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El proyecto que espera clasificar el código de barras del ADN de todas las especies de Costa Rica

  • Un nuevo proyecto, BioAlfa, propone usar el código de barras del ADN para identificar las más de un millón de especies de Costa Rica.
  • El proyecto ya tiene la aprobación del gobierno y algunos fondos iniciales. Sin embargo, necesita un total de 100 millones de dólares para su total implementación.

Seamos sinceros: muchos conservacionistas pueden empezar sus carreras con grandes ambiciones. Sin embargo, al ir, tanto ellos como sus carreras, envejeciendo, esas ambiciones —sobre todo ante el Antropoceno— se reducen comprensiblemente. Salvar un bosque o una especie empieza a parecer un legado suficientemente grande —y para muchos lo es—. No para Daniel Janzen y Winifred Hallwachs. Al ir envejeciendo, y sus carreras con ellos, sus ambiciones han crecido.

Ahora, Janzen y Hallwachs están a punto de iniciar algo a lo que nadie ha conseguido acercarse remotamente desde que Carl Linnaeus empezó la clasificación sistemática de las especies a mediados del siglo XVIII. En un proyecto que denominan BioAlfa y con el que intentarán identificar cada una de las especies en un país. Y no un país templado con baja biodiversidad, sino un país selvático, rebosante de vida y rico en biodiversidad: Costa Rica.

Un trabajo de semejante envergadura es solo concebible debido a los avances en tecnología genética. Ahora, Janzen y Hallwachs argumentan que, todo lo que necesitan es financiación, recursos y poder humano para empezar a conocer todas las especies en la nación centroamericana, desde orugas hasta liquen.

BioAlfa ha elegido la bonita machaca (Fulgora laternaria) para su logotipo, un tipo de delfácido. Fotografía cortesía de Daniel Janzen.

“Ningún país tropical siquiera empieza a entender lo que queda en sus zonas todavía silvestres, ya sean parques nacionales oficiales […] o silvestres por otros motivos”, me escribió Janzen, que apunta que BioAlfa es la abreviatura de BioAlfabetizado.

Janzen, biólogo evolutivo de la Universidad de Pennsylvania, y su socia, Hallwachs, ecóloga tropical, son conocidos por su trabajo para ayudar a establecer y restaurar de manera innovadora el Área de Conservación Guanacaste (ACG) en Costa Rica. Sin embargo, ahora pretenden adoptar las pruebas de concepto que establecieron allí, incluidas las inmensas iniciativas taxonómicas, y aplicarlas por todo el país.

“Cuando Costa Rica empiece a conocer seriamente sus más de un millón de especies multicelulares —quiénes son, qué hacen, dónde están, cómo encontrarlas cuando queramos y ponerlas a disposición del público en la red— será el primer país tropical que se convertirá seriamente en bioalfabetizado”, escribe Janzen, que añade, “todo esto es un servicio público, como enseñar a los niños a leer en primero de educación básica y abrir completamente la biblioteca”.

Durante los últimos 270 años, en total, los científicos de todo el mundo han descrito unos dos millones de especies. Janzen cree que el pequeño país de Costa Rica acoge a más de un millón de especies multicelulares. Y cree que, con solo una década de esfuerzo, podríamos llegar a conocer la gran mayoría y proporcionar esa información al público a través de la red. Con este fin, Janzen y Hallwachs han logrado un acuerdo con el presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado, que da a BioAlfa “importancia nacional” y asegura que todos los resultados de procesar el código de barras del ADN serán puestos en el dominio público.

Un macho de mariposa morpho (Morpho amathonte) abre sus alas para un primer vuelo en ACG. Fotografía cortesía de Daniel Janzen/ACG.

“Un paso que ningún otro país tropical ha tomado por su biodiversidad”, dice Janzen.

Así que, ¿Cómo lo harán? ¿Cómo identificaran todos esos cientos de miles de especies que han conseguido eludir a los científicos durante casi 300 años?

La respuesta: rápida clasificación del código de barras genético.

El potencial del código de barras

Así funciona: los científicos, trabajadores de campo —realmente cualquiera con un interés y que sepa cómo— recopilan especies en Costa Rica. Luego a estos especímenes se les toma el código de barras del ADN: en vez de leer la cadena completa, los expertos leen una secuencia muy corta en un área, ya identificada, que diferencia a unas especies de otras. Básicamente, esto da un “nombre” genético a las especies que puede ser introducido en una base de datos.

“[El código de barras del ADN] te dice que hay seis especies de jirafas, tres especies de orcas, dos especies de elefantes africanos y que Apanteles leucostigmus es de hecho 39 especies de especialistas que han sido agrupados dentro de un nombre generalista durante 113 años”, dice Janzen. “Te dice qué especie de mosquito te acaba de picar y qué tipo de enfermedad llevaba en su saliva o su sangre. Te dice que ‘el pargo rojo’ en el mercado de pescado de Londres son 22 especies de pescado y te dice que el sushi de atún blanco por el que pagaste 100 dólares en un restaurante de Nueva York es de hecho tilapia de piscicultura”.

