- En las últimas décadas, la explotación del oro en Perú ya no solo ocurre en las zonas andinas sino también en la Amazonía. Allí, el metal precioso se oculta entre los ríos caudalosos y orillas que cada vez más son explotadas por mineros ilegales.
- Panorama similar se observa en la llamada yunga boliviana, muy cerca a la frontera peruana conformada por la región Madre de Dios. Pese a los operativos contra la minería ilegal, la actividad persiste.
- En el caso de Ecuador y Colombia, los yacimientos de oro se concentran en la Cordillera del Cóndor y en Nambija donde hay muchas rocas volcánicas. Aun así, su explotación no es industrial como en los países andinos.
Uno de los yacimientos de oro aluvial más notables del mundo se encuentra en el piedemonte andino del departamento de Madre de Dios, en el sur de Perú. El oro fue descubierto en la década del 70 en el distrito de Huepetuhe, donde hay un pequeño arroyo que desemboca en el Río Inambari, a unos 20 kilómetros aguas abajo de la estrecha garganta donde el Inambari sale de las estribaciones andinas. El cauce actual no existió hasta hace unas decenas de miles de años, porque fue bloqueado por una cresta baja que desvió el canal principal 90º al oeste.
Esta desviación creó una trampa de sedimentos casi perfecta para el oro que se transportaba desde los Andes. Finalmente, el río erosionó un canal a través de la cresta periférica y creó una llanura deposicional al sur de Madre de Dios, creando un mega yacimiento de oro que se extiende desde el Río Colorado (oeste) hasta la ciudad de Puerto Maldonado.
Se han canalizado enormes cantidades de oro aluvial hacia el Inambari debido a las peculiaridades tectónicas del Altiplano y a la historia climática del Período Cuaternario. Las cabeceras abarcan una franja de 260 kilómetros en el altiplano andino que constituyen su frontera norte y que se formó mediante un proceso conocido como “acortamiento de la corteza terrestre” donde una sección de la placa sudamericana se desprendió (en lugar de subducirse) reubicándose sobre la misma placa.
Este fenómeno, una fase exagerada de la orogenia andina, se asoció con el magmatismo que creó numerosos yacimientos auríferos en la cordillera oriental. Posteriormente, esta parte de los Andes quedó completamente cubierta de hielo durante el Pleistoceno, lo que provocó la pulverización de enormes cantidades de rocas auríferas y liberadas en la cuenca del río Inambari.
El clima de igual forma influyó. Esta región a menudo se conoce como el “Codo de los Andes”, porque está orientada de oeste a este, en lugar de de norte a sur, lo que garantiza que las laderas orientadas hacia la amazonia experimenten niveles excepcionalmente altos de lluvia ya que se asientan sobre un nivel bajo que fluye a lo largo de la base de los Andes. La precipitación media anual supera los 10.000 mm por año, lo que provoca altas tasas de erosión en la sección de bosque nuboso de la cuenca del Inambari, donde el oro coluvial está asociado con paleoplacas ubicadas dentro de conglomerados terciarios.
En síntesis, los campos de oro de Madre de Dios son valiosos porque reciben oro de múltiples fuentes primarias diferentes y lo concentran en los sedimentos del Valle de Huepetuhe y el abanico aluvial adyacente del Río Inambari. No existe una estimación divulgada de las reservas totales de oro en Madre de Dios, pero el abanico aluvial cubre alrededor de 500 mil hectáreas y, si la concentración promedio de oro es de 5 kg/ha, entonces la región debe haber contenido alrededor de 2.500 toneladas. Suponiendo que los mineros hayan explotado los yacimientos más ricos, entonces quizás se haya extraído la mitad de ese total, lo que valoraría las reservas restantes, con una estimación conservadora, en unos 75 mil millones de dólares.
