- “Jene Nete: El Mundo del Agua” es la primera película de ficción del cineasta shipibo-konibo Ronald Suárez, una historia que refleja la conexión espiritual de su pueblo con el agua y la lucha por protegerla frente a la contaminación y el cambio climático.
- La película narra la historia de Xawan Rawa y su nieto Kopi, guardianes del equilibrio entre los mundos humano y acuático, inspirada en la cosmovisión shipibo-konibo, que concibe el agua como fuente de vida y hogar de seres espirituales.
- El primer capítulo, actuado, producido y dirigido íntegramente por miembros de este pueblo indígena, se ha presentado en festivales de Perú, España, Brasil, Chile y Colombia.
- El proyecto busca financiamiento y apoyo institucional para completar los siguientes capítulos y fortalecer el cine indígena.
En la orilla del río Ucayali, uno de los grandes afluentes del Amazonas peruano, un anciano Meraya enseña a su nieto los secretos del agua y de los seres que la habitan. Xawan Rawa, chamán del pueblo shipibo-konibo, ha elegido a Kopi como su sucesor en la tarea de proteger y guiar a su comunidad. Pero el camino no será fácil: el joven deberá enfrentarse a la furia de los espíritus que habitan el mundo del agua y que se levantan ante la contaminación y el ruido provocados por los humanos, que perturban su equilibrio ancestral. Para restaurar la armonía entre ambos mundos, Kopi tendrá que escuchar su llamado.
Esta es la historia que cuenta Jene Nete: El Mundo del Agua, la primera película de ficción de Ronald Suárez, documentalista y activista shipibo-konibo, en la que entrelaza la herencia espiritual de un pueblo con la urgencia de cuidar la naturaleza
“Dentro de nuestra cosmovisión, uno de los mundos para nosotros es el agua”, explica Suárez. “El agua donde vivimos, el agua que nos da vida… pero debajo de ella, también existen muchas vidas más; por eso hay que cuidarla”.
El primero de los cuatro capítulos que conforman esta obra inspirada en la cosmovisión shipibo-konibo fue íntegramente actuado, producido y dirigido por miembros del pueblo indígena. Con una duración de 30 minutos y subtítulos en español, inglés y portugués, se estrenó a mediados de 2025 y desde entonces ha recorrido festivales y sedes culturales en España, Brasil, Chile, Perú y Colombia. A finales de este año está previsto el inicio del rodaje de la segunda parte.
En Mongabay Latam conversamos con Ronald Suárez sobre la historia detrás de la película, los logros recientes y los desafíos que enfrenta el cine indígena en Perú para visibilizar las problemáticas y la cultura de los pueblos.

—¿En qué momento la defensa del territorio se convirtió en una motivación para contar las historias de su pueblo a través de lo audiovisual?
—Creo que la lucha está en todos los ángulos. Soy comunicador social desde muy joven: desde los 15 años vengo haciendo radio y después he venido colaborando con varias organizaciones. Soy documentalista y activista audiovisual desde hace unos 17 años, con el objetivo de compartir nuestros problemas con la gente, lo que no se ve en las noticias y no se manifiesta en algún medio de comunicación masiva. Nosotros tenemos que hacer nuestras propias imágenes documentales o videos para mostrar el otro lado de lo que aparece en la televisión.
Tengo cinco documentales hechos en mi vida, pero en junio pasado estrené mi primera película, Jene Nete: El Mundo del Agua, que es una obra de ficción, dividida en una película de cuatro capítulos basados en la cosmovisión Shipibo-Konibo. Todas mis películas son por la defensa territorial y sobre la difusión cultural de mi pueblo. Por eso también tenía que hacer esta película.

—¿Qué le motivó a explorar la cosmovisión shipibo-konibo desde la perspectiva del agua?
—No tenemos ningún documento escrito sobre el Jene Nete, porque todos los conocimientos que nosotros hemos recibido han sido vía oral, por lo tanto, tampoco teníamos ningún registro audiovisual. El reto era recibir información sobre el Jene Nete y plasmarlo en una película. Hacerla realidad significaba poder socializar esta información con los niños y con los jóvenes shipibos porque de esa manera nosotros podríamos contribuir con la identidad cultural de nuestro pueblo.
Para nosotros, el agua tiene una conexión muy espiritual. Nosotros creemos, sentimos y pensamos que debajo del agua existen muchos seres que la cuidan. Además nos cuidan y nos protegen, por eso estos seres espirituales también necesitan protección. Sin ellos no tendríamos el agua necesaria, porque ellos son los que dan vida al agua.
El agua tiene que asumirse como lo nuestro, porque las manifestaciones actuales del cambio climático nos vienen enseñando que esto no será así nada más, sino que esto se va a ir acabando. El agua no solamente es responsabilidad de los indígenas, sino de todas las personas que vivimos en este planeta. Somos responsables de cuidar nuestra naturaleza y del agua.
Nosotros queremos enseñar, desde nuestra cosmovisión Shipibo-Konibo, que detrás del agua hay vida, hay seres que nos cuidan y hay seres que debemos cuidar para que nos puedan seguir dando vida hoy y para siempre.

