- El chorlo nevado (Charadrius nivosus) es una pequeña y amenazada ave playera que, a pesar de la crítica sequía que afecta al noroeste de México, ha demostrado ser resiliente y sigue ocupando el espacio de una antigua salina en el estado de Sinaloa.
- La Bahía de Ceuta, el hogar de esta ave, ha sido estudiada durante casi dos décadas. Este 2024, durante la temporada de anidación más reciente —de abril a julio—, se registraron 110 nidos, sin embargo, sólo unas 20 crías lograron sobrevivir a la deshidratación y la falta de alimento, señala el biólogo Medardo Cruz López, en entrevista con Mongabay Latam.
Una antigua salina abandonada es el sitio de anidación de un ave playera que se resiste a desaparecer. En el noroeste de México, la crítica situación de sequía que impacta a esta región del país está alcanzando su hábitat: la Bahía de Ceuta, ubicada en la costa del municipio de Elota, en la zona centro-sur del estado de Sinaloa. El suelo árido del lugar que 45 años atrás funcionó para la extracción de sal, es donde las familias de chorlo nevado (Charadrius nivosus) ponen sus huevos, de los que salen pequeños polluelos de plumaje muy blanco y con motas cafés que se camuflan con la tierra seca y agrietada.
Medardo Cruz López ha sido testigo de estos cambios en la zona. En casi dos décadas de trabajo en el sitio, el biólogo ha podido presenciar la degradación del hábitat de reproducción de la especie y el drástico descenso en su población. Todo ello, derivado de la escasez de lluvia, el proceso de sedimentación del sitio y el mal manejo del agua por la agroindustria. Esto ha colocado al ave como una especie amenazada bajo la legislación mexicana desde el 2010.
“Muchos de los pollos mueren por falta de agua, por deshidratación y porque no tienen alimento. El gran cambio que he observado desde el 2006 a la fecha, es la degradación del hábitat por la sedimentación y que el flujo de agua ya no es como era hace 19 años”, dice Cruz López, experto en ecología y conservación de aves playeras.
Sin embargo, “es una especie que ha demostrado ser muy resiliente porque, a pesar de que las condiciones no han sido buenas en los últimos años, siguen ahí”, agrega el especialista que es integrante del programa Soluciones Costeras, un esfuerzo colaborativo del Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell y la Fundación David & Lucile Packard.
En Mongabay Latam conversamos con Cruz López respecto a las amenazas que enfrenta el chorlo nevado y sobre un proyecto que estudia su comportamiento, diseña acciones para mejorar su hábitat y busca garantizar el futuro de la especie en el planeta.
—¿Cómo es el chorlo nevado?
—El chorlo nevado pertenece al grupo de las aves playeras. En Norteamérica, las aves playeras son el segundo grupo más amenazado y esta especie en particular ha disminuido su abundancia entre los últimos 40 y 50 años. Es un ave pequeña, quizás de entre 15 y 17 centímetros, y pesa alrededor de 35 a 43 gramos.
Se llama así porque su plumaje es de un blanco intenso y muy brilloso. Es gris en la parte de las alas y la espalda, y presenta unas marcas color negro en el cuello y en la frente, lo que te ayuda a diferenciar cuáles son machos y hembras. Es una especie que encontramos principalmente en playas arenosas y le gustan las salinas abandonadas o lagos interiores, sobre todo, donde hay altas concentraciones de sal.
—¿Qué le parece fascinante de esta especie?
—El chorlo nevado tiene ciertas conductas que se salen de lo convencional. Ambos padres incuban los huevos, pero tienen bien marcado su tiempo: las hembras incuban prácticamente todo el día y los machos hacen cambio de turno por las noches.
Una vez que nacen los pollos, por lo general, las hembras abandonan a la familia. Se van y buscan otro macho para iniciar un nuevo nido —una nueva familia— y los machos se quedan a cargo del cuidado de las crías hasta que son independientes, a los 25 o 30 días.
Estas conductas son muy raras o peculiares, por así decirlo, y es algo que me llamó mucho la atención de la especie. Con el tiempo, entendí que las aves playeras son un grupo que suele tener este tipo de conductas y cuestiones evolutivas muy interesantes.
