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Las desventuras del aguará guazú, el lobo tímido y solitario que camina los campos argentinos 

Aguará guazú. Foto: Gonzalo Prados

  • El deterioro de pastizales y humedales está empujando al aguará guazú hacia las zonas urbanizadas donde son víctimas de atropellos e infecciones.
  • El esfuerzo de científicos y ambientalistas que han creado centros de rehabilitación, estrategias de rescate y métodos para censar a la especie está logrando impactos positivos en este amenazado cánido. 

Octubre de 2020. Argentina atraviesa el pico de su primera gran ola de contagios y muertes por Covid-19. El gobierno refuerza las restricciones al movimiento de la población. De pronto, una noticia diferente capta la atención en los canales de noticias: en un shopping (centro comercial) de las afueras de Resistencia, la capital de la provincia del Chaco, un aguará guazú (Chrysocyon brachyurus) duerme junto a un cajero automático. La imagen remite a otras semejantes en las que ejemplares de diversas especies pasean por ciudades y pueblos de medio mundo, aprovechando la ausencia de personas y vehículos.

“Los humanos ocupamos su espacio; el animal solo está volviendo a su territorio”, es el comentario más extendido acerca del suceso. No era del todo equivocado, pero escondía otras muchas y muy variadas razones. Ubicado en la categoría de Casi Amenazado en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, este cánido también llamado lobo de crin empieza a estar acorralado por amenazas de todo tipo que le obligan a modificar sus hábitats y costumbres en su lucha por sobrevivir.

La progresiva reducción de las áreas de pastizal y de zonas húmedas va empujando a la especie hacia sectores más poblados, donde aumentan los peligros que la ponen en jaque: atropellamientos, cacerías, enfrentamientos con perros y diversas enfermedades. Al mismo tiempo, sin embargo, las investigaciones científicas para conocer a fondo la biología de estos animales se han multiplicado, junto con iniciativas de educación ambiental, estrategias de rescate y centros de rehabilitación que están permitiendo ver el futuro con un cierto grado de optimismo.

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Una especie plástica y adaptable

“El aguará guazú del cajero, igual que otro que unas semanas más tarde se dejó ver cerca del aeropuerto de Resistencia, aparecieron justo después de una quema de campos en los alrededores. Los dos tenían quemaduras en las patas y el pelo chamuscado”, señala la bióloga Noelia Got, técnica del Área de Investigación y Monitoreo de la provincia.

La dramática transformación del paisaje en buena parte del área de distribución del aguará guazú, que abarca desde el Cerrado brasileño hasta la llanura pampeana argentina, constituye quizás el mayor conflicto que afronta el “zorro de patas largas”, tal como se le conoce debido a su pelaje rojizo. De hecho, “Resistencia está construida en un humedal y rodeada de pastizales, ambientes abiertos y bosques. Es decir, los ambientes que la especie más frecuenta”, dice Got.

Tímido, huidizo, solitario en sus largas caminatas y con escaso dimorfismo entre hembras y machos, el mayor empeño del aguará guazú es pasar inadvertido el mayor tiempo posible. “Es un animal que, básicamente, necesita algún tipo de vegetación alta tanto para ocultarse y protegerse del sol como para cazar por las noches; y un cuerpo de agua cercano”, indica Augusto Distel, coordinador de Conservación de la Fundación Rewilding Argentina. “Pero sobre todo destaca su plasticidad, su capacidad para adaptarse a los cambios”, agrega.

Aguará guazú. Foto: Gonzalo Prados

La dieta del aguará guazú, amplia y variada, facilita la movilidad de la especie. “Son omnívoros. Se alimentan de frutos en espacios abiertos o bosques, y de pequeños roedores, culebras, ranas o lagartijas en maizales o sojales”, completa este naturalista, encargado de monitorear diariamente la veintena de ejemplares que habita el Parque Nacional y la Reserva Iberá, en la provincia de Corrientes.

