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Plumas nicaragüenses en El Salvador

  • Según los cálculos del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) de El Salvador, cada año se decomisan a más de 300 aves. Unas son liberadas en bosques; otras son rehabilitadas en un refugio de animales situado en el oriente del país.
  • En el Mercado Central, los cotorros y los guacamayos son “productos nicaragüenses” por antonomasia. La guacamaya se ha declarado extinta en El Salvador.
  • La mayoría de estas aves son traficadas cuando aún cuando son “pichones” —sus cazadores trepan árboles para cazarlas así, en sus nidos. Así es más fácil transportarlas dentro de tubos de papel higiénico.
La guacamaya verde es una especie en grave peligro de extinción. Es cazada en los márgenes del río San Juan. Desde allí es transportada rudimentariamente hasta lugares tan lejanos como San Salvador o Ciudad de Guatemala, a más de mil kilómetros de distancia. Foto de Carlos Chávez.
La guacamaya verde es una especie en grave peligro de extinción. Es cazada en los márgenes del río San Juan. Desde allí es transportada rudimentariamente hasta lugares tan lejanos como San Salvador o Ciudad de Guatemala, a más de mil kilómetros de distancia. Foto de Carlos Chávez.

Lo llaman Mercado Central. A cualquier hora del día es el corazón taquicárdico que insufla vida a la capital salvadoreña, San Salvador. Es imposible no sentirse perdido en este inmenso laberinto donde se pregona la venta de casi cualquier cosa: pócimas “mágicas”, rocolas descompuestas y hasta lo que para muchos resulta sobrecogedor: animales silvestres, sobre todo loros que empiezan a articular “holas” dentro de sus estrechas jaulas. Nadie ha podido detener su tráfico ilegal. Nadie.

En el último lustro, la policía medioambiental salvadoreña inspecciona al Mercado Central de manera ocasional, y casi siempre todo termina en el decomiso de cualquier cantidad de animales que rayan en la extinción, especialmente aves psitaciformes: loros, periquitos, cotorras, guacamayas. En abril de 2012, se rescataron aquí 58. En marzo de 2014, otras 32. En marzo pasado, 23. Según los cálculos del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN), cada año se decomisan más de 300 aves. Unas son liberadas en bosques; otras son rehabilitadas en un refugio de animales situado en el oriente del país.

Ahora mismo, el MARN ha colocado vallas en San Salvador con la imagen de una guacamaya roja junto a un mensaje: “9 de cada 10 animales traficados ilegalmente mueren en el camino. Evita comprarlos”. Sin embargo, su escandaloso comercio continúa.

Es una calurosa mañana de octubre, justo cuando el Mercado Central parece alcanzar el cenit de su alboroto. En su sección de animales se confunde el ruido de la gente y el parloteo de tres cotorras frente roja (Aratinga finschi). Según Carlos Hasbún, biólogo de la Fundación Zoológica de El Salvador, “esta cotorra no es nativa de El Salvador, fue introducida ilegalmente. Algunas han escapado y pueden ser vistas libremente”. Aquí, son exhibidas con discreción, entre otros animales cuyo hacinamiento y comercio es permitido por las autoridades: pericos australianos, conejillos de Indias, gatos.

—¿Cuánto cuestan las cotorras? 

—A 60 dólares cada una. Son parlanchinas y les falta crecer todavía más. Aproveche, porque se venden rápido. —explica la encanecida vendedora en voz baja.

—¿Y de qué parte de El Salvador las trae?

—No. Estas vienen de lejos, me las trae una señora desde Nicaragua.

