- Byron Benítez, pintor y escultor originario del municipio de Socha, ha sido uno de los mayores descubridores de fósiles en el noroeste del departamento de Boyacá, en Colombia.
- Uno de sus hallazgos más recientes han sido los fósiles de tortugas gigantes que vivieron hace 57 millones de años. Su trabajo ayudó a paleontólogos de la Universidad del Rosario a reconstruir el pasado acuático del norte de Sudamérica.
Byron Benítez ha pasado más de la mitad de su vida escudriñando los cerros del municipio de Socha. Con su bicicleta, cada mañana recorre las veredas del noroeste del departamento de Boyacá, en Colombia, para indagar entre las piedras, en búsqueda de lo que él llama “tesoros”. De profesión es artista plástico, pero desde hace más de 25 años se ha dedicado al rastreo de fósiles que comprueban la existencia de grandes cocodrilos, serpientes, peces y mamíferos que, millones de años atrás, habitaron la zona.
“Lo más impactante, que lo mueve a uno, es encontrar algo”, dice el pintor y escultor, y agrega que “uno muchas veces hace recorridos días enteros y no encuentra absolutamente nada, pero en el momento en que hay algo importante, es un sentimiento extraordinario, totalmente único”.
Uno de los hallazgos más recientes de Benítez fue investigado por Edwin Cadena, paleontólogo y profesor de la Universidad del Rosario. Unos once años atrás, en el 2013, el pintor encontró fragmentos fósiles, de entre dos y tres centímetros, expuestos por la erosión y las lluvias en la superficie de la localidad de La Cabrerita, en el municipio de Socha. Esas pequeñas pistas lo impulsaron a continuar explorando más arriba . Así dirigió a los paleontólogos hasta encontrar los restos de al menos cuatro tortugas gigantes, de cerca de metro y medio de largo.
Su estudio permitió conocer mejor la conectividad entre los ambientes acuáticos del norte de Sudamérica, durante el Paleoceno y el Eoceno, hace unos 57 millones de años. Los resultados del descubrimiento se publicaron en abril del 2024 en la revista de la Asociación Paleontológica Argentina PeAPA.
Se trata de las tortugas Puentemys mushaisaensis, que anteriormente sólo se habían encontrado en las rocas de la mina de carbón El Cerrejón, en el departamento de La Guajira. ¿Cómo es que estas tortugas aparecieron en Socha, a más de 500 kilómetros al sur de aquel sitio? De acuerdo con la publicación liderada por Cadena, el hallazgo indica una distribución biogeográfica más amplia de la herpetofauna del Paleoceno en el norte de América del Sur, posiblemente facilitada por una topografía baja y la conectividad de ecosistemas a través de un corredor faunístico que facilitó la migración de estos vertebrados.
“La única forma para que una tortuga acuática de 1.5 metros logre desplazarse, es que haya conectividad de los ambientes. Estas tortugas no podían escalar montañas y bajar nuevamente al otro lugar; eso nos habla de la conectividad de los ambientes del norte de Sudamérica, en ese momento, con un sistema conectado principalmente por lagos o ríos grandes”, explica Cadena.
La primera impresión de Edwin Cadena, quien ha hecho trabajo paleontológico por más de dos décadas no sólo en Colombia, sino en Panamá, Ecuador y Venezuela, fue que los fósiles de tortuga que había encontrado Byron Benítez estaban demasiado bien conservados. Incluso más que los que él mismo había descubierto y descrito años atrás en la mina de carbón El Cerrejón. Luego, le llamó particularmente la atención la similitud que tenían las formas de los caparazones y los huesos entre uno y otro hallazgo.
“Pero a diferencia de los fósiles de El Cerrejón, la preservación de los fósiles en Socha es exquisita. Aspectos como las suturas —como llamamos en paleontología a la conexión entre un huesito y otro—, se veían perfectas. Las marcas que dejan los escudos de queratina, que ya no están, pero que quedan sobre el hueso, estaban muy bien preservadas”, describe Cadena.
Así empezó el trabajo entre el pintor y el paleontólogo. Juntos volvieron a las localidades donde Benítez había colectado los fósiles, pues era importante saber exactamente de qué rocas venían. “Necesitábamos saber los contextos estratigráficos —es decir, qué capa de roca está arriba y qué capa está abajo—, porque eso nos da una idea de los ambientes y de la posible edad. Ahí empieza todo el trabajo que se plasma en esta publicación que recientemente hicimos”, agrega Cadena.
Convivir con fósiles
La casa en la que Byron Benítez vive con su familia, en Socha, se ha ido convirtiendo en un museo donde sus habitantes conviven diariamente con fósiles y momias. Esa casa grande y de estilo colonial perteneció a su padre Antonio María Benitez, quien la convirtió en una especie de anticuario —describe el pintor—, con sus primeros hallazgos precolombinos guardados dentro de baúles y armarios. El padre de Benítez también fue artista plástico y aficionado a la Paleontología, uno de los pioneros del arte primitivista en el país, por lo que queda claro de dónde heredó sus pasiones e intereses.
No fue sino hasta 1969, con motivo de la conmemoración del Sesquicentenario de la Independencia de Colombia, que Benítez padre logró ampliar algunas habitaciones para convertirlas en tres salones, equipados con algunas vitrinas para organizar de manera más eficiente las colecciones y así poder mostrarlas al público, en el que hoy se conoce como el Museo de los Andes de Socha. Su hijo —ahora de 56 años— se ha encargado de mantener y perfeccionar lo que él dispuso.
