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Turismo en la Serranía del Perijá: contar la memoria y conservar los bosques en Colombia

William Contreras junto al macondo (Cavanillesia platanifolia). Foto Andrés Felipe Uribe.

William Contreras junto al macondo (Cavanillesia platanifolia). Foto Andrés Felipe Uribe.

  • La Serranía del Perijá es una extensión de la cordillera de los Andes que abarca los departamentos de Cesar y La Guajira en el noreste de Colombia. Dos comunidades campesinas se unieron para conservar el ecosistema de este territorio con un turismo sostenible que busca mostrar las riquezas de la región
  • Caminatas ecológicas, avistamiento de pájaros y hongos son algunas de las actividades que se están realizando. La observación de la Pyrrhura picta caeruleiceps, un ave endémica de la región, es uno de los principales atractivos de los pajareros que viajan desde otros países.

Entre las nubes que se apiñan en lo profundo de la Serranía del Perijá crecen hongos, plantas medicinales y bosques donde se escucha el constante canto de los pájaros. Allí se ubica la finca El Triunfo, en la vereda Manantial del municipio de Becerril, Cesar, al noreste de Colombia, donde cientos de personas han hecho caminatas ecológicas y observación de aves —algunas únicas de este territorio— como parte de Caminando hacia las nubes, uno de los planes turísticos que forma parte de la iniciativa Turismo en Perijá.

El camino hacia El Triunfo está marcado por una carretera que se divide entre el pavimento y la trocha. Hora y media de recorrido en vehículo y cuarenta minutos caminando son acompañados por un paisaje que se confunde entre el verde de los árboles y el azul del cielo. Más arriba, entre los 1700 y los 1800 metros sobre el nivel del mar, las nubes se acercan al caer la tarde y escondidas entre ellas se asoman dos grandes casas de madera que son el hogar de Yesenia Hernández y Wilfredo Monsalve.

Desde hace dos años, estos dos campesinos se unieron a la iniciativa Turismo en Perijá del programa Rutas Turísticas por los Bosques y la Paz. Se sumaron a  integrantes de las comunidades de los corregimientos de Estados Unidos y La Victoria de San Isidro, de los municipios de Becerril y Jagua de Ibirico, en torno a un solo objetivo: desarrollar un proyecto ecoturístico que les permita proteger los ecosistemas de la Serranía del Perijá.

Los habitantes de los dos corregimientos han recibido capacitaciones en gastronomía, turismo, aves, hongos y plantas medicinales, entre otros temas que les permiten conocer y potenciar sus riquezas.

Recorrido con William Contreras y Juan Carlos Cortés en búsqueda de plantas medicinales. Foto Andrés Felipe Uribe.
Recorrido con William Contreras y Juan Carlos Cortés en búsqueda de plantas medicinales. Foto: Andrés Felipe Uribe.

“Cuando llegaron con las capacitaciones nosotros no creíamos que en nuestro predio existiera tanta riqueza, pero comenzamos a recorrerlo en la búsqueda de hongos, plantas y aves y nos quedamos sorprendidos con tanta belleza. En el mismo patio de nuestra casa había muchísimas cosas. Nos fuimos capacitando hasta adquirir herramientas para mostrar todo esto a los turistas de la mejor manera”, dice Yesenia Hernández, agricultora y miembro del proyecto.

En este pacto cada integrante se ha comprometido a conservar el bosque que está dentro de sus propiedades. La Finca El Triunfo, por ejemplo, tiene una extensión de 67 hectáreas de las cuales 44 están destinadas a la conservación. Además, cuentan con el apoyo de UK Pact Colombia, un acuerdo entre los dos países para implementar acciones sobre el cambio climático y el crecimiento sostenible.

“Ahora tenemos una conciencia ambiental y conocemos la importancia de proteger los bosques. Antes muchas personas deforestaban y nadie decía nada. En este momento, si alguien corta un árbol, inmediatamente se alerta a la comunidad para que se sancione y no se siga haciendo. Hoy sabemos que sin esos árboles no podemos tener el aire, las aves y las fuentes de agua que se encuentran en la Serranía”, cuenta el agricultor Wilfredo Monsalve.

El potencial parece infinito. En estas  tierras también alza el vuelo una de las aves más buscadas por los turistas: el quetzal (Pharomachru). En las mañanas, los ejemplares de esta ave vuelan entre los árboles de El Triunfo, ante la mirada curiosa de las personas que a veces suben hasta la finca solo para observarlas y de los pajareros que buscan nuevas rutas para verlas.