Janzen y Hallwachs ya han clasificado el código de barras genético de alrededor de medio millón de especímenes que representan unas 50 000 especies desde mediados de la década del 2000 con el Centro de Biotecnología Genómica (CBG), un programa de la Universidad de Guelph en Canadá. Siguen enviando los especímenes de su grupo al CBG para clasificar su código de barras genético y la información es guardada en la base de datos Barcode of Life DataSystem, o BOLD.

A la izquierda: el presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado, firma el decreto en el Consejo Nacional que da a BioAlfa importancia nacional y que asegura que el código de barras del ADN estará en el dominio público. A la derecha: Alvarado en la portada de la revista Time. Fotografía de: Alejandro Masis, director del Área de Conservación Guanacaste.

Sin embargo, BioAlfa necesitaría un aumento considerable en el número de especímenes recopilados y analizados en Costa Rica. En un período de 10 años el programa espera clasificar el código de barras de millones de individuos. Janzen dice que cree que la nueva tecnología lo haría más fácil.

Janzen dice que espera que haya pronto “un lector de código de barras de bolsillo personal, muy barato, reutilizable, no reactivo”. Dice que semejante producto está “ahora en pleno desarrollo” en varias empresas. Este lector de código de barras personal podría ser conectado al Wi-Fi e identificar las especies en tiempo real. Un día, semejantes lectores de código de barras podrían estar en los bolsillos de los cinco millones de habitantes de Costa Rica.




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Janzen dice que con 10 años de recopilación y clasificación intensiva de los códigos de barras espera que sean capaces de identificar entre el 80 y 90% de las especies que se encuentran el en país.

“Todas las especies son objetivos legítimos, pero como en cualquier programa de muestreo, hay una larga cola de trabajo que nunca acaba”, dice.

Aun así, catalogar tantas especies de Costa Rica —la mayoría artrópodos (insectos y arácnidos), hongos y nematodos— supondría un logro al que ningún país se ha aproximado siquiera. El esfuerzo formaría parte de BIOSCAN, un proyecto mundial del Consorcio Internacional de Código de Barras de la Vida, el cual está tratando de impulsar significativamente la clasificación del código de barras del ADN a lo largo del planeta, pero no alcanza la profundidad que Janzen está buscando.

Y, dice Janzen, cambiaría a los ciudadanos de Costa Rica para siempre.

Vida al descubierto

Según Janzen, descubrir las más de un millón de especies en Costa Rica —conocer “quiénes” son, dónde están, cuán comunes o raros son y con qué otras especies interactúan— transformará cómo ve Costa Rica sus ecosistemas silvestres.

“Realmente, nunca se ha recopilado o tocado (aparte de destructivamente) más del 10 % de la biodiversidad de Costa Rica”, escribe Janzen.

Una nueva especie de nematodo surge de una nueva especie de oruga en el ACG. BioAlfa planea identificar innumerables especies como esta. Fotografía cortesía de: Daniel Janzen/ACG.

El conocimiento empezará con el mero desenredo de las muchas formas de vida distintas en el país y a continuación se empezarán a ver las conexiones más amplias y las nuevas posibilidades.

“BioAlfa democratizará la biodiversidad, el verdadero tesoro de Costa Rica”, dice Frank Joyce, el director del Programa de Educación en el Extranjero de la Universidad de California (EAP, por sus siglas en inglés) en Costa Rica, quien trabajó con Janzen y Hallwachs durante décadas. “Tanto la naturaleza silvestre como la humanidad se beneficiarán del proceso de BioAlfa y los productos de BioAlfa. Imagina tener un almacén gigante con un millón de elementos diferentes relacionados con la salud. ¿Qué valor tienen estos elementos si no sabemos qué son o cómo encontrarlos?”.




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Janzen dice que imagina semejante conocimiento utilizado por casi todos los sectores de Costa Rica: salud y fármacos, educación, agricultura, investigación, turismo, contaminación y control de plagas y soporte legal.

“Esencialmente, la lista acaba tocando todas las actividades humanas”, dice y añade que “[es] como pedir a un niño de cinco años que te cuente los “usos” de ser alfabetizado”.

Al final, Janzen dice que los costarricenses podrán encontrar nuevas y mejores maneras de usar su rica biodiversidad sin destruirla.

Más allá de Costa Rica

La primera vez que Marilyn González Herrera oyó hablar de BioAlfa fue en Noruega el verano pasado durante la 8ª Conferencia Internacional del Código de Barras de la Vida. Una investigadora genética del Instituto de Investigación en Recursos Biológicos Alexander von Humboldt en Bogotá, Colombia, y se sintió intrigada inmediatamente.

“Me encanta la idea del conocimiento democratizado en la práctica”, dice. Colombia es uno de las naciones más biodiversas del mundo; 22 más grande que Costa Rica, su biodiversidad solo puede ser comparable con Brasil.