En 2020, el área total de relaves de minas aluviales en Madre de Dios superó las 150 mil hectáreas con incrementos anuales que varían entre 4.000 y 10.000 hectáreas. Las estimaciones de la cantidad de oro extraída de la región oscilan entre 15 y 35 toneladas por año, lo que se traduce en ingresos brutos de entre 500 millones de dólares en 2015 y más de 1.600 millones de dólares en 2019. La minería de oro aluvial es la actividad económica más importante en el sureste del Perú. A modo de comparación, los cultivos de hoja de coca cercanos en la región del bosque nuboso generaron entre 60 y 100 millones de dólares anuales durante el mismo período, mientras que el valor total de la agricultura legal es de apenas 4 millones de dólares al año. El número estimado de personas que trabajan o prestan servicios en los yacimientos de oro varía entre 50 y 75 mil.
El gobierno peruano inició un esfuerzo para establecer una presencia legal y regulatoria en 2014 con la creación de la Fiscalía Especializada en Materia Ambiental (FEMA), que son fiscales encargados de hacer cumplir la ley ambiental. Al igual que en Brasil, trabajan a través de campañas periódicas para imponer la “ley y orden” movilizando grupos de trabajo multisectoriales en los que incluyen agentes ambientales, policías y militares. La primera campaña, en 2015, destruyó 86 campamentos mineros que habían invadido las áreas protegidas de Tambopata y Amarakaeri. A esto le siguió la Operación Harpía en 2018 para recopilar datos y mostrar su capacidad tecnológica, y la Operación Mercurio, que expulsó a 25.000 mineros de la Reserva Tambopata en 2019. Los esfuerzos posteriores de los mineros irregulares para invadir la reserva fueron controlados donde se confiscó y destruyó su maquinaria y vehículos.
Las autoridades son menos proclives a enfrentar la minería irregular en terrenos fiscales situados fuera de un área protegida. Sin embargo, debido a que el cobro de regalías ha iniciado en 2020, el Ministerio de Minas y Energía informó de que 245 concesionarios produjeron 1.100 kilogramos de oro, frente a unos 500 kilogramos en 2015 y 10 kilogramos en 2011. Aunque hay una sustancial mejoría, estas cifras representan menos del 5% de la producción estimada de Madre de Dios.
Los Yungas de La Paz y el Río Beni
Los yacimientos auríferos de los Yungas bolivianos son similares al sistema Inambari. Están vinculados a intrusiones magmáticas primarias localizadas en terrenos glaciares de la Cordillera Real y a yacimientos de paleoplataformas en el piedemonte. Desde hace décadas se extrae oro en las estribaciones, pero la fiebre del oro estalló en los valles intermontanos que han funcionado como corredores logísticos entre el Altiplano y las tierras bajas amazónicas desde antes del imperio incaico. Los Yungas se dividen tradicionalmente en dos subregiones: Nor Yungas y Sur Yungas, cada una de las cuales es drenada por media docena de ríos que desembocan en el Río Beni, que, como el Inambari, sale de los Andes a través de un estrecho desfiladero.
Aparentemente, el paisaje deposicional de la llanura aluvial creada por el río Beni no es propicio para la formación de una trampa de sedimentos y, a partir de 2022, la minería aluvial debajo del desfiladero se ha limitado a dragas montadas en barcazas. El uso de dragas se introdujo en Bolivia desde Brasil en la década del 80 y, además del río Beni, son comunes en el río Madre de Dios, así como en los ríos Ortón y Manuripi , ambos paleocanales del Madre de Dios.
La industria aurífera boliviana está dominada casi en su totalidad por mineros organizados en cooperativas. Sin embargo, el uso de este identificador disfraza un sector que en realidad está dominado por individuos inescrupulosos que utilizan el marco asociativo para eludir las regulaciones laborales y medioambientales que se imponen al sector privado. El sector está altamente descentralizado y organizado democráticamente, pues se estima que 140.000 mineros trabajan en 1.300 empresas afiliadas a cooperativas nucleadas en cuatro federaciones distintas. En total producen el 94% del oro boliviano, donde el 76% proviene de los Yungas de La Paz y el 21% de las dragas ubicadas en el departamento de Beni y Pando.
