- Los corrales de pesca son artes considerados sustentables y están presentes en Chile desde épocas precolombinas.
- Habitantes de la península de Huequi restauraron un corral y descubrieron que ya no atrapa los cientos de peces del pasado.
- Esta es una nueva motivación para continuar solicitando que este territorio sea considerado Espacio Marino Costero de Pueblos Originarios.
- Buscan proteger los fiordos Comau y Reñihué, amenazados por las industrias pesqueras y acuícolas.
Los corrales de pesca solían captar cientos de peces con los que se alimentaba a comunidades enteras. Aunque los habitantes de la península de Huequi, en el sur de Chile, ya habían observado que los recursos pesqueros habían disminuido, cuando reconstruyeron un corral para recuperar las prácticas ancestrales confirmaron el deterioro en el ecosistema.
Los corrales son artes de pesca que se construyen con piedras o madera en zonas que quedan al descubierto cuando baja la marea. Cuando el agua sube, en el interior de los corrales quedan atrapados peces y otras especies marinas.
“Ya no es como antes”, dice Walter Barrientos, agricultor y pescador de 58 años. Recuerda que cuando era niño, el corral atrapaba entre 50 y 100 robalos (Eleginops maclovinus). En los días de más suerte, quedaban unos 2000 jureles (Trachurus murphyi). “Ahora todo cambió, todo es distinto, por tanto barco, tanta lancha, tanta gente que ha sacado indiscriminadamente los peces”, opina.

“Por eso necesitamos proteger, por eso necesitamos buscar formas de repoblar”, dice Juan Catín, presidente de la comunidad indígena Buill. En 2019, la comunidad presentó una solicitud de Espacio Costero y Marino de Pueblos Originarios (ECMPO).
Con esta herramienta, la comunidad indígena y las localidades vecinas esperan proteger 66 000 hectáreas en dos polígonos ubicados entre los fiordos Comau y Reñihué. El ECMPO, aunque está en trámite, ya ha sido llamado Weki-Wil. Weki es el nombre de la península, que administrativamente se escribe Huequi, y Will proviene de Willi, el nombre original de la caleta Buill, que significa ‘sur’, en mapudungün, la lengua que hablan los mapuche-williche.

Los corrales de pesca precolombinos
“Cuando Juan Catín me dijo que querían recuperar lo antiguo, le propuse restaurar el corral”, cuenta Barrientos. Este arte de pesca no es parte de la comunidad indígena, sino de su familia, pero la costumbre está presente en la zona desde épocas precolombinas, de acuerdo con Ricardo Álvarez, antropólogo de la Universidad Austral de Chile.
De hecho, dice, el mar de Chiloé alberga la mayor cantidad de corrales de pesca por kilómetro de costa en el mundo. En 2008 investigó la zona y registró más de 1000 corrales de pesca de piedra, sin contar con los de madera, que se pudrieron con los años y las mareas.

Los abuelos de Barrientos construyeron el corral con ramas de árboles nativos. Después, sus padres y tíos lo mantuvieron. Cuando quedaban cientos de peces en el corral, la familia llamaba a vecinos y amigos para compartir el pescado. Aunque Barrientos aprendió a repararlo cuando era chico, a medida que la cantidad de pesca disminuía, el corral fue quedando en el olvido.
En 2022, científicos alertaron sobre la “preocupante” degradación de los fiordos Comau y Reñihué, debido a los impactos de la elevada actividad volcánica de la zona y de las salmoneras. Solo en el Área Marino Costera Protegida Fiordo Comau – San Ignacio de Huinay había cinco salmoneras hasta 2021, de acuerdo con una investigación de Mongabay Latam.
La salmonicultura produce miles de peces en jaulas gigantes colocadas en mares de aguas frías. De manera continua, heces y alimento caen hasta el fondo marino, contaminándolo y desencadenando un fenómeno en el que se agota el oxígeno en el agua y, como consecuencia, muere la vida bajo el mar. Barrientos dice, además, que la industria es responsable de desechar a diario basura al océano.

Nuevas amenazas en Huequi
Una nueva amenaza llegó cuando los habitantes de Huequi supieron que el gobierno chileno estaba por entregar concesiones de 1000 hectáreas para la mitilicultura (cultivo de mejillones). Esta superficie, explica Catín, es imposible de administrar por pequeños mitilicultores, entonces se abría la puerta a las grandes industrias.
“El 70 % eran fiordos donde nosotros habitamos”, dice el líder. Asegura que nunca se notificó y menos se realizó una consulta previa, libre e informada ni a las poblaciones indígenas ni al resto de localidades sobre la entrada de esta industria al maritorio, como lo llama el líder de Buill.

Les sorprendió también que mientras los habitantes locales llevaban alrededor de cinco años esperando una concesión de media hectárea, de repente se habilitara una concesión tan grande. La mitilicutura es el cultivo de mejillones; se realiza sobre boyas o artefactos que flotan en el agua.
“No lo aceptamos y buscamos la forma de frenarlo”, cuenta Catín. Realizaron reuniones con representantes de los organismos locales de ambos fiordos y acordaron presentar una solicitud de ECMPO. Esta figura se creó en 2008 con el objetivo de que las comunidades indígenas resguarden los usos consuetudinarios. Para eso, el Estado les entrega convenios de uso de los Espacios Costeros Marinos.
En la península habitan unas 3000 personas y aunque la mayoría no pertenecen a comunidades indígenas, hubo apoyo local para que la comunidad indígena de Buill, que tenía toda la documentación al día, sea la solicitante del ECMPO. El trabajo empezó en 2019 y la solicitud se hizo admisible en 2020. En esta etapa no se pueden otorgar concesiones hasta que se complete la tramitación. Así lograron frenar la entrada de la industria mitilicultora.

