- Las rayas, esenciales para la salud del océano, están completamente desprotegidas en Honduras, a pesar de que el país se ha declarado santuario de otros elasmobranquios: los tiburones.
- La pesca de rayas es legal, no se monitorea y no tiene regulación.
- Esto pone en riesgo la biodiversidad marina y la seguridad alimentaria costera.
- Científicos y organizaciones piden escuchar a las comunidades para construir políticas de conservación verdaderamente inclusivas y sostenibles.
En las profundidades cálidas del Caribe hondureño, una criatura de movimientos elegantes y cuerpo aplanado surca el fondo marino como si volara. Las rayas, primas cercanas de los tiburones, cumplen funciones vitales para el equilibrio ecológico del océano. Sin embargo, en Honduras —país que se enorgullece de ser santuario de tiburones desde 2011— estas especies se enfrentan al abandono legal y científico: no existen leyes que las protejan ni estadísticas oficiales sobre su captura.
“El vacío legal para las rayas en Honduras es preocupante, especialmente si tomamos en cuenta que comparten muchas características ecológicas con los tiburones, pero no gozan de las mismas protecciones”, señala Frida Lara, directora de la organización Orgcas en México y una de las investigadoras más activas en conservación de tiburones y rayas en América Latina.
Las rayas, junto con los tiburones, forman parte del grupo de los elasmobranquios, peces cartilaginosos que han habitado los océanos por más de 400 millones de años. Existen más de 600 especies de rayas en el mundo y muchas de ellas habitan o transitan por aguas hondureñas, especialmente en el Caribe y zonas del Golfo de Fonseca.

Su rol ecológico es clave: las rayas actúan como controladoras de poblaciones de moluscos, crustáceos y otros organismos bentónicos. Algunas especies, como la raya látigo (Dasyatis americana), excavan el fondo marino en busca de alimento, lo que ayuda a oxigenar los sedimentos y mantener el equilibrio en los ecosistemas costeros.
“Son ingenieras del ecosistema”, explica Lara. “Muchas veces las rayas no tienen el ‘sex appeal’ de los tiburones, pero son igual de importantes. Sin ellas, los sistemas marinos colapsan en silencio”.
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Demografía y situación actual en Honduras
En Honduras hay “escasa investigación de la especie”, según el investigador de Digepesca. Las únicas investigaciones disponibles son de Ilili, una organización hondureña de conservación sin fines de lucro.
Según Marco Núñez, investigador de la Dirección General de Pesca y Acuicultura (Digepesca) —organismo gubernamental—, el programa de monitoreo pesquero del Golfo de Fonseca que actualmente realizan Ilili y Digepesca “aportará información relevante sobre el estado actual de las poblaciones de rayas”.
Un estudio regional liderado por Mónica Valle en 2020, publicado en Marine Policy, indica que las pesquerías artesanales de rayas son comunes en zonas del Caribe hondureño como Roatán, La Ceiba y Puerto Lempira. Muchas veces, la captura de rayas ocurre de manera incidental mientras se pescan otras especies. Sin embargo, también hay evidencia anecdótica de pesquerías dirigidas a rayas para consumo local o comercio de carne seca y cartílago.
Según el informe de la FAO (2023) sobre el estado mundial de la pesca y la acuicultura, más del 36 % de las especies de rayas están en peligro de extinción a nivel mundial, una cifra alarmante si se toma en cuenta que muchas de estas pesquerías no están reguladas, como ocurre en Honduras.
“Estamos frente a una forma de injusticia ambiental”, apunta Lara. “Hay comunidades que dependen del mar para vivir, pero no se les están dando la información ni las herramientas para manejar esos recursos. Y al mismo tiempo, se ignoran especies clave como las rayas, condenándolas al olvido”.

