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Las diosas del viento: cómo un grupo de investigadores salvó a las águilas arpías de Venezuela

  • El científico venezolano Eduardo Álvarez Cordero es actualmente profesor en el City College de Gainesville, Florida, y ha monitoreado águilas arpías en Venezuela y Panamá, con un sentido de urgencia, desde finales de los 80.
  • El trabajo de doctorado de Eduardo, iniciado en 1988, condujo finalmente a la creación del Programa de Conservación de Águilas arpía y fue el comienzo de otra historia, en la que un programa de ecoturismo construyó un escenario más próspero para esta especie.

Lo llamaban Pancho; pero él ni sabía ni tampoco le hubiese importado su nuevo nombre.

Escucho con atención, sin creerle a mis oídos, mientras el científico venezolano Eduardo Álvarez-Cordero me cuenta su historia. El tal Pancho era una joven águila arpía, una increíble ave rapaz también conocida como águila real. Había nacido unos meses antes en el bosque de Imataca, Venezuela. Cuando Pancho recibió este apodo cariñoso, acababa de salir vivo de una tragedia: el árbol donde estaba su nido había sido cortado por un grupo de madereros que abrían camino para una carretera. Cuando los hombres vieron el nido ya era demasiado tarde. Y, entre los fragmentos de ramas y hojas, había un pequeño pájaro con ojos curiosos.

“Él era bastante pequeño,” continúa Eduardo. “Por lo tanto, se lo llevaron de vuelta al campamento, y guiamos todo el proceso de alimentación y cuidado del animal hasta su regreso a la naturaleza. Pero fueron los madereros los que hicieron todo el trabajo, nosotros solamente les dijimos qué hacer.”

Fue la primera rehabilitación conocida de un águila arpía salvaje en todo el planeta. Un pichón de la mayor águila del mundo, alimentado y protegido por los mismos madereros que destruyeron su nido. Una historia impensable y valiente, que es  el tipo de historia que Eduardo conoce y que ha vivido bastante.

Eduardo no es solo un hombre que sabe de arpías: habiendo iniciado uno de los estudios más grandes y antiguos acerca de ellas, y después de haber participado en la formación de muchos especialistas en arpías en el mundo, es un hombre a quien le debemos mucho de lo que la humanidad sabe de estos fascinantes animales.

Actualmente es profesor en el City College de Gainesville, Florida. Eduardo ha trabajado siguiendo arpías en Venezuela y Panamá desde finales de los años 80, poseído desde un principio por una grave sensación de urgencia.

“Solo había dos artículos científicos publicados sobre arpías en todo el mundo, sabíamos muy poco acerca de ellas. No sabíamos la localidad de un solo nido en toda Venezuela, eran muy difíciles de encontrar. Y cuando la gente las encontraba, tendían a dispararles. Me di cuenta que íbamos a perder a las arpías antes de perder los bosques “.

Observación turística y filmación de un nido desde una plataforma en Venezuela. Foto: Cortesía de Eduardo Álvarez Cordero y Alexander Blanco.

Eduardo comenzó su doctorado en 1988 con ese pesado vaticinio sobre sus hombros pero con la resolución de cambiar los hechos. Cuando tales urgencias mueven a una persona es entonces cuando comprendemos la grandeza de la creatividad humana. “Di con un escalador profesional que hoy  también se ha convertido en un gran amigo.  ‘Kike’ Arnal. Kike nos enseñó cómo subir al nido. La primera arpía que capturé y anillé fue atrapada desde el suelo. Yo inventé una trampa y una forma de subirla hasta las ramas del árbol. Y la primera vez que alguien escaló hasta el nido…bueno, fue muy loco, ya que utilizamos una cuerda común de cáñamo, el tipo usado para amarrar barcos grandes. Tiré la cuerda con un arco y flecha y atamos a una persona en una de los extremos de la cuerda. No teníamos arneses ni nada. Así, lo izamos por el aire hacia la copa del árbol empujando el otro extremo de la cuerda con un jeep hasta que la persona llegó hasta el nido. Una vez allí, recolectó del interior del nido los huesos de las presas que la arpía había cazado, material que precisábamos para hacer los registros de nuestro estudio. Después movimos el jeep nuevamente para que la persona volviera a bajar”.

