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El cuento de la tortuga: investigadores descubren una guardería de bebés tortuga (fotos)


Ejemplar de tortuga boba bebé con transmisor satelital soltada en la corriente del Golfo, frente a las costas del sureste de Florida. Foto de: Jim Abernethy.

Ejemplar de tortuga boba bebé con transmisor satelital soltada en la corriente del Golfo, frente a las costas del sureste de Florida. Foto de: Jim Abernethy.


Kate Mansfield se encuentra en su laboratorio en la Universidad de Florida Central sosteniendo una tortuga boba bebé más pequeña que la palma de una mano mientras le pinta el caparazón con pintura acrílica para uñas. Cuando la base está seca, pega sobre ella un parche de neopreno de un traje de buzo viejo con pegamento para extensiones de pelo. Por último, en la parte superior adhiere un rastreador satelital del tamaño de dos dados que funciona con una batería solar diminuta. Ahora la pequeña tortuga ya está lista para volver al océano.



«Los transmisores informan de la ubicación y la temperatura a los satélites aéreos que a su vez pasan esta información a las estaciones en tierra y me lo envían a mí por correo electrónico», comentó Mansfield.



La misión del científico es descubrir dónde conviven los bebés de tortuga boba, un misterio que nadie ha sido capaz de resolver hasta ahora.



Eso no quiere decir que no se haya intentado averiguar antes. En los años setenta, algunos investigadores intentaron hacer un seguimiento de un grupo de tortugas recién nacidas a través del sonido pero solo fue posible seguirlas durante unas horas una vez se hubieron sumergido dentro del agua. Un científico incluso intentó nadar detrás de ellas pero tras unos kilómetros inevitablemente perdió la pista de los bebés.



Los investigadores de tortugas saben que las tortugas bobas adultas pasan la mayor parte del tiempo en el océano alrededor de las Azores, Madeira y Cabo Verde, antes de volver a la costa este de los Estados Unidos para poner allí los huevos. Sin embargo, siempre ha sido un misterio el lugar en el que las tortugas conviven desde que salen del huevo en una playa de Florida hasta que llegan a las Azores como adultos jóvenes. Para resolverlo, Mansfield y su colega Jeanette Wyneken de la Universidad Atlántica de Florida desarrollaron este nuevo y “altamente sofisticado” método de seguimiento que se vale de esmalte de uñas no tóxico, parches de trajes viejos de buceo para hacer el relleno y minúsculos rastreadores satelitales que funcionan a través de energía solar.



Cuando el equipo de Mansfield soltó a las diecisiete tortugas con el transmisor en la costa de Florida no se sorprendieron de que todas nadaran dirección norte hacia la corriente del Golfo.




Últimos ajustes al transmisor satelital colocado en una tortuga boba en el laboratorio.  Foto de: Kate Mansfield.
Últimos ajustes al transmisor satelital colocado en una tortuga boba en el laboratorio. Foto de: Kate Mansfield.


«Las tortugas bobas tienen un sentido magnético innato y un mapa magnético», explica Mansfield. «Así que, lo que hicimos con las tortugas fue “conectarlas” para navegar por el océano Atlántico».



La primera sorpresa que ofrecieron los datos satelitales fue que las pequeñas tortugas pasaban la mayor parte del tiempo muy alejadas, en mar abierto en lugar de sobre la plataforma continental, las aguas oceánicas menos profundas y más cercanas a la orilla. Por el contrario, se conoce que las tortugas bobas adultas pasan mucho más tiempo cerca de la orilla.



Después, a juzgar por la excelente calidad de la señal del satélite y el hecho de que las antenas estuvieron expuestas al aire con frecuencia, los científicos se dieron cuenta de que las pequeñas tortugas pasaban la mayor parte del tiempo en la superficie del agua y casi nunca se sumergían para bucear. Ya de adultos, las tortugas bobas suelen mantenerse cerca de la superficie, aunque también se sabe que pueden bucear a más de 90 metros de profundidad.



