- Apenas unos 2000 ejemplares de huemul, Monumento Natural en Argentina y compañero del cóndor en el escudo de Chile, resisten en las dos vertientes de los Andes australes.
- ¿Por qué resulta tan difícil de encontrar y estudiar? ¿Puede ser que un animal doméstico sea una de sus principales amenazas? ¿Por qué?
Mayo en los Andes australes. El otoño está tan avanzado que incluso la intensa paleta de colores –ocres, dorados, rojos, morados– que las hojas de lengas y ñires han dibujado desde marzo en las faldas de las montañas ha comenzado a desteñirse. Los días se acortan, las primeras nieves asoman en las cimas más altas y las sombras se alargan. Está a punto de iniciarse el tiempo en el cual, más que nunca, el huemul justifica su apodo y pasa a convertirse en “el fantasma de la Patagonia”.
Huemul es su nombre, el que le dieron los mapuches de la Araucanía y que terminó imponiéndose a otras formas de llamarlo que en su día tuvieron tehuelches, alacalufes y demás pueblos originarios ya extinguidos. Hippocamelus bisulcus lo denomina la ciencia, que en un principio dudó si se trataba de un equino o de lo que realmente es: un cérvido, y no uno cualquiera.
La historia en 1 minuto: La leyenda era cierta: población “secreta” de huemules en Chile aumenta esperanza de salvarlos | VIDEOS. Video: Mongabay Latam.
Porque hablamos del más emblemático de los que habitan el sur de América del Sur, un ciervo endémico de los Andes meridionales que tiene el honor de haber sido declarado Monumento Natural Nacional en Argentina y Chile; y hasta se da el gusto de compartir protagonismo junto al cóndor en el escudo nacional de este último. Pero también porque está catalogado como En Peligro por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de Argentina; y En Peligro de extinción por el Ministerio de la Secretaría General de la Presidencia de Chile. Aunque sobre todo porque nos referimos al único integrante de la familia que forma parte de la Lista Roja de la UICN, donde aparece en el inquietante apartado de En Peligro por el riesgo de que se transforme en un recuerdo.
“Rogamos que el ciervo ágil de nuestros bosques y el apreciado representante de nuestra pobre fauna no desaparezca: que al final no llegue a ser una especie en extinción, inmovilizado para siempre en el escudo nacional; que podamos verlo siempre vivo, corriendo por la cordillera”. La frase pertenece a Enrique Gigoux, en su día director del Museo Nacional de Historia Natural de Chile, pero no es actual: la escribió en 1929, como un presagio de los difíciles tiempos que estaban por llegar.
De contextura media, con una altura que no sobrepasa el metro y un largo menor a 150 centímetros, los huemules se agrupaban en nutridas manadas antes de la colonización del hombre blanco, a finales del siglo XIX. A través de unos 2000 kilómetros de cordillera, desde el sur de la provincia argentina de Mendoza y el río Cachapoal en la región chilena de Concepción por el norte y hasta el estrecho de Magallanes en el extremo del continente (es decir, entre los 34 y 54 grados de latitud Sur, aproximadamente), sus ojos podían contemplar sin obstáculos la belleza imponente de los montes y la variedad cromática de ríos y lagos: azules, turquesas, esmeraldas… Su carne era apreciada por los nativos, su cuero y su pelaje servían de abrigo en invierno, sus astas eran trabajadas para convertirse en herramientas de corte. Pero ya en aquel lejano 1929 su sosegada vida empezaba a cambiar.
“En las crónicas de los primeros colonos se relata cómo el huemul era una de las comidas predilectas, y de hecho la caza fue el primer motivo de descenso de ejemplares”, comenta a Mongabay Latam Mauricio Berardi, guardaparque en el Parque Nacional Lago Puelo y responsable local del Programa de Conservación del Huemul, puesto en marcha en 1993 por la Administración de Parques Nacionales (APN) de Argentina.
Aquella caza desmedida fue solo el inicio de una reducción paulatina y sostenida de una población que en la actualidad se calcula que representa menos del 1 % de la que fue en esos tiempos, cuando a lo largo de toda su distribución geográfica solo los pumas y los zorros, sus depredadores naturales, alteraban la vida de este animal solitario y silencioso que prefiere el anonimato del bosque, los riscos y los matorrales.
Un animal huidizo, aunque curioso e ingenuo
El número actual de huemules es incierto, como tantas otras cosas relativas a la especie, porque no existe un censo exacto, solo estimaciones. Las cifras oscilan entre los 1500 y los 2500, con un porcentaje de individuos algo mayor –entre el 65 y el 75 %– del lado chileno que del argentino, aunque el dato también es impreciso. La extensión del área de distribución y la dispersión de los grupos se añaden a las dificultades de observación, ratificando el apelativo de “fantasma”. Casi como si fuese una sombra.