—La película se desarrolla en torno al mundo del agua, un elemento vital en la Amazonía, ¿qué problemáticas enfrentan las comunidades shipibo-konibo relacionadas con el agua?
—Si el agua tiene algún daño o alguna contaminación de parte de empresas madereras, petroleras, mineras o barcos que provocan contaminación por el derrame de petróleo o gasolina, esto puede enfurecer a los seres vivos que viven debajo del agua.
La reflexión es una tarea de todos. Sabemos del problema que habrá por el agua, ahora mismo lo podemos ver en algunas comunidades donde existían cochas o lagunas inmensas que nunca se secaban, y que en este año en algunas comunidades han desaparecido. Eso para nosotros es una preocupación muy grande. Además, el cauce del río Ucayali ahora se ha ido por otro lado, ya no está por donde siempre andaba.
Eso se genera a causa del cambio climático y también por la contaminación, y esos mensajes que nuestros ancestros nos contaban dentro de la cosmovisión se hacen realidad. Esto es un mito, no es un cuento, es una cosa real que nuestros ancestros ya pronosticaban miles y miles de años atrás. De eso se trata nuestra película.
Sin embargo, el reto ahora es continuar con el mensaje de cuidado del medio ambiente, no solamente para nuestra gente, nuestros jóvenes o niños a través de una educación comunitaria, sino también para todos los hombres y mujeres que existimos en este mundo, para que también seamos responsables en el cuidado de la naturaleza.

—Esta producción fue realizada íntegramente por miembros del pueblo shipibo-konibo. ¿Qué significado tiene para usted que la comunidad haya asumido todos los roles de creación audiovisual?
—Hay muchas películas donde actúan los shipibo, pero no necesariamente son desde la perspectiva shipibo. Están hechas por el pensamiento occidental: vienen grandes documentalistas, vienen grandes cineastas y ellos hacen el guión, y después les hacen actuar y nada más. Pero la realidad no es esa. No hay un sentido profundo al actuar. Pero si nosotros mismos lo creamos desde lo que nosotros sentimos, eso sí nace desde el corazón, desde nuestras aspiraciones y sueños.
Esta película es la primera hecha íntegramente por el pueblo shipibo-konibo, donde contamos nuestras propias historias, que no está escrita en ningún libro y mucho menos en un registro audiovisual.
Hemos recibido un apoyo simbólico del Ministerio de Cultura para hacer esta película. Luego tuvimos la participación de toda la comunidad de Santa Teresita de Cashibococha, donde participamos para hacer el guión colectivo. La particularidad de hacer cine indígena es que tiene que ser precisamente colectivo, donde todo el mundo aporta. No es como una película comercial donde se sientan los guionistas y escriben. Nosotros recibimos y recopilamos mucha información mediante talleres y, a partir de ahí, es que se hace el cine indígena.
Luego tuvimos que hacer casting en la comunidad y también tuvimos que capacitar a la gente para que aprendieran a actuar para la película. Ninguno es actor profesional. Después vino la capacitación técnica para que los jóvenes que tienen interés aprendieran a manejar la cámara, las luces, el sonido y la edición, para que ellos y nosotros mismos pudiéramos hacer todo, con el acompañamiento de algunos aliados que nos enseñaron a manejar estos equipos, como Teleandes, que nos ha acompañado en este proceso.

