Los estragos de la crisis climática cada vez son más evidentes, pero probablemente la más peligrosa sea la desaparición de fuentes de agua. Se calcula que desde 1970, se ha perdido o deteriorado el 30 % de los ecosistemas de agua dulce en el mundo.
¿Qué se está haciendo en la región para mitigar estos impactos? Antonio Paz, editor en Mongabay Latam, habla sobre los proyectos que están conservando el agua en zonas de glaciares, humedales y alta montaña. Sus historias demuestran que no todo está perdido.
Un arduo trabajo por los humedales
Con cada nuevo informe, los científicos del IPCC lanzan más alarmas. A pesar de las cumbres internacionales de cambio climático y los compromisos políticos de los países, la meta de no sobrepasar un calentamiento global de 1,5 grados centígrados parece más difícil de alcanzar. El problema no es menor ya que, por encima de este valor, “ecosistemas como algunos arrecifes de coral de aguas cálidas, humedales costeros, bosques tropicales y ecosistemas polares y montañosos habrán alcanzado o superado sus límites estrictos de adaptación y, como consecuencia, algunas medidas de adaptación basadas en ecosistemas también perderán su eficacia”, menciona el panel de expertos en su último reporte.
En 2020, un grupo de científicos y expertos en política, en colaboración con UICN y el World Wildlife Fund (WWF), prepararon el Plan de Emergencia para la Recuperación de la Biodiversidad de Agua Dulce,publicado en la revista científicaBioScience. En él indicaron que se trata de una crisis que ha sido olvidada por muchos y en la que, desde 1970, se ha perdido o deteriorado el30 % de los ecosistemas de agua dulce en el mundo.
Además, mencionan que desde 1700 han desaparecido el 87 % de los humedales continentales y “a pesar de que existen importantes figuras para la protección de estos hábitats, como es la designación de humedales de importancia internacional o sitios RAMSAR, los resultados de estas designaciones no siempre han sido sinónimo de protección y es necesario mejorar los mecanismos de gobernanza, articulación intersectorial y los programas de incentivos que permitan alcanzar buenos resultados de conservación para estos ecosistemas”.
Los autores del artículoconsideran que existen varias opciones que pueden ayudar a mitigar estos impactos y reducir los riesgos futuros: la designación de tramos fluviales o humedales bajo figuras de conservación y uso sostenible, el manejo integrado de cuencas hidrográficas, la implementación de programas ambiciosos de restauración ecológica de ríos y humedales, y una mayor aplicación de enfoques comunitarios para conservar especies de valor cultural, comercial o ecológico.
En Colombia y en México se encuentran dos proyectos que le apuestan a esta última opción.
El país sudamericano tiene a La Mojana, un complejo entramado de más de 500 000 hectáreas que forma distintos tipos de humedales y que se ha deteriorado de manera drástica en las últimas décadas. Allí, miles de campesinos adelantan distintos esfuerzos por recuperar sus modos de vida y restaurar las ciénagas, zapales y caños que habitan. De esta manera esperan que las inundaciones y sequías, más impredecibles y fuertes por el cambio climático, los afecten cada vez menos.
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