Justamente “La sombra de una especie” se llama la película documental financiada con fondos chilenos y estrenada en noviembre de 2014 por el cineasta argentino Diego Canut, en la que se explica buena parte de la problemática del huemul: “En Argentina cada vez es más complicado verlos, salvo que te guíen expertos que conozcan bien la montaña. Ni siquiera en El Chaltén o en Laguna Torre, que son zonas donde hay núcleos numerosos. Del lado chileno, en cambio, hay áreas donde son más accesibles”.
Si ya de por sí la especie posee costumbres huidizas –la primera táctica defensiva de un huemul cuando su finísimo olfato detecta la presencia de un peligro es el sigilo, en un intento por pasar inadvertido–, la muy baja densidad de población en la mayor parte de la cordillera multiplica las dificultades, más allá de que se trate de un animal curioso, que ingenuamente no teme al hombre y tiende a no apartarse de los caminos ni los hábitos conocidos.
Las pautas de comportamiento del ciervo más importante del Cono Sur son muy previsibles. Cuando comienza la primavera trepa hacia las alturas, por encima de la línea de bosques, para apaciguar el calor con los vientos frescos de la montaña en el verano y aprovechar los brotes tiernos del pangue (Gunnera magellanica), de las orquídeas de flor verde (Chloraea viridiflora), el maitén (Maytenus sp.) o el chilco (Fuchsia magellanica). Más tarde, al acercarse el otoño, los machos inician la búsqueda de una hembra con la que aparearse. Sus glándulas periorbitales, tarsales e interdigitales segregan entonces el líquido oleoso que anuncia su presencia y marca el territorio. La brama o celo tiene lugar entre marzo y abril, y una vez que comienza el tiempo de gestación las familias descienden hacia las zonas arboladas para procurarse abrigo y el poco alimento que pueda escapar a la congelación durante los meses de invierno. En el proceso, machos y hembras cambian de pelaje; más corto en verano, más largo, graso y de fibras huecas al llegar el frío, para impermeabilizar la piel y aislarla de las inclemencias del tiempo. Y los machos ven caer y crecer nuevamente sus astas entre julio y diciembre.
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Las escenas se repiten cada año, sin grandes cambios de escenario, salvo que alguna circunstancia adversa los obligue a migrar, algo que sucede cada vez más a menudo. Porque a aquellas primeras cacerías sin límites se fueron agregando más y más presiones hasta empujar al huemul a su actual situación. “La especie se enfrenta a tres grandes retos”, resume Berardi, “la fragmentación y alteración del hábitat, y los problemas derivados de la creciente presencia humana”.
Amenazas que se van multiplicando
Hoy, salvo en algunas manchas que se mantienen prístinas de selva valdiviana primaria –única ecorregión sudamericana de bosque templado lluvioso, presente en los dos lados de los Andes australes–, resulta difícil que la mirada del shoam (nombre que los tehuelches daban al huemul) no se tope con una ciudad, un pueblo, una carretera, una valla o una torre de alta tensión. Porque aunque el turista continúe maravillándose con el rumor de las cascadas y la imponencia congelada de los glaciares, el paisaje cordillerano está irremediablemente alterado. La deforestación, la construcción de embalses para la obtención de energía hidroeléctrica o el trazado de nuevas rutas modifican de manera constante las áreas de residencia de la especie y la obligan a vagar en busca de nuevos rumbos donde, por lo general, las condiciones van alejándose cada vez más de las ideales.
Los cambios en el hábitat han provocado la dispersión de los grupos de población, en algunos casos separados por hasta 600 kilómetros de distancia y sin ninguna opción de contacto entre sí. La fragmentación fue la consecuencia del nacimiento y crecimiento de asentamientos urbanos en los valles andinos, así como de la colocación de vallas y alambrados para separar fincas y estancias ganaderas. “Y es grave, porque el aislamiento de las poblaciones disminuye la capacidad de reproducción y la diversidad genética. No es lo mismo tener 1000 huemules todos juntos que diez poblaciones de cien, sin opciones de cruza entre ellas”, define Berardi.
Todo, en definitiva, se resume en una presencia humana cada vez más notable en los que alguna vez fueron lejanos parajes patagónicos. De manera directa o indirecta, las causas antrópicas apuntan y disparan contra la supervivencia del huemul desde posiciones muy dispares pero siempre certeras.