Cuando viven en cautiverio, muchos loros se vuelven violentos, se arrancan sus propias  plumas o atacan a otras aves. Esta lleva meses en cuarentena dentro del Zoológico Nacional de Nicaragua.  Foto de Carlos Chávez.
Cuando viven en cautiverio, muchos loros se vuelven violentos, se arrancan sus propias plumas o atacan a otras aves. Esta lleva meses en cuarentena dentro del Zoológico Nacional de Nicaragua. Foto de Carlos Chávez.
Todos los meses, guacamayas rojas como ésta son depositadas por sus "propietarios" en el Centro de Rescate de Animales que está ubicado dentro del Zoológico Nacional de Nicaragua. Dejan de lucir atractivas con sus picos quebrados. Las aves no pueden evitar caer desde lo alto de sus jaulas; sus alas fueron recortadas para que no pudieran volar.  Foto de Carlos Chávez.
Todos los meses, guacamayas rojas como ésta son depositadas por sus “propietarios” en el Centro de Rescate de Animales que está ubicado dentro del Zoológico Nacional de Nicaragua. Dejan de lucir atractivas con sus picos quebrados. Las aves no pueden evitar caer desde lo alto de sus jaulas; sus alas fueron recortadas para que no pudieran volar. Foto de Carlos Chávez.

En el Mercado Central, los cotorros y los guacamayos son “productos nicaragüenses” por antonomasia. Son aves exóticas en toda regla. La guacamaya se ha declarado extinta en El Salvador. “Fue reportada por última vez en 1926; posiblemente visitaba el país. Posteriormente no hay más registros formales”, explica Oliver Komar, biólogo estadounidense radicado en El Salvador y Honduras.

En el Mercado Central es famosa Leonor Bonilla. Su fama va más allá de haber vendido aves nicaragüenses durante gran parte de sus 72 años de edad. En 2011, Bonilla fue procesada judicialmente por “depredar fauna protegida” al vender catalnicas (Brotogeris jugularis) y otras loras. En 2013, ella reincidió y fue condenada a libertad condicional. Actualmente, continúa dentro del mercado, pero juraría que comercia solo con aves legales.

De acuerdo a Bonilla, el ave más codiciada es la guacamaya roja. “Cree” que hay un comerciante que la ofrece —discretamente— lejos de este mercado. Alguien debe estar importando guacamayos legal o ilegalmente. En 2013, ocurrió algo interesante. Jorge Ulloa Sibrián, un famoso narco salvadoreño, cayó preso. Poco después, la policía medioambiental allanó una finca de su propiedad situada en las afueras de San Salvador. Allí fue descubierta una inmensa jaula valorada en 2,000 dólares. Contenía guacamayas y tucanes, posiblemente nicaragüenses. Todos fueron robados.

Néstor Herrera —el biólogo del MARN y encargado de emitir permisos para la tenencia de animales silvestres— asegura que “Ulloa Sibrián no era tan ostentoso en cuanto a sus mascotas”, porque ha tenido la oportunidad de conocer a otros salvadoreños que lo superan. Le consta que ha visto guacamayas “legalmente traídas” de hasta 5,000 dólares. Y que son obligadas a residir en jaulas de 10,000 dólares.

Un velo de surrealismo envuelve a las guacamayas. El mes pasado, un empleado del zoológico salvadoreño fue pillado intentando robarlas del aviario. Cinco años antes, las mismas cinco guacamayas habían sido recuperadas por la policía; dos agentes de seguridad del zoológico las habían hurtado.

Según la Fiscalía, ambos pretendían vender a las guacamayas en el extranjero a 10,000 dólares cada una. Según la revista Insight Crime, en la región guatemalteca que hace frontera con Belice y El Salvador opera una potente red de traficantes de animales que los enviarían a México, Estados Unidos, Holanda e inclusive Australia. Hace cinco años, la Comisión Centroamericana de Ambiente y Desarrollo (CCAD) “presumía” que el tráfico se originaba desde Nicaragua a El Salvador y Guatemala, y desde allí a México y Estados Unidos. El sueldo mínimo salvadoreño, el que devengaban los vigilantes imputados, es de 251 dólares mensuales. El sueldo mínimo nicaragüense es aún menor, 181 dólares. Así que 10,000 dólares es mucho dinero en Centroamérica.

En Nicaragua saben del problema. “El tráfico de animales silvestres es uno de los negocios más grandes del mundo; solo es superado por el tráfico de armamento y por las drogas”, arranca Marina Argüello, la presidenta del Zoológico Nacional de Nicaragua. Su oficina roba la mirada, es un mural faunístico donde una guacamaya en pleno vuelo parece ser la protagonista.