A partir de 2010, el gobierno boliviano y las cooperativas mineras llegaron a un acuerdo para crear un registro y así poder recaudar regalías, que eventualmente serían devueltas a los gobiernos locales para financiar infraestructura y servicios básicos. La entrega de regalías explica, en parte, la disposición a declarar valores de producción que los obliga a pagar el impuesto del 4%. No obstante, el sistema continúa tolerando otras formas de evasión fiscal e ignora las regulaciones medioambientales. A pesar de los numerosos compromisos para controlar la importación y el uso de mercurio, el gobierno no ha actuado porque las autoridades se muestran reticentes a enemistarse con un grupo de mineros cooperativistas altamente organizados y militantes. Al igual que en otras zonas mineras en toda la región panamazónica, los asesinatos, la extorsión y el robo a mano armada son comunes, al igual que múltiples formas de explotación social y laboral.
En 2021, el Ministerio de Minería boliviano reportó una producción de 45 toneladas de oro con un valor estimado de 2.500 millones de dólares, frente a las dos toneladas y los 94 millones de dólares en 2010. La economía boliviana se ha beneficiado al formalizar las exportaciones de oro creando así una nueva e importante fuente de divisas en un momento en que la balanza de pagos del país sufre una disminución en los ingresos por la exportación de gas natural. Aún así, es poco probable que se informe a las autoridades la totalidad de la extracción y producción de oro puesto que analistas independientes estiman que hasta el 50% de lo producido se vende a través de intermediarios de Perú.
El Alto Marañón
Múltiples reportes de la prensa peruana hablan sobre la explotación ilegal de oro en las tierras altas y valles de los Andes, particularmente en el valle superior del Río Marañón, donde la minería aurífera existe desde antes del imperio Inca. La zona más afectada es un tramo de 100 kilómetros en el departamento de La Libertad, donde los mineros han explotado vetas de oro utilizando tecnología de minería subterránea y de superficie durante unos 100 años. En 2022, tres empresas peruanas operaban varias minas subterráneas con otras en desarrollo, donde sólo en ese año produjeron aproximadamente 20 toneladas de oro con un valor nominal de mil millones de dólares. Conocido como el distrito minero de Pataz, cuenta con numerosos pasivos medioambientales, como ser laderas erosionadas marcadas por la minería hidráulica, relaves aluviales abandonados e instalaciones de almacenamiento de relaves y plataformas de lixiviación contaminadas con cianuro.
El Alto Marañón drena tanto la Cordillera Oriental, fuente de la mayor parte de su agua, como la Cordillera Occidental, que alberga seis enormes minas de oro a cielo abierto que iniciaron operaciones después de 2005. Todas emplean la tecnología de concentración de lixiviación en pilas que minimiza el uso de agua y evita el uso de estanques de relaves. Su producción asciende a unas diez toneladas de oro, y probablemente operarán durante un par de décadas más abriendo otros pozos en yacimientos adyacentes y expandiéndose mediante inversiones en zonas industriales abandonadas o “brownfields.
Más al norte, en Cajamarca, se encuentra Yanacocha, la mina de oro corporativa más grande y lucrativa del Perú, que ha producido más de 1.200 toneladas de oro y 950 toneladas de plata durante sus treinta años de vida útil. El complejo minero, que cesó sus operaciones en 2021, comprende siete tajos abiertos, rodeados de lomas compuestas de roca estéril y relaves que cubren más de 30.000 hectáreas. El operador, Newmont Corporation, esperaba abrir una segunda instalación en una montaña cercana (Proyecto Conga), sin embargo, el rechazo de las comunidades cercanas obligó a la empresa a abandonar esos planes. Al parecer, los 1.200 millones de dólares invertidos en el desarrollo comunitario y los 1.600 puestos de trabajo fueron insuficientes para convencer a los habitantes de la región de que una segunda mina similar beneficiaría a la región.
Aunque la explotación aurífera ha terminado, los trabajos de recuperación siguen en marcha, y al menos 5.000 hectáreas están programadas para algún tipo de reparación activa. Newmont está evaluando la viabilidad de explotar dos yacimientos de cobre con una mina subterránea, lo que podría prolongar las operaciones por otros 20 años.