“Hace unos meses vino una pareja de extranjeros y lloraron cuando vieron el quetzal. Se emocionaron muchísimo porque habían ido a Guatemala sólo para verla, pero no pudieron. Y al venir aquí, y ver casi quince ejemplares, la felicidad fue muy grande. A uno también le alegra muchísimo eso porque es tener algo único en el mundo y reconocer la importancia de nuestro territorio. Además, porque hace unos años los únicos extranjeros que se veían por aquí era porque estaban secuestrados. Hoy vienen ellos por su cuenta a mirar la belleza de la Serranía”, dice Monsalve.

Vista desde la finca El Triunfo en la Serranía del Perijá. Foto: Andrés Felipe Uribe.
Vista desde la finca El Triunfo en la Serranía del Perijá. Foto: Andrés Felipe Uribe.

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Una paz que se cultiva en los bosques

La Serranía del Perijá es la parte más septentrional de la cordillera de los Andes. Tiene una longitud de 295 kilómetros que se extienden por los departamentos de Cesar y La Guajira, en Colombia, y el estado de Zulia, en Venezuela. En sus ecosistemas se encuentran bosques subandinos y bosques secos tropicales que son de gran importancia para la región gracias a los servicios ecosistémicos que prestan.

Durante la década de los noventa, la Serranía en el lado colombiano fue azotada por la violencia, hacían  presencia diferentes grupos armados que provocaron un desplazamiento armado interno masivo. En el corregimiento de Estados Unidos, por ejemplo, había casi 2000 habitantes, pero este número se redujo a 10 personas por la constante violación a los derechos humanos.

“Hoy nos estamos recuperando. Siempre venían los medios de comunicación a investigar lo que pasó y muchas veces no contaban las cosas como eran. Así, entre varios miembros de la comunidad decidimos crear una corporación de turismo para contar lo que sucedió. Hemos sacado adelante el proyecto y descubrimos las riquezas que teníamos en los bosques, entre ellas la cotorrita del Perijá (Pyrrhura picta caeruleiceps), un ave endémica por la que vienen cientos de turistas a visitarnos”, cuenta Erasmo Villar, historiador y líder comunitario.

El proyecto de turismo inició hace ocho años con siete miembros de la comunidad que comenzaron a recorrer su territorio —lo que antes la guerra no les permitía— con una nueva mirada. Descubrieron cientos de aves que vuelan por los árboles en los bosques y que, incluso, llegan hasta los patios de sus casas; se detuvieron a observar los hongos; a aprender los nombres científicos de las distintas especies de plantas y animales que se encontraron; a conocer las propiedades de las plantas medicinales que crecen allí, y en especial a buscar formas de proteger el ecosistema de la Serranía del Perijá.

William Contreras con el hongo (Ganoderma applanatum), una especie medicinal. Foto Tatiana Sanjuan.
William Contreras con el hongo (Ganoderma applanatum), una especie medicinal. Foto Tatiana Sanjuan.

Ese descubrimiento de su biodiversidad se dio gracias a los talleres que recibieron por parte de científicos y expertos en aves, hongos y plantas. Estos fueron acompañados de recorridos por distintas zonas en las que no solo pudieron poner en práctica lo aprendido sino observar de cerca cada organismo.

“Hablamos de avifauna: la morfología, taxonomía y temas generales sobre las aves. Luego tuvimos la oportunidad de presentar las herramientas que se usan para guianza y observación de aves. Por ejemplo, los binoculares, cámaras, telescopios, o el playback, un instrumento que se utiliza para su canto. Después hicimos expediciones de hasta cinco días en cada zona, visitamos distintos estratos del bosque e hicimos un inventario de las aves que encontramos”, cuenta Yohany Andrés Gaviria, pajarero, guía turístico desde hace más de 20 años y tallerista sobre aves.

Por su parte, Tatiana Sanjuan, micóloga y directora e investigadora líder del Grupo Micólogos Colombia, los acompañó en los talleres sobre hongos. Ella se sorprendió en un primer momento por el desarraigo de los saberes locales de la comunidad. “No tenían muchos conocimientos sobre los sitios. Entonces no fue fácil, y cuando les comencé a explicar de hongos por la parte gastronómica fue complejo por la resistencia a verlos como alimento. Sin embargo, fue maravilloso encontrar que la parte medicinal les tocaba tanto. Les enseñé de hongos que se utilizan en otros países para mejorar el sistema inmunológico”.

