- Un reciente artículo publicado en la revista Science Advances expone que se están extrayendo cada vez más peces silvestres del océano para alimentar la industria global del salmón de cultivo. Estos peces carnívoros requieren grandes cantidades de peces pelágicos mucho más pequeños, pero altos en nutrientes, que son reducidos a harina y aceite para alimentarlos.
- Las comunidades locales son las que reciben los impactos. Desde África Occidental hasta Perú, las pesquerías locales luchan por acceder a pescados asequibles, como sardinas y anchovetas, utilizadas en grandes cantidades para alimentar a la industria salmonera.
Mientras crece la industria del salmón de cultivo en el norte global, las comunidades costeras de países menos desarrollados luchan por acceder a pescados locales, como sardinas y anchovetas. Sin embargo, estos pequeños y muy nutritivos peces pelágicos son capturados, procesados y reducidos a harina y aceite de pescado para alimentar a los peces de granja de alto valor en el mercado.
Un nuevo estudio publicado en la revista Science Advances revela la creciente dependencia del sector acuícola global en los peces silvestres y la afectación que esto está teniendo sobre la seguridad alimentaria de las comunidades más vulnerables.
“En Perú, la anchoveta (Engraulis ringens) es parte de este fenómeno. La excusa que da la industria que produce estos ingredientes —harina y aceite—, es que ellos usan poco de este pescado para producir el salmón de granja, pero que, por cada kilo de harina que ellos producen, también se producen cinco kilos de salmón. Eso es un invento”, dice Patricia Majluf, profesora asociada del Centro de Sostenibilidad Ambiental (CSA) de la Universidad Cayetano Heredia y ex vicepresidenta de Oceana en Perú.
“Es decir, la justificación del uso de estos peces para alimentar al salmón, es que están produciendo más proteína de la que se consume. Para ello, la autora principal de la investigación señala que la industria “juega y hace malabares” con una ecuación: Fish-in-Fish-out (FIFO), estándar utilizado para cuantificar cuánto pescado silvestre se utiliza para producir pescado de cultivo y que, en ocasiones, se utiliza también como indicador del impacto de la acuicultura en las poblaciones de peces silvestres, explica Majluf.
“La acuicultura no va a alimentar al mundo”, dice Daniel Pauly, científico pesquero e investigador principal de Sea Around Us, así como miembro de la Junta de Oceana. “La acuicultura disminuye la cantidad de pescado que tenemos. Suena loco, pero no lo es. Cuanto más salmón produces, menos pescado tienes”.
Menos comida para los más vulnerables
La pesquería de reducción más grande es la de la anchoveta peruana. En el artículo, los investigadores señalan que esta pesquería llegó a representar el 10 % de todas las capturas marinas globales. Aunque ahora es mucho más pequeña, sigue siendo la pesquería de una sola especie más grande del mundo.
Aunque aún no existe una evaluación completa para el caso latinoamericano, los expertos han documentado que en Perú la gente dejó de consumir este pescado, a partir de la década de los sesentas —cuando inició su explotación a gran escala—, debido a que fue derivado a la industria de producción de harina.
“Actualmente, Perú tiene problemas de desnutrición muy severos”, dice Majluf. “Utilizando parte de esos recursos para alimentar a la población, se podrían solucionar, pero no se beneficia a la población local porque todo es de exportación. Las conservas u otros productos accesibles [derivados de la anchoveta] contribuirían a la nutrición nacional”.
Las plantas procesadoras de harina y aceite de pescado suelen operar en regiones con comunidades costeras empobrecidas que dependen del acceso a estos peces para su sustento y medios de vida. Los impactos más importantes fueron localizados en África Occidental —Senegal, Gambia, Guinea-Bisau y Mauritania—, países donde se procesan los peces pelágicos locales, en particular especies de sardinella (Sardinella aurita y S. maderensis), capturadas por las flotas chinas. Estas especies se consumen tradicionalmente en esa región, “amenazando la seguridad alimentaria regional al reducir la disponibilidad y la asequibilidad del pescado”, sostienen los investigadores.