Esta locura fue el comienzo de lo que llegaría a ser el Programa de Conservación del Águila Arpía. También era el comienzo de otra historia impensable y valiente, en que un programa de ecoturismo construye un escenario más próspero para las arpías, la gente y los bosques de los que ambos dependen.

Ideas audaces

Es 2017, y en el país donde antes no había un nido de arpía conocido, hoy tenemos más de cien. Los primeros veintinueve fueron encontrados por Eduardo, que ha dedicado su carrera a “deshacerse del karma” de ser un niño hiperactivo y que usaba una honda en los años 50. En un esfuerzo que implicó la ayuda de algunos miembros del personal de campo y la inmensa cooperación de la población local, Eduardo descubrió la ubicación de un nido tras otro, haciendo visible por primera vez a las arpías que nadie podía mirar. A partir de entonces, la gente comenzó a colaborar con la prestación de ubicaciones, contactos y ayuda en el campo.

El caso emblemático de Pancho, la arpía criada por madereros, ilustra la idea de Eduardo, de que incluso las personas más improbables pueden convertirse en aliados. “Yo era amigo de un maderero llamado Eduardo, y él llevaba gallinas de casa. Un día le pregunté sobre Pancho. ‘Pancho me está volviendo loco’ , me dijo, ‘No importa cuántos pollos yo le lleve de casa’, si no los desplumo, él no viene a comer”. Eso era lo que hacían sus padres, entonces Eduardo tenía que desplumar los pollos, que los madereros colocaban en la parte superior de un tractor. Entonces el águila bajaba de los árboles, aterrizando en la parte superior del tractor para comer. Si se trasladaban al campo, Pancho les seguía. Pero un tiempo después, los hombres tuvieron que dejar el área, porque tenían que continuar el trabajo en otro sector del bosque, y Pancho fue entonces abandonado.

Cuando los madereros regresaron, él ya estaba muy grande. Ellos contaron: ‘”Vimos a Pancho atacar a algunos monos aulladores, pero los monos lo rechazaron. Pero, al final, Pancho fue visto llevando presas”.

Con respecto a la conservación de la biodiversidad, Eduardo Álvarez es un hombre de ideas audaces. Si la colaboración con los madereros para rehabilitar un pichón todavía no resulta convincente, tal vez mencionar a otros aliados del proyecto sí. “Muchos cazadores que habían disparado contra arpías en el pasado se han convertido en nuestros aliados más fuertes” —cuenta Eduardo— “Algunos han invertido gran parte de sus escasos recursos para atender a las arpías rescatadas.

Cuando fui a entrevistarlo, el objetivo fue discutir otra idea audaz relacionada con su trabajo. En su fantástico artículo “O País onde alimentar passarinhos é crime”, Fábio Olmos sugiere que una de las posibles vías para la conservación de especies en peligro de extinción es la propensión humana a pagar para tener experiencias únicas e interesantes relativas a animales salvajes. Olmos nos muestra cómo el ecoturismo responsable ha proporcionado fotografías y momentos maravillosos a los seres humanos, a cambio de dinero. Este dinero, a su vez, promueve no solo la conservación de animales y plantas, sino que también  mueve la economía local y agrega un valor económico a la naturaleza. En palabras de Olmos: “En el peor de los casos, los animales se mantienen porque son más valiosos vivos que muertos. A lo mejor, ocurre el salto civilizatorio y los convertimos en compañeros de nuestro viaje en este planeta, con los mismos derechos a la existencia”.

¿Sería posible salvar a las arpías mediante iniciativas de ecoturismo que se integren a la economía y a la vida de las personas que viven cerca de ellas?

