- En Fray Bartolomé de las Casas, al norte de Guatemala, lo que solían ser bosques ahora son plantaciones de palma aceitera de la empresa Naturaceites.
- Desde que estas plantaciones se extendieron por la zona, las comunidades padecen la contaminación y sequía de los ríos. Los habitantes aseguran que no pueden utilizar esa agua para su consumo y, si se bañan con ella, enseguida presentan lesiones en la piel.
- En medio de un clima de miedo, la mayoría de los vecinos prefieren no hablar de una empresa que prometió un desarrollo que nunca llegó.
Silvia Pop no recuerda el momento exacto en que la palma de aceite llegó a las cercanías de Santo Tomás Calle III, una comunidad del municipio Fray Bartolomé de las Casas, al norte de Guatemala. Sólo sabe que esos “arbolitos pequeños” que veía durante su infancia, han crecido. Ahora ella tiene 24 años y las plantaciones de palma rodean la aldea y se extienden por todo el municipio.
Desde que la palma llegó a esta región, dice, el caudal de los ríos y arroyos que atraviesan el municipio comenzó a disminuir. Las lluvias de los últimos años sembraron en los habitantes del lugar la esperanza de que los ríos aumentaran su cauce, pero esa ilusión no duró mucho. Para mayo de 2024, las precipitaciones no se presentaban y uno de los arroyos que atravesaba la comunidad se secó.
Santo Tomás Calle III es una de las 43 aldeas y caseríos que conforman Fray Bartolomé de las Casas, un municipio de más de 66 000 habitantes, fundado en el departamento de Alta Verapaz, durante los años ochenta. El municipio se conformó por comunidades de retornados de México, familias que huyeron al exilio durante el conflicto armado interno que vivió Guatemala entre las décadas de los sesenta y noventa.
Fray Bartolomé se ubica a 325 kilómetros de la ciudad capital y a 110 de Cobán, la cabecera departamental de Alta Verapaz. Si se viaja a la zona es posible mirar que, un par de kilómetros antes de llegar al municipio, los bosques que acompañan el trayecto por la ruta AV-9 son reemplazados por plantaciones de palma de aceite. En todas esas plantaciones se miran carteles en los que se lee “propiedad privada”. La frase es acompañada con el logo de la empresa Naturaceites.
Cuando Ocote y Mongabay Latam visitaron Fray Bartolomé de las Casas, en los lugares donde los habitantes decían que existieron bosques había carteles que anunciaban una zona riparia (como se llama a los bosques cercanos a ríos, lagos o mares). El cielo se veía nublado como resultado de los incendios forestales en la Sierra de las Minas, en Alta Verapaz, y en la Laguna del Tigre, en Petén. Durante la tarde, el ambiente olía a quemado y los ojos ardían por el humo.
Alta Verapaz, Petén y el norte de Quiché concentran el 57,78 % de la producción de palma aceitera de Guatemala. Esta es, según la Gremial de Palmicultores de Guatemala (Grepalma), la región más representativa de la palmicultura en el país. En esta zona se dan las condiciones ambientales más adecuadas para el crecimiento de la palma. Según las iniciativas Eos Data Analytics y Plant Village, la palma de aceite necesita de una temperatura estable de 30 a 32 grados. Todos los días, requiere de cinco a seis horas de luz solar intensa y de una humedad del 75 al 100 %. Fray Bartolomé de las Casas cumple con esos requisitos.
El problema es que, desde que la palma se instaló en el municipio, las comunidades padecen la contaminación y desvío de los ríos, así como la proliferación de moscas. El monocultivo, dicen los habitantes del lugar, afectó la agricultura familiar y, por lo tanto, la soberanía alimentaria.
La llegada de la palma
La palma se cultiva para cosechar su fruto del cual se obtiene un aceite que se utiliza en múltiples productos, desde alimentos —como margarina y dulces— hasta jabones, maquillaje y biodiésel. La producción de aceite de palma equivale al 5,86 % del Producto Interno Bruto (PIB) de Alta Verapaz, según Grepalma.