“Estas especies son baratas y pueden ser comidas por gente vulnerable económicamente —de hecho son su comida— pero ahora la industria de la acuicultura se las quita literalmente de la boca y las convierte en harina para alimentar el salmón que es parte de un mercado que hace mucho dinero”, asevera Pauly.
Según los autores, la producción industrial de harina y aceite está elevando el precio del pescado y agotando los recursos marinos en áreas de pesca tradicionales, reduciendo la disponibilidad de pescado para el consumo humano. Sólo en Senegal, entre el 2009 y 2018, el consumo de pescado disminuyó en un 50 %. Lo mismo ocurrió en el sudeste asiático y en India, pues lo que erróneamente se ha llamado “pescado basura” —que anteriormente estaba disponible para las personas—, ahora es capturado por la industria de reducción o utilizado directamente para alimentar peces o camarones de criadero.
“En el Perú tenemos otro pescado para comer, pero en África se come la sardinella —muy parecida a la sardina— y hoy en día toda se la están dando a las plantas de harina de China, y la gente que tenía ese pescado para comer, ya no lo tiene”, dice Majluf.
China, sin embargo, no es el mayor consumidor de aceite de pescado. Los principales importadores globales de este producto son Noruega y Chile, que producen principalmente salmón atlántico (Salmo salar), una especie que depende en gran medida del aceite de pescado en su alimentación.
“Pienso que el futuro de la producción de salmón no es prometedor”, sostiene Pauly. “Tienen problemas de contaminación y, por ejemplo, los han expulsado [a los salmoneros] de Canadá. En Columbia Británica tenían muchas granjas, al igual que en Chile, pero ahora han sido desalojados. En Chile, las protestas en su contra aumentan. Esta producción de 100 000 millones de peces es muy contaminante; si tienes una granja flotante, toda la contaminación que generan afecta el entorno”.
Una ecuación engañosa
Los autores señalan distintas prácticas engañosas de la industria sobre la relación FIFO, la ecuación que se utiliza para cuantificar cuánto pescado silvestre se utiliza para producir pescado de cultivo. Una de ellas es promediar las producciones de harina y aceite de pescado de especies carnívoras, omnívoras y herbívoras juntas, para ocultar los altos requerimientos de alimentación que tienen las carnívoras, como el salmón.
En concreto, los científicos señalan que cuando la industria ha aplicado la ecuación para calcular cuánto aceite de pescado requiere la acuicultura en general —que no sólo incluye al salmón, sino a otras especies como crustáceos, tilapias y anguilas— el resultado final, no está ajustado a la realidad. Es decir, el salmón requiere grandes cantidades de aceite para su alimentación —con un valor de 4.08 FIFO—, mientras que todas las demás requieren cantidades mínimas, por debajo de 0.79. Por lo tanto, al promediarlas, el valor FIFO de la acuicultura es mucho menor, con 0.46, un promedio que oculta la cantidad de aceite que requiere el salmón.
Pero sucede al contrario. Los autores confirmaron que, particularmente, el aceite de pescado es un producto en creciente demanda por las granjas de salmón. Además, calcularon que sólo el salmón atlántico de cultivo representó el 60 % del uso de aceite de pescado en el 2020, con la producción de alrededor de 2.7 millones de toneladas de salmónidos de acuicultura. De ese total, el salmón atlántico es responsable del 60 % del uso de aceite de pescado.
A medida que este consumo sigue creciendo, ¿de dónde provendrá el aceite de pescado adicional? —se cuestionan los autores—, por lo que señalan que es evidente que el suministro actual de peces salvajes no será suficiente para cubrir la demanda global.