Santuario de tiburones pero no de rayas
En 2011, Honduras fue aplaudido internacionalmente por declararse santuario de tiburones, prohibiendo su captura y comercialización en todo el territorio marino. Sin embargo, la ley no incluyó a las rayas. Esta omisión, según especialistas, evidencia una política de conservación parcial y poco coherente.
“Los tiburones y las rayas son parientes cercanos, enfrentan las mismas amenazas —como la sobrepesca y la pérdida de hábitat—, pero solo uno de ellos recibe protección”, comenta Lara. “Es como proteger al jaguar y olvidarse del puma”.
La Ley General de Pesca y Acuicultura (Decreto 154-2013) no menciona a las rayas, ni siquiera como especies sujetas a vigilancia o manejo. En otras palabras, las rayas están completamente desprotegidas.
Núñez asegura que se encuentran “en el proceso de oficialización del Comité de Rayas y Tiburones. Se ha elaborado un acuerdo ministerial que permitirá la creación formal de este comité como ente asesor técnico, el cual se encuentra en trámite de firma por parte de la Secretaría [de Agricultura y Ganadería] y avanza de manera satisfactoria”.
El investigador propone dos cosas para focalizar esfuerzos. Primero, “fortalecer la investigación científica y el monitoreo poblacional”. Para Núñez es urgente “generar información sobre la distribución, abundancia, tasas de captura, ya que actualmente existe un vacío significativo de datos”.
Además, agrega que es indispensable “establecer marcos normativos específicos para rayas”:. “Además de incluirlas en reglamentos de pesca incidental, se deben desarrollar normativas exclusivas que contemplen vedas, tallas mínimas de captura, zonas de protección y lineamientos para la comercialización de sus productos”.
Ciencia y comunidad: una alianza necesaria
Orgcas ha trabajado en varios países de Mesoamérica para generar datos científicos sobre rayas y tiburones, pero también para involucrar activamente a las comunidades pesqueras. Frida Lara insiste en que no puede haber conservación efectiva sin justicia social ni diálogo.
“La ciencia por sí sola no cambia la realidad. Necesitamos sentarnos a hablar con los pescadores, entender sus necesidades, escuchar sus conocimientos. Solo así podemos construir políticas sostenibles”, afirma. “Hemos trabajado con comunidades en México, Belice y Guatemala, y lo que hemos aprendido es que cuando la gente entiende por qué se debe conservar una especie, se vuelve su aliada”.
Una de las herramientas que ha implementado Orgcas es la combinación de ciencia participativa con monitoreo comunitario. En algunas zonas del Caribe, como en Quintana Roo, pescadores usan cámaras GoPro y registran avistamientos de rayas para construir mapas de distribución y hábitos.
“El conocimiento local es oro”, enfatiza Lara. “Muchos pescadores saben exactamente cuándo llegan las rayas, cuándo se reproducen, qué zonas son más vulnerables. Esa información vale más que mil papers, y hay que validarla”.
Aunque la investigación sobre rayas en Honduras es limitada, hay estudios relevantes en el contexto regional que pueden servir de base: se tiene registro de la presencia de al menos 12 especies de rayas en la región mesoamericana, incluyendo Honduras.

En un artículo publicado en la revista Nature por una veintena de científicos, se advierte que las rayas son el grupo más amenazado entre los vertebrados marinos. Su investigación mostró que más del 50 % de las especies están en peligro por pesca no regulada. Luego, otro grupo de científicos realizó un estudio sobre la percepción de pescadores de la Mosquitia hondureña, donde se reportó la disminución drástica de avistamientos de grandes rayas en los últimos 15 años.
Estos estudios evidencian que Honduras forma parte de una región crítica para la conservación de estas especies, pero está rezagada en acciones concretas.
Lara propone una hoja de ruta que combine ciencia, política pública y trabajo comunitario, como incluir a las rayas en la legislación pesquera como especie protegida o en riesgo, y establecer vedas o límites de captura. Además, sugiere crear áreas marinas protegidas específicas para elasmobranquios, con apoyo científico y participación comunitaria. Fomentar el monitoreo comunitario, capacitando a pescadores para registrar capturas, avistamientos y datos clave. Diseñar campañas de sensibilización para que la sociedad valore a las rayas como parte del patrimonio natural del país.
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Un vacío con historia: la conservación marina en Honduras
Para entender por qué las rayas han quedado fuera del radar de la protección ambiental en Honduras es necesario mirar hacia atrás. El país ha tenido avances importantes en materia de conservación, pero muchos de ellos han sido fragmentados, reactivos y condicionados por agendas externas.
Desde la década de 1990, con la creación de la Ley General del Ambiente (Decreto 104-93), Honduras comenzó a establecer áreas protegidas y a reconocer la importancia de conservar su biodiversidad. Sin embargo, el enfoque ha sido mayormente terrestre. De las más de 90 áreas protegidas oficialmente reconocidas, sólo una porción menor corresponde a zonas marinas costeras.
Fue hasta 2011 que se dio un paso significativo al declarar el mar hondureño como santuario de tiburones. Esta medida fue pionera en la región y posicionó a Honduras como líder en conservación marina. No obstante, como explica Lara, “se trató de una medida simbólicamente poderosa pero limitada en ejecución práctica y científica”. Además de no incluir a las rayas, “tampoco estableció mecanismos de vigilancia o educación comunitaria”.
Rachel Graham, fundadora y directora de MarAlliance, recuerda que esta declaración mediante decreto ejecutivo tomó a la comunidad científica por sorpresa. “No hubo consultas con la comunidad de pescadores”, compartió Graham.
Este patrón de medidas parciales y poco integradas se ha repetido en otras áreas de la política ambiental del país. La gestión del Golfo de Fonseca, por ejemplo, ha estado marcada por conflictos entre pesca artesanal e industrial, sin una visión holística que incorpore las necesidades del ecosistema.
“Lo que vemos es un rezago institucional”, afirma Lara. “No hay suficientes científicos marinos, no hay datos básicos sobre las especies, y eso deja a las rayas en una especie de ‘zona gris’ legal y ecológica”.

