- En esta seccion histórica, Killeen hace un recuento de los primeros migrantes que llegaron al Amazonas, luego de la colonización de Brasil y Perú en el siglo XVI. Tal es el caso del grupo clerical jesuita, cuya influencia marcó para siempre el devenir de los pueblos indígenas de la Panamazonía.
- Si bien en teoría su misión fue evangelizar, en la práctica los jesuitas trabajaron muy de cerca por los intereses políticos y militares de las colonias. Se asentaron en lugares remotos y en zonas fronterizas tras ser invitados por autoridades coloniales interesadas en aprovechar la mano de obra de la población nativa.
- Las actuales ciudades de Iquitos, Maynas y Manaos fueron antiguas reducciones donde estaban los clérigos jesuitas. El éxito de los jesuitas y el colonialismo religioso que caracterizó a la Iglesia católica en el siglo XVII motivaron a otras órdenes religiosas a seguir programas misioneros similares.
La mayor parte de la población panamazónica está compuesta por inmigrantes o sus descendientes, que llegaron a lo largo de siglos, impulsados por acontecimientos históricos que moldearon su identidad. Este diverso conjunto de personas abarca una amplia gama de orígenes culturales y étnicos, estratificados aún más por las oportunidades económicas, o la falta de ellas.
La inmigración hacia el Amazonas siguió rutas determinadas por la proximidad y el acceso, primero a través de la red fluvial y luego por carreteras construidas específicamente para facilitar la colonización. Las diferencias entre los grupos se reflejan en sus sistemas de producción, lo que explica, en parte, por qué las diferentes regiones de la Amazonía han seguido trayectorias de desarrollo diferentes.
La primera ola: jesuitas versus bandeirantes
A los primeros exploradores europeos del Amazonas pronto les siguieron los misioneros pertenecientes a la Compañía de Jesús, más comúnmente conocidos como jesuitas. Aunque pocos en número, probablemente menos de 3.000 personas durante 150 años de actividad misionera, este grupo tuvo un impacto masivo en la historia cultural y política de la región panamazónica. Se trataba de clérigos altamente educados, nominalmente actores no estatales, quienes desempeñaron un papel crucial en la estabilización de las zonas fronterizas que separaban los imperios español y portugués. Como parte de su misión evangelizadora, los jesuitas fundaron deliberadamente puestos de avanzada en áreas remotas, lo que también les permitió seguir su agenda filosófica sin interferencia del poder colonial.
Su enfoque se basaba en tácticas innovadoras (como predicar en lenguas nativas) y, en teoría, su objetivo fue el de crear comunidades autónomas fundamentadas en los ideales de la igualdad del Renacimiento temprano y una visión espiritual basada en los evangelios cristianos.
En el noreste, los jesuitas con base en Quito accedieron al río Amazonas occidental a través del río Napo, una ruta abierta originalmente por el español Francisco Orellana en 1540, y recorrida en sentido inverso por Pedro Teixeira en 1637. Pronto descubrieron rutas alternativas al río Marañón, a través de los ríos Santiago y Pastaza, que utilizaron tras ser invitados a la región por autoridades coloniales interesadas en aprovechar la mano de obra de la población nativa. La llegada de Teixeira y su supuesto reclamo territorial reforzaron el imperativo estratégico de establecer la soberanía española en el interior de América del Sur.

La primera misión se estableció en 1640 en el puesto militar San Francisco de Borja, cerca de la confluencia de los ríos Marañón y Santiago. Desde la Misión de Maynas, que lleva el nombre de una tribu indígena extinta, los jesuitas buscaron convertir a numerosos grupos étnicos, incluidos los pueblos Jíbaro (Shuar,Achuar, Huambisa y Aguaruna), los Omagua (Kambeba) y los Kokoma (Kukama-Kukamiria). En su mayor expansión, las misiones jesuitas de Quito se extendieron hasta la sección Solimões del río Amazonas, con puestos de avanzada en Coari y Tefé, en lo que hoy es el estado de Amazonas.
Durante este período, los esclavistas portugueses, conocidos como bandeirantes, se aprovechaban de las comunidades indígenas a lo largo del río Amazonas y sus afluentes. Estas incursiones se volvieron tan frecuentes que muchos nativos buscaron refugio en las misiones, que habían organizado milicias indígenas. Aunque los jesuitas predicaban la coexistencia pacífica entre sus feligreses, muchos de los cuales pertenecían a tribus guerreras mutuamente antagónicas, no dudaron en usar la fuerza para promover sus objetivos. Las milicias no sólo actuaban como fuerzas de autodefensa, sino que también se utilizaban para reclutar por la fuerza conversos entre los nativos que vivían en los bosques.
Los asentamientos, conocidos como reducciones por concentrar poblaciones rurales dispersas, estaban controlados por un sacerdote jesuita que actuaba como un autócrata benevolente. El número de puestos misioneros varió, alcanzando un máximo de aproximadamente 75 antes de un colapso demográfico provocado por una epidemia de viruela en 1666. Estos asentamientos se expandieron después de 1690, gracias a la llegada de una generación de jesuitas altamente motivados, y nuevamente en 1750 cuando los jesuitas reforzaron su presencia cerca de la desembocadura del río Napo tras la firma del Tratado de Madrid. Este Tratado reconoció el principio de uti possidetis, lo que priorizaba la posesión territorial para determinar las fronteras soberanas. Uno de esos asentamientos eventualmente se convirtió en la capital regional de Iquitos, que se consideraba un contrapeso a la misión y puesto militar portugués en Tabatinga.
