- Detrás del éxito de la industria extractiva del siglo XIX en la Panamazonía reposa la deforestación de bosques, migración de pueblos indígenas, esclavitud de quienes eran capturados y muerte.
- En esta sección, Killeen nos revela el modo en que operaron las primeras empresas para extraer el codiciado caucho y cómo la llegada del siglo XX implicó la casi extinción del entorno cultural de los indígenas de Perú, Brasil, Colombia y Bolivia.
- A la par, la delimitación de fronteras entre las naciones amazónicas terminó de definir los límites de la ambición por seguir depredando árboles.
La invención del caucho vulcanizado en 1839, seguida de la popularización de las bicicletas en década de 1870 y la invención del automóvil en 1886, provocó un crecimiento exponencial de la demanda de caucho, el cual se obtenía del látex producido por varias especies de árboles endémicos de la selva amazónica. El caucho formaba parte del comercio de las drogas de sertão, que incluía látex recolectado de múltiples especies de dos géneros: Hevea y Castilla. Las especies más valiosas pertenecían al género Hevea, ya que su látex podía extraerse sin necesidad de talar el árbol, a diferencia de las especies de Castilla. Esta característica impulsó rápidamente al desarrollo de una cadena de suministro basada en puestos remotos, administrados por recolectores que extraían el látex, lo procesaban artesanalmente para convertirlo en caucho y lo vendían a comerciantes que lo transportaban río abajo hasta agencias de exportación en Belem, Manaus o Iquitos.
En los primeros años, la mayor parte del caucho era recolectado por comunidades indígenas que vivían en aldeas misioneras o por ribeirinhos, quienes complementaban su subsistencia con el comercio de productos forestales. Sin embargo, el rápido crecimiento en la demanda anual pronto superó la capacidad de la población local para mantener un suministro constante, lo que atrajo un flujo de inmigrantes a la región.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, nuevas tecnologías facilitaron la migración masiva. Los sistemas de telégrafo y los periódicos informaban sobre las nuevas oportunidades, mientras que los trenes y barcos de vapor hacían más accesible el transporte través de océanos y continentes. La movilidad social, catalizada por la industrialización y las revoluciones democráticas, fomentó migraciones repentinas, como las fiebres del oro en California, el Yukón y Sudáfrica. El Amazonas se convirtió en un destino global para aventureros que buscaban enriquecerse en este nuevo auge mundial de materias primas.
Brasil
A pesar del aumento de inmigrantes internacionales, la mayoría no estaba preparada para las duras condiciones y los comerciantes de caucho más exitosos fueron empresarios locales. Estos hombres se destacaron por aprovechar el conocimiento local, usar su influencia política y ejercer violencia para dominar las vastas zonas salvajes que reclamaban como sus feudos. Conocidos mundialmente como “barones del caucho”, en Brasil se les llamaba seringalistas. Lograron su éxito al obtener el control monopólico de afluentes específicos, lo que les permitió explotar despiadadamente a sus trabajadores, conocidos como seringueiros.
Los seringalistas adelantaban suministros a los seringueiros novatos a precios inflados, generando deudas impagables que atrapaban a los trabajadores en los remotos puestos de extracción de caucho. Esta práctica, llamada aviamento, era una forma de esclavitud por deudas especialmente eficaz para retener a migrantes quienes no estaban capacitados para subsistir en la selva y carecían del apoyo de comunidades indígenas o ribeirinhas, que podrían haberles brindado una vía de escape.
Uno de los seringalistas brasileños más importantes fue João Gabriel de Carvalho e Melo, explorador y empresario que descubrió las vastas concentraciones de árboles de Hevea en la parte alta del río Purús a finales de la década de 1850. En ese momento, ya en los albores del auge del caucho, la demanda de seringueiros superaba la capacidad de las comunidades locales para proporcionar mano de obra. Carvalho e Melo regresó a su ciudad natal de Uruburetama, en Ceará, donde reclutó a amigos y familiares que lo acompañarían en 1874 para establecer una serie de puestos de extracción caucho en los ríos Acre y Purus.
Su migración coincidió con una serie de acontecimientos calamitosos en el noreste de Brasil, como el colapso del mercado internacional del algodón (1865-1870) y una prolongada sequía (1877-1880) que devastó la economía regional. La hambruna obligó a más de 200.000 nordestinos, en su mayoría caboclos, a emigrar. Aproximadamente la mitad de ellos se dirigió al Amazonas, donde los seringalistas les ofrecieron préstamos y los ubicaron en zonas forestales remotas como trabajadores contratados. Cerca de 30.000 nordestinos se establecieron en las cuencas altas de los ríos Purús y Juruá.
