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Resistir con palabra dulce: el diálogo indígena que combate la deforestación en Colombia

Como parte de las iniciativas de restauración se realizaron actividades de reconocimiento del territorio y cosechas fundamentadas en plan de manejo de El Diamante. Foto: cortesía Yunner Iles

Como parte de las iniciativas de restauración se realizaron actividades de reconocimiento del territorio y cosechas fundamentadas en plan de manejo de El Diamante. Foto: cortesía Yunner Iles

  • La comunidad korebaju de El Diamante, en Solano, departamento de Caquetá, utiliza el diálogo con colonos y un plan de manejo ambiental y cultural como herramientas para proteger su territorio, combinando saberes ancestrales e inventarios participativos de fauna y flora.
  • Proyectos como la aplicación Mi Pez y la creación de un calendario ecológico muestran cómo los korebaju integran tecnología y ciencia comunitaria con conocimientos ancestrales.
  • A través de un inventario participativo, la comunidad identificó en su territorio 26 especies de árboles, 14 especies de palmas, 26 animales de monte y 39 especies de aves.
  • Las mujeres del resguardo se han consolidado como guardianas de la selva y la cultura, liderando procesos de educación, conservación de semillas y plantas medicinales, así como espacios de diálogo y sanación.

Para los indígenas korebaju, la naturaleza no es un recurso: es vida, espíritu y materia. Cada río, planta, semilla y animal está entrelazado con el cosmos y sostiene el equilibrio que garantiza la salud de la comunidad y del territorio. En un momento en que la Amazonía enfrenta presiones por la ganadería, la deforestación y la minería, esta visión ancestral se levanta como un recordatorio urgente: sin bosque, no hay cultura; sin equilibrio, no hay futuro.

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En el resguardo El Diamante, ubicado a hora y media de la cabecera municipal del municipio de Solano, departamento de Caquetá, sus habitantes han emprendido, desde hace 10 años, una lucha comunicativa y cultural para proteger su selva. Se trata de un “diálogo para frenar la deforestación” en el corazón de la Amazonía, un proyecto que ha sido apoyado por The Nature Conservancy (TNC) que destaca el poder de la palabra: no solo para visibilizar la crisis ambiental, sino como instrumento de diplomacia ancestral para conservar territorios enteros.

Actualmente, en El Diamante viven 30 familias —165 personas en total— que buscan enfrentar los efectos de la colonización, que transformó sus dinámicas como pueblo nómada y que ha traído la pérdida de saberes, lenguas y prácticas tradicionales.

Oliver Gasca, autoridad indígena del lugar, ha liderado durante más de dos décadas la defensa del territorio por medio del fortalecimiento de los procesos de gobernanza, el diálogo con los colonos y la recuperación cultural. “Antes, mis abuelos eran nómadas. Navegaban por todos esos ríos, hasta Florencia [capital de Caquetá] llegaban a remo. Teníamos un gran territorio, una riqueza inmensa en fauna, en flora, en cultura. Hoy estamos en un resguardo pequeño, como de 1700 hectáreas, y eso cambia mucho la vida. Nos toca adaptarnos, pero también recordar lo que fuimos para no perderlo del todo”, asegura.

Para Gasca, proteger el territorio es una prioridad y así lo revelan datos de Global Forest Watch (GFW). Según la plataforma, en 2020 Solano contaba con 3.83 millones de hectáreas de bosque natural, lo que representaba el 91 % de su superficie terrestre. El municipio conserva una enorme proporción de bosque debido a su gran extensión territorial —es el más grande de Caquetá y uno de los más grandes de Colombia—, poco a poco ha venido perdiendo cobertura boscosa.

La información de GFW revela que en 2024 Solano perdió 6530 hectáreas de bosque, lo que equivale a la emisión de 4.51 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera. Desde 2001, el municipio registra una pérdida acumulada de 76 900 hectáreas de bosque húmedo primario.

Gobernanza indígena y planes de manejo: ciencia desde las comunidades

A inicios de 2015, la comunidad de El Diamante decidió formalizar su plan de manejo territorial e interno. El resultado fue un documento de 128 páginas.

Mabel Martínez es antropóloga y coordinadora técnica en Tropenbos Colombia, una plataforma para el fortalecimiento, promoción y divulgación de los saberes tradicionales y locales a través de formación, investigación local y sistematización documental. Martínez acompaña desde hace una década los procesos de gobernanza del resguardo El Diamante y ha mantenido una relación cercana con la comunidad korebaju.