“Hay muchas versiones de la ecuación, pero en todas ellas los componentes siempre son los mismos: ¿cuánto pescado se necesita para producir un kilo de harina o un kilo de aceite? ¿Cuánta de esta harina o aceite está contenida en los pellets que se les dan de comer al salmón? ¿Qué tan eficiente es la digestión o el consumo de estos pellets a la hora de la producción final?”, argumenta Majluf.
Sin embargo, la propia ecuación original —creada y utilizada por primera vez en el año 2000— señala que se requieren hasta cinco kilos de peces silvestres para generar el alimento que, finalmente, producirá sólo un kilo de salmón. Desde entonces, ha surgido controversia en torno a su cálculo y significado.
“La justificación de que la acuicultura va a ser la salvación de la humanidad, porque va a proveer el alimento para la gente con inseguridad alimentaria, no es tal”, dice Majluf. “La acuicultura que requiere harina y aceite está dirigida a especies de alto valor que se consumen en los mercados de los países del Norte, que tienen los recursos para poder pagarlos”, sostiene la experta.
La voracidad de la industria del salmón
Las pesquerías de reducción, es decir, aquellas que son transformadas en aceite y harina de pescado, y que representan el 26 % de la captura global de peces en el océano, compiten no sólo con las comunidades costeras vulnerables y que dependen del acceso a estos peces para su sustento y medios de vida, sino con la biodiversidad, como aves marinas, mamíferos marinos y otros peces, lo que impacta la productividad y resiliencia de los ecosistemas.
“En el inicio de mi carrera trabajé con lobos marinos y pingüinos, que dependen de la anchoveta para su alimentación, porque son su presa principal. La anchoveta es una especie clave en el ecosistema de Humboldt —que va a lo largo de la costa peruana—, porque transforma la energía del fitoplancton, lo digiere y lo convierte en tejido que puede ser consumido por otros animales”, explica Majluf.
Estos lobos marinos y pingüinos, así como todos los grandes depredadores marinos del Perú, dependen de la anchoveta para su resiliencia ante la gran variabilidad climática en la costa peruana, agrega.
“Todos los años hay eventos de El Niño y La Niña, cambian las condiciones oceanográficas, y la disponibilidad de alimento para estos animales varía desde altísima y hasta muy pobre. Entre 1997 y 1998 hubo un gran evento de El Niño, con el que murieron prácticamente todos los lobos y pingüinos de la costa peruana. Ahí uno se da cuenta que para proteger estos animales, es necesario proteger la comida y el hábitat”, sostiene Majluf.
Sin embargo, los autores señalan que existe una preocupación por el futuro de la anchoveta y la producción de harina y aceite de pescado, pues el cambio climático está impactando las poblaciones de peces en todo el mundo, incluyendo a esta, que es la fuente principal para la elaboración de estos productos. El cambio climático está afectando las tallas de los pescados, que contienen cada vez menos aceite. Además, los investigadores destacan que la continua mala gestión de estas pesquerías permite capturas cada vez mayores de juveniles, es decir, de especímenes que aún no se han reproducido, y que también contienen menos aceite.
La tendencia hacia la disminución gradual en la disponibilidad del aceite de pescado por cuestiones de cambio climático —por efectos de El Niño y por la pesca de juveniles—, está provocando que los precios aumenten considerablemente. “Nosotros graficamos que, del año 2000 hacia acá, la tonelada [de aceite] subió de 2000 a 12 0000 dólares”, dice Majluf.
“Ahora que el aceite ha subido tanto de precio, ya se hace más viable utilizar alternativas, como algas, insectos y bacterias”, concluye Majluf. Según la experta, “ahora es el momento para ir cambiando a estos otros recursos alternativos que ya son económicamente viables, porque la escasez va a hacer que los precios del aceite de pescado sean inasequibles, inclusive para una industria tan lucrativa como la del salmón”.
*Imagen principal: Vista aérea de granjas salmoneras en el estuario de Reloncaví, región de Los Lagos, en el sur de Chile. Foto: Angel Cristi