Esta afluencia de brasileños consolidó aún más el control de Brasil sobre sus territorios amazónicos y preparó el escenario para una expansión final de su dominio, a pesar del Tratado de Ayacucho de 1867, que había adjudicado el territorio de Acre a Bolivia. Acre, una región forestal despoblada sin caminos, no había sido ocupada efectivamente por Bolivia, ya que solo estaba habitada por tribus indígenas. Sin embargo, la región era accesible fácilmente desde Manaos por vía fluvial. Una vez descubierto que Acre albergaba grandes reservas de caucho natural, el gobierno boliviano intentó ocupar la provincia y recurrió a inversionistas extranjeros para financiar su desarrollo. Pero actuaron demasiado tarde.
Decenas de miles de brasileños llegaron a Acre en la década de 1890. Aunque las tropas bolivianas llevaron a cabo campañas y contraataques, tuvieron que atravesar densas selvas desde sus puestos militares en el río Madre de Dios. Conocida en Brasil como la Revolução do Acre, la guerra fue librada por un ejército de inmigrantes filibusteros que establecieron una república independiente de corta duración (1899-1903). Aunque actuaron de manera autónoma, contaron con el apoyo de las autoridades de Manaos, Belem y Río de Janeiro. Brasil anexó formalmente el territorio tras la firma del Tratado de Persépolis en 1903. Para 1910, Acre tenía una población de aproximadamente 50.000 habitantes y producía cerca del 60% del caucho de la Amazonía brasileña.
Aunque Bolivia no tuvo más remedio que ceder el control de la región, am bos países negociaron un acuerdo de compensación que incluía la construcción de un ferrocarril para sortear los rápidos del río Madeira. Este nuevo ferrocarril, que se construiría en lo que hoy es el estado brasileño de Rondônia, proporcionaría a Bolivia una ruta comercial más eficiente para sus territorios amazónicos. Era una época de la fiebre por las inversiones ferroviarias, y capitales de Londres y Nueva York financiaron este ambicioso proyecto de ingeniería, a pesar de la lejanía de la región y la amenaza de enfermedades tropicales. Un esfuerzo anterior en la década de 1870 había terminado en litigios y quiebra, pero el gobierno brasileño lo convirtió en una prioridad nacional, y la construcción se llevó a cabo entre 1907 y 1912.
La Estrada de Ferro Madeira-Mamoré (EFMM) fue un proyecto colosal que llegó a emplear entre 2.000 y 3.000 hombres en su apogeo. No obstante, sufrió una enorme rotación de mano de obra debido a las duras condiciones laborales y las enfermedades endémicas. Algunas estimaciones indican que participaron hasta 30.000 hombres y mujeres a lo largo del proyecto, con una pérdida de más de 6.000 vidas. Muchos de los trabajadores eran extranjeros que no estaban preparados para el clima tropical, aunque también llegaron caboclos del noreste de Brasil. Irónicamente, la línea ferroviaria se completó justo cuando la industria del caucho amazónico colapsaba debido a la competencia de las plantaciones en Malasia.
El primer censo nacional de Brasil, realizado en 1872, registró 323.000 residentes en los estados de Pará y Amazonas, en comparación con los aproximadamente 85.000 sobrevivientes tras las masacres de la Cabanagem. Este censo se realizó antes del auge del caucho, que comenzó alrededor de 1890, cuando la afluencia de nordestinos superaba las 20.000 personas por año. Se estima que entre 300.000 y 500.000 personas migraron finalmente hacia la cuenca amazónica, transformando radicalmente su perfil demográfico. Para 1910, la población no indígena en los estados de Pará, Amazonas y Acre superaba los 1,2 millones, mientras que la población indígena se había reducido a menos de 100.000.
Bolivia
El auge del caucho boliviano fue significativamente diferente al de Brasil, pues estuvo dominado por pioneros de Santa Cruz, quienes habían establecido ranchos ganaderos en el Beni durante el siglo XIX. Estos experimentados hombres de frontera estaban bien posicionados para ocupar los bosques a lo largo de los ríos Madre de Dios, Mamoré e Iténez (Guaporé). El empresario más exitoso, Nicolás Suárez Callaú, fundó un puesto comercial en Cachuela Esperanza, cerca de la confluencia de los ríos Madre de Dios y Mamoré, donde los rápidos obligaban a los comerciantes a transportar sus mercancías a través de sus instalaciones. Aunque Cachuela Esperanza no era comparable en tamaño a Manaus o Iquitos, era el centro del comercio del caucho boliviano, con un radiotelégrafo, cine, hospital moderno, talleres mecánicos y almacenes para el caucho, conocido en Bolivia como goma. Suárez también era dueño de barcos de vapor, que utilizaba para transportar mercancías y personas a lo largo de los tramos del río Madeira, tanto por encima como por debajo de los rápidos.
