- En la frontera entre Perú y Brasil se encuentra Koshireni, donde viven familias yaneshas y asháninkas, la última comunidad en el territorio peruano.
- Ante la invasión de madereros ilegales brasileños han implementado un puesto de vigilancia para controlar el pase de la madera.
- Tras acceder a una beca, la comunidad elaboró su plan de vida, priorizando a la artesanía como su fuente de ingresos.
- Koshireni es parte del cordón de protección de la Reserva Indígena Murunahua, en la región de Ucayali, en Perú.
Al llegar a Koshireni, Imelina Benavides vio inmensas extensiones de bosque intacto: árboles de caoba, shihuahuaco y tornillos de más de 100 años. Quedó impresionada por la fertilidad de la tierra: yucas, plátanos y frutas crecían en medio del bosque de Yurúa, en el alto Ucayali. Lo que más le llamó la atención a la yanesha, de la selva central, fue la poca cantidad de personas que vivían en la comunidad del pueblo asháninka, ubicado en la frontera entre Perú y Brasil, y la lucha que realizaban por evitar el ingreso de los madereros ilegales.
En 2012, Imelina, junto con su esposo, José Luis Valdeón Huaranga, viajaron durante cinco días desde la comunidad Loma Linda, en la región Pasco, en la selva central de Perú, hasta la frontera con Brasil, al este del país, para visitar a su padre, Alfonso Benavides López, quien cinco años antes había dejado su comunidad para mudarse a Koshireni.
“Los asháninka vinieron a Loma Linda pidiendo ayuda para defender sus tierras de madereros ilegales. Mi papá fue el único que acudió a su llamado en 2007 y se mudó con ellos con la idea de que las familias indígenas necesitan más bosque para vivir”, contó Imelina Benavides.

La yanesha recuerda que hace doce años atrás, en Loma Linda eran más de 450 personas que vivían en 5308 hectáreas, si bien la comunidad estaba luchando por la ampliación de su territorio, esto era difícil porque el distrito de Palcazú, donde se ubica la comunidad, ya era uno de los principales focos del narcotráfico. Una reciente investigación de Mongabay Latam corrobora la presencia de pistas de aterrizaje en la región Pasco.
En tanto, en Koshireni la extensión de tierras era cinco veces mayor y la población era mínima debido a la migración ante la falta de colegios y centros de salud, ya que se encuentra en la zona más alejada de Perú. En la actualidad, son siete familias de los pueblos asháninka y yanesha, siendo un total de 27 personas, las que la habitan en la comunidad.
“Aquí no hay narcotráfico, pero sí madereros ilegales. Esta es ahora la lucha de los yanesha que nos mudamos junto a los asháninkas para defender Koshireni”, dijo la lideresa Imelina.

La defensa del territorio como plan de vida
En 2017, Koshireni obtuvo el título de propiedad de 29 275 hectáreas en el distrito de Yurúa, región Ucayali. Es la última comunidad indígena en el territorio peruano y en el lado brasileño colinda con la Reserva Extractivista Alto Juruá y las reservas indígenas Kaxinawa Ahaninka do Rio Breu y Kaxinawa do Rio Jordão, territorios altamente vulnerado por la tala ilegal y la construcción de la carretera ilegal conocida como UC-105, que usan los madereros para llevarse los árboles.
Imelina Benavides es la actual secretaria de la comunidad y presidenta de la Asociación de Artesanos Arankom. Ella accedió a una beca del programa Mujeres en Conservación, desarrollado por Conservación Internacional Perú, que promueve el liderazgo femenino en las comunidades indígenas para trabajar en soluciones al cambio climático.
La lideresa, de 34 años, también fue una de las principales promotoras del plan de vida de Koshireni. Mirko Ruiz, coordinador senior de Género y Salvaguardas de Conservación Internacional Perú, explica que este documento permite planificar y establecer una ruta de mejora y desarrollo para las comunidades para los próximos 10 años de vida comunal.

“Los planes de vida determina el camino que debe seguir la comunidad y contribuye a la gobernanza interna, pero también a una gobernanza externa con otras organizaciones, incluyendo entidades del Estado, mostrando su visión a futuro de la gestión de su territorio”, dijo Ruiz.
Uno de los principales objetivos del plan de vida es que la comunidad pueda defender 40 000 hectáreas de bosque y evitar la invasión de madereros ilegales. Además, también luchan por controlar la pesca que realizan ciudadanos brasileños que ingresan sin autorización al territorio de la comunidad. Para ello se instaló un puesto de vigilancia, donde los comuneros realizan sus reuniones y guardias.
“El plan de vida de la comunidad pone de prioridad la protección del bosque y la artesanía como una alternativa de negocio sustentable para que las familias puedan tener ingresos”, dijo Imelina a Mongabay Latam. La Asociación de Artesanos Arankom agrupa a ocho mujeres y cinco varones que elaboran desde collares hasta vasijas. “Postulamos a nuevos fondos y ahora tenemos una casa del artesano. Estamos buscando alianzas para ver dónde y cómo vender nuestras artesanías fuera de Breu, capital del distrito de Yurúa”, expresa la lideresa.

Proteger a los pueblos en aislamiento
Koshireni está colindante a la Reserva Indígena Murunahua, una área de 470 305 hectáreas creada para proteger a los pueblos indígenas en aislamiento voluntario Murunahua, Chitonahua y Mashco Piro, y el pueblo indígena en situación de contacto inicial Amahuaca, en la región de Ucayali, en el centro este de Perú.
La Reserva Indígena está dentro de la zona de amortiguamiento del Parque Nacional Alto Purús, de 2 510 694 hectáreas, por donde también transitan los Piaci. Es decir, Koshireni es una de las comunidades que ayuda a la protección de los pueblos en aislamiento voluntario.
“Nosotros no hemos visto a los Piaci, pero sabemos que están ahí y que si la invasión de los madereros avanza los primeros perjudicados serán ellos. Nuestro trabajo de defensa territorial también es para proteger a nuestros hermanos aislados y respetar su voluntad de vivir separados con la sociedad”, dijo Imelina Benavides.
Imagen principal: el principal objetivo del plan de vida de Koshireni es proteger los bosques de las actividades ilegales. Foto: cortesía Conservación Internacional