“El perro es el mejor amigo del hombre, pero el peor enemigo de la fauna silvestre”, afirma a Mongabay Latam de manera rotunda Félix Vidoz, durante 40 años guardaparque en la región argentina de El Bolsón: “Hasta que no se quiten las vacas de los Parques Nacionales la especie seguirá en peligro, porque en la montaña el control del ganado lo hacen los perros, y si esos perros se cruzan con un huemul lo persiguen, lo muerden y pueden matarlo. No es casualidad que en el Parque Nacional Los Glaciares, en el lago San Martín y el lago del Desierto, en Santa Cruz, quitaron las vacas y empezaron a verse más huemules”.
En la vertiente occidental de la cordillera y mucho más al norte, en el Nevado del Chillán, Rodrigo López Rübke, investigador, consultor y codirector de la ONG chilena Aumen y uno de los máximos conocedores de la problemática de la especie, es de la misma opinión: “Los parques deben ser parques y funcionar bien. Hay que eliminar las amenazas: no puede permitirse la actividad ganadera, y el turismo debe estar bien acotado”.
La ganadería extensiva es, sin duda, la principal amenaza para los huemules. Vacas, ovejas y caballos que pastan en las zonas de transición entre bosque y matorral compiten con ellos por el alimento, y al ser menos selectivos en la elección de frutos y brotes, arrasan con todo lo que encuentran a su paso. Lo mismo ocurre con el exótico ciervo colorado en las zonas más septentrionales.
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Los ocasionales alambrados dividen a las poblaciones; los perros, con su técnica de hostigamiento ante la cual el huemul carece de defensa evolutiva, configuran un peligro cada vez más numeroso; y las enfermedades contagiadas por las reses aportan su nada despreciable cuota de morbilidad.
El ambientalista y abogado chileno Rodrigo De los Reyes Recabarren viene denunciando desde 2014 la aparición de extraños abscesos o tumores subcutáneos en diferentes partes del cuerpo de los huemules en la Reserva de Cerro Castillo, en Aysén: “Si en la zona hay 46 ejemplares que merodean la carretera Austral (ruta troncal que comunica con el resto del país), 35 de ellos tienen su estado sanitario alterado por estas lesiones que me he ocupado de registrar y fotografiar”.
Durante este tiempo, varios conservacionistas de la región elevaron sus voces para quejarse por la falta de atención a las denuncias. Solo recientemente surgió algún tipo de respuesta. El médico veterinario Dennis Aldridge, Jefe del Departamento de Áreas Silvestres de la Corporación Nacional Forestal (CONAF) de Chile, indicó en un artículo del libro El huemul de Aysén y otras regiones que la extraña patología se trataría de una linfoadenitis caseosa, enfermedad bacteriana propia de cabras y ovejas causada por la bacteria Corynebacterium pseudotuberculosis. La evolución de los animales infectados, señala, es incierta, aunque los estudios del último individuo hallado muerto en la reserva hace apenas algunas semanas indicaron la presencia del germen como posible causa del deceso.
La citada carretera se convirtió en los últimos tiempos en un nuevo dolor de cabeza para quienes luchan por la supervivencia del huemul. Desde que fue asfaltada, su caudal de tránsito aumentó tanto como la velocidad de los vehículos que circulan por ella, y los atropellamientos se han transformado en una noticia cada vez más frecuente. Solo en Cerro Castillo, por ejemplo, han sido atropellados siete ejemplares en la última década por este motivo.
El último francotirador que apunta al corazón del “fantasma de la Patagonia” es en realidad el primero: no existen estadísticas fiables y nadie sabe a ciencia cierta el grado de importancia que la caza furtiva tiene en la evolución de los huemules.
Una realidad en cada Parque Nacional
Narrada de esta manera, la actualidad de la especie suena dramática. Sin embargo, se trataría de un error explicarla en términos generales, porque el huemul atraviesa tantas realidades como núcleos de población existen. “Los mayores inconvenientes están en las áreas que se encuentran más hacia el norte”, subraya Fernando Miñarro, director de Conservación de la Fundación Vida Silvestre, participante activa de las primeras campañas a favor de los huemules en Argentina: “En el Parque Nacional Perito Moreno, por ejemplo, la situación está mejorando, y en todo el sur parecería que estamos dando en la tecla”.
La dispersión de la especie en núcleos muy separados entre sí establece tales diferencias. “No hay respuestas únicas, la evolución es muy dispar”, confirma Mauricio Berardi: “Tanto en Argentina como en Chile se dan situaciones diferentes según los parques. Hay poblaciones que están decreciendo de forma alarmante; otras que están estables, como la de Puelo; y algunas que se estarían recuperando como la de El Chaltén”.
¿De qué dependen estas variaciones? En primer lugar, del estado de los ecosistemas. La presencia humana en las áreas más meridionales de Chile, por ejemplo, todavía es relativamente escasa debido a la orografía de una zona en la que las montañas se hunden de manera abrupta en el océano Pacífico. El desarrollo inmobiliario pobremente controlado en la Patagonia norte produce el efecto contrario.