Viviendo con arpías

En Brasil, las arpías son cada vez menos numerosas, presentes en cada vez menos lugares. Cuando aparecen, son amenazadas por la matanza y por el desmonte de bosques causado por los sectores económicos como la agricultura y la generación de energía. Para aquellos que viven y trabajan cerca de ellas, las arpías no son más valiosas vivas que muertas. Como es común en los casos de depredadores coexistentes con la gente, la amenaza de que las arpías podrían atacar a los niños y generar perjuicios cazando animales de granja, como pollos o cerditos, conduce a conflictos que son comprensibles. No hay casos registrados de arpías que hayan atacado a niños, solo existen en el imaginario popular. Pero el resultado de esos conflictos, basados en la eventual captura de animales domésticos, es la razón por la que las águilas resultan perjudicadas. Si no existe un beneficio económico directo vinculado a la presencia de arpías, el escenario próximo sería la extinción de las arpías en todos los sitios en donde haya personas. Por lo que Eduardo me cuenta, la situación en Venezuela no es muy diferente.

Águila arpía (Harpía harpyja). Foto: Mongabay.

“Una mañana recibí un llamado de un trabajador que había conocido en la represa de Guri en Venezuela. Le había disparado una arpía joven a pocos kilómetros de la central eléctrica principal. Cuando le pregunté por qué había matado a la arpía, me dijo que se había aterrorizado al ver al gran depredador posado tan cerca de sus ojos. Pensó que iba a ser atacado”. En realidad, solo era un animal joven, curioso de explorar el ambiente alrededor de su nido, que estaba cerca de las obras de la represa. Eduardo Álvarez se dio cuenta de que este tipo de masacre debería estar sucediendo con cierta frecuencia. No obstante, había otra información que aprender de esta historia: las arpías fueron tolerantes a la presencia de tractores, maquinaria y explosiones de dinamita necesarias para la construcción de lo que fue la más grande represa en el mundo. Por lo tanto, si se impidieran matanzas como la ocurrida, habría oportunidad de salvar a las arpías.

“La única manera de preservar a la arpía es identificar el territorio donde anida y convertir a las personas que viven cerca de este territorio en socios en el proceso para prevenir que maten a las águilas y derriben los árboles. También es importante educar a la gente, para que sean comprensivos y se interesen en el trabajo de conservación. Cuando ven a los biólogos escalar a los árboles y el esfuerzo que hacen, los respetan y comienzan a cooperar. Y si se puede traer de afuera interesados ​​en la observación o en capturar imágenes de las arpías, que traen dinero a la economía local, esto puede crear algo muy positivo. Porque solo se puede disparar a una arpía o comer un loro una vez. Pero en cambio con la observación se les puede mostrar a la gente la arpía todas las semanas, y esto puede ayudar a la población local para prosperar”.

Observando nidos

Hay muchos grupos de personas dispuestas a pagar por las experiencias de la vida silvestre. Sin duda uno de los grupos más apasionados son los observadores de aves. Los observadores de aves o pajareros, como se les llama, tienden a valorar los esfuerzos de conservación y no ahorran dinero cuando viajan. Especialmente cuando las aves que se ven son raras, endémicas o extremadamente carismáticas. Las arpías reúnen esos tres criterios.

De acuerdo con un estudio de 2015 de CREST (Centro para el Turismo Responsable), la industria del turismo de observación de aves moviliza alrededor de 41 mil millones de dólares al año solo en los Estados Unidos. En los países emergentes, como Guatemala y Belice, se estima que cada turista gasta un valor superior a US$ 100 por día. Lo que esto significa para las comunidades locales es que se generan nuevas oportunidades de empleo, no solo directamente en el cuidado y la supervisión de los turistas en el campo, sino también para garantizar alojamiento, comida, recuerdos, artesanías y otros servicios relacionados con la cultura local. Y poco a poco, los animales y las plantas vivas comienzan a ser mucho más interesantes.