La distribución histórica del aguará guazú siempre fue amplia en el territorio argentino. “Ha ocupado prácticamente todo el noreste del país”, afirma Paula González Ciccia, directora de Conservación, Investigación y Educación de la Fundación Temaikén, “pero en los últimos tiempos, los registros en áreas marginales como el norte de la provincia de Buenos Aires son cada vez más recurrentes”. El doctor Pablo Siroski, coordinador de la Dirección General de Manejo Sustentable de Fauna del Ministerio de Ambiente y Cambio Climático de la provincia de Santa Fe e investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), prefiere ser cauto al respecto: “La discusión es si son más visibles que antes porque están siendo desplazados, porque llegan más imágenes desde los celulares o porque ahora resulta más fácil avisar de los atropellamientos”.

Cachorro aguara guazú. Foto: Augusto Distel

El comportamiento, en todo caso, resulta poco esperable y también es visto con prudencia por los expertos. “Puede ser bueno si encuentran cómo sobrevivir. Pero al mismo tiempo se trata de áreas que están muy antropizadas y donde surgen muchas y nuevas amenazas”, alerta la bióloga González Ciccia. “No sabemos si las poblaciones que aparecen en ambientes modificados son viables o si pueden reproducirse”, agrega Marcela Orozco, doctora en Veterinaria e investigadora del CONICET.

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De deidad protectora a mito maligno

La relación entre el ser humano y el aguará guazú, que en guaraní significa zorro grande, ha sido ambigua desde el principio de los tiempos. Los indígenas tobas y mocovíes, dos de los pueblos originarios del Chaco argentino, lo consideraban un ser protector, dueño de los llanos, los pastizales y los palmerales, además del padre de todos los perros. Pero la llegada de los colonos europeos fue alterando aquella ancestral simpatía.

“Su aullido, sobre todo el que lanza en invierno, cuando está en época de cría de los cachorros, le da apariencia de bravura y lo emparenta con los lobos”, analiza Distel. “En Europa, el lobo siempre tuvo mala prensa y es posible que los colonos hayan ido modificando poco a poco la mirada que tenían los indígenas”, deduce González Ciccia. Aunque desde el punto de vista cultural, el mayor daño a la supervivencia del aguará guazú lo ha hecho una leyenda que todavía persiste en algunos puntos del ámbito rural: la del lobizón.

Reliquia de viejos tiempos, el mito afirma que el séptimo hijo varón de una familia se transformará en lobo durante las noches de luna llena. En Sudamérica, el cánido elegido para ser lobizón fue el aguará guazú y su efecto ha sido alentar una percepción negativa en pobladores proclives a este tipo de creencias y ver al animal como un enemigo. “Puede parecer increíble pero es una historia que todavía se escucha en algunas zonas de Corrientes, Chaco, Formosa y Misiones”, asegura Distel.

Aguara guazú. Foto: Augusto Distel

Pensar que el lobo de crin es capaz de matar grandes presas, como vacas, cabras u ovejas, e incluso atacar al ser humano es otro rasgo cultural que, si bien se encuentra en declive, no ha desaparecido del todo. “En el norte de Córdoba la gente menciona haber visto aguarás comiéndose un ternero o algún potrillo”, relata González Ciccia. La realidad indica que solo podría hacerlo si la víctima fuese un cachorro o estuviese previamente en un estado vulnerable: “Son animales oportunistas y donde ven una oportunidad de caza lo intentan, pero la realidad es que no pueden atrapar ni comer presas de más de diez kilos”, resume Distel.

Durante décadas, estas percepciones convirtieron al lobo de crin en objetivo de los cazadores, aunque en los últimos tiempos la práctica ha ido perdiendo adeptos. Fundamentalmente, porque no existe un mercado que lo justifique: el pelo se separa del cuero una vez fallecido el animal, lo cual le quita atractivo comercial, y si bien hay quienes creen que el esternón podría conferir ciertos poderes, “son solo relatos muy poco extendidos”, puntualiza González Ciccia.

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Los atropellamientos, una verdadera epidemia

Hoy, la verdadera complicación en la interacción directa con los humanos se da, justamente, cuando los aguarás se ven empujados a acercarse a lugares habitados y son atropellados en las carreteras. “En Santa Fe hay unos 50 a 70 (atropellos) por año”, señala Pablo Capovilla, estudiante de veterinaria que colabora activamente con el Plan Provincial de Conservación de la especie.