El negocio del aceite de palma no ha dejado de expandirse desde que llegó a Centroamérica a principios del siglo XX. En Guatemala, esta industria comenzó entre los años treinta o cuarenta, de acuerdo con Raúl Maas, ingeniero agrónomo en recursos naturales y miembro del Instituto de Investigación en Ciencias Naturales y Tecnología (Iarna) de la Universidad Rafael Landívar. A Fray Bartolomé de las Casas tardó mucho más en llegar. Sus habitantes no recuerdan el año con exactitud, pero algunas vecinas ubican que fue entre el 2004 y 2005. Otras, entre 2008 y 2009.
En Fray Bartolomé hablar de palma es hablar de una empresa: Naturaceites, la comercializadora del aceite Capullo. Esta compañía inició operaciones en 1970, cuando compró cinco fincas en el vecino departamento de Izabal para uso ganadero. Fue allí donde sembraron, en 1997, sus primeras plantaciones de palma de aceite.
Naturaceites adoptó ese nombre en 2011. Antes, operaba como Palmas de Desarrollo, Sociedad Anónima (PADESA S.A), de propiedad del empresario de origen alemán Juan Ulrico Maegli Müller.
La empresa opera de dos maneras: en terrenos propios y en otros arrendados a terratenientes, por periodos de hasta 25 años.
Según el Instituto de Estudios Agrarios y Rurales de la Coordinadora de Organizaciones No Gubernamentales y Cooperativas (CONGCOOP), para el año 2011, Naturaceites —entonces PADESA— contaba con 27 fincas de producción de palma en Fray Bartolomé de las Casas. Datos del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (MAGA), publicados en 2011, señalan que la empresa tenía 7897 hectáreas de palma en los municipios de Fray Bartolomé de las Casas, Raxruhá y Chahal.
En el mismo estudio de la CONGCOOP se menciona que Naturaceites comenzó a sembrar palma aceitera en los terrenos del caserío Chinacolay en 2008. Desde hace unos 13 años, las personas que viven cerca de esas plantaciones se quejan de que la contaminación de sus fuentes de agua hace insostenible la vida en el municipio.
La contaminación del río
Ingresar al río Sepur o “El Jute”, como también lo llaman, ya no es seguro. Es uno de los pocos ríos que atraviesan Fray Bartolomé de las Casas y que no se ha secado. Según Floricelma Cucul, los niños de la comunidad han presentado ronchas en la piel después de nadar en él.
“Mi bisnieto se metió al agua y ahorita lo están curando porque le comenzaron a salir manchas blancas”, dice Eligia Natalia López, lideresa comunitaria y fundadora de la aldea Nueva Libertad, a tres kilómetros del centro urbano de Fray Bartolomé de las Casas.
Ambas vecinas consideran que el río es contaminado por Naturaceites. Cuando su corriente crece, arrastra basura y “unos que ahí trabajan dicen: eso es de la palma”, asegura Cucul. Los trabajadores dejan los desechos de las plantaciones en el suelo y “cuando llueve, la corriente los arrastra hacia el río”, completa López. La lideresa comunitaria menciona que el río también recibe la contaminación de los desechos producidos en el hospital y en el rastro municipal.
Un Informe técnico sobre calidad de agua, elaborado por el Iarna en junio de 2024, identificó la presencia de coliformes totales y E.coli en los cuerpos de agua muestreados en las Tierras Bajas del Norte. La presencia de estas bacterias puede provocar “enfermedades gastrointestinales, que afectan principalmente a la población más vulnerable como los niños y los adultos de mayor edad”, indica el estudio.
La Iniciativa Cristiana Romero (CIR, por sus siglas en alemán), organización no gubernamental alemana que trabaja en la defensa de los derechos humanos en Centroamérica, publicó en mayo de este 2024 un estudio que expone la degradación ambiental alrededor de cultivos de palma en Honduras y Guatemala. En concreto, menciona la situación del municipio Fray Bartolomé de las Casas.
Dominik Gross, especialista en derechos humanos y protección del clima de CIR, explica que el estudio demuestra cómo estos cultivos destruyen la naturaleza y los medios de vida, deforestan bosques tropicales, roban tierras y contaminan el agua potable. Y es que las empresas palmicultoras utilizan fertilizantes químicos. Estos producen residuos que, junto con los pesticidas, “pueden penetrar fácilmente en las aguas subterráneas y contaminarlas”, según indica el estudio de la CIR.
