- Un proyecto consiguió aumentar significativamente las poblaciones de cocodrilos con la participación de las comunidades rurales que reciben un beneficio económico.
- El corazón de la iniciativa está en el rancheo: se toman los huevos de los nidos naturales y se los lleva a incubadoras para reducir la mortandad.
- Parte de ellos son devueltos a la naturaleza y otros son destinados al uso comercial de su cuero y de su carne.
En los años 70 y 80 del siglo pasado, muchísimos niños argentinos se criaron viendo a Margarito Tereré, un muy simpático muñeco de la TV, el teatro y el cine que era un cocodrilo vestido con ropas típicas campestres. Se trataba de la representación del animal emblemático del llamado Litoral, una amplia zona del noreste del país, bañada por los caudalosos ríos Paraná y Uruguay, donde abundan el agua y el verde.
Sin embargo, ya para esa época se había vuelto difícil en la Argentina ver cocodrilos, a los que aquí se les llama yacarés, denominación derivada de la lengua indígena guaraní. Como sucedió con los cocodrilos en otras partes del mundo, los yacarés de Argentina han sido diezmados no solamente por la destrucción de sus hábitats, sino también por las balas de los pobladores rurales, quienes a veces los mataban para comerciar sus cueros u otras veces lo hacían simplemente por temor o desconocimiento.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
La situación empezó a cambiar desde 1990, cuando se puso en marcha en la provincia de Santa Fe el llamado Proyecto Yacaré, un plan de manejo que ya ha logrado la reintroducción en la naturaleza de más de 80 000 ejemplares. Se ha extendido a otras provincias del litoral argentino y ha servido de ejemplo a proyectos que intentan recuperar las poblaciones de cocodrilos en otros países de la región.
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Una población triplicada
Los números son asombrosos: estudios realizados por los especialistas del propio Proyecto mostraban que la densidad de yacarés en la zona norte de Santa Fe, antes de la implementación del proyecto, era de 2,7 individuos por kilómetro cuadrado. Al cabo de 15 años de trabajo la cifra ascendió a 9,8. Además, se logró comprobar que las hembras se han reproducido normalmente en la vida silvestre.
“La clave del éxito del programa es que se le ha dado al yacaré un uso comercial sustentable, con la participación de poblaciones locales, que va de la mano con la conservación”, explica Alejandro Larriera, el veterinario que creó y dirige El Proyecto Yacaré y que actualmente es el subsecretario de Recursos Naturales de la provincia de Santa Fe.
“Hoy la situación es muy distinta a la que teníamos hasta hace 30 años: los pobladores rurales de Santa Fe son como guardafaunas que cuidan los yacarés, porque con ellos se benefician económicamente. Esa es la forma de hacer conservación. Estoy convencido de que si no hay un incentivo para que las comunidades locales los cuiden, los yacarés volverán a convertirse en un potencial problema y los van a empezar a matar de nuevo”, agrega Larriera.
El Proyecto trabaja sobre una de las dos especies de cocodrilo que habita en Argentina: el yacaré overo (Caiman Latirostris), que vive también en Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia. La prueba del éxito de la iniciativa es que, actualmente, en los otros cuatro países sudamericanos el yacaré overo está incluido en el Apéndice I de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que agrupa a las especies sobre las que se cierne el mayor grado de peligro de extinción. En cambio, en Argentina, está en el Apéndice II junto a especies que no están necesariamente amenazadas de extinción pero que podrían llegar a estarlo a menos que se controle estrictamente su comercio.
El Proyecto Yacaré, que está avalado por instituciones científicas argentinas e internacionales, fue elogiado por especialistas de todo el mundo el año pasado, cuando la capital de la provincia de Santa Fe recibió la 25ª. Reunión de Trabajo del Grupo de Especialistas en Cocodrilos de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN), la organización internacional en la que gobiernos y representantes de la sociedad civil de todo el mundo trabajan juntos por la conservación.
El biólogo venezolano Jon Paul Rodríguez, que este año recibió en Londres el prestigioso Premio Whitley de Conservación, fue uno de los asistentes a aquella reunión en Santa Fe y explica que “el Proyecto Yacaré de Argentina es muy conocido en todo el mundo. Lo más interesante que tiene es que se gana por dos lugares: los cocodrilos aumentan en abundancia y las poblaciones rurales obtienen un beneficio económico”.
“No todos los especialistas dentro del ámbito de la biología están de acuerdo con esto. Hay opiniones encontradas. Pero nosotros entendemos que la conservación puede ser un resultado colateral de la actividad comercial con una especie animal”, opina Rodríguez, que es el presidente de la Comisión de Supervivencia de las Especies de la UICN, formada por unos 6000 expertos de más de 160 países.
“Incluso el uso sustentable de las especies está previsto en el Convenio sobre Diversidad Biológica. El uso, si es sostenible, puede atender a las necesidades humanas y al mismo tiempo ayudar a la conservación biológica”, agrega.
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La cosecha de huevos, corazón del proyecto
Larriera cuenta que, en los años 80, había poca información sobre el yacaré overo en la provincia de Santa Fe, que según la bibliografía disponible se consideraba prácticamente extinto.