El descubrimiento más sorprendente, sin embargo, fue que los bebés tomaron un desvío de camino a las Azores. Salieron de la Corriente del Golfo para pasar establecerse en el mar de los Sargazos. Esta parte del océano Atlántico representa una masa de agua única, ya que es el único mar en el mundo limitado solo por corrientes marinas: la corriente del Golfo en el oeste, la corriente del Atlántico Norte en el norte, la corriente de Canarias en el este y la corriente Ecuatorial del Norte actual en el sur. El mar debe su nombre a la abundancia de algas Sargassum que proporcionan un hábitat flotante seguro para muchos animales marinos, incluyendo anguilas, delfines y, según parece, tortugas bobas bebé.



El aspecto más singular de las algas Sargassum es su color: marrón oscuro. Esto significa que absorbe una gran cantidad de energía del sol, manteniendo el agua de la superficie en medio del Atlántico hasta 12 grados centígrados más caliente que en el resto del océano. Los bebés de tortuga boba aprovechan este microclima flotante tan calentito. Se trata de animales de sangre fría, por lo que el calor aumenta su metabolismo y hace que crezcan más rápido.



Además, las conchas de tortugas bobas poseen un color críptico que les permite ocultarse muy bien amontonándose entre las algas Sargassum. Este hábitat tan especial las protege de los depredadores como los tiburones y las aves, y les permite buscar de forma segura comida como pequeños crustáceos y zooplancton. El mar de los Sargazos hace la función de guardería donde los bebés pueden crecer rápidamente, manteniéndose a salvo.



La tortuga que consiguió mantener el transmisor durante más tiempo hasta que finalmente se deshizo de él siete meses más tarde, fue rastreada hasta llegar a las Azores, unos 4200 kilómetros de distancia desde el punto donde fue soltada en Florida.



«El momento más emocionante de la investigación probablemente fue cuando soltamos al primer grupo de tortugas, vimos las primeras señales del satélite y nos dimos cuenta de que nuestra idea había funcionado. Más tarde, observamos los movimientos de las tortugas y vimos que iban a lugares que no anticipábamos y finalmente atamos cabos acerca de los beneficios termales de vivir en la superficie del mar», declara Mansfield. «Ha sido un proyecto muy entretenido (y, a menudo incluso divertido)».




Tortugas marina con transmisor satelital nadando. Foto de: Jim Abernethy.
Tortugas marina con transmisor satelital nadando. Foto de: Jim Abernethy.



Transmisor satelital para tortugas marinas bebé. Foto de: Kate Mansfield.
Transmisor satelital para tortugas marinas bebé. Foto de: Kate Mansfield.



Tortuga marina con transmisor nada a través de las algas marinas. Foto de: Jim Abernethy.
Tortuga marina con transmisor nada a través de las algas marinas. Foto de: Jim Abernethy.



Tortuga boba en un tanque en el Centro Natural Gumbo Limbo.  Foto de: Kate Mansfield.
Tortuga boba en un tanque en el Centro Natural Gumbo Limbo. Foto de: Kate Mansfield.



Tortuga marina con transmisor tras ser soltada.  Barco al fondo. Foto de: Jim Abernethy.
Tortuga marina con transmisor tras ser soltada. Barco al fondo. Foto de: Jim Abernethy.



Tortugas bobas con transmisor satelital esperando para ser soltadas.  Foto de: Kate Mansfield.
Tortugas bobas con transmisor satelital esperando para ser soltadas. Foto de: Kate Mansfield.



Tortuga boba con transmisor satelital nadando.  Foto de: Jim Abernethy.
Tortuga boba con transmisor satelital nadando. Foto de: Jim Abernethy.



Jeanette Wyneken, colaboradora de la Universidad Atlántica de Florida sosteniendo una tortuga boba con transmisor satelital. Foto de: Jim Abernethy.
Jeanette Wyneken, colaboradora de la Universidad Atlántica de Florida sosteniendo una tortuga boba con transmisor satelital. Foto de: Jim Abernethy.






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