En el estudio “El agua en el contexto de la expansión de palma aceitera en las Tierras Bajas del Norte de Guatemala”, los investigadores guatemaltecos Laura Hurtado y José Pablo Prado, de la Universidad Rafael Landívar, señalan que la expansión de palma avanza de la mano con el cambio de uso de suelo. Esto incluye “la pérdida de bosques, la fragmentación y el deterioro de los ecosistemas naturales y la pérdida de biodiversidad”, indican.
Entre 2019 y 2022, el Iarna, la CONGCOOP y la organización Action Aid realizaron un monitoreo de la calidad de agua de los ríos de siete municipios de las tierras bajas del norte de Guatemala, entre ellos Fray Bartolomé de las Casas. Los resultados evidenciaron que aquellas zonas donde se ha cultivado palma aceitera son las que tienen una peor calidad del agua. Y eso sucede, especialmente, en época lluviosa.
“Esto sugiere que en esta época ocurre erosión hídrica e incorporación de sedimentos y otros elementos hacia las fuentes de agua”, destacan en su estudio los investigadores Hurtado y Prado.
Antes de empezar a trabajar en un área determinada, las empresas palmicultoras deben presentar instrumentos ambientales al Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (MARN). Estos permiten identificar los posibles efectos ambientales negativos que generarán, a partir de esto la dependencia aprueba o rechaza la siembra y producción.
Desde 2010, en Fray Bartolomé de las Casas y en Chahal, un municipio cercano, el MARN ha aprobado tres instrumentos ambientales para Naturaceites. Uno de ellos, el 25 de mayo del 2011 y los otros dos, el 11 de abril de 2012. Estas aprobaciones permitieron la producción en las fincas La Peñita, Yalcobe, Bacadilla y El Rosario.
Se le solicitó información al MARN sobre el seguimiento a estas aprobaciones y si existen nuevos instrumentos ambientales presentados para palma en otras zonas de Fray Bartolomé de las Casas, pero hasta el momento de la publicación de este reportaje no se obtuvo respuesta.
La ausencia de denuncias
Todos los días, José María Choc debe caminar más de un kilómetro para llegar a la parcela donde cultiva achiote, pimiento gordo, limón y naranja. Algunos de sus cultivos son para el consumo de la comunidad y otros para la venta. Choc dice que cada vez es más difícil cosechar esos alimentos, debido a que las plantaciones de palma impiden que comunidades como Santo Tomás Calle III y Nueva Libertad se expandan.
Ya desde 2015, la Oficina del Procurador de Derechos Humanos (PDH) advirtió, en una nota conceptual sobre monocultivos y palma de aceite, que la presencia de empresas de caña de azúcar y palma de aceite generan circunstancias que “atentan a su vez con los derechos humanos de los pobladores –sobre todo aquellos derechos económicos, socioambientales y culturales–”. Esto debido a que, según dicha entidad, la presencia de estos cultivos limita el uso y disfrute de los bienes naturales de las comunidades, entre ellos, el agua. Las coloca en una posición de exclusión social y política y desgarra su tejido social. Crea, además, conflictos relacionados con la tenencia y uso de la tierra.
La publicación de la PDH detalla que en lugares donde existen monocultivos de palma es común que la agricultura familiar no tenga acceso suficiente y seguro a tierras de buena calidad, al agua de riego necesaria, se encuentre en áreas marginadas y remotas y, en general, se realice en condiciones sumamente precarias.
“Antes había frutas que salían de aquí, de la aldea. No se iban a comprar a las tiendas. Ahora ya no es igual. La tierra ya no da las siembras que daba antes”, explica Silvia Pop.
Los monocultivos, según indica CONGCOOP en su informe, colocan a las comunidades cercanas a la producción en situaciones de vulnerabilidad socio-ecológica e inseguridad alimentaria.