En ese contexto, en 1983, el veterinario Alejandro Larriera tuvo la idea de criar yacarés en cautiverio, con el doble objetivo de contribuir a la conservación y favorecer el aprovechamiento comercial, pero el proyecto no prosperó.
“Fueron varios años de prueba y error. Aprendimos que la cría en cautiverio es ineficaz desde el punto de vista de la conservación”, recuerda.
Fue entonces cuando, a fines de los 80 se familiarizó con una técnica que ya se utilizaba en Estados Unidos y en Zimbabwe con distintas especies de cocodrilos: el rancheo. Consiste en cosechar los huevos en naturaleza para incubarlos y mantener a los animales durante sus primeros meses en condiciones controladas, para luego devolver una proporción al hábitat natural”, explica Larriera.
“Así, los reproductores están en la naturaleza y la crianza intensiva —de la etapa embrionaria y de los primeros meses de vida— se realiza en cautiverio dentro de un establecimiento”, resume.
El yacaré overo coloca sus huevos en diciembre o en enero, en el verano austral. El tiempo de incubación varía entre 65 y 90 días, explica el biólogo Carlos Piña, investigador de la Universidad Autónoma de Entre Ríos y vinculado al Proyecto Yacaré desde hace 25 años. Así, las crías nacen en abril, mes en el cual, con el otoño, comienzan los primeros fríos.
Cuando nacen —al igual que el yacaré negro (Caiman yacaré), que es la otra especie de cocodrilo que habita la Argentina— los yacarés overos tienen una contextura ínfima: pesan apenas unos 40 gramos y miden unos 22 centímetros de largo.
Aunque en su adultez medirán 2,60 metros de largo y pesarán 80 kilos, son extremadamente vulnerables durante su etapa embrionaria y el primer año de vida puesto que no tienen posibilidad de defenderse de la dureza de las condiciones ambientales y de los ataques de otros animales.
La inundación de los nidos, el frío del primer invierno y la predación son los motivos por los cuales la mayoría de los yacarés no llegan a adultos.
“Los huevos y los animales durante su primer año de vida son alimentos para muchos animales como iguanas, zorrinos y garzas”, cuenta Larriera.
El creador del Proyecto Yacaré da números promedio que son concluyentes y que, según cuenta, se aplican a las distintas especies de cocodrilos del mundo.
“Se estima internacionalmente que, en la naturaleza, de cada 100 huevos de cocodrilo nacen 40 individuos porque los nidos se inundan o son predados. Las crías nacen cuando está por empezar el invierno y el 90 % de ellas muere antes del año porque no tienen posibilidades de defenderse. Apenas son cuatro, en promedio, los que llegan a cumplir un año”, detalla.
Con la incubación de los huevos —agrega— y la crianza de los primeros meses en cautiverio, contribuyen a disminuir esa enorme mortandad. “En la incubación artificial nacen entre 90 y 95 animales por cada 100 huevos y luego existe una mortandad de entre el 15 y el 20 % durante el primer año de vida”.
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Cuidar el medio ambiente
De acuerdo con un trabajo presentado por Larriera en conjunto con otros dos investigadores del Proyecto Yacaré —Alba Imhof y Pablo Siroski— desde 1991 hasta 2008 se cosecharon 215 213 huevos, se produjeron 163 613 nacimientos y se liberaron más de 30 000 yacarés. Al día de hoy, Larriera estima que los yacarés liberados solo en Santa Fe son más de 80 000.
Es en la cosecha de huevos donde participan los pobladores rurales, quienes saben dónde se pueden encontrar los nidos. Por lo mismo, estas personas resultan ser una ayuda imprescindible para los biólogos del proyecto.
A diferencia de otros cocodrilos, a los yacaré overos no les gustan los cursos de agua limpia ni los grandes espejos de agua. Prefieren sectores de poca profundidad y mucha vegetación, lugares de difícil acceso: esteros asociados a las planicies de inundación de ríos de llanura como el Paraná y el Uruguay.
En los pantanos de la provincia de Santa Fe la búsqueda de huevos se hace a caballo, en pequeños botes o incluso a pie. En el pasado también se utilizaron helicópteros, pero ya no. “En Estados Unidos el rancheo se hace con hidrodeslizadores y más medios tecnológicos. Nosotros tuvimos que adaptar el método a nuestras posibilidades”, explica Larriera, quien revela que el pago a los pobladores locales que cosechan huevos ha tratado de mantenerse en un valor fijo de un dólar por unidad, más allá de las frecuentes devaluaciones de la moneda local y los permanentes vaivenes económicos de la Argentina.
Lucía Fernández es una bióloga que desde hace tres años investiga el impacto en las poblaciones del Proyecto Yacaré, con la ayuda de especialistas en trabajo social. “Quienes participan en la cosecha de huevos son peones que trabajan en el campo, en la actividad agropecuaria. Viven con sus familias en zonas más bien aisladas y en condiciones difíciles: sus hijos muchas veces deben abandonar el colegio para sumarse a las tareas rurales”, explica.