“Mis hijas ya se acostumbraron a vivir de esta manera: a cinco metros de la cama tenemos la momia de un niño y, a dos metros al lado, las tortugas que se hallaron”, ríe Byron Benítez. “De pronto, la gente piensa que siempre está abierta al público, pero depende de la disponibilidad que uno tenga. Cuando llegan visitas, nos toca guardar muchas cosas, porque tenemos hasta el televisor junto a las cosas precolombinas. Así es como compartimos el museo con nuestra casa de familia”.
Aunque la casa-museo ha logrado mantener sus colecciones con altos estándares en cuanto a cápsulas de protección, iluminación y etiquetas museológicas, el gran sueño de Benítez es fundar un museo y un parque temático en donde pueda exhibir tanto las colecciones existentes, como una serie de esculturas representativas de cada fósil encontrado en Socha. El espacio físico ya existe, lo que necesita es conseguir el dinero para empezar a construir la infraestructura.
“Ya tengo la primera pieza para el parque: un cocodrilo que empecé a construir”, dice Benítez con emoción. Quiero reconstruir en escultura todas esas especies encontradas en el municipio y, por qué no, del departamento. No tenemos una iniciativa así en el país; se ha hecho de manera muy comercial, pero un parque con sustento científico sería el sueño”.
Las tortugas gigantes de Socha
Bothremydidae fue uno de los grupos de tortugas de cuello lateral más diversos y extendidos durante el Cretácico y parte del Paleógeno. De acuerdo con la investigación, en América del Sur, el registro Paleógeno de los bothremididos se limita a Puentemys mushaisaensis, ubicada po primera vez en la Formación Cerrejón del Paleoceno medio–tardío, en Colombia; Inaechelys pernambucensis del Paleoceno de Brasil; y Motelomama olssoni del Eoceno temprano en Perú.
“Los caparazones que hemos encontrado en Socha son de aproximadamente 1.5 metros, teniendo en cuenta que la tortuga más grande que vive hoy en día en Sudamérica alcanza los 80 centímetros. Es decir, es el doble del tamaño de algunas de las tortugas que habitan actualmente en el río Amazonas o en el Orinoco. Pero no sólo se trata del tamaño, sino que también es un grupo extinto y que fue muy diverso durante el Cretácico, justo después de la extinción de los dinosaurios. Su particularidad es la circularidad de su caparazón, parece casi un círculo, y eso la hace única en el proceso evolutivo de las tortugas”, explica Edwin Cadena.
Las muestras fósiles que se recolectaron para hacer el estudio, a lo largo de una década, fueron al menos 58 e incluyen caparazones casi completos y huesos aislados. El estudio describe que, en el caso de los huesos aislados, para establecer cuántos de ellos representan individuos únicos, consideraron el tamaño y la singularidad del hueso en el caparazón. Es decir, en el caparazón sólo hay un hueso nucal, que sólo puede corresponder a un único individuo.
Aunque puede surgir cierta incertidumbre con otros huesos, los especialistas confían en haber logrado la identificación de al menos 21 individuos en diversas etapas de vida, incluidas crías, juveniles y adultos.
Benítez se encargó de preparar los ejemplares, utilizando una pluma de aire comprimido para limpiarlos. Para los caparazones casi completos utilizó yeso para rellenar los espacios faltantes. Finalmente, colocó estructuras metálicas en algunos de los fósiles con fines de exposición.
“Ha hecho un trabajo muy delicado”, afirma Edwin Cadena sobre el trabajo de Byron Benítez. “A veces encontramos gente a la que le gustan los fósiles, pero terminan dañándolos por su falta de conocimiento. Pero no es el caso de Benítez: con su lado artístico, aferrado a la apreciación de los fósiles, ha logrado un proceso de curación, de limpieza y de armado excelentes”, sostiene el experto.
Y no sólo eso. Benítez ha jugado un papel crucial en la reconstrucción de los fósiles a través del paleoarte, la disciplina que une al arte con la ciencia para ilustrar animales prehistóricos y los hábitats en los que vivieron antes de su extinción.
“Lo hago tomando los fósiles de mayor interés. Se va haciendo un dibujo hiperrealista, para tomar cada detalle de la textura y la forma. Luego se ilustra el paisaje, adhiriendo otras especies que van apareciendo. La pintura te da la facilidad de corregir lo que se necesite”, explica Benítez.
La carrera de Benítez, desde que recuerda, ha sido desesperada y contra el tiempo. En el sitio donde se dedicó por décadas a explorar fósiles, también existió una gran industria dedicada al acopio de carbón.
“Yo quería recuperar lo más que pudiera, antes de que terminara la destrucción grandísima en ese lugar. Por las mañanas, salía y me olvidaba del resto. Si encontraba algo, tenía que actuar cuanto antes, porque el lugar estaba expuesto a que llegara una retroexcavadora y acabara con todo. Tocaba actuar a contrarreloj. En este momento, todo está prácticamente destruido; sólo quedan algunos fragmentos, porque la zona con mayor potencial ya no existe”, se lamenta Benítez.
Para él y para Edwin Cadena, es importante reconstruir el pasado. Hablarle a la gente de lo que fue la Tierra hace millones de años, también explica lo que es la Tierra en nuestros días.
“Siempre hemos soñado con viajar en el tiempo”, concluye Edwin Cadena. “Los fósiles son eso, una máquina para viajar en el tiempo, porque a través de ellos —como en este caso—, podemos irnos 57 millones de años atrás y tratar de entender cómo lucía un entorno, cómo era lo que hoy es Colombia. Eso es lo más fascinante: conocer la maravillosa historia de la vida en la Tierra”.
*Imagen Principal: La Cabrerita, sitio en donde se encontraron los fósiles de tortuga. Byron Benitez camina en el fondo. Foto: Edwin Cadena
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