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Brasil: reserva yanomami es invadida por 20 000 mineros ante inacción del gobierno de Bolsonaro

  • Los mineros ilegales han entrado al Parque Yanomami, una de las reservas indígenas más grandes de Brasil, localizada en los estados de Roraima y Amazonas, cerca de la frontera con Venezuela.
  • Los líderes indígenas culpan al presidente Bolsonaro, por su lenguaje incendiario antiindígena, y a su administración, por sus políticas que han dejado sin fondos a las agencias responsables de ejercer la ley en la Amazonía y las han eviscerado.

Miles de mineros de oro (conocidos como garimpeiros) han invadido ilegalmente el Parque Yanomami, uno de los territorios indígenas más grandes de Brasil, oficialmente demarcado por el gobierno de ese país en 1992, el cual cubre 37 320 kilómetros cuadrados de selva en los estados de Roraima y Amazonas, cerca de la frontera con Venezuela.

Por muchos años no había ocurrido una incursión de esta escala, lo que entre los indígenas mayores trae recuerdos del terrible período de finales de los ochenta, cuando unos 40 000 mineros de oro se mudaron a sus tierras y cerca de una quinta parte de la población indígena murió en solo siete años debido a la violencia, la malaria, la malnutrición y el envenenamiento por mercurio, entre otras causas.

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Davi Kopenawa, un líder Yanomami, estima que esta vez hay unos 20 000 mineros en tierra indígena. Mientras que para la percepción pública todo se muestra como operaciones artesanales o de pequeña escala, típicamente se trata de operaciones sofisticadas. Es probable que la nueva camada de mineros sea de hombres subordinados, bien financiados y respaldados por empresarios acomodados que les pagan o les dan una parte de la producción, al tiempo que los proveen de dragas prestadas, removedores de suelo y más maquinaria pesada, lo mismo que de aviones para llevar provisiones y sacar el oro por aire.

Los mineros están contaminando los ríos de la reserva con mercurio y limo, erosionando las orillas de estos, cortando la selva, espantando a los animales que cazan los indígenas y destruyendo las pesquerías, así como incitando a las mujeres locales a la prostitución. Tanto el río Mucajaí como el Uraricorea se han contaminado tanto que la gente que vive en Boa Vista, la capital del estado Roraima, localizada 570 kilómetros río abajo, se ha quejado del deterioro de la calidad del agua en su río, el Branco, que se forma por la confluencia de esos dos afluentes.

Tierra al interior del parque Yanomami, desmontada de selva y ocupada por los garimpeiros: mineros ilegales. Imagen cortesía del ISA.
Pintura facial tradicional yanomami. Los yanomami fueron diezmados por una invasión minera previa, a finales de los ochenta, en la que muchos murieron. Los mayores temen que esta nueva invasión tenga impactos similares. Imagen por Fabio Rodrigez Pozzebom / Agência Brasil.

“Solamente traen problemas. La malaria está aumentando. Ya mató a cuatro niños de la región Marari”, dijo Kopenawa. Los mosquitos esparcen la malaria y la minería crea piscinas grandes de agua estancada, perfecta para la reproducción de los insectos.

Los pueblos aislados de la reserva, algunos de los cuales nunca se han contactado, también están amenazados por impactos potencialmente devastadores, ya que los mineros pueden infectarlos con enfermedades occidentales, en ocasiones mortales, para las que no tienen resistencia.

Se ha recortado también la selva para construir tres pistas de aterrizaje y tres minas a cielo abierto, todas ilegales, en lugares donde suelen verse grupos indígenas aislados. “Hay muchos indígenas aislados. No los he conocido, pero sé que estarán sufriendo”, dijo Kopenawa. “Quiero ayudar a mis parientes. Es muy importante que se les deje vivir en su tierra sin ser molestados”.

Júlio Ye’kuhana, de la Asociación Seduume y representante de los ye’kwana, un grupo indígena más pequeño que vive junto a los yanomami, habló de cómo los líderes indígenas pidieron a los mineros que se fueran. Pero, dijo Ye’kuhana, los invasores respondieron enojados. “Han estado profiriendo amenazas violentas en contra de ellos desde entonces. Así que ahora su comunidad mantiene la cabeza abajo. Los mineros están todos armados con pistolas y escopetas”.

Un campo minero dentro del territorio Yanomami. El grupo indígena dice que la retórica antiindígena de Bolsonaro y la aplicación laxa de políticas de la administración han incitado a los mineros ilegales a ser más agresivos y amenazantes. Imagen cortesía del ISA.

Se va el ejército, llegan los mineros

 

Hasta tiempos recientes, el ejército brasileño tenía dos bases de monitoreo a lo largo de los ríos más grandes del parque, el Mucajaí y el Uraricoera, ambos usados por los mineros como rutas de entrada. Aunque los yanomami se quejaron de que el ejército no hacía lo suficiente para mantener fuera a los mineros, la mera existencia de estas bases disuadía a algunos invasores. Pero a finales del año pasado el ejército cerró estas bases, argumentando que sus recursos estaban sobrecargándose por las decenas de miles de refugiados que corrían a Brasil desde Venezuela.

Con el ejército fuera, los mineros sacaron ventaja y pululan sin impedimentos dentro del parque Yanomami.

Posiblemente envalentonados por las políticas antiindígenas de Bolsonaro y por las grandes reducciones de esta administración al presupuesto operativo de las fuerzas del orden en la Amazonía, los mineros incluso se han atrevido a establecer una villa dentro del parque, en una región llamada Tatuzão do Mutum.