“Gracias a la cosecha de huevos, que suelen hacer en diciembre, pueden triplicar su ingreso de ese mes. Con el dinero extra muchos han podido comprar combustible o arreglar sus vehículos, que resultan imprescindibles para salir de los lugares donde viven por los caminos de tierra que bordean lagunas y esteros. También les sirve para llevar algo a la mesa de Navidad”, describe.
El beneficio económico que consiguen ha convertido a esos trabajadores rurales en cuidadores del medio ambiente porque saben que, si favorecen la conservación, existen más posibilidades de encontrar huevos en los nidos el año siguiente.
“Hoy ellos cuidan que no se extiendan las quemas de pastizales o que las canalizaciones que realizan productores agropecuarios no sequen los cursos de agua. También están alertas ante la aparición de cazadores ilegales. Preservar el yacaré se ha vuelto fundamental para la población. Saben que el yacaré es vida”, relata Fernández.
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El aprovechamiento comercial
La base principal del Proyecto Yacaré es una granja de 13 hectáreas llamada La Esmeralda, en la ciudad de Santa Fe, que pertenece a los ministerios de Medio Ambiente y de Producción de esa provincia. Allí trabajan expertos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), que es el organismo técnico del gobierno argentino destinado a promover la ciencia y la tecnología.
En La Esmeralda están las bateas con temperatura y humedad controladas (entre 30 y 32 grados centígrados y entre 95 y 98 %, respectivamente), donde se colocan los huevos y donde luego crecen los yacarés durante sus primeros meses de vida. En la granja también funcionan dos institutos de investigación, donde biólogos, bioquímicos y biotecnólogos estudian desde el sistema inmunológico de los yacarés hasta el impacto que tienen sobre ellos los agroquímicos utilizados en la agricultura.
Durante los primeros años del proyecto, la totalidad de los yacarés overos que llegaban a los diez meses de vida en la granja eran reintroducidos en la naturaleza al comenzar el siguiente verano.
El biólogo Carlos Piña comenta que “a medida que crecen, los yacarés tienen más chances de sobrevivir porque tienen menos predadores y porque adquieren mejores posibilidades de conseguir comida. Nosotros los liberamos a comienzos del verano siguiente a su nacimiento, cuando ya están en condiciones de valerse por sí mismos”.
A fines de los años 90, cuando las poblaciones ya se consideraron recuperadas, comenzó la actividad comercial. Esta es realizada por la mutual de un sindicato, la Unión de Personal Civil de la Nación (UPCN), que realizó desde el principio de la iniciativa las inversiones de riesgo y firmó un convenio con el Ministerio de Agricultura de Santa Fe. De ese acuerdo nació la empresa Yacaré Santafesinos, que a partir de 2001 comenzó a exportar cueros, fundamentalmente a Europa, para la producción de zapatos y billeteras de alta calidad.
Actualmente, se reintroducen en la naturaleza entre el 10 y el 15 % de los yacarés que llegan a los 10 meses de vida. El resto son faenados para la producción de cueros o, en menor medida de carne, cuando alcanzan los cuatro kilos de pesos, lo que ocurre entre los 12 y 24 meses de vida.
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La oposición
El Proyecto Yacaré, sin embargo, ha sido cuestionado en los últimos años. El crecimiento de las campañas globales contra el uso de los animales silvestres ha causado una disminución en la demanda internacional de los cueros de cocodrilo, lo que pone en riesgo el programa.
“Hoy estamos muy preocupados porque los mercados se han ido deprimiendo y eso hace desaparecer el incentivo para la conservación”, dice Larriera.
El veterinario, que es vicepresidente mundial del Grupo de Especialistas en Cocodrilos de la UICN, defiende con entusiasmo el aprovechamiento comercial como un camino para estimular y financiar la conservación, pero dice que cada vez le es más difícil explicar su postura.
“Hoy, explicás, mostrás los números que reflejan el éxito de la recuperación de la especie gracias a las ventas de los cueros y la carne y en las redes sociales te dicen que sos un asesino y un desalmado. En otra época uno podía explicar las cosas en más de 140 caracteres, pero hoy no, es muy difícil”, dice.
“La no ciencia tiene más peso que la ciencia en las redes sociales, donde hay mucho insulto y descalificación. Y el resultado es que las empresas, que no quieren meterse en problemas, prefieren dejar de comercializar los cueros de cocodrilo”, concluye.
Jon Paul Rodríguez coincide en que “hay una gran presión de las asociaciones de defensa de los derechos animales, que se oponen a cualquier tipo de aprovechamiento sustentable de las especies por principios éticos. Son grupos que hoy están muy bien financiados, son visibles y tienen un plan firme”.
El presidente de la Comisión de Supervivencia de las Especies de la UICN agrega que “también existe una presión de las empresas que dominan el mercado peletero internacional, que buscan quedarse con el manejo de la producción a través de criaderos controlados por ellos”.
“Nosotros en la UICN, en cambio, creemos que si estos proyectos que juntan conservación y producción está bien hechos científicamente y las comunidades se benefician, como sucede en el Proyecto Yacaré, el potencial de beneficios es muy alto”.
Foto principal: Proyecto Yaceré
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