Los hábitos nocturnos del lobo de crin y el hecho de tener que cruzar carreteras en sus largas caminatas son el origen de su desgracia. “Se encandilan y se quedan quietos. Hay áreas que son hotspot de atropellamientos, siempre se encuentra algún aguará muerto”, describe Marcela Orozco. “La timidez no lo ayuda. No escapa directamente ante un peligro. Si se cruza en un camino se queda mirando. Y tampoco es demasiado rápido, su corrida es semejante a la de un potrillo”, abunda Paula González Ciccia. Por desgracia, la mayoría de los choques entre un vehículo y un aguará son fatales: “Es muy raro que alguno pueda sobrevivir”, se lamenta la bióloga de la Fundación Temaikén. La colocación de cartelería y de reductores de velocidad son las medidas que se han tomado en las zonas de mayor frecuencia de accidentes.

Veterinarios asisten una emergencia. Foto: China Barne

La aparición de ejemplares en núcleos periurbanos, patios de casas o áreas cultivadas suele provocar miedo entre vecinos que desconocen el carácter inofensivo del animal; y la predación de gallinas y cachorros de especies más grandes genera resquemor en los dueños de granjas familiares. En demasiadas ocasiones, la caza del animal suele ser el final de esos acercamientos.

Otro de los problemas es el enfrentamiento con perros. Augusto Distel, coordinador de Conservación de la Fundación Rewilding Argentina, quien tiene diálogo permanente con los pobladores del Paraje Uguaí, en Iberá, explica que esa zona “es un lugar netamente ganadero y los encargados de arrear las reses solían llevar con ellos tres o cuatro perros, que si se topan con un aguará suelen actuar como jauría hasta matarlo”, relata. “Lograr convencerlos de que dejaran esa práctica fue un largo proceso, pero ahora aceptan salir al campo sin perros”, agrega Distel.

El contacto con sus parientes cánidos trae aparejada otra complicación: el contagio de virus y parásitos. “Los patógenos virales —moquillo, rabia, parvovirus— pueden transmitirse entre ambas especies. Hay que tener en cuenta que nos referimos a perros rurales que no están vacunados ni desparasitados”, analiza Orozco, quien añade que “cualquiera de los agentes virales pueden afectar las poblaciones de la especie.

El último factor de riesgo está aún por confirmarse, pero el hecho de que cada vez más aguarás se vean empujados a establecer su residencia habitual en maizales o sojales donde se utilizan agroquímicos estaría teniendo efectos negativos en la salud de la especie.

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Un plan de conservación eficaz y exitoso

Las 13 hectáreas del Centro de Rescate Granja La Esmeralda están cubiertas de árboles. Situadas al norte de la ciudad de Santa Fe, capital del distrito homónimo, son el refugio ideal para ejemplares de diversas especies silvestres, entre ellas el aguará guazú. En opinión unánime de los científicos que investigan las desventuras del Chrysocyon brachyurus, en Santa Fe es donde mejor se trabaja en la conservación del lobo de crin.

“El hecho de que haya personas interesadas contagia a los demás. Y si alguien responde en el Estado se consiguen cosas interesantes”, dice el doctor Siroski. Es así como surgió un grupo interdisciplinario formado por diferentes ministerios locales, varias facultades de la Universidad del Litoral, y el CONICET, al que se sumó una red de veterinarios colaboradores que se distribuyen por toda la provincia.

Rescate de un ejemplar de aguará guazú. Foto: Centro de Rehabilitación La Esmeralda.

En el territorio, la Dirección General de Manejo Sustentable de Fauna se ocupa de realizar acciones concretas de educación y de recopilar información para constituir una base de datos, la más completa a nivel nacional. Además, una brigada ambiental dependiente de esta Dirección tiene la misión de atender a los animales que hayan sufrido problemas graves. Las otras dependencias apoyan invirtiendo en vehículos para los traslados y en personal capacitado para actuar en situaciones de peligro.

La tarea se transforma en hechos, cifras y avances. Desde que en 2009 comenzó la ejecución del Plan Provincial de Acción para la conservación del aguará se han obtenido 1042 registros de individuos, “incluyendo avistajes, huellas, fecas, restos óseos, refugios, vocalizaciones, ejemplares muertos por caza o atropellados y cautivos”, informa Pablo Siroski. Con todos ellos se puso en práctica el Protocolo para el rescate de ejemplares y recopilación de información que delimita dos modelos de actuación, dependiendo del estado en que se encuentre el ejemplar necesitado de ayuda: un “rescate exprés” o el traslado e internación en La Esmeralda.