Cordillera del Cóndor y los Andes del Norte
El Río Marañón también recibe la escorrentía de la Cordillera del Cóndor, una cadena montañosa única ubicada en la frontera entre Ecuador y Perú que alberga una sorprendente cantidad de plantas y animales endémicos. La zona estuvo protegida del desarrollo durante la mayor parte del siglo XX debido a un conflicto fronterizo entre los dos países. Una vez resuelta la disputa, la zona se convirtió en el centro de atención de los defensores de la conservación y de los buscadores de oro atraídos por los recursos minerales de la región. Gran parte de la zona se ha reservado como área protegida o territorio indígena, pero todavía existen grandes áreas accesibles a la minería, particularmente en Ecuador, donde las multinacionales mineras están invirtiendo en minas de cobre y oro.
En Ecuador existen dos minas de explotación aurífera: Fruta del Norte, que opera desde 2015, y el Proyecto Cóndor, que aún se encuentra en etapa de desarrollo. Ambas tienen 320 toneladas de oro con un valor nominal de alrededor de 16 mil millones de dólares en 2022. Además, varias minas de cobre están en operación (una) o en desarrollo (cinco), donde las seis producirán cantidades significativas de oro. Todas están ubicadas en la vertiente occidental de la Cordillera del Cóndor, donde los mineros irregulares han explotado oro aluvial en las cabeceras del Río Zamora, un afluente del Río Santiago, desde aproximadamente 2010.
Cerca de allí, en las laderas del bosque nuboso de la Cordillera de los Andes, se encuentra el distrito aurífero de Nambija, un sitio histórico que data del imperio Inca. En la década del 80 se redescubrió una antigua mina española, lo que desencadenó una fiebre del oro en la que unos 25.000 mineros irregulares llegaron a la zona buscando fortuna en alguno de los 75 yacimientos mineros existentes. El caos y la ingeniería improvisada provocaron una avalancha que acabó con la vida de 300 mineros en 2000, dejando como legado minas subterráneas inestables y montañas de relaves contaminadas de mercurio. La zona sigue siendo un emplazamiento de decenas de minas de pequeñas y medianas, explotadas por empresas locales aparentemente registradas ante las autoridades mineras nacionales. Río abajo, el Santiago fluye hacia el norte hasta que sale de la cordillera por un estrecho desfiladero y luego regresa al sur hacia Perú, donde los mineros irregulares se encuentran activos desde aproximadamente 2016.
También se ha registrado minería irregular en el Río Cenepa, un afluente del Marañón que drena la vertiente oriental de la Cordillera del Cóndor, donde 39 minas aluviales explotaban el lecho del río y las playas adyacentes en 2021. Esta parte de Perú se encuentra dentro del territorio de los Awajún, una nación indígena bien constituida, cuyas organizaciones representativas han denunciado la actividad ilegal. Sin embargo, no todos los Awajún se oponen a la actividad y muchos de los mineros, quizás la mayoría, son residentes que ven la minería aluvial como una actividad económica legítima que puede generar recursos para sus familias.
Tanto Ecuador como Colombia son famosos por sus volcanes, y el oro suele encontrarse asociado a rocas volcánicas. Con la excepción de Nambija, hasta el momento en ninguno de los dos países hay minas a escala industrial operando en las laderas amazónicas de la Cordillera Oriental. Pese a ello, es indudable que en esas montañas hay oro, de lo contrario no hay explicación razonable para el oro aluvial que se ha descubierto (y explotado) en las llanuras de los ríos Napo, Putumayo y Caquetá. Las empresas mineras que exploran pórfidos de cobre en Mocoa, Colombia, y el proyecto Bonito en Sucumbios, Ecuador, están reuniendo más pruebas.
Imagen destacada: Devastación causada por una mina de oro a cielo abierto en la Amazonia peruana. Crédito: Rhett A. Butler.
“Una tormenta perfecta en la Amazonía” es un libro de Timothy Killeen que contiene los puntos de vista y análisis del autor. La segunda edición estuvo a cargo de la editorial británica The White Horse en el año 2021, bajo los términos de una licencia Creative Commons -licencia CC BY 4.0).