al resto de componentes de la Selva Paranaense —también conocida como Bosque Atlántico— que cubre áreas del sur de Brasil, el oriente de Paraguay y la provincia de Misiones. En ese bioma muy particular fructifican tanto especies de los bosques secos como de la Amazonía. En todo caso, se trata de un ecosistema extremadamente alterado. En amplias extensiones, la deforestación ha devastado el paisaje nativo, transformándolo en zonas para cultivo, explotación ganadera o plantación forestal.
“Se estima que entre 1921 y 1926 se sacaron, de lo que hoy es el Parque Nacional Iguazú, unas 75 000 piezas (90 000 metros cúbicos de madera)”, puede leerse en el libro Uso sostenible del bosque: aportes desde la silvicultura argentina, firmado por Pablo Luis Peri y colaboradores. Una de ellas, Paula Campanello, doctora en Ciencias Biológicas e investigadora adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), escribió junto a su colega Norma Hilgert el capítulo correspondiente a Misiones. “En la provincia hay gente que niega sistemáticamente que se haya cortado palo rosa. Es cierto que no existen registros, pero no cabe duda de que se ha talado muchísimo y por eso queda muy poco”, afirma la científica, que además fue profesora de Fisiología Vegetal y Silvicultura en la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Misiones.
Aun así, la Selva Paranaense es casi una excepción dentro del panorama general de los bosques nativos de Argentina. De acuerdo con el monitoreo realizado por los organismos nacionales, entre 1998 y 2022 se perdieron en todo el país 6,4 millones de hectáreas de coberturas vegetales, principalmente por extensión de la frontera agropecuaria. El 87 % de ellas, pertenecientes a la región chaqueña. Dentro de ese panorama desolador, el Bosque Atlántico, si bien redujo su extensión en Misiones en ese lapso, un hecho de por sí grave, lo hizo en mucha menor proporción (un 17 %, para un total del 76 % de su área original, si se suman las pérdidas en Brasil y Paraguay).
Perteneciente a la familia Apocynaceae, el palo rosa (peroba rosa, en Brasil o yvyrá romí, en lengua guaraní) tiene hoja perenne, o sea, que no cae de manera estacional. Recibe su nombre por una característica no observable a simple vista: “Cuando se corta, el interior de la madera tiene un color salmón, entre rosado y rojo, realmente alucinante. Y también un aroma bellísimo, dulzón, muy perfumado, que recuerda a las rosas”, describe Emilio White, fotógrafo especializado en naturaleza y biodiversidad, que trabaja en la producción de documentales para la BBC británica y ha realizado varios trabajos específicos retratando ejemplares de esta especie.
No fue la peculiaridad de su tonalidad rosada, que pierde relativamente pronto una vez que el interior del tronco se oxida al contacto de la luz y el aire, la que despertó el ansia de los productores forestales. Tampoco la dureza de su madera, mucho menor a la de otras especies arbóreas habitantes de los montes misioneros. Otros fueron los factores que jugaron en su contra hasta condenarlo a una explotación voraz.