Marina Arguello lleva más de 15 años al frente del zoológico de Nicaragua. Puja por proteger a muchísimos animales que son traficados o depredados.​​​ Foto de Carlos Chávez.
Marina Arguello lleva más de 15 años al frente del zoológico de Nicaragua. Puja por proteger a muchísimos animales que son traficados o depredados.​​​ Foto de Carlos Chávez.
"Las tiradoras matan a las aves y nacen huérfanos los pichones" -- anuncio en el Zoológico Nacional de Nicaragua. Foto de Carlos Chávez.
“Las tiradoras matan a las aves y nacen huérfanos los pichones” — anuncio en el Zoológico Nacional de Nicaragua. Foto de Carlos Chávez.

Marina Argüello es una pionera de la conciencia medioambiental en un nación clave. La rica biodiversidad nicaragüense riñe con sus altos índices de pobreza.

En 1997, Argüello aceptó timonear este zoológico que tenía un presupuesto anual-estatal de 765 dólares. Por esa época, dice que pocos jóvenes nicaragüenses visitaban el zoo y algunos terminaban abatiendo a guacamayos y caimanes con “tiradoras”, que es como aquí llaman a las hondas u hondillas.

“Las tiradoras y el comercio de animales silvestres existen de toda la vida. Los hombres somos animales con costumbres perversas”, reflexiona Argüello.

Contra lo que podría pensarse, Argüello cree que los nicaragüenses tienen más “conciencia animal”. Esto gracias al surgimiento de ONG medioambientales como Paso Pacífico. Ellos trabajan en el sur del lago de Nicaragua, donde aún anidan cotorras nuca amarilla. Pero su enfoque está puesto en los cazadores. Buscan volverlos líderes medioambientales. A algunos se les ofrece incentivos financieros como recompensa.

Hace pocos años —prosigue Argüello—, se extinguieron los vendedores ambulantes que ofrecían aves rojas y verdes debajo de los semáforos de Managua. Hoy día, Nicaragua se zambulle en las aguas del turismo. La imagen de sus cotorras y guacamayos ha cobrado valor como parte de su oferta de “turismo renovable” o “ecológico”, al mejor estilo del país vecino, Costa Rica. Hasta el histórico malecón managüense, muy cerca de la catedral ruinosa, ha sido remozado con la inclusión de estatuas de estas aves.

—La caza furtiva ha disminuido, pero esto no significa que haya terminado. —opinaba Marvin Tórrez, un biólogo de la Universidad Centroamericana (UCA) en Managua. Su especialidad son los hábitats de aves tropicales.

Tórrez no es tan optimista. Está convencido que las aves psitaciformes —como la “lora nuca amarilla”— tienen difícil su supervivencia. Asegura que sus hábitats están siendo destruidos; que solo el 17 % de este verdoso país es área natural protegida y que eso no garantiza que no padezca tala y caza ilegal; que al ser cazadas y separadas de sus parejas, las guacamayas difícilmente vuelven a reproducirse porque son monógamas; que al domesticarles se les puede desnutrir hasta la muerte porque el 75 % de su dieta está basada en semillas cuajadas de proteínas, como las que produce la ceiba amarilla o Javillo.

Para Tórrez, las guacamayas rojas han empezado a escasear en Nicaragua, su caza habría sido intensa, sobre todo en la región más sureña, la del río San Juan, y desde allí serían enrumbadas a dos destinos. El primero dista a 300 kilómetros: el Mercado Oriental, un inexpugnable mercado managüense donde dicen que es posible comprar cualquier animal vivo “a la carta”. El segundo se ubica a casi 1000 kilómetros: San Salvador. Esta ruta requiere del agobio extra de transitar a través de la región más árida y meridional de Honduras, un país de tránsito que se ha vuelto un filtro de aves.    

Marina Argüello, directora del zoológico nicaragüense, juraría que el tráfico se disparó desde que El Salvador se dolarizó en 2001. A estas alturas, se ha hecho común que se trate de volverlas invisibles en Honduras. Se les contrabandea en el fondo de cajas, costales y canastas.  Se les obliga a ingerir alcohol o un somnífero llamado “bromazepam” para que dejen de parlotear, así pasan inadvertidas por agentes fronterizos hondureños. No siempre ocurre así. En 2011, la típica alharaca de los loros puso en evidencia al conductor de un tráiler nicaragüense. Le decomisaron 118 loras parlanchinas nuca amarilla, la mayoría “pichonas”, jóvenes.