También juegan un papel trascendente los múltiples esfuerzos de conservación que se hacen a ambos lados de la frontera andina, aunque haya quienes, como Félix Vidoz, los observe con escepticismo: “Los huemules sobreviven porque todavía pueden hacerlo, no porque nosotros hagamos mucho por lograrlo”.
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Pero al margen de la diversidad de opiniones, lo cierto es que Chile y Argentina han sabido unirse para intentar la protección de la especie. “Hasta ahora se han realizado seis reuniones binacionales sobre estrategias de conservación del huemul, desde 1992 hasta 2011, lo que generó un importante y continuo intercambio de especialistas, funcionarios y de información y capacitación entre ambos países”, informa Eduardo Ramilo, quien durante muchos años dirigió el Programa de Conservación creado por la APN argentina. “Habría que reactivar estas reuniones porque han sido un baluarte en la conservación del huemul”, sostiene López Rübke, “no hay en el mundo muchas especies con 2000 ejemplares que hayan provocado este nivel de trabajo en dos países”.
Esfuerzos de conservación que cruzan la cordillera
Más allá de los inevitables debates y puntos de vista, el avance del conocimiento en todo lo que rodea al huemul en los últimos 25 años es indiscutible. Por un lado en la recolección de datos, pero en tiempos recientes y gracias a los collares satelitales, las cámaras trampa y otras tecnologías de avanzada es posible conocer incluso las dinámicas de movimiento de las poblaciones, ya sea estacionales o por migración obligada.
En Huilo Huilo, un campo privado en la Región de los Ríos, en Chile, donde la especie desapareció hace 30 años, se puso en marcha un proyecto de conservación ex situ, que a pesar de las discusiones que provoca por su relación costo/beneficios, se ha mostrado exitoso. En principio se logró la reproducción en semicautiverio, y en noviembre de 2016, la primera experiencia de reintroducción en la naturaleza. Fueron cinco ejemplares de huemul, cuyo seguimiento es exhaustivo sin que hasta el momento se hayan registrado malas noticias. Aunque Berardi pone en duda su continuidad: “Si las condiciones del área no mejoraron y en su momento motivaron la desaparición de los huemules, antes o después volverá a ocurrir lo mismo”.
A su vez, y aun con sus vaivenes, las tareas in situ se han mantenido de manera constante, con un mayor énfasis en la vertiente chilena, pero sin ser abandonadas en ninguno de los dos países.
También la educación y la concientización de las comunidades locales han mejorado. Las campañas de difusión encuentran eco hasta en zonas del norte patagónico donde la especie acentúa su carácter fantasmal. En Chillán, donde existe un grupo de apenas 20 a 30 huemules totalmente aislado y en situación crítica –“Aunque estoy convencido que podemos salvarlo”, asegura López Rübke, que tiene allí su sede de trabajo– se celebra cada año la Carrera del Huemul. La especie aparece una y otra vez en la toponimia de Lago Puelo, El Bolsón y alrededores, donde hasta el equipo de rugby local se denomina Los Huemules. Y el grado de compromiso aumenta a medida que se desciende hacia el sur.
“En Coyhaique (Aysén), el huemul es un indicador de la salud del ecosistema. Si la especie está bien todo el ambiente lo está”, dice López Rübke, y aboga por la generación de “conductas, acciones y formas de desarrollo local que nos permitan crecer sin afectar la salud del ecosistema. Hay que pensar en un turismo y un desarrollo sustentables e involucrar a las comunidades locales para que puedan seguir comiendo carne sin afectar a la fauna silvestre. En definitiva, hay que educar a largo plazo”.
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Nehuén, el huemul protagonista de La sombra de una especie, la película de Diego Canut, logra completar su ciclo anual sin mayores contratiempos, pero sabe que su futuro es todavía una moneda al aire. “A corto y mediano plazo, la especie no corre peligro de extinguirse”, opina Mauricio Berardi, “pero sí es posible que en nuestras vidas veamos la desaparición de poblaciones locales, que donde hay huemules hoy no los haya dentro de 20 años”.
Mientras tanto, ajenos y dependientes de las decisiones que los afectan, los Nehuenes de los Andes patagónicos seguirán trepando con sus patas cortas y ágiles por las piedras de las montañas, ocultándose entre el matorral alto o bajo las ramas de lengas y ñires. Seguirán siendo fantasmas, pero también testigos privilegiados y vitales de todo lo que acontece entre las cumbres, los lagos y los ríos del sur de la gran cordillera sudamericana.
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