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Los yanomami creen que incluso, antes de su elección, Bolsonaro incitó la invasión al hablar acerca de la experiencia de su padre como minero de oro y al decir repetidamente que los grupos indígenas tenían demasiada tierra. Luego, el 17 de abril, en una entrevista en vivo en Facebook, acompañado de unos pocos indígenas yanomami, el presidente anunció que la minería a gran escala y el monocultivo extensivo —es decir, el agronegocio industrial— deberían ser permitidos en el territorio indígena, incluido el parque Yanomami.

“Los indígenas no deberían seguir viviendo pobremente sobre tierras ricas. En Roraima hay trillones de reales bajo su tierra [en forma de riqueza mineral]”, dijo Bolsonaro.

Los yanomami responden en oposición a las políticas indígenas de la administración de Bolsonaro. Imagen cortesía del ISA.

La jefatura yanomami, claramente alarmada por la declaración del presidente, reaccionó rápido. El 18 de abril, un grupo de líderes yanomami publicaron un video en el cual afirmaban vehementemente, tanto en yanomami como en portugués, que los yanomami que habían aparecido al lado de Bolsonaro no representaban a ninguna comunidad dentro de su reserva y no tenían ninguna autoridad para hablar por ellos. Uno tras otro, los líderes declararon su oposición total a la minería o a la labranza comercial en sus tierras. “[Bolsonaro,] dices que estamos pasando hambre”, dijo Kopenawa, “pero es una mentira. Ninguno de nosotros, los yanomami, estamos pasando hambre”.

“El oro debe permanecer debajo del suelo”, declaró Roberval, miembro de AYRCA (una organización indígena) en la región de Maturacá. “Queremos mejores ingresos, pero con nuestros propios proyectos”. Los líderes enviaron una carta a Bolsonaro expresando indignación.

César de Mendes, un productor a pequeña escala que se especializa en chocolates amazónicos, ayuda a los yanomami a tostar las semillas del cacao en el proceso de manufactura del chocolate. Imagen cortesía del ISA.

Una dulce promesa de ayuda

 

Aunque el gobierno no ha respondido a esa carta, la agencia federal indígena, FUNAI, ha dicho que va a reabrir las bases en el territorio yanomami que se cerraron por los recortes presupuestales. Declaró en mayo: “Una de las bases se reabrirá en tres meses y para el 2020 todas estarán funcionando a su máxima capacidad otra vez, dándole empleo a los indígenas y al personal de FUNAI, y colaborando con empleados de otras instituciones estatales.”

Pero las comunidades indígenas no se han quedado de brazos cruzados esperando la ayuda del gobierno. Hay una novedosa iniciativa económica bastante reciente: la elaboración de chocolate. La empresa se puso en marcha en una villa indígena localizada a tan solo unos pocos kilómetros de Tatuzão do Mutum, nombrada así porque la gran mina a cielo abierto, creada por más o menos un millar de mineros, se parece al caparazón de un tatuzão, un armadillo gigante.

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Algunos líderes ye’kwana se dieron cuenta de que la selva viva ofrecía otra forma de oro: el cacao. Aunque el cacao es endémico de la región, los indígenas, tradicionalmente, consumen la carne dulce que hay en las grandes vainas naranjas de cacao y tiran las semillas de las que se hace el chocolate. Una vez que se dieron cuenta del potencial de mercado para los conocedores de chocolate de alta calidad, se pusieron a desarrollar su propia y deliciosa marca.

En julio del 2018, los líderes ye’kwana y yanomami organizaron un taller que involucró una comunidad ye’kwana y trece yanomami. Con el apoyo del Instituto Socioambiental (ISA), una ONG, trajeron a fabricantes de chocolate para aconsejar respecto a las mejores formas de recolectar las semillas, procesarlas y hacer el chocolate. Uno de los visitantes fue César de Mendes, productor a pequeña escala que se especializa en chocolates amazónicos. Estuvo encantado de descubrir dos variedades de cacao en el parque, una de las cuales era totalmente nueva para él. Cree que los indígenas podrían lanzar una marca nueva con sabor propio y distintivo. Al final del taller de diez días, los participantes indígenas produjeron por primera vez una barra de chocolate y celebraron con una fiesta intercomunitaria triunfante. Se espera que este año comience una producción regular.

La primera barra de chocolate que ha sido producida por los yanomami. El grupo indígena ve las barras de chocolate, y no las de oro, como una forma de conseguir la sustentabilidad económica sin destruir la selva. Imagen cortesía del ISA.

Los ingresos adicionales que el chocolate de alta gama provee serán muy bienvenidos en las villas indígenas, ya que los mineros han contaminado los ríos locales y mucha gente ha tenido que empezar a desarrollar pozos artesanales, cuya construcción requiere de dinero. Además, los indígenas jóvenes están ansiosos por comprar teléfonos celulares y zapatos deportivos, de modo que son tentados por el dinero que ofrecen los mineros. Por esas y otras razones, la elaboración de chocolate podría significar una salvación para las comunidades indígenas, al tiempo que da a consumidores de Brasil y, de cualquier otro lugar, la oportunidad de comprar un producto delicioso que ayuda a conservar la selva amazónica.

Pero la amenaza de las operaciones invasivas mineras todavía puede vislumbrarse, y si las fuerzas del orden no la disminuyen, seguirá colgando como una sombra sobre las tierras y esperanzas de los yanomami.

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