En 1912, la Casa Suárez controlaba aproximadamente el 60% de la producción de caucho boliviano y había establecido oficinas en Londres y otras ciudades. Incluyendo los ranchos ganaderos de su familia en el Beni, la empresa cubría una extensión de 180.000 kilómetros cuadrados. Suárez, además, era un patriota boliviano que financió gran parte de las fuerzas armadas del país durante la Guerra del Acre. Aunque su interés personal lo motivaba a proteger su monopolio, sin su intervención Bolivia probablemente habría perdido la mayor parte del actual Departamento de Pando.
La mayoría de los gomeros empleados por la Casa Suárez eran inmigrantes de las tierras bajas de Bolivia, incluidos mestizos de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, así como moxeños y chiquitanos reclutados en antiguas aldeas misioneras. Nicolás Suárez y sus hermanos emplearon una forma de esclavitud por deudas similar al sistema brasileño, pero los gomeros formaban parte de un sistema subordinado de patrón-peón predominante en las áreas rurales de la Chiquitanía y el Beni. Este sistema, similar al de los siervos, facilitaba que estuvieran acompañados por sus familias, lo que contribuyó a su reputación de ser más dóciles.
También se reclutó a nativos aculturados, en particular los Tacana, quienes eran hábiles guías forestales capaces de localizar árboles de caucho. Como era de esperarse, la incursión de forasteros aceleró el declive de las poblaciones indígenas, especialmente los Araona, cuya población, estimada en más de 20.000 en 1900, se ha reducido a menos de cien personas en la actualidad. Los Tacana han tenido mejor suerte, aunque su legado cultural ha cambiado a través de matrimonios mixtos con trabajadores inmigrantes del sur. Muchos de sus descendientes aún en actividades tradicionales, pero también residen en ciudades como Riberalta, Rurrenabaque y Guayaramerín. Algunos trabajan como mineros informales en dragas que extraen oro de los ríos Beni y Madre de Dios.
Perú y Colombia
Los jesuitas y sus sucesores lograron evitar que los bandeirantes brasileños invadieran la provincia de Maynas, pero el auge del caucho requirió una acción más decidida. En 1877, el gobierno peruano envió tres barcos de vapor para establecer una base militar en Iquitos, reafirmando el control de Perú sobre Maynas, cuya soberanía territorial era disputada tanto por Ecuador como por Colombia. Iquitos creció hasta convertirse en una pequeña ciudad y se transformó en un importante centro para el comercio de caucho, nombre utilizado en Perú para referirse al caucho natural. Al igual que Manaos, Iquitos contaba con hoteles opulentos y productos de lujo importados directamente de Europa, que abastecían a los barones del caucho peruanos.
La producción de caucho en Perú se basaba principalmente en la explotación de la especie Castilla más que en Hevea, lo que hacía el proceso mucho más destructivo. Este modelo generaba un sistema de trabajo esclavista particularmente cruel y explotador. Como los árboles de Castilla eran talados por completo, se obtenía un mayor volumen de caucho, lo que generaba flujos de ingresos fenomenales a corto plazo. Los caucheros no tenían ningún incentivo para desarrollar estaciones de extracción de caucho a largo plazo. En lugar de eso, buscaban grupos de árboles de Castilla, que solían aparecer en grandes concentraciones, exterminando las poblaciones locales y luego trasladándose a nuevas áreas.
Este sistema extractivo también influyó en la demanda de mano de obra. En lugar de jornaleros dóciles que pudieran ser explotados durante años, los caucheros dependían de leñadores expertos para identificar las arboledas de Castilla, y de trabajadores esclavizados para talar árboles y recolectar el látex. Estos trabajadores migraban junto a los leñadores y reclutaban a esclavos indígenas locales, generalmente por la fuerza, según los requerimientos. Los historiadores han denominado este fenómeno como “esclavitud terrorista”, debido a la extrema crueldad de los caucheros, quienes trataban a sus trabajadores como bienes desechables, reemplazándolos a medida que se expandían a nuevos territorios.
El más infame de los barones del caucho fue el peruano Julio César Arana del Águila, conocido como el Rey del Caucho, quien organizó un imperio monopólico que abarcaba desde el río Huallaga hasta el Putumayo. Ambicioso, sofisticado y audaz, Arana demostró su visión al cotizar su empresa en la bolsa de valores de Londres bajo el nombre “Peruvian Amazon Company”. Debido a que el viaje entre Iquitos y Lima podía tomar semanas, la población de Maynas, hoy conocida como Loreto, operaba prácticamente como una región autónoma. El gobierno central dependía de Arana para proyectar la soberanía peruana en las disputadas tierras fronterizas Brasil, Colombia y Ecuador.