En las tierras bajas del norte de Guatemala, los monocultivos también han sido responsables de la pérdida de área forestal. En estos espacios, “las comunidades antes accedían a madera, leña, alimentos por medio de la caza y diversos productos del bosque”, indican Hurtado y Prado.
La presencia del monocultivo de palma ha transformado las dinámicas agrarias de la zona y las comunidades se han visto obligadas a vender las tierras en las que viven y que les permiten subsistir. Como resultado, “se agudizan sus condiciones de vulnerabilidad y, por ende, hay mayor inseguridad alimentaria”, explica la socióloga Arlen De León. La experta agrega que todo esto incide en la relación que la población indígena q’eqchi’ mantiene con el ambiente y la naturaleza, y hasta en las formas en cómo se relacionan espiritualmente con el territorio.
Para la cultura q’eqchi, el agua tiene vida. “Es un ser, como los humanos; con manos, brazos y pies”, explica Gladis Mucú, de la CONGCOOP. “Es nuestra vida, porque no podemos vivir sin una gota de agua durante el día”, indica.
“Desde nuestra niñez, nos han dicho que hay que respetar, no hay que hacer mucha bulla ni decir malas palabras cerca del río, porque tiene un valor muy importante para nuestra vida y al faltarle el respeto es como faltarle el respeto a cualquier anciano o un adulto”, dice Mucú. Al dañar los recursos, como el agua, se rompe la relación que la población tiene con ella.
El informe de CONGCOOP también destaca que la presencia de Naturaceites en el territorio ha modificado la manera en que las comunidades se relacionan. “Ya no hay una cultura comunitaria. Ya no hay tranquilidad, ya no hay paz. Ya no hay comunicación con todas las familias de la comunidad, porque algunos defienden a la empresa porque les da trabajo, porque se les exige que no tienen que hablar”, explica Mucú.
Temor a denunciar
Quienes denuncian las circunstancias en la que opera la empresa han sufrido intimidaciones y amenazas. Eligia Natalia López asegura que, después de sus intervenciones en el Consejo Municipal de Desarrollo (COMUDE), donde habló de la contaminación generada por Naturaceites, la empresa la ha citado a reuniones en sus instalaciones. Ella decidió no asistir. “A ellos no se les puede decir nada (…) entonces es allí cuando uno va agarrando más cuidado”, dice.
Cuando se le pregunta a Floricelma Cucul qué le diría a las autoridades de Naturaceites, si tuviera la oportunidad de hablarles, ella asegura: “No nos animamos a seguir luchando porque les tenemos miedo”.
En 2021, la Alianza Periodística Tras Las Huellas De La Palma solicitó información sobre denuncias y casos abiertos contra empresas palmicultoras por delitos ambientales al MARN, el Ministerio de Energía y Minas (MEM), la PDH, la Procuraduría General de la Nación (PGN), el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (Conap), el Ministerio Público (MP) y el Organismo Judicial. En total, se obtuvo información de 60 denuncias y casos abiertos desde 2010. Nueve de estos expedientes acusaban a Naturaceites.
Para esta publicación, se volvieron a hacer las solicitudes con el fin de actualizar la información. El MARN señaló que, entre enero del 2010 y abril del 2024, este ministerio recibió 38 denuncias contra empresas productoras de palma. Pero indicó que sólo dos habían sido en contra de Naturaceites.
Durante el mismo período, el MP registró 35 denuncias por contaminación, contaminación industrial y atentado contra el Patrimonio Natural y Cultural de la Nación. Ninguna de ellas en Fray Bartolomé de las Casas. Tampoco se registran denuncias contra Naturaceites en la PDH ni en el Conap.
Según CONGCOOP, hay un motivo para la ausencia de denuncias contra Naturaceites. Gladis Mucú asegura que es resultado del temor que las comunidades tienen a la empresa: “Les cuesta organizarse por miedo y por temor de ser identificados”.
Mucú asegura que la gente les dice que no pueden enfrentar a la compañía porque no tienen dinero y si los llegan a amenazar, ¿quién los defiende? “Por esto se quedan callados y lo ven, incluso, como normal”, agrega.