¿Cómo va el resto de América Latina?
Países como México, Colombia y Ecuador han dado pasos importantes en la protección de elasmobranquios de manera más integral.
México, por ejemplo, cuenta desde 2018 con una Norma Oficial Mexicana (NOM-029) que regula la pesca de tiburones y rayas, establece tallas mínimas de captura, temporadas de veda y monitoreo obligatorio. Además, en la Península de Yucatán y el Caribe mexicano, se han impulsado programas comunitarios de conservación participativa.
Colombia incluyó recientemente a varias especies de rayas en su lista de fauna silvestre amenazada y trabaja con el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Invemar) para establecer áreas de manejo especial que incluyen hábitats críticos para elasmobranquios.
Ecuador ha promovido leyes que protegen a muchas especies de tiburones y rayas a través del Parque Nacional Galápagos y la Reserva Marina Hermandad, implementando medidas de vigilancia satelital y acuerdos con la pesca industrial.
“Estamos viendo cómo países vecinos están avanzando hacia modelos más completos de conservación”, subraya Lara. “Honduras puede aprender de estas experiencias y adaptarlas, especialmente porque comparte especies y ecosistemas con ellos”.
Graham propone replicar esfuerzos de otros países centroamericanos como Belice. Lo que está desarrollando MarAlliance en conjunto con algunas comunidades costeras en ese país es una estrategia nacional que consiste en democratizar el turismo. Esto implica que el turismo no sea una actividad extractiva, sino beneficiosa para la megafauna, fructífera para las comunidades y accesible para los turistas a través de actividades que no impliquen la pesca de la raya.

¿Qué puede aprender Honduras de las políticas internacionales?
La Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES) incluye a muchas especies de rayas en sus Apéndices II y III, lo que significa que su comercio debe estar regulado y monitoreado. Honduras es firmante de CITES, pero aún no ha implementado protocolos efectivos para el cumplimiento de esta convención en lo relacionado con rayas.
Otras herramientas que podrían ser replicadas incluyen planes de Acción Nacionales para elasmobranquios (PAN), como los implementados en Brasil, Perú y México. Estos planes integran ciencia, políticas públicas y educación comunitaria, y son respaldados por FAO y organizaciones como Misión Tiburón y Shark Advocates International. Por ejemplo, el etiquetado ecológico o trazabilidad de productos pesqueros, como el programa Marine Stewardship Council (MSC), que certifica prácticas de pesca sostenible. Honduras podría iniciar pilotos en zonas como la Bahía de Tela o Utila.
También, acuerdos de pesca sostenible con participación comunitaria, como los que se han establecido en la costa pacífica de Costa Rica, donde comunidades manejan áreas de pesca responsable bajo principios ecológicos y culturales.
La directora de Orgcas en México insiste en que estas herramientas no pueden simplemente copiarse y pegarse, sino que deben adaptarse al contexto local. “Honduras tiene comunidades marinas resilientes, con mucho conocimiento tradicional, pero también tiene desafíos como la falta de presupuesto, corrupción institucional y amenazas como la pesca industrial ilegal. Hay que empezar con pasos realistas y construir confianza”.
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El camino hacia una conservación justa
En muchas comunidades pesqueras del Caribe y la costa sur de Honduras, la captura de rayas se da por necesidad, sin conocimiento de que puede poner en riesgo a especies vulnerables. Es por eso que cualquier política futura debe integrar educación, incentivos y alternativas económicas.
“No podemos caer en el error de criminalizar a los pescadores”, advierte Lara. “El enemigo no son las comunidades, sino la falta de datos, la ausencia del Estado y la indiferencia. Por eso insistimos tanto en el trabajo colaborativo”.
Graham trabajó en Honduras y desde entonces tiene interés en la conservación de la megafauna en el país, MarAlliance sigue insistiendo en una sugerencia que le hicieron hace varios años al Gobierno sobre un comité nacional para tiburones y rayas.
Imagen principal: Los especialistas coinciden en la necesidad de equiparar a las rayas (en la fotografía Raya Látigo del Caribe – Styracura schmardae) con sus primos, los tiburones, en cuanto a la prohibición de su caza. Foto: cortesía Rachel Graham / MarAlliance