Al igual que en Brasil, la población ribereña no pudo suministrar suficiente mano de obra para satisfacer la demanda de los caucheros. Inicialmente, Julio Cesar Arana recurrió a trabajadores de Brasil y el Caribe, pero pronto optó por utilizar a las poblaciones de las naciones indígenas del Putumayo, particularmente las tribus Huitoto, Ocaina y Bora, conocidas por su cultura pacífica. Los lugartenientes de Arana fueron brutalmente crueles, cometiendo crímenes atroces que hoy se considerarían genocidio: asesinatos, secuestros, violaciones, torturas y esclavización. Se les acusó de exterminar pueblos enteros en episodios de sadismo, a menudo bajo los efectos del alcohol.
Estos abusos fueron finalmente fueron expuestos por el estadounidense Walter Hardenburg, quien había viajado al Amazonas en busca de riqueza y aventuras. Hardenburg fue víctima de las maquinaciones de la Peruvian Amazon Company, pero logró escapar y denunció las atrocidades en un periódico progresista de Londres.
El escándalo resultante llevó al gobierno británico a encargar una investigación dirigida por Roger Casement, un diplomático y defensor de los derechos humanos que se desempeñaba como Cónsul General en Río de Janeiro. Su informe, publicado en 1911, fue corroborado por dos jueces peruanos y un periodista francés, lo que obligó a la Cámara de los Comunes a investigar las atrocidades. Julio César Arana testificó en persona y negó las acusaciones, o al menos el conocimiento de los crímenes. Sus empleados evitaron ser procesados desapareciendo, mientras que Arana pasó a representar a Iquitos en el Senado peruano.
Como muchas otras empresas caucheras de la época, la Peruvian Amazon Company se declaró en quiebra en 1913. No obstante, en sus 20 años de operación exportó más de 4.000 toneladas de caucho, valoradas en alrededor de 1,5 millones de libras esterlinas. Una cantidad que, ajustada a la inflación, equivaldría a alrededor de 300 millones de dólares en 2022. A pesar de la afluencia de migrantes a la Amazonía peruana, los pueblos indígenas del Putumayo quedaron devastados, reduciendo su población de aproximadamente 50.000 habitantes en 1890 a sólo 6.000 en 1920, cuando Colombia y Perú realizaron censos mientras demarcaban la frontera entre ambos países.
El otro gran Rey del Caucho fue Carlos Fermín Fitzcarrald López, hijo de un inmigrante irlandés, quien explotó las poblaciones de la especie Castilla en los ríos Ucayali y Madre de Dios. Fitzcarrald es famoso por haber construido un ferrocarril que atravesaba un istmo de once kilómetros que separaba las dos cuencas, con el objetivo de crear una ruta de exportación desde Madre de Dios que evitara la intromisión de bolivianos y brasileños. Fitzcarrald murió ahogado a los 35 años, cuando uno de sus barcos de vapor se volcó mientras intentaba atravesar los rápidos del alto río Urubamba.
Fitzcarrald explotó la mano de obra indígena mediante el despliegue de cuadrillas de indígenas destribalizados en áreas silvestres de las cuencas del alto Ucayali y Madre de Dios. Utilizaba tácticas de captura, atrayendo a grupos indígenas no contactados a claros de la selva para esclavizarlos. También contaba con la colaboración de jefes indígenas depredadores que atacaban a tribus desprevenidas. Aquellos que resistían eran masacrados. Estas acciones dividieron la nación indígena Piro en dos: los que fueron sometidos a la servidumbre se conocen hoy como los Yine, mientras que aquellos que lograron escapar a la selva se convirtieron en los Mashco.
Fitzcarrald también abrió la zona de Madre de Dios a un inmigrante español, Máximo Rodríguez Gonzales, quien estableció una red que bloqueó el avance de los caucheros bolivianos de la Casa Suárez. Simultáneamente, Perú y Brasil consolidaron sus fronteras en la parte superior del río Purús, lo que favoreció principalmente a Brasil, ya que amplias extensiones del río habían sido ocupadas por seringueiros. Estos aprovecharon las vastas arboledas de Hevea, contribuyendo a la preeminencia de Acre en la industria del caucho amazónico.
Imagen destacada: Un clan de los llamados “Indios Libres del Río Ucayali”, probablemente Shipibo- Conibo.Crédito:Hardeman, 2012.
“Una tormenta perfecta en la Amazonía” es un libro de Timothy Killeen que contiene los puntos de vista y análisis del autor. La segunda edición estuvo a cargo de la editorial británica The White Horse en el año 2021, bajo los términos de una licencia Creative Commons -licencia CC BY 4.0).