“Pusimos las arpías en el mapa. Antes no había manera de verlas. Pero una vez que uno ve algo, todo el mundo puede verlo también. De este modo, la gente local podía garantizar la conducción de turistas a los nidos”. Con investigadores monitoreando arpías en varios países —muchos de ellos entrenados por Eduardo y su equipo— varios nidos se dieron a conocer, haciendo espacio para la organización de visitas que eran verdaderos momentos de éxtasis para cazadores y fotógrafos de la naturaleza.

Eduardo, al darse cuenta del valor de las visitas para la conservación de las águilas, no se opuso a su presencia. “La experiencia que tuve en Brasil cuando fui allí es que algunos investigadores son muy territoriales sobre sus nidos, y piensan que pueden poner algunas restricciones: que solo se puede llegar a tal o cual distancia, que las águilas son muy frágiles, etcétera. Esto no es verdad, las águilas son muy tolerantes a la clase correcta de visitantes, solo tienes que ser cuidadoso y realizar bien las visitas. Si el nido ya está construido y las etapas de apareamiento y la incubación de los huevos han pasado, las arpías no abandonarán el nido con un polluelo. En cuanto a los pichones, mi impresión es que, bueno.… es una nueva ave, es decir que no sabe que no debería tener un grupo de diez turistas con binoculares o algo cerca. Claro que si vas directo al nido e interfieres, ellas se estresarán, van de dejar de comer durante un tiempo, esto podría retrasar su desarrollo. Pero lo cierto es que no hemos tenido problemas con este tipo de turistas”.

El éxito del programa de conservación de las arpías de Venezuela estuvo  estrechamente relacionado con esta apertura a la llegada de personas. La mejor solución en este tipo de escenario es exactamente el trabajo conjunto entre los que trabajan con la investigación y la conservación de las águilas, los que viven en los alrededores y los que vienen de lejos para ver a los animales. La territorialidad en cualquiera de los tres grupos afecta a los animales.

“Las arpías son tolerantes y sobrevivirán si se les protege el ecosistema. Cuando empecé a trabajar en el campo, hice lo contrario de lo que un investigador típico preferiría hacer, o sea, ir a un Parque Nacional donde no hay nadie que pueda molestar a las arpías. Esto me habría asegurado los mejores datos posibles acerca de ellas, pero ese no era mi objetivo. Mi objetivo era averiguar la interfaz entre la intervención humana y las águilas, y ver cómo ellas estaban lidiando con eso. Si no se protege la frontera, el impacto progresa más y más profundamente en el bosque, y luego se pierden más águilas. Me he centrado en las áreas de concesión de madera, en donde gran parte de lo que estaban haciendo era destructivo, pero aun así, las águilas sobrevivieron. Alex expandió este trabajo a los lugares donde se cortaron parches enteros de bosque para convertirlos en pasturas. Es un paisaje muy fragmentado y con mucha gente. Es en lugares como estos en donde puedes empezar a combinar la educación ambiental y la conservación real del medio ambiente con la investigación de campo que estás haciendo”.

Alex es el Dr. Alexander Blanco, el sucesor de Eduardo y, por tanto, el actual director nacional del Programa para la Conservación de la Águila arpía. Formado en medicina veterinaria y provisto de una gran pasión por la biodiversidad, Alexander Blanco es hoy una de las mayores autoridades en el estudio y la conservación de arpías. Alexander, con la garantía de Eduardo, tiene bastante que decir acerca de la vinculaciòn entre el turismo y la conservación de las arpías. Él ha estado llevando turistas a los nidos durante más de una década.

La segunda mitad de esta pieza podrá ser leída esta tarde. En ella, Alex y Eduardo continuarán compartiendo historias y lecciones aprendidas durante este tiempo.

Águila arpía adulta encaramada en una rama desde lo alto a los observadores. Foto: Cortesía de Bruno Moraes.

Texto traducido por: Adrian Monjeau.


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