—¿Cómo inició el proyecto con los chorlos nevados de la Bahía de Ceuta, en Sinaloa?
Inició en el 2006, cuando Clemens Küpper, un estudiante de doctorado, vino del Reino Unido a trabajar en la Bahía de Ceuta. Se aventuró porque le dijeron que aquí había una población muy interesante de esa especie y en ese entonces algunos colegas estaban iniciando un estudio con ella en otras partes del mundo. Vino, le gustó y regresó en el 2007.
Él necesitaba asistentes de campo. En aquel momento yo estudiaba la licenciatura y, como siempre he sido un poco “metiche” —me gustaba andar por ahí, conociendo diferentes proyectos—, postulé para trabajar con él. Me llamó mucho la atención que alguien viniera desde el otro lado del mundo a estudiar esos comportamientos, para tratar de obtener datos y responder preguntas. Una amiga y yo nos quedamos en el proyecto y, desde entonces, comenzamos a trabajar en la ecología y conservación del chorlo nevado en la Bahía de Ceuta.
—¿En qué consiste el proyecto en la actualidad?
—Yo diría que la principal virtud del proyecto es que ha permanecido por casi 20 años. Desde el 2006 a la fecha, no hemos dejado periodos en los que no se ha estudiado. Tenemos muy bien caracterizada a la población local y tenemos toda la historia de vida de la gran mayoría de los reproductores de chorlo nevado de la Bahía de Ceuta.
Nos mudamos tres meses a trabajar con ellos, a darles seguimiento, a marcar a los individuos para tener datos de supervivencia a través de los años y hemos sido testigos de los cambios en el hábitat.
Nuestro trabajo inicia a las cinco de la mañana y, dependiendo de qué tan avanzada está la temporada, tenemos diferentes tareas. En un principio, lo importante es buscar los nidos, porque con eso podremos —en un periodo de dos o tres semanas— capturar a los adultos y saber quiénes son. Les ponemos una combinación de anillos de plástico de colores y cada individuo tiene una combinación única. Normalmente, se captura a los adultos para tomarles medidas de tarso, el peso, el tamaño de las alas y el pico.
Más avanzada la temporada, le damos seguimiento a las familias. Andamos por toda el área —que tiene unas 250 hectáreas— buscando a las familias, para saber quiénes sobreviven. Las jornadas laborales se dividen en eso: buscar nidos, capturar, buscar familias, hacer recapturas y, entre años, tenemos algunos pequeños proyectos o subproyectos que incluyen fotos a los pollos y dónde se esconden para ver temas de camuflaje.
—¿Por qué la Bahía de Ceuta representa un ecosistema tan importante para el chorlo nevado? ¿Qué es lo que le provee a la especie?
—La Bahía de Ceuta, por sí misma, es un sitio de importancia para la protección de las aves playeras. Forma parte de la Red Hemisférica de Reservas para Aves Playeras (WHSRN, por sus siglas en inglés) y es un sitio de importancia regional, porque en una temporada puede llegar a tener hasta 20 000 aves de diversas especies.
En el caso de los chorlos nevados, la gran mayoría —quizás el 80 %— se distribuye en lo que era una antigua salina, que son unas 250 hectáreas. Lo que antes fue un sistema productivo o un sistema modificado por el humano, actualmente tiene muchos años abandonado y ahora les brinda las condiciones ideales. No es una zona muy profunda y los chorlos, al ser aves pequeñas, tienen fácil acceso a comida en los charcos, pues hay una alta abundancia de alimentos, sobre todo, cuando hay agua. Sin embargo, una de las problemáticas es que el agua ha escaseado.
En algún momento, pensamos que la población de Ceuta pudo albergar el 10 % de la población a nivel de México y cerca del 1 % de la población de Norteamérica. Esto es porque tiene las condiciones y tiene alimentos, es una zona que está un poco aislada y no hay mucha gente que entre allí, eso les brinda bastante seguridad porque hay poco disturbio.
—El proyecto lleva casi dos décadas estudiando a la especie, ¿qué diferencias hay entre el inicio y la actualidad?