En la práctica, este esfuerzo evangélico supuestamente diseñado para proteger a los pueblos indígenas, contribuyó al colapso de las poblaciones nativas de la Amazonía occidental. En 1660, Maynas albergaba a unas 200.000 personas, aproximadamente la mitad de las cuales vivían en las misiones. Los jesuitas reportaron la muerte de 80.000 nativos en 1666 y de otros 60.000 en 1681; miles más perecieron en las epidemias de 1749, 1756 y 1762. Cuando terminó el mandato de los jesuitas en 1767, sólo quedaban 25 misiones activas con unos 14.000 habitantes.
Los jesuitas también estuvieron activos en el lado portugués de la frontera colonial, aunque sus actividades son menos conocidas debido a la preeminencia de las autoridades coloniales y los bandeirantes. Mientras los jesuitas en Maynas organizaban su sociedad utópica sin interferencias, los jesuitas portugueses compartían el espacio geográfico con los militares, que establecieron una red de fuertes en toda la región. Todas las actividades militares, civiles y religiosas se gestionaban desde Belem, fundada en 1616, y más tarde desde un fuerte establecido en 1666 en la confluencia de los ríos Solimões y Negro, que eventualmente creció hasta convertirse en la ciudad de Manaos.

A pesar de su menor visibilidad, los jesuitas portugueses tuvieron un impacto igualmente significativo en las naciones indígenas del Amazonas. Su presencia comenzó cuando el carismático sacerdote Luís Figueira convenció a la Corona portuguesa de apoyar la creación de una red de misiones dentro de la jurisdicción colonial del estado de Maranhão. A partir de 1639, fundaron aldeas autónomas (aldeias) y promovieron una política denominada liberdade dos indígenas.
Aunque este concepto de libertad se limitaba esencialmente a un estatus de no esclavitud bajo un régimen de autocracia jesuita, entraba en conflicto con las ambiciones de los bandeirantes y las autoridades civiles que veían a los indígenas como una fuente de mano de obra esclava. Las misiones perseguían dos objetivos: proporcionar un refugio para los pueblos indígenas y demostrar un modelo económico alternativo que fuera más aceptable para sus partidarios dentro de la Corte portuguesa.
Al igual que en Maynas, los jesuitas forzaron la convivencia de múltiples grupos étnicos en los asentamientos misioneros, donde se les educaba en una lengua común, conocida como língua. geral, un dialecto simplificado del tupí -guaraní que los lingüistas modernos denominaron como nheengatú. La agricultura, presumiblemente en suelos de tierra negra, proporcionaba alimentos esenciales a los trabajadores, pero los ingresos provenían de la comercialización de productos forestales, conocidos colectivamente como drogas do sertão. En la isla de Marajó, los jesuitas reclamaron vastas sabanas naturales e introdujeron ganado vacuno, el primero en el Amazonas, para la producción de cueros, sebo y carne seca. El rebaño, que llegó a contar con más de 200.000 cabezas de ganado, se convirtió en su activo económico de mayor valor y uno de los primeros en ser confiscados por las autoridades coloniales.
El éxito de los jesuitas y el colonialismo religioso que caracterizó a la Iglesia católica en el siglo XVII motivaron a otras órdenes religiosas a seguir programas misioneros similares, lo que generó una competencia entre las órdenes monásticas para la conversión de almas. En 1693, el rey Pedro II restringió las actividades evangélicas de los jesuitas a la orilla sur del río Amazonas y sus afluentes; mientras que otorgó a los Carmelitas, Mercedarios y Franciscanos el control de las misiones en la mitad norte de los territorios amazónicos. Los Carmelitas fueron los más destacados, asumiendo la responsabilidad de una serie de misiones en los ríos Negro y Branco, lo que consolidó la soberanía portuguesa en las tierras fronterizas adyacentes al Virreinato de Nueva Granada del Imperio español, hoy Colombia y Venezuela.
Al igual que en Maynas, las comunidades indígenas de la región sufrieron repetidas olas de enfermedades infecciosas; al menos un tercio de la población murió en Solimões en 1647, y una proporción similar en la parte alta del río Negro en 1740. Estas pérdidas se vieron agravadas en la Amazonía portuguesa por los bandeirantes, cuyo modelo de negocio dependía de la captura o compra de indígenas para su transporte. al bajo Amazonas, en los llamados “descensos”, con el fin de venderlos a los colonos que establecían empresas agrarias en Maranhão. A pesar de las tensiones entre los jesuitas y los actores coloniales, coexistieron hasta 1750, cuando se exigió a las órdenes religiosas entregar el control económico de sus misiones a las autoridades coloniales. En 1759 los jesuitas fueron expulsados de Portugal y de todas sus colonias.