Para la experta, el plan de manejo es mucho más que un requisito técnico para participar en proyectos de conservación: “Es una herramienta viva que recoge lo que la comunidad sabe y practica, y lo convierte en una hoja de ruta. Allí organizan su conocimiento, registran sus saberes sobre la selva y establecen acuerdos que, aunque no estén en la legislación nacional, funcionan como normas propias para el cuidado del territorio”.

El documento, por ejemplo, muestra la búsqueda de acciones para fortalecer las tradiciones culturales como pueblo indígena y conservar los recursos naturales que se encuentran en el territorio. El plan también incluye metas y actividades a corto, mediano y largo plazo, como la utilización de madera solo para uso del resguardo y no para la comercialización, la no fumigación y el diálogo con colonos vecinos.

“Con este proceso empezamos a revivir nuestros valores culturales y espirituales, a retornar a las raíces de nuestros ancestros. El plan de manejo nos enseñó que no basta con resistir, hay que organizarnos, escribir, dejar claro qué significa nuestro territorio y cómo lo vamos a cuidar de aquí en adelante”, afirma Gasca.

Para resguardar su territorio, sus saberes y su cultura, niños y adultos korebaju realizan actividades como restauración, reconocimiento del territorio y diálogo con colonos. Foto: cortesía Oliver Gasca
Para resguardar su territorio, sus saberes y su cultura, niños y adultos korebaju realizan actividades como restauración, reconocimiento del territorio y diálogo con colonos. Foto: cortesía Oliver Gasca

Durante los dos primeros años del proceso, las comunidades del resguardo participaron en una serie de talleres en los que elaboraron la caracterización ambiental y cultural del territorio, así como su diagnóstico integral. Este trabajo permitió definir una zonificación ambiental y cultural basada en la visión indígena de ordenamiento territorial. A partir de allí se identificaron las zonas destinadas a la conservación y preservación —incluidos lugares sagrados como montañas, bosques, salados y lagunas, considerados fuentes de sabiduría espiritual—, así como las áreas para cultivos tradicionales de chagra, pesca y cacería, la ganadería sostenible, la reforestación y la posible ampliación del resguardo.

Todo esto permitió la construcción de acuerdos internos de manejo, un conjunto de compromisos para garantizar la pervivencia de las nuevas generaciones. Dichos acuerdos se organizaron en seis ejes: cuidado de la montaña, protección de las fuentes hídricas, prácticas de cacería y pesca, manejo de sistemas productivos, fortalecimiento cultural y relaciones con comunidades vecinas.

También se construyó un sistema de clasificación en el que se identificaron once categorías que revelan la diversidad de significados y funciones que los integrantes indígenas le atribuyen a cada especie que habita en su territorio: consumo, medicinal, artesanal, ornamental, maderable, leña, comercial, mascota, tradicional, cultural y creencia.

“No se trataba únicamente de listar especies, la comunidad definió para cada planta y animal su uso, quién lo emplea y qué restricciones culturales existen. Eso convierte al inventario en un sistema de clasificación propio, basado en la mirada indígena sobre la naturaleza. Lo que ellos hicieron fue darle un valor cultural, espiritual y práctico a cada ser vivo, mostrando cómo la biodiversidad y la cultura están entrelazadas”, explica Martínez.

Como parte de sus acciones para cuidar la naturaleza, los korebaju siembran árboles nativos y propagan semillas. Foto: cortesía Javin Nicolas Figueroa
Como parte de sus acciones para cuidar la naturaleza, los korebaju siembran árboles nativos y propagan semillas. Foto: cortesía Javin Nicolas Figueroa

En el plan de manejo se reseña, por ejemplo, que la comunidad identificó 26 especies de árboles que son los más representativos en el territorio. La mayoría, 23 especies, son de uso maderable. Se reconocieron dos árboles para empleo medicinal: juansoco (Couma macrocarpa) y achapo (Cedrelinga cateniformis). También dos que se usan para la fabricación de artesanías: ceiba (Ceiba pentandra) y costillo (Aspidosperma excelsum), así como ocho que sirven para consumo: juansoco, balato (Manilkara bidentata), burañu (Erythrina fusca), cabo de hacha (Lonchocarpus lanceolatus), barbasco (Lonchocarpus urucu), polvillo (Handroanthus serratifolius), chajiñu (Tephrosia vogelii) y caimo balato (Pouteria caimito).