Ocote y Mongabay Latam intentaron contactar a Naturaceites por medio de llamadas telefónicas y solicitudes de información en su página web, pero no se obtuvo éxito. También se solicitó una entrevista con Grepalma y se enviaron las preguntas a Maribel Rodríguez, su asesora de relaciones públicas. Hasta el momento, no se ha obtenido respuesta.
La escasez de agua
A las comunidades de Fray Bartolomé de las Casas les preocupa la contaminación de los ríos y también la escasez general de agua. Sobre todo, porque los ríos y arroyos que en el pasado atravesaban el municipio se secaron.
Algunas comunidades, como Santo Tomás Calle III y Nueva Libertad, reciben agua entubada cada dos o tres días, sólo durante un par de horas. La racionan según el sector. Otras, como Chinacolay, no han contado nunca con este servicio.
Según el líder comunitario Pedro Cac Xo, la municipalidad les ha indicado que no puede construir la infraestructura necesaria para el abastecimiento de agua porque no existe certeza jurídica sobre quién es el propietario de dos de las caballerías (poco menos de 900 hectáreas) de la comunidad. La causa, según el estudio conducido por CONGCOOP en 2011, es que en los años noventa, “una fracción de esta tierra es usurpada por una familia”.
Aunque, según el informe de la CONGCOOP, el Fondo de la Tierra señaló que esta era una propiedad de la comunidad, Naturaceites (antes PADESA) comenzó a sembrar palma en el terreno en 2008. Esto ha provocado conflictos entre la población de Fray Bartolomé de las Casas y la empresa.
El Fondo de la Tierra dijo a Ocote y Mongabay que “la falta de acuerdos entre grupos (la comunidad y otros posesionarios) no ha permitido finalizar el trámite de adjudicación”, ni garantizar la certeza jurídica.
En 2023, las vecinas de Chinacolay recolectaron los fondos necesarios para construir un pozo que les ha permitido abastecer a las aproximadamente 30 familias que habitan el terreno.
Ocote y Mongabay Latam preguntaron a la municipalidad el motivo por el que Chinacolay no cuenta con el servicio de agua. La autoridad local se limitó a argumentar que “cuentan con un pozo que abastece a las familias”.
Las habitantes entrevistadas atribuyen la escasez del agua a tres factores: el aumento de la densidad poblacional, la falta de lluvias durante esta temporada y la presencia de la palma aceitera en el municipio.
Pero Naturaceites no tiene una concesión que les permita extraer el agua del río. Según el MARN, “en Guatemala no se cuenta con una ley de agua que regule su uso, por lo cual no existe procedimiento que lo concesione”. Las autoridades señalaron que carecen de las herramientas técnicas para explicar cuánta agua de los afluentes puede utilizar la empresa palmicultora.
Juan Mejía, ingeniero hondureño en Ecología y Desarrollo sostenible e integrante del Movimiento Amplio por la Dignidad y la Justicia (MADJ), le indicó a Mongabay Latam, que cada palma, a partir de los 12 años de edad, consume de 40 a 50 litros de agua al día, en promedio.
CONGCOOP y las comunidades desconocen cuál es la extensión de la palma aceitera en el municipio.
Según el informe estadístico de Grepalma, en el año 2023 el área de palma sembrada en Fray Bartolomé de las Casas era de 5073 hectáreas, lo que equivale a 7120 campos de fútbol.
La municipalidad de Fray Bartolomé de las Casas se negó a indicar la cantidad y extensión de las fincas de Naturaceites en el municipio, diciendo que “es información confidencial”.
Las familias que habitan la aldea de Nueva Libertad utilizan el agua entubada del sistema de distribución que atraviesa la comunidad para beber y bañarse. Cuando llega, llenan cubetas y botes. Si no es suficiente, la compran a una empresa que lleva pipas a la comunidad. Floricelda Cucul comenta que pagan 70 quetzales (poco más de nueve dólares) por cuatro toneles (de 22 litros cada uno, aproximadamente), que le alcanzan a su familia de más de 10 personas para cuatro días.
Para realizar el resto de tareas domésticas que requieren agua, las familias deben caminar directamente hasta el río Sepur. Es el más cercano al hogar de Cucul y se ubica aproximadamente a un kilómetro. Ella lo visita a las seis de la mañana, dos o tres veces a la semana, en compañía de otras mujeres de su familia. Así, evita el calor.
