- En Ecuador, el volcán Sangay está en un proceso eruptivo desde mayo de 2019, que constantemente emite material volcánico que es canalizado por el río Volcán y después por el río Upano.
- En 2020, el río Upano, desbordado con agua y material pétreo, destruyó uno de los puentes que conectaban el norte y el sur de la Troncal Amazónica, impactando principalmente a la ciudad de Macas.
- El Cuerpo de Ingenieros del Ejército está finalizando la construcción de tres puentes que ya están operativos y ya son una solución a este problema.
- Sin embargo, la fuerza del río y la acumulación de arena y rocas ponen en duda la funcionalidad de la obra.
La entrada a Macas, capital de Morona Santiago, en la Amazonía ecuatoriana, parece una zona de guerra. Uno de los puentes que unía el norte de la región con la ciudad fue destruido en 2020 y el otro perdió la rampa que permitía la entrada de los vehículos. Las dos estructuras pasaban sobre el río Upano.
Un equipo de Mongabay Latam visitó la zona a mediados de 2024. Durante la extensa sequía que afectó a toda la cuenca amazónica, el río se dividía en pequeños brazos de agua que se abrían paso en medio de un valle plagado de tierra, arena, rocas y troncos. Pero cuando llueve y el río crece, el agua arrastra toneladas de material pétreo que no ha parado de llegar desde que en mayo de 2019 el volcán Sangay empezó un proceso eruptivo que no ha terminado.

“El volcán mantiene una actividad constante, aunque en los últimos meses ha sido menos intenso”, dijo a finales de marzo de 2025 Fernando Espíndola, geógrafo y exfuncionario del gobierno provincial de Morona Santiago. En el website del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional se señala que es el “volcán con mayor actividad de la zona volcánica norte de los Andes”. La Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos (SNGR) mantiene la alerta amarilla.
En agosto de 2024, cuando el caudal del río estaba bajo, maquinaria del gobierno provincial y del Ministerio de Transporte y Obras Públicas (MTOP) desviaba el río para mantener una especie de rampa de material pétreo por la que los autos descendían del puente que quedaba para entrar a Macas.

Cuando el volúmen del Upano aumenta, las rocas y arena que arrastra erosionan los márgenes del río y destruyen todo en su camino. En consecuencia, la entrada a la ciudad era bloqueada y el flujo vehicular era desviado hacia el puente de Seipa, de una sola vía y ubicado a una media hora de distancia hacia el sur.
A causa de los constantes cierres, los macabeos vieron que su economía se deprimió. “La ciudad de Macas es un nido de producción y comercialización, la gente viene acá a comprar sus productos, pero cuando crece el río Upano, afecta bastante, baja la economía, bajan los ingresos, baja la alimentación”, dijo Kuti Yumbo, comerciante de artesanías, a mediados de 2024.

La falta de un puente también interrumpía la Troncal Amazónica, que “conecta a 1 100 000 personas y al polo minero del sur con el polo petrolero del norte”, aseguró Ricardo Burgos, docente de la Universidad Estatal Amazónica y especialista en el estudio de ecosistemas de agua dulce.
Los habitantes de Macas además perdieron el río de aguas cristalinas en el que los fines de semana se bañaban, pescaban o hacían rafting. Desde 2019, el agua del Upano es lodosa y las playas, piscinas naturales y vegetación que lo rodeaban han ido desapareciendo. “El río Upano ya no vale”, gritó un conductor mientras pasaba por la rampa improvisada. Es que los ciudadanos estaban hartos y pocos conocían lo que sucede aguas arriba.

Una represa volcánica
A unos 33 kilómetros al noreste de la ciudad, el río Volcán, que nace en el sur del Sangay, se une al río Upano, que fluye desde unas lagunas ubicadas al suroeste. Esta zona está dentro del Parque Nacional Sangay (PNS), que dejó de tener visitantes a partir del inicio del proceso eruptivo, de acuerdo con el guardaparques Miller Ortiz.
En temporada seca, es posible llegar hasta este punto en compañía de los guardaparques tras una caminata entre bosques subtropicales de aproximadamente tres horas. En ese recorrido, se escuchan los bramidos constantes de la elevación de 5230 metros sobre el nivel del mar. Algunos días, hay nubes de cenizas, que por los vientos son llevadas hacia las poblaciones andinas y a veces llegan incluso a la costa. En las noches, dijo Ortiz, se divisan los flujos de lava de un anaranjado vivo.
Antes de la erupción, para avistar la unión de los ríos había que caminar un último tramo de más de un kilómetro. A mediados de 2024, el paisaje lucía diferente. Los lahares que bajaban por el río Volcán erosionaron esa pendiente boscosa y convirtieron la quebrada del río que tenía unos 50 metros de ancho en una gran playa de un kilómetro y medio de ancho que parece la superficie de Marte.