La comunidad también identificó 26 animales de monte, todos con valor de consumo humano. Entre ellos, cuatro cumplen un papel medicinal —como la boruga (Tayassu pecari), el cusumbo (Cuniculus paca), el yulo (Hydrochoerus hydrochaeris) y la tortuga morrocoy (Chelonoidis carbonaria).

Otro de los resultados que llama la atención es que 18 especies animales han sido criadas como mascotas, entre ellas la guara (Ara macao) y distintos tipos de monos. Doce animales, como la danta (Tapirus terrestris), el gurre trueno (Priodontes maximus), la babilla (Caiman crocodilus), están ligados a creencias y saberes culturales que reafirman la relación espiritual de la comunidad con la fauna del territorio.

También se registraron 39 especies de aves, cuyas plumas son utilizadas para la elaboración de productos artesanales. Entre ellas se encuentran el tucán (familia Ramphastidae), la guacamaya roja (Ara chloropterus), la guacamaya azul (Ara ararauna) y diversas especies de loros (orden Psittaciformes).

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Ciencia, tecnología y tradición para conservar peces

En 2025, los pobladores indígenas de El Diamante, en conjunto con The Nature Conservancy, se unieron a la iniciativa Mi Pez, una aplicación móvil que comenzó a ser utilizada por comunidades pescadoras como herramienta para registrar sus faenas, las especies capturadas y los lugares donde realizan sus prácticas, como el caño Consaya y el río Caquetá.

Como explica Pilar Galindo, ingeniera de sistemas de TNC: “Los monitores designados registran la información y luego la comparten con la comunidad en encuentros que llamamos ollas comunitarias, donde se discuten los resultados y se toman decisiones sobre pesca sostenible”.

Galindo añade que con este proceso no solo se ha fortalecido la capacidad tecnológica de las comunidades, sino que también les permitió apropiarse de la información. “Pudieron comprobar que la ciencia comunitaria es posible. Que pueden ser investigadores de su propia región y usar los datos para tomar decisiones internas sobre su territorio”.

Durante el tiempo que llevan monitoreando la pesca también se promovió la participación de jóvenes y mayores. En las faenas de pesca se empareja a un anciano con un joven: mientras el mayor comparte la experiencia y la sabiduría heredada, el joven aprende a usar herramientas tecnológicas para monitorear el territorio. De esta manera, dice Galindo, la ciencia occidental y los conocimientos ancestrales se integran, asegurando que ambos se fortalezcan y se complementen.

Oliver Gasca al igual que los demás integrantes de El Diamante participa en espacios de conversación para la solución de conflictos socioambientales. Foto: cortesía Oliver Gasca
Oliver Gasca, al igual que los demás integrantes de El Diamante, participa en espacios de conversación para la solución de conflictos socioambientales. Foto: cortesía Oliver Gasca

Con el apoyo de esta herramienta Mi Pez, se hizo un inventario en el que se identificaron 37 especies de peces. La mayoría se destina al consumo humano, como el pintadillo (Pseudoplatystoma magdaleniatum), el dentón (Dentex dentex), la cucha (Hypostomus hondae), el micuro (Pimelodus yuma), el chontaduro (Zungaro zungaro) y el barbudo (Leiarius marmoratus). Especies como el sábalo (Brycon amazonicus), la mojarra negra (Cichla monoculus) y la raya (Potamotrygon motoro) son utilizadas con fines medicinales.

La información recolectada, junto al conocimiento que los korebaju tienen de las estrellas, la luna, las épocas de lluvia y de sequía, dio como resultado la creación de un calendario ecológico. “Son un marco de referencia para las actividades productivas [siembra, caza, pesca, recolección, extracción de barro, extracción de fibras] y para nuestras fiestas y rituales. Nos presentan una guía de cómo aprovechar y cuidar los recursos”, se explica en el plan de manejo.

Con el calendario ecológico, los korebaju no solo identifican las estaciones, sino que también comprenden la dinámica de la biodiversidad y cómo interactuar con ella de manera sostenible. Foto: Plan de Manejo Korebaju, facilitado por la comunidad
Con el calendario ecológico, los korebaju no solo identifican las estaciones, sino que también comprenden la dinámica de la biodiversidad y cómo interactuar con ella de manera sostenible. Foto: Plan de Manejo Korebaju, facilitado por la comunidad

El calendario indígena determinó, por ejemplo, que el tiempo de cacería y pesca es en diciembre, mientras que en enero se hacen las quemas de chagras. “Para pescar el tiempo bueno es el verano, junio y julio, cuando tenemos la subienda de peces. Respecto a la cacería, en esta época los animales que están en cría, no se cazan”, explica Gasca.