En el primer caso, tras el aviso de presencia de un aguará guazú con problemas, se lo captura y se le hace una evaluación rápida. “Si se determina que no presenta lesiones graves se lo traslada a algún sitio cercano que sea lo más parecido posible a su hábitat, o que cumpla con parámetros que le garanticen la supervivencia y se lo libera en el momento. Si no es así, se lo lleva al Centro de Rescate”, explica Siroski.

Rescate de un ejemplar de aguará guazú. Foto: Centro de Rehabilitación La Esmeralda.

En La Esmeralda se aprovecha la cuarentena de dos semanas que debe cumplir cualquier individuo que ingresa para tomar información que sirva para investigaciones posteriores: estudios morfológicos, muestreo de mucosas, análisis de sangre y orina; más otros solicitados por científicos asociados, como búsqueda de ciertos virus o aislamiento de espermatozoides. La duración del tratamiento de los aguarás ingresados depende de sus afecciones. Incluso algunos ya no pueden ser liberados. “Se hacen todos los esfuerzos posibles para devolverlos a la naturaleza”, afirma Siroski, “pero a veces resulta imposible. Ahora mismo tenemos tres ejemplares de manera permanente: una hembra ciega, un macho que perdió un miembro, y otro que llegó como cachorro y está demasiado antropizado como para que pueda defenderse en libertad”.

En Corrientes, en cambio, Augusto Distel está atento a los cuatro aguarás que llevan un collar GPS en el cuello. “Intentamos entender qué tipo de pastizales usan y cómo se comportan en ambientes antropizados o donde convive con el ganado. Hay algunos que desarrollan el cien por ciento de su actividad en el pastizal y otros que prefieren la laguna para cazar”, dice, y añade una curiosidad: “Uno de ellos comparte su territorio con un puma que también lleva GPS y entendemos que lo huele, a él o a sus fecas, porque en cuanto el puma está llegando el aguará huye. Nunca estuvo a menos de 1,5 kilómetros”. El puma, vale aclararlo, es el único depredador natural del aguará.

En el resto del país, en cambio, los trabajos de conservación son más dispersos. El Ministerio de Ambiente de la Nación incluye al “zorro de patas largas” entre las especies con protección especial y varias provincias lo han declarado Monumento Natural, pero esto no siempre implica un mayor compromiso en la ejecución de planes concretos. “No hay una estrategia, un Plan Nacional”, se lamenta Paula González Ciccia: “Existe una iniciativa autoconvocada, el Grupo Argentino Aguará Guazú (GAAG), que es la sumatoria de esfuerzos institucionales, personales, de investigadores y otros colegas, pero poco más”.

Cachorros aguará guazú. Foto: Augusto Distel

La escasez de información sobre diversos aspectos de la vida del Chrysocyon brachyurus generan vacíos que intentan rellenarse con mucha voluntad y poco apoyo financiero. No hay un censo que pueda determinar con cierta precisión la cantidad de ejemplares que caminan los campos argentinos y faltan estudios que permitan conocer con más certeza aspectos básicos de su biología y su comportamiento.

El aguará guazú solo es noticia cuando, cada vez con más frecuencia, un ejemplar sorprende con su aparición en un sitio donde no se lo espera. Su hábitat natural se deteriora y su distribución es tema de debate entre los expertos. Pero Pablo Siroski no duda y subraya con convicción: “El plan que estamos desarrollando está siendo exitoso. Las tareas de educación, las charlas, la difusión, la creación de grupos de whatsapp adonde se envía información, llegan a la gente que convive con el animal, y si bien no son acciones estrictas de conservación han logrado cambiar la mirada hacia el aguará. Han aprendido que no genera perjuicios, ya no se caza por el mito del lobizón o para el tráfico ilegal, ya no es perseguido. Si le sumamos su aparente adaptación a los cambios ambientales estoy convencido de que se encuentra en indudable recuperación”.

*Imagen principal: Aguará guazú. Foto: Gonzalo Prados

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