Después de la reunión en Noruega, todo avanzó muy rápido. Janzen y Hallwachs viajaron a Colombia en octubre para ulteriores debates. Luego, en febrero, un grupo de investigadores y oficiales gubernamentales colombianos visitaron a Janzen y Hallwachs en el ACG en Costa Rica para ver personalmente su trabajo.

Caroline Cano, parataxónoma, sostiene un hongo enorme en 1996. Esta especie nunca ha sido identificada o descrita. Los hongos son algunas de las familias biológicas menos descritas o estudiadas en el mundo. Fotografía cortesía de Daniel Janzen/ACG.

“Fue inspirador ver a BioAlfa en la práctica y disfrutar del resultado de décadas de iniciativas de fortalecimiento de las capacidades, creación de conocimiento y de conectar la población a la biodiversidad”, dice González Herrera.

Probablemente, uno de los aspectos más importantes de BioAlfa es que es un proyecto piloto: si funciona, podría replicarse fácilmente en otros países tropicales. Y, si sus proponentes están en lo cierto, podría cambiar fundamentalmente cómo valoramos, monitorizamos y entendemos los millones de especies que comparten el planeta con nosotros.

“Un programa como BioAlfa es una oportunidad para reconectar los actores locales a la biodiversidad en su área y fomentar una forma de vida alternativa”, dice González Herrera, que señala el rápido aumento en los índices de deforestación en Colombia. González Herrera dice que, aunque hay muchas causas que provocan la deforestación, una de las “más importantes” es que “no se da suficiente valor a la biodiversidad”.




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“Si queremos garantizar nuestra coexistencia con la biodiversidad necesitamos vincularla con todos los sectores de la sociedad y BioAlfa pone esto en práctica”, añade.

González Herrera dice que Colombia se está tomando la idea seriamente, está examinando la implementación de proyectos piloto “donde podemos vincular comunidades locales con empresas locales, instituciones gubernamentales y apoyo académico regional”.

Janzen dice que ahora está mirando como recaudar dinero para empezar los proyectos en Colombia, así como en Costa Rica.

“Por supuesto, el objetivo general es infectar Colombia con el virus BioAlfa… Obviamente, nuestra esperanza es que el concepto BioAlfa se extienda hacia el sur, por su propio bien, a través de la biodiversidad de los trópicos, en lugar de algo impuesto desde arriba hacia abajo por el norte industrializado”, añade.

Una biblioteca de la vida

El objetivo último, si usamos la metáfora de Janzen, es crear una biblioteca de la vida. Como las bibliotecas, el conocimiento sería gratis y disponible al público. Janzen dice que cree que esto creará una revolución en cómo Costa Rica, ya conocido como uno de los países “más verdes” del mundo, valorará su riqueza biológica.

“A lo que realmente se reduce esto es que, en lugar de poner un inmenso recurso de biodiversidad en el Paquete de los Parques Nacionales y guardarlo bajo un arma y una placa dorada, significa poner la biodiversidad silvestre en la comunidad como ponemos leer y escribir en la comunidad”, dice Janzen.

Estudiantes en la zona rural que visitan el ACG usan sus teléfonos personales para fotografiar una serpiente. Fotografía cortesía de Daniel Janzen.

En muchos aspectos, BioAlfa ya ha empezado. Janzen ha estado probándolo en el ACG durante los últimos 35 años, y ha estado clasificando el código de barras del ADN durante casi 20 años. Janzen y Hallwachs ya han asegurado colaboraciones con el gobierno de Costa Rica y han abierto una sede de BioAlfa en la capital, San José, con unos 5 millones de dólares asignados o prometidos.

Sin embargo, el proyecto todavía necesita una financiación considerable: Janzen estima unos 100 millones de dólares en total —la mitad para la clasificación del código de barras y recursos básicos como vehículos y trabajo remunerado, una cuarta parte para un fondo permanente y la última cuarta parte para subvenciones a pequeña escala para aplicar el conocimiento que se ha descubierto—.

“BioAlfa no necesita un cheque por 100 millones de dólares para empezar, pero tiene que saber que los fondos aparecerán de manera constante según van pasando los años”, dijo Janzen sobre el futuro.

Imagina esto: un día un niño en la zona rural de Costa Rica encuentra una oruga muerta. La coge por una pata, la pone en su lector de código de barras del ADN portátil. Un minuto después, una base de datos mundial revela el nombre de la especie. Entonces el niño consulta la variedad de la especie, el estado de conservación y los requisitos de hábitat; ven una fotografía de cómo será la oruga después de su metamorfosis y se convierta en una polilla. Su información, recogida en una pequeña granja en los bosques montañosos de Costa Rica, es añadida a la base de datos, que suministra un nuevo punto de localización para esta especie y fundamenta el entendimiento futuro —y escribir otra frase en los más de un millón de libros de la biblioteca de la vida costarricense—.

El artículo original fue publicado en Mongabay News. Puedes leerlo aquí.

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