“Todas estas actividades adquieren sentido cuando se conectan con la espiritualidad, los saberes tradicionales y las prácticas de cuidado. No se trata solo de recolectar datos, sino de reforzar la relación de la comunidad con el territorio y su cosmovisión«, explica Tatiana Losada, ecóloga con maestría en conservación de áreas silvestres y especialista en ciencia liderada por comunidades y análisis con sistemas de información geográfica en TNC.

Integrando la tecnología de Mi Pez con la tradición, este calendario es una herramienta vital para los korebaju, que les permite monitorear y gestionar la pesca de 37 especies, respetando los ciclos naturales y fortaleciendo la relación con el río. Foto: Plan de Manejo Korebaju, facilitado por la comunidad
Integrando la tecnología de Mi Pez con la tradición. Este calendario es una herramienta vital para los korebaju: les permite monitorear y gestionar la pesca de 37 especies, respetando los ciclos naturales y fortaleciendo la relación con el río. Foto: Plan de Manejo Korebaju, facilitado por la comunidad

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Conversaciones que resguardan biodiversidad y cultura

La comunidad korebaju de El Diamante identificó que uno de los mayores riesgos para su territorio era la llegada de colonos a los predios vecinos. A diferencia de sus prácticas ancestrales, estos nuevos pobladores introducían ganado, cazaban con perros, pescaban con redes y talaban árboles sin consultar a las autoridades indígenas. Estas acciones, dicen los korebaju, no solo impactaban la fauna y alteraban los ríos, sino que ponían en riesgo el equilibrio de la selva y la autonomía del resguardo.

El enredo que existe con los linderos de El Diamante agrava la situación. Según el plan de manejo, el polígono oficial definido por el Incoder (entidad liquidada y que ahora recibe el nombre de Agencia Nacional de Tierras) en 1982 —con una extensión aproximada de 2000 hectáreas— no coincide con la ubicación real del resguardo. Mientras que el título legal quedó más al norte, entre la margen oriental del río Orteguaza y la margen sur del río Peneya, la comunidad habita otro espacio histórico que no está plenamente reconocido. Esta inconsistencia ha facilitado el traspaso de colonos y su control en áreas que los korebaju consideran propias, pero que jurídicamente aparecen por fuera de sus límites.

El diagnóstico comunitario también incluyó otras problemáticas: el daño de cultivos, la pérdida de semillas por fumigaciones, la explotación minera, las quemas para el establecimiento de potreros y la reducción de plantas medicinales y suelos fértiles. A ello se suma la pérdida cultural reflejada en el debilitamiento de la lengua, pues cada vez es más común que el español desplace al korebaju en la vida cotidiana.

Este mapa ilustra la zonificación ambiental y cultural del resguardo El Diamante. En él se identifican áreas destinadas a la conservación, lugares sagrados, cultivos tradicionales, pesca, cacería, ganadería sostenible y reforestación. Foto: Plan de Manejo Korebaju, facilitado por la comunidad
Este mapa ilustra la zonificación ambiental y cultural del resguardo El Diamante. En él se identifican áreas destinadas a la conservación, lugares sagrados, cultivos tradicionales, pesca, cacería, ganadería sostenible y reforestación. Foto: Plan de Manejo Korebaju, facilitado por la comunidad

Sin embargo, lejos de rendirse ante las dinámicas de la colonización y la presión externa, la comunidad decidió resistir con la palabra. Con base en su plan de manejo del territorio, se iniciaron diálogos con los colonos vecinos para establecer reglas de convivencia y acuerdos mínimos de cuidado. Por ejemplo, quienes desean talar un árbol deben consultar previamente a las autoridades indígenas y si se requieren semillas para restaurar predios degradados, la comunidad misma se compromete a facilitarlas.

“Decidimos dialogar y hoy, antes de cortar un palo, hay que hablar con los comuneros de El Diamante. Acordamos que no se puede cazar con perros, y si alguien necesita semillas para restaurar su predio, nosotros mismos las facilitamos. Así, en vez de pelear, encontramos un camino para convivir y proteger la selva”, asegura Gasca.

Aunque se trata de un proceso en construcción y aún persisten las tensiones, la experiencia del resguardo muestra que el diálogo puede abrir caminos para cuidar la selva y sostener la cultura. Según TNC, al menos seis resguardos más en Caquetá están realizando sus propios planes de manejo territorial para el cuidado del ambiente.