En el suroeste del Amazonas, los jesuitas radicados en lo que hoy es Paraguay establecieron dos grupos de misiones: Chiquitos, en los bosques estacionales del Escudo Brasileño (Santa Cruz, Bolivia), y Moxos, en las vastas sabanas inundadas de la cuenca alta del río Madeira (Beni, Bolivia). Al igual que en Maynas, estas misiones se destacaban por su aislamiento y su capacidad para organizar sociedades agrarias multiétnicas y autosuficientes.
Los jesuitas exploraron los Llanos de Moxos y sus pueblos indígenas a partir de la década de 1670, y el primer asentamiento permanente se fundó en 1682 en Loreto, a orillas del río Mamoré, un afluente del Madeira situado a unos 200 kilómetros al norte de Santa Cruz de la Sierra.
Posteriormente, establecieron puestos misioneros río abajo en el Mamoré, seguidos de otros en el borde occidental de las sabanas inundadas, creando así un vínculo con las autoridades coloniales en Perú (1683-1700). Una segunda fase de expansión se dirigió hacia las sabanas al sur del río Guaporé (1700-1715), lo que nuevamente evidenció los cálculos geopolíticos detrás de las acciones de los jesuitas españoles.
Como en todas las reducciones, los nativos eran reclutados y atraídos por la fuerza a los asentamientos, que en 1736 abarcaban 24 misiones con una población de 37.000 habitantes. Un asentamiento típico cultivaba yuca, maíz, caña de azúcar, cacao, algodón, arroz y café, Las viviendas incluían talleres de herrería, carpintería, tejido y curtiduría, además de almacenes, un aserradero y un matadero. Los Moxos eran particularmente famosos por sus telas de algodón y un rebaño de ganado que ascendía a 50.000 cabezas de ganado y 27.000 caballos en 1767.
Las misiones fueron diseñadas para gestionar las inundaciones anuales que caracterizan a los Llanos de Moxos, pero periódicamente se vieron acosadas por inundaciones catastróficas que desencadenaron epidemias de disentería en las aldeas sedentarias. Aún más grave fue una epidemia de viruela en 1731, presumiblemente provocada por el propio clero, y otra en 1763, provocada por la llegada de tropas españolas enviadas para repeler las incursiones de los bandeirantes portugueses. Las enfermedades redujeron la población a menos de 19.000 habitantes cuando los jesuitas fueron expulsados de la región en 1767.

Las diez misiones de Chiquitos establecidas entre 1691 y 1760, estuvieron entre las más exitosas de las reducciones jesuitas. En su apogeo, albergaron entre 20.000 y 40.000 feligreses. Como en otras misiones, en estos pueblos convivían diferentes etnias y se hablaba una versión universal del guaraní. Todas las misiones de Chiquitos estaban asociadas con pastizales naturales (cerrado), que sustentaban a 32.000 cabezas de ganado y 800 caballos. Cada aldea era autosuficiente y capaz de producir un excedente para comerciar con el mundo exterior.
Las misiones de Chiquitos se establecieron en una región sin ríos navegables; en consecuencia, se comunicaban con el mundo exterior mediante caballos y bueyes. A pesar de su aislamiento, estaban expuestas a ataques de bandeirantes. y desconfiaban igualmente de sus aliados españoles en Santa Cruz de la Sierra, quienes tenían un historial de llevar a cabo guerras étnicas, y una inclinación a explotar la mano de obra indígena. Las fuerzas de autodefensa protegieron a los residentes y proporcionaban una herramienta coercitiva para atraer nuevos feligreses.
Afortunadamente, las condiciones climáticas y culturales de Chiquitos, hoy conocida como Chiquitanía, preservaron gran parte del legado arquitectónico y artístico del período jesuítico. Los jesuitas, entonces como ahora, abrazaron la educación como una vocación; en consecuencia, solían ser administradores competentes y poseían habilidades técnicas o artísticas. Muchos provenían de los territorios de los Habsburgo en Europa Central y se encontraban entre las personas más ilustradas de la Iglesia Católica.
Los pobladores de Chiquitos y Moxos mantuvieron su identidad como pueblos indígenas. Sin embargo, en lugar de identificarse con un grupo lingüístico o étnico específico, asumieron una identidad compuesta que reflejaba su pasado jesuita compartido. Conocidos como chiquitanos y moxeños, hablan español y se encuentran entre los pueblos indígenas más numerosos del Amazonas.
Imagen destacada: La construcción de la Estrada de Ferro Madeira-Mamoré (EFMM) fue emblemática del fenómeno migratorio durante el primer auge del caucho. Controlada por un empresario estadounidense (Percival Farquhar), la empresa contrataba trabajadores calificados y no calificados de todas partes del mundo. Crédito: Cortesía colección Dana B. Merrill, Museo Paulista.
“Una tormenta perfecta en la Amazonía” es un libro de Timothy Killeen que contiene los puntos de vista y análisis del autor. La segunda edición estuvo a cargo de la editorial británica The White Horse en el año 2021, bajo los términos de una licencia Creative Commons -licencia CC BY 4.0).