“En esa ocasión, las 118 loras fueron rescatadas de entre los cadáveres de otras diez que murieron asfixiadas o aplastadas en su trayecto a El Salvador. Los comerciantes proveen que las ganancias compensarán estas muertes o pérdidas. Una lora nuca amarilla puede costar más de 100 dólares en San Salvador”, asegura Argüello.

El tráfico de animales continúa vivo y coleando. Los ejemplos abundan. En agosto, las autoridades hondureñas arrestaron a un nicaragüense que intentaba traficar un poco de todo a El Salvador: 14 loros nuca amarilla, cuatro tucanes, cuatro monos cara blanca y dos guacamayas, una roja y otra verde. A todos los uniforma su peligro de extinción.

Esa guacamaya verde era quizá la que provenía de más lejos. Su hábitat es la jungla de la costa atlántica, entre Nicaragua y Costa Rica. Sus plumas iridiscentes y el mito de ser las aves más inteligentes las ha vuelto muy cotizadas. Tanto, que han sido declaradas “en riesgo de desaparecer” por la Convención Internacional de Especies Salvajes de Flora y Fauna en Peligro de Extinción (CITES).

De acuerdo a Argüello, la mayoría de estas aves son traficadas cuando aún cuando son “pichones” —sus cazadores trepan árboles para cazarlas así, en sus nidos. Así es más fácil transportarlas dentro de tubos de papel higiénico.

Ante tanta adversidad, Argüello decidió ir más allá de lo que se espera de un zoológico. En 2011 y apoyada por la embajada estadounidense pudo crear un “centro de rescate para animales”. Y como reflejo, su zoo exhibe animales que han sido decomisados por autoridades. Actualmente, recibe un promedio de mil animales anuales: jaguares huérfanos, ocelotes macheteados y hasta guacamayos desnutridos de comer nada más que masa de maíz.

—Los animales deberían estar en la naturaleza, pero a veces los zoológicos son la única opción para reproducir y reintroducir especies. —dice Marina.

Denis Rodríguez, técnico veterinario, sirve de guía en este zoológico que funciona con un presupuesto anual de 153,000 dólares. Salvo animales como el tigre de Bengala, el grueso de los animales exhibidos son vernáculos. Todos poseen concienzudas cédulas: “La lora corona azul está amenazada por la destrucción de su hábitat y por su comercio para mascota”. ¿Falta más concientización? Denis creería que sí. 

“Hace como 15 días robaron a un tucán arcoíris; y hace tres meses robaron una pareja de pavones silvestres. Fue gente que vive aquí cerca a la que le gusta el dinero fácil”, cuenta Rodríguez. Con simultaneidad, abre la verja del centro de rescate de animales que estuvieron a punto de ser traficados a lugares como El Salvador. Hay dos salones con loros en cuarentena y cientos más enjaulados. Una mona con su cría, un ocelote con un machetazo en la frente, un tucán tuerto, varios guacamayos auto-desplumados de estrés; y uno que terminó aquí porque a su dueño le pareció que había dejado de ser bello: su pico se rompió al caer desde lo alto de una jaula. No pudo remontar vuelo porque tenías sus alas recortadas.

En este lugar se cumple el adagio popular de “el que es perico donde quiera es verde”, hay decenas de loros que fueron teñidos de amarillo para volverlos más atractivos comercialmente, pero con el tiempo la naturaleza hace lo suyo y vuelven a ser verdes. En el Mercado Central de San Salvador suelen vender aves como estas, loras que tienen toda la pinta de haber sido traficadas desde Nicaragua a costa de dramas insondables.

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El tucán pico iris o tucán piquiverde es otra especie de aves que suele ser traficada desde Nicaragua a El Salvador. Uno solo puede llegar a costar entre 1,000 y 2,000 dólares. Foto de Carlos Chávez.
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