Para el líder de la comunidad de Buill, esta herramienta de gobernanza comunitaria permite que los habitantes sean quienes tomen las decisiones sobre cómo van a operar las industrias acuícolas y pesqueras en sus territorios. “Tendrán que bajar a nivel local y dialogar con la gente”, dice.
De obtener la declaración del ECMPO Weki-Will, las organizaciones que representan a los habitantes de la península deberán crear una mesa de trabajo para desarrollar un plan de administración del borde costero. “Nosotros no buscamos la propiedad sobre el mar, sino la forma de conservarlo para el futuro”, afirma Catín.

Ataques contra los Espacios Costeros
Aunque la ley que norma los ECMPO ordena que el proceso, desde que es admitido hasta que es aceptado o denegado, no debe durar más de tres años, los habitantes de Huequi llevan esperando cinco años. La solicitud está en la fase de acreditación de los usos consuetudinarios. Este es solo el tercero de ocho pasos, lo que señala que el trámite sobrepasará aún más tiempo de lo estipulado en la Ley Lafkenche o Ley 20.249.
Yohana Coñuecar, comisionada para pueblos originarios en la Comisión Regional de Uso del Borde Costero (CRUBC) de la región de Los Lagos, a la que pertenece Huequi, dice que los trámites duran mínimo siete años. Hay solicitudes que han estado en proceso hasta por 12 años, para finalmente ser rechazadas, de acuerdo con Álvarez.
Mongabay Latam consultó a la Subsecretaría de Pesca (Subpesca) sobre la razón de la demora en la tramitación de solicitudes, pero no recibió respuesta. Coñuecar afirma que en la Subpesca “no hay suficiente presupuesto para que haya más personas trabajando en los temas de espacios costeros”.

El mismo problema enfrenta la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena, que está a cargo de la acreditación de los usos consuetudinarios. “A pesar de que este gobierno ha puesto un poco más de personal, es insuficiente para dar respuestas oportunas”, asegura. Cuando la solicitud llega a las Fuerzas Armadas, el organismo encargado de destinar el espacio costero, el proceso puede tardar hasta cinco años más.
En las comisiones regionales, si bien los tiempos son menores, hay falta de representatividad. En la CRUBC de Los Lagos solo dos de los 56 representantes pertenecen a pueblos indígenas. La mayoría son delegados gubernamentales, locales y de las industrias acuícolas y mitilicultoras.

A ojos del antropólogo, “hay ataques contra los espacios costeros indígenas que provienen generalmente de los actores asociados a la explotación de la naturaleza”. La situación empeoró en 2023, cuando se presentó un proyecto legislativo para modificar la Ley Lafkenche, con el objetivo de “armonizar y compatibilizar los usos consuetudinarios del borde costero con otras actividades desarrolladas en las mismas áreas”.
“La Ley está en ascuas por poderes políticos, industriales y económicos que quieren meterle mano”, opina Catín. El presidente de la comunidad indígena de Buill dice que la industria salmonera ha levantado una campaña de desinformación enfocada en representar a los Espacios Costeros como una amenaza al crecimiento económico y al empleo. “Entre el poder económico y político que tienen las industrias y el nuestro hay mucha diferencia. Es un arduo trabajo el que se está llevando”, asegura.

Las tardanzas generan dudas entre los habitantes del borde costero, principalmente entre quienes no son parte de las comunidades indígenas. Mientras no haya una decisión sobre la solicitud, los locales tampoco pueden solicitar permisos para producir moluscos, por lo que se sienten afectados económicamente. Sin embargo, Catín afirma que esos roces se “han sabido llevar”.
Barrientos es uno de los locales que no pertenece a las comunidades indígenas y que apoya el proceso, a pesar de la demora. “Si las cosas no se hacen bien ahora, de aquí a unos años no va a haber nada”, reflexiona. Álvarez cree que los ECMPO son mecanismos de conservación potencialmente exitosos, pero incluso los que han sido aprobados todavía enfrentan “muchas dificultades”.

Rescatar lo ancestral para conservar
Catín cuenta que buscan proteger la recolección y pesca de orilla, la pesca artesanal y el trabajo por estaciones o mareas. Estas prácticas se caracterizan por seleccionar las especies que serán consumidas. Las grandes flotas pesqueras, por el contrario, realizan pesca de arrastre, un método de pesca que captura indiscriminadamente a los peces.
La pesca intensiva que se dio desde la década de 1980, de acuerdo con Álvarez, provocó la disminución de “cardúmenes gigantescos que quedaban atrapados en los corrales de pesca”.
Hasta hace unos 25 años, cuando la marea subía, los peces se acercaban a los corrales en búsqueda de comida. Una vez que el agua retrocedía, se quedaban atrapados y había alimento para familias y comunidades completas. Ahora, si quedan, son pocos los peces, pero es una estructura que ayuda a preservar la memoria, mostrar la cultura y afianzar lazos entre los habitantes de la zona.

A Barrientos le genera ilusión enseñar a las nuevas generaciones sobre este arte de pesca que estaba olvidado. Una vez que hizo la propuesta, cinco jóvenes de la comunidad indígena de Buill se le unieron para reconstruirlo. Durante días de marea baja pusieron estacas y trenzaron las varas de madera.
Cuando quedó listo, niños de las escuelas llegaron para conocerlo. Para Álvarez, la preservación y recuperación de los corrales es importante porque representan normas éticas sobre qué es el mar, cómo usarlo y cómo compartirlo. Además, son métodos de pesca “sustentables”.
“Yo me alimenté muchos años de ese corral —dice Barrientos—, entonces encuentro bien esperar a que salga la cuestión de los espacios costeros, para que algún día no se termine todo”.
Foto principal: Gente mariscando en la bahía. Foto: Cortesía Juan Catín