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Mujer, semilla de biodiversidad

La voz de las mujeres empezó a resonar con más fuerza en El Diamante a partir de la formulación del plan de manejo territorial. Ese espacio de participación colectiva no solo les permitió organizar acciones para proteger la selva, sino que también despertó en ellas un interés claro por su propio empoderamiento: proteger el territorio y, al mismo tiempo, protegerse a sí mismas.

“Ellas mismas comenzaron a reconocerse como actoras centrales dentro de la comunidad: no solo en la chagra o en la escuela, sino también en la toma de decisiones”, cuenta Martínez.

Johana Cruz Valencia tiene 32 años y es docente del pueblo korebaju, además de presidenta del Comité de Mujeres del Resguardo El Diamante. Desde su labor educativa combina la enseñanza en la escuela con la defensa del territorio y la promoción del liderazgo femenino.

Las reuniones de mujeres del resguardo se convirtieron en un mecanismo fundamental para la protección y propagación de semillas, además de la educación sobre el cuidado del medio ambiente. Foto: cortesía Oliver Gasca
Las reuniones de mujeres del resguardo se convirtieron en un mecanismo fundamental para la protección y propagación de semillas, además de la educación sobre el cuidado del medio ambiente. Foto: cortesía Oliver Gasca

Para ella, las mujeres son guardianas de la tierra y transmisoras de conocimiento. Destaca que la protección ambiental también pasa por la educación y la transmisión de la lengua y los valores culturales en el hogar y la escuela, con el objetivo de que las nuevas generaciones reconozcan su identidad y aprendan a cuidar su entorno desde pequeños.

Además, dice que las mujeres se han abierto paso y se han consolidado como guardianas de la cultura y de la selva: conservan y transmiten el conocimiento sobre semillas nativas, plantas medicinales y técnicas de chagra; impulsan viveros comunitarios para la restauración del bosque; y promueven el intercambio de semillas para mantener viva la diversidad alimentaria.

De acuerdo con cifras de Tropenbos Colombia, entre 2020 y septiembre de 2025 se han consolidado un total de 103 propuestas de viveros para restauración productiva participativa. La mayoría fueron formulados en 2021 y, según un mapeo hecho en 2024, ya se han restaurado 418 hectáreas en la ribera del río Peneya.

“Cuando sembramos con los niños, no es solo para que vean crecer una planta, sino para que entiendan que cada semilla es memoria y alimento. Por eso insistimos en que la educación debe ser propia: porque desde ahí se defiende el bosque y se transmite nuestra identidad”, asegura Cruz.

Diálogo entre hombres y mujeres del resguardo para promover la participación en el cuidado de la biodiversidad. Foto: cortesía Oliver Gasca
Diálogo entre hombres y mujeres del resguardo para promover la participación en el cuidado de la biodiversidad. Foto: cortesía Oliver Gasca

Las mujeres de El Diamante también impulsaron reuniones con los hombres de la comunidad para hablar de la violencia a la que habían sido sometidas y sobre el rol secundario al que habían sido relegadas. Han creado espacios de confianza para hablar sobre las violencias basadas en género, compartir experiencias y apoyarse mutuamente.

“Antes las mujeres no hablábamos en público, nos daba miedo, sentíamos que nuestra voz no contaba. Ahora nos reunimos, hablamos entre nosotras y también hacemos reuniones de sanación con los hombres para que ellos entiendan y cambien. En esos espacios lloramos, recordamos, pero también nos fortalecemos. Los hombres escucharon, comprendieron nuestro dolor y asumieron compromisos”, cuenta Cruz.

Oliver Gasca recuerda desde su experiencia como hombre y autoridad indígena que las mujeres del resguardo eran “muy tímidas para hablar en público, no podían opinar”. Hoy, asegura, pueden liderar procesos propios, tienen voz en las reuniones y están en un proceso de reivindicar sus derechos. “Ellas son las que más insisten en que, sin cultura, sin lengua y sin semillas, no hay futuro para el pueblo”.

Los procesos comunitarios para mantener las costumbres y cuidar la selva ya dan sus primeros frutos. El reto ahora es mantener y consolidar estos procesos en los que el resguardo El Diamante ha sido un ejemplo, para que se extiendan a otros seis resguardos indígenas korebaju que también se enfrentan a la deforestación, la colonización, la minería y la violencia armada.

Imagen principal: como parte de las iniciativas de restauración se realizaron actividades de reconocimiento del territorio y cosechas fundamentadas en plan de manejo de El Diamante. Foto: cortesía Yunner Iles

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