—¿Cuáles han sido los desafíos para la realización del proyecto?
—Nosotros hemos estado trabajando, pero no hemos recibido un presupuesto suficiente para completar el trabajo y por eso hicimos un primer capítulo. El Ministerio de Cultura todavía ve al cine indígena como si no fuera un cine que aporta, como un cine que no da trabajo, y por eso el presupuesto es mínimo. Tenemos que hacer muchas maravillas y malabares para concluir nuestro trabajo.
Este año no hemos participado en el Concurso de Cine Indígena [promovido por el Ministerio de Cultura] o en su nuevo estímulo para hacer el siguiente capítulo de nuestra película porque la nueva ley del cine peruano [Ley 32.309] para nosotros es excluyente, ya que nos piden un porcentaje como productora. Además, el guión tiene que ser revisado por ellos. Para nosotros esto ya pues es un veto anticipado. No queremos que revisen nuestro guión porque hacemos una película relacionada al cuidado del medio ambiente y a los cines comerciales o al Estado no les conviene lo que podemos hacer.
El reto ahora es nuestra búsqueda de algún apoyo de una institución que pueda estar interesada para continuar con el segundo, tercer y cuarto capítulo, para concluir con el arte audiovisual que para nosotros, en el mundo indígena amazónico del Perú, es una novedad. Somos el primer pueblo originario que cuenta su propia historias a través del cine.
No tenemos equipo suficiente, todo tiene que ser alquilado en Lima. Nosotros estamos en la Amazonía, por lo que el trabajo en las comunidades es el doble del trabajo que uno puede hacer en la ciudad. El cine indígena también implica el doble del presupuesto porque como nadie es profesional, primero tenemos que capacitarnos. Primero tenemos que dar herramientas para que puedan aprender de la tecnología y luego trabajar nosotros mismos. Todas esas cosas son las barreras que hemos encontrado en el camino.

—¿Cómo se vivieron los talleres de capacitación para la comunidad que participó en la película?
—Primero había que motivar a la gente. La participación y el apoyo de la comunidad fue muy importante porque empezó a aportar con lo suyo: los sabios y las sabias, los maestros, los niños, los jóvenes y todo el mundo dieron su aporte para que el guión saliera bonito.
Con la segunda parte y con los capítulos siguientes, si conseguimos un poco de fondos —porque también disminuirán nuestros gastos porque ya tenemos gente capacitada—, será más fácil lograr tener escenas que pueden darle mucha más emoción a la película.
A raíz de la película, se ha despertado la mente de los jóvenes, especialmente de una chica que empezó a estudiar cinematografía en Lima. También hay otros que están haciendo sus videos, que continúan trabajando, y ahora las productoras que vienen a Pucallpa les contratan para que hagan el arte, vestuario, producción y otras cosas. Esto también es un gran logro.

—Ha utilizado el cine y la comunicación para denunciar las amenazas que enfrentan los pueblos amazónicos. ¿Cómo entiende el poder del cine como herramienta de defensa de los derechos indígenas y del territorio amazónico?
—La película es justamente esto. Lo que estamos mostrando es para denunciar las amenazas y la contaminación actual. La población percibe esto como algo real, sin embargo, las autoridades no lo toman muy en serio.
Ninguna empresa de cine nos ha llamado hasta ahora para decirnos: «Mira, queremos mostrar la película en nuestras carteleras”. No llama mucho la atención. Por eso para el cine indígena es un reto sensibilizar al público en general, en los centros académicos, a los jóvenes, a las autoridades y a todo el mundo. Lo que yo veo es que lo minimizan. No lo toman en serio las empresas extractivistas ni las autoridades. Pero nosotros vamos a ir concientizando, poco a poco, para que este cine sea una herramienta de educación que pueda defender y denunciar las amenazas de nuestro territorio.
Sabemos que necesitamos presentarnos en festivales internacionales, pero muchos cobran dinero y no tenemos los recursos. Solamente estamos presentándola donde hay festivales gratuitos.

—¿Cómo imagina el futuro del cine indígena en Perú y qué pasos cree que son necesarios para que alcance una mayor visibilidad y reconocimiento?
—Creo que hemos abierto esta esperanza. Somos pioneros en el cine indígena en Perú y esperamos que otros pueblos indígenas también tengan esta oportunidad. Si no nos cierran las puertas con esta ley que acaban de publicar —que le han llamado la “Ley anti cine peruano”—, nosotros podemos seguir haciendo más películas.
Vamos a seguir luchando y tenemos esperanza de que el cine indígena seguirá contando más historias. Sería nuestro medio independiente para denunciar cualquier acto de marginación, discriminación o vulneración sistemática de nuestros derechos. Seguiremos insistiendo, seguiremos luchando a través del arte y la política para sobrevivir y para existir con nuestra cultura.
Imagen principal: «Jene Nete: El Mundo del Agua” es la primera película de ficción del cineasta shipibo-konibo Ronald Suárez, una historia que refleja la conexión espiritual de su pueblo con el agua y la lucha por protegerla frente a la contaminación y el cambio climático. Foto: cortesía Chaikonin Nete