Las mujeres caminan al río cargando la ropa que lavarán. Si es mucha, pagan 10 quetzales (algo más de un dólar) para transportarse en tuc-tuc (mototaxi).
“Todo [el río Sepur] lo tomaron los de la palma. Ahí están los quineles donde ellos guardan el agua (canales que suelen tener compuertas). Ahí está toda el agua, y no sé qué irán a hacer ahora que [el río] se está secando”, dice Eligia Natalia López, lideresa comunitaria y fundadora de la aldea Nueva Libertad.
La proliferación de moscas
En 2015, Naturaceites fue denunciada en dos ocasiones ante el MARN por proliferación de moscas que provenían de las cuatro fincas de la empresa: La Peñita, en el municipio de Chahal y Bocadilla, el Rosario y Yalcobe, ubicadas en Fray Bartolomé de las Casas.
Los vecinos denunciaron que los insectos afectan al ganado de la zona; en la segunda denuncia, señalaron que la mala utilización de raquis (el abono obtenido de los desechos de la palma después de la extracción de aceite) había generado una plaga que también atacó al ganado.
El MARN realizó una inspección en las fincas de Naturaceites. En su informe determinó que no podía concluirse que la proliferación fuera consecuencia del uso de raquis, debido a que no existe una presencia significativa de moscas en estos terrenos.
Ocote y Mongabay Latam pidieron al MARN una actualización del caso. Aunque se les envió el expediente, señalaron que esa denuncia no se encuentra en sus registros.
Silvia Pop asegura que en Santo Tomás Calle III, la comunidad presentó una queja a Naturaceites y la solución fue paliativa. Colocaron tres o cuatro “trampas” en áreas comunes: unos pedazos de una malla de pocos metros de extensión donde las moscas se pegan. Esto no solucionó el problema. Las familias que habitan a pocos metros de las plantaciones de palma, como la de Silvia Pop, aún deben lidiar con la presencia de las moscas en su hogar, especialmente, en las épocas secas del año.
Las moscas son negras, pequeñas. Se concentran en la mesa del comedor e impiden comer con tranquilidad. “Las moscas están empezando a llegar. En la mesa, aún cuando está limpia, llegan”, indica Pop.
Silvia Pop tiene una hija de siete años y un niño de dos. Le gustaría regresar a los tiempos cuando la industria de palma no había entrado a Fray Bartolomé de las Casas, cuando corría y jugaba en el bosque y escuchaba los sonidos de los monos. Cuando las grandes palmas eran “arbolitos pequeños”: “No para mí, sino para mis hijos que disfruten su niñez, no como ahora que ya no pueden salir porque los camiones que llevan el fruto pasan rápido”, indica.
Al igual que Pop, las madres del municipio se preocupan por el futuro de sus hijos. “Dijeron que era la plantación para el futuro, pero no”, dice en tono fuerte Floricelma Cucul. “Hicieron promesas, dijeron que iban a ayudar con salud y educación para los niños. Que Guatemala iba a cambiar demasiado”, añade.
Cuando Ocote y Mongabay Latam visitaron la casa de Eligia Natalia López en Nueva Libertad, su bisnieta de cinco años estaba molesta. “Es que ya no la dejé bañarse. Se quiere bañar tres veces al día porque ya no aguanta el calor”, explica López. La temperatura ascendía a los 39 grados centígrados, pero no había agua para hacerlo.
Meterse al río, ya no es una opción.
Los niños ya no pueden jugar en los bosques. Tampoco pueden entrar a las plantaciones de palma en las cercanías de Santo Tomás Calle III, resguardadas por agentes de seguridad armados. Entre el calor, las moscas y las fuentes de agua secas, los vecinos sólo esperan que la lluvia llegue pronto.
*Imagen destacada: Aún con la contaminación, las vecinas de Fray Bartolomé de las Casas visitan el río Sepur para lavar su ropa. Foto: Christian Gutiérrez.
** Este texto se publica como parte de una alianza entre Mongabay Latam y Ocote de Guatemala.