El piso de los ríos se ha ido rellenando de material pétreo, provocando que ambos cuerpos de agua se nivelen con el acantilado de 50 metros de alto desde el que se los observaba. “En sus diferentes partes ha rellenado, tapando fincas, potrerales, pastizales. Abajo ha tapado un pueblo que se llamaba playas de San Luis”, relató el guardaparques.
En la unión, el Volcán, un río bastante oscuro y espeso que baja desde la derecha ensucia las aguas cristalinas y turquesas del Upano, que bajan desde la izquierda. En ese punto, el material que arrastra el río lodoso se ha ido acumulando, generando una represa natural que Miller estimó que tiene los 50 metros de profundidad que antes había hasta el lecho del Upano. Cuando el río se desborda sobre la represa, grandes cantidades de agua y material pétreo amenazan a todo lo que esté aguas abajo.

“El río era algo maravilloso, con agua cristalina, con varias piscinas naturales. Aproveché para hacer turismo”, dijo Carlos Tenecota, quien habitaba a 3 kilómetros de la desaparecida comunidad Playas de San Luis. Los últimos 12 metros, de los 45 metros de quebrada que separaban a su finca del río, fueron rellenados en cuatro horas, en una de las ocasiones en las que la represa se desmoronó.
Tenecota y su familia tuvieron que huir para salvar sus vidas, pero su finca, en la que vivió desde 1987, desapareció. Un vocero del Vicariato Apostólico de Macas calculó que unas 100 familias fueron afectadas en este sector. “No hay autoridad que se exprese sobre nuestra pérdida”, aseguró Tenecota y añadió que a pesar de que perdió su propiedad, el municipio de Macas continuaba cobrándole impuestos por ese terreno.

El ecosistema acuático también sufre, aunque no hay estudios que comprueben la magnitud del impacto. El docente Ricardo Burgos observó que los pobladores continuaban con sus actividades pesqueras, lo que indicaba que la cantidad de sólidos suspendidos no ha acabado con los peces.
Sin embargo, le preocupaba el mercurio, un metal pesado, contenido en los flujos piroclásticos. Este elemento puede biodisponibilizarse gracias a la acción de microorganismos anaeróbicos. Es decir, puede adquirir la propiedad de ser almacenado en los músculos, órganos y huesos de los peces que lo consumen, y, de esta manera, entrar y acumularse en la cadena alimenticia.

Las soluciones, puestas en duda
Si en la confluencia de los ríos el lecho subió unos 50 metros, 33 kilómetros más abajo, en la entrada de Macas, el piso se elevó unos cuatro metros, de acuerdo con Espíndola.
El gobierno provincial, el Ministerio de Transporte y Obras Públicas y el Cuerpo de Ingenieros del Ejército retiraban el material excedente. “Hay maquinaria lista para trabajar cuando el río se desborda: volquetas, retroexcavadoras, excavadoras, camas bajas para transportar maquinaria pesada”, dijo. “A veces, la maquinaria trabaja semanas para reencauzar el río, pero en pocos días de lluvia, todo cambia”, añadió.
Desde enero de 2023, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército construye tres puentes, que con sus conexiones viales suman un kilómetro de extensión, con el fin de restablecer la conexión permanente de la Troncal Amazónica con Macas. La obra se elevó en la misma zona en la que antes fueron afectados los puentes anteriores.

“Es necesaria la conectividad y la movilidad de las personas”, dice Silvio Cabrera, coordinador encargado de la Zonal 6 del Maate -que abarca las provincias de Cañar, Azuay y Morona Santiago- ante la pregunta de si es seguro construir una nueva infraestructura en el mismo sitio que ya ha sido devastado por las erupciones del Sangay y la fuerza del río. El proyecto cuenta con el permiso ambiental emitido por el Ministerio de Ambiente, Agua y Transición Ecológica (Maate), de acuerdo con Cabrera.
“Cada cierto tiempo hay un desbordamiento, pero hemos considerado todas las previsiones para tomar factores de seguridad previsibles en las cimentaciones de estas estructuras que garanticen funcionalidad a corto, mediano y largo plazo”, afirmó el Coronel Enrique Morales, jefe técnico del Cuerpo de Ingenieros. “El puente tiene fácilmente una duración de más de 100 años”, aseguró el militar.
Se preveía que la infraestructura fuera entregada en diciembre de 2024. Aunque en marzo de 2025 ya estaba operativa, todavía no ha sido entregada oficialmente.

Además, dice Espíndola, se observa que continúan los trabajos. “Después de que se termine la construcción, se debe hacer otro gran gasto para quitar el material debajo de los puentes para que el agua pueda pasar por ahí”, opina.
Mientras tanto, a los vecinos del volcán solo les queda mantenerse informados. “El Maate, como administrador del Parque Nacional Sangay, mantiene un monitoreo permanente del volcán a través de los guardaparques”, dice Cabrera.
En una torre ubicada en las cercanías de la unión de los ríos hay cámaras y sensores de alerta temprana que se conectan con los organismos de socorro. El servicio de respuesta a emergencias ECU 911, la SNGR y el Instituto Geofísico son algunas de las instituciones que también supervisan la actividad del volcán.
Foto principal: El volcán Sangay en erupción, a inicios de 2025. Foto: Elizabeth Gaunt / University College of Londres