—En Ceuta, lo que hemos observado en estos casi 20 años es una degradación del hábitat y tiene mucho que ver con los procesos acelerados de sedimentación. Esto ha provocado que se cierre el canal por donde entraba el agua, que ahora se llenó de sedimentos y colonizó el mangle. Cada vez es más complicado que entre el agua a la salina, que es donde se establece la población reproductora de chorlo nevado. Es una amenaza muy latente.
Además, los estanques que se utilizaban para la obtención de sal también se han llenado de sedimentos y la profundidad es cada vez menor, porque tenemos un problema con la escasez de agua. Con el calor que hace en esta región, el agua se evapora muy rápido.
Las aves playeras como el chorlo nevado —comparado con otras especies de aves— tienen un ritmo reproductivo más bajo. Normalmente, un ave playera tiene entre tres y cuatro huevos por temporada, mientras que algunas aves terrestres pueden tener hasta 15. La supervivencia de las crías también suele ser muy baja. Todo eso, hasta cierto punto, les da una desventaja. Si a eso le sumas el impacto que tienen los hábitats naturales en donde ellas se distribuyen, ya sea para reproducirse o para pasar el invierno, eso le pone un poquito más de amenazas a la especie.
—¿Qué hallazgos tuvo el equipo en la temporada de anidación más reciente?
—Esta temporada fue un poquito rara, porque este año tuvimos una sequía extrema en la región, hubo muy poca agua. De hecho, cuando empezó la reproducción, quedaba un 5 o 10 % de zonas húmedas en lo que era la antigua salina. El agua se fue muy rápido. Entonces pensamos que iba a haber poca respuesta por parte de los reproductores, que muchos no iban a reproducirse, pero fue algo que nos sorprendió bastante. En primer lugar, tuvimos un muy buen número de nidos: llegamos a un poco más de 110 en los tres meses que dura la temporada reproductiva.
Otra cosa que nos sorprendió, fue que tuvimos un buen número de crías que sobrevivieron hasta su etapa de independencia, es decir, que pudieron volar y que se pudieron mover a otros lugares para alimentarse. Creemos que esto sucedió, en parte, porque en las dos primeras semanas de mayo, hubo eventos de mucha neblina en las mañanas. Pensamos que, con esa pequeña cantidad de agua o humedad que los pollos pudieron obtener de la vegetación, tuvimos un buen número de crías que lograron sobrevivir a la sequía extrema.
Llegamos, al menos, a unas 20 crías. Parece un número bajo —y lo es— pero pensamos que no iba a sobrevivir ninguno, porque la situación fue muy crítica. Otro evento que tuvimos fue una lluvia muy temprana a causa de un huracán que llegó por el Golfo de México y nos trajo un poco de agua a esta región. Eso nos dio la oportunidad de tener casi un mes más de agua, lo que hizo que repuntara el número de crías sobrevivientes.
—¿Están buscando alternativas para brindar agua a los chorlos?
—Sí, de hecho tenemos un par de años o más con esa idea: ¿qué pasa si nosotros les brindamos pequeñas fuentes de agua? El problema es que es complicado llevarla. No nos movemos en auto por las zonas, simplemente dejamos el vehículo en una parte y de ahí caminamos y exploramos sin usar el vehículo para evitar pisar crías y disminuir la perturbación. Este año decidimos hacer una pequeña prueba piloto con contenedores de agua, para saber si en realidad las aves los usarían o no. Usamos charolas que se utilizan para germinación, que miden unos 60 por 20 centímetros y tienen una altura de cuatro o cinco centímetros. Pusimos seis en total y, a cada una, le pusimos tres litros de agua cada tres días, para ver si las aves las utilizaban.
Desafortunadamente, no pusimos las cámaras trampa, pero cuando hicimos las búsquedas de las familias, a algunas las veíamos cerca de los contenedores con agua. Cuando nos acercamos a rellenar, les pusimos también un poco de tierra y nos dimos cuenta de que se veían huellas de chorlos. Entonces parecía que sí los estaban utilizando. Creemos que algunas crías sobrevivieron porque tomaban agua, al menos, una o dos veces en los contenedores. Los chorlos son muy territoriales y el detalle es que sólo había dos grupos de tres contenedores y había dos familias que se apoderaron de la zona y no dejaban que otros se acercaran. Eran peleas para que no llegaran a invadirles el territorio, pero nos dimos cuenta de que puede que eso funcione en un futuro.
—¿Qué logros y retos tiene de frente el proyecto?
—Se logró la protección del sitio el año pasado. En colaboración con nuestros amigos de Pronatura Noroeste y el gobierno municipal de Elota —donde está la Bahía de Ceuta—, se estuvo trabajando para decretar el Área Natural Protegida y ahora está por cumplir un año, en septiembre. Eso nos hizo muy felices porque ayuda mucho para conservar el hábitat no sólo del chorlo, sino de muchísimas especies que se ven por estos rumbos. Esa era una de las prioridades dentro de los retos.
Pero también tenemos la degradación del hábitat y por eso hay que trabajar para mejorar las condiciones para las aves playeras. Al lograrlo, también ayudará en temas de pesquerías. En un futuro cercano, queremos hacer la restauración de alguno de los estanques, para darles un poco más de profundidad y reconectar los flujos hidrológicos que se tenían antes. Ese es uno de los grandes retos.
El agua trae mucha vida y es más bonito ver esos sitios con agua y llenos de aves, que zonas con puro polvo que, con el viento, termina en las comunidades y provoca enfermedades. Ese también es un reto: involucrar mucho más a las comunidades, porque finalmente ellos son los usuarios, y deben tener el conocimiento de por qué es importante conservar estos sitios.
—¿Actualmente se está trabajando en red con otros equipos que estudian al chorlito nevado en otras regiones del país?
—¡Claro! De hecho, tenemos la Red de Monitoreo del Chorlito Nevado en México (CHORLNEV), la cual tengo el honor de coordinar desde hace algunos años. Colaboramos con algunos otros amigos, de muchos años, para obtener datos, para apoyar económicamente en acciones de manejo o de conservación en otras poblaciones. Trabajar en red te facilita mucho estandarizar la toma de datos, así puedes comparar tus acciones a nivel de especie o del hábitat. Esa es la única manera de tener datos confiables e información más precisa.
Tenemos colaboraciones en Ensenada y San Quintín, en otras regiones de la península de Baja California, como Guerrero Negro, y en la parte del Alto Golfo, en el Delta del Río Colorado. Más abajo, en Sonora, en la Bahía Lobos. En Jalisco hay una pequeña población y en la parte centro de México, estuvimos trabajando algunos años en Texcoco. También hemos trabajado en Puebla, en Laguna del Carmen, y en los últimos tres o cuatro años, en Yucatán. Pero además colaboramos en Estados Unidos con la gente del Zoológico de San Diego, con la gente de San Francisco, Oregón, Utah y en Florida.
Todos tenemos un fin común que es la conservación de la especie. La idea es que pueda continuar en este planeta. Es muy bonita e interesante y no se vale que, por el desarrollo y por cosas que hacemos los humanos, estemos perdiendo la biodiversidad.
—Ante un panorama tan adverso respecto a la sequía en México, ¿qué esperanza tiene respecto al futuro del chorlo nevado?
—En la región noroeste de México tenemos una problemática con las sequías extremas, sin embargo, las aves y los chorlos nevados nos han enseñado que son muy resilientes. Ellos están allí, luchando por permanecer. Es un poco preocupante, sobre todo, por el mal manejo que se le da al agua.
Vivo en Mazatlán, en donde la gente lava las banquetas con el chorro de agua de la manguera. Hay una inconsciencia de la gente que no sabe lo que cuesta potabilizar y poner esa agua en sus puertas, mientras que hay otros organismos de la vida silvestre que batallan con la escasez del agua. En Sinaloa, el tema del riego para la agricultura —de la que vivimos prácticamente— es muy malo y no han avanzado, es mucha el agua que se desperdicia y no se aprovecha realmente en los cultivos.
Es un panorama que sí nos preocupa y lo que estamos tratando de hacer son pequeñas acciones para revertir lo que está pasando y ayudar un poco a la fauna y flora de esta región. El chorlo nevado es el pretexto, es la especie sombrilla para proteger a muchas más especies y su hábitat.
Debemos ser un poco más empáticos, menos depredadores con los organismos y entender que cuidar a la naturaleza nos beneficia a todos.
*Imagen principal: Cría de chorlo nevado (Charadrius nivosus) con su anillo de identificación. Foto: Luke Eberhart-Hertel
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