También realizaron caminatas nocturnas con una luz ultravioleta para conocer de cerca el mundo natural en donde habitan. “Y claro, una cosa es ver las cosas de día y otra cuando uno tiene la posibilidad de verla con los ojos de una mosca o una polilla. En la noche, la vista es totalmente diferente. Ellos empezaron a dar cuenta que los árboles tenían colores amarillos, naranjas, rosados, eso los impactó mucho. Además de que en los recorridos observamos 201 ejemplares de hongos, de los cuales 10 eran nuevos registros para el país”, afirma.

Otras personas se fueron capacitando y uniendo al proyecto para proteger los bosques y atender a los turistas. La iniciativa se extendió también al corregimiento de La Victoria de San Isidro, en el municipio de Jagua de Ibirico, un territorio vecino con el que se crearon alianzas para seguir explorando la región. Además, pudieron unir a jóvenes para que fueran guías locales y llevaran el conocimiento de las capacitaciones a sus familias y compañeros.

“Todos nos hemos encargado de esparcir nuestros conocimientos. Cada persona asistió a un taller diferente y luego socializamos lo que aprendimos. También mis amigos y conocidos, al ver fotos de aves o de hongos, me preguntan y se interesan por lo que ven. Hemos hecho paseos para que ellos conozcan las aves y los bosques. Ha sido muy lindo, al final yo aprendí todo esto para explorar el turismo en la región sin hacerle daño al medioambiente”, narra Juan Carlos Cortés, guía local.

Entrada a la Victoria de San Isidro en el que se destacan las Pyrrhura picta caeruleiceps. Foto Andrés Felipe Uribe.
Entrada a la Victoria de San Isidro en el que se destacan las Pyrrhura picta caeruleiceps. Foto Andrés Felipe Uribe.

A esto se suma la protección de los bosques, con las hectáreas de las fincas que cada miembro de la corporación ha destinado para preservar. Hoy se conservan más de 200 hectáreas de bosque y se ha logrado crear conciencia ambiental en la comunidad.

“Estamos haciendo turismo con responsabilidad y respeto por nuestra naturaleza. Muchos campesinos y aliados ya no cortan los árboles indiscriminadamente y saben la importancia de mantenerlos. Antes esto era un territorio violento, hoy tenemos binoculares, cámaras, computadores y otras herramientas para seguir conociendo la Serranía del Perijá”, afirma Villar.

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Una cotorrita que vuela en el Perijá

En la finca Las Delicias —que ocupa 48 hectáreas, de las cuales 10 se encuentran destinadas solo a conservación— siempre se escucha el canto de las aves. En algunas ocasiones el sonido se siente a lo lejos entre las copas de los árboles y en otras parece que cantaran al oído. Es el Paraíso de las Pirruras, como se conoce al recorrido en este terreno ubicado en La Victoria de San Isidro, donde no hay que ir muy lejos para observar a la cotorrita del Perijá. Solo basta con sentarse alrededor de los árboles a esperar y una bandada de cotorritas aparecerá. Casi siempre en la mañana entre las seis y las diez o al final de la tarde.

La cotorrita del Perijá es un ave pequeña, entre su plumaje resalta el verde, el azul, el rojo, el blanco y el gris. Siempre se observa con otros individuos de su misma especie. Es un animal que ha sido poco estudiado debido a la poca distribución que tiene, puesto que sólo se mueve entre Colombia y Venezuela, exactamente en la Serranía del Perijá.

“La Serranía del Perijá es muy especial, porque es como un bracito que le nace a  la cordillera Oriental de los Andes. Y en ese brazo se encuentran unas condiciones únicas en el planeta que permiten que existan especies como la cotorrita del Perijá. Esta es un ave demasiado colorida, endémica y muy difícil de observar”, explica Yohany Andrés Gaviria.

Pyrrhura picta caeruleiceps, un ave endémica de la región. Foto: Yohany Andrés Gaviria.
Pyrrhura picta caeruleiceps, un ave endémica de la región. Foto: Yohany Andrés Gaviria.

Rosa Pacheco, cacaotera y propietaria de la finca Las Delicias, es una de esas personas que la puede observar siempre con facilidad. “Un día me llamaron para ver si podía recibir unos turistas en mi finca. Ellos querían ver las cotorritas porque acá es la única parte a la que llegan tan cerca, incluso cuando estoy en la cocina se pueden ver. En los otros lugares toca caminar más. Yo les dije que sí y ahí me empecé a vincular con el programa de turismo”.

Luego de ese primer contacto, Pacheco recibió capacitación en gastronomía y allí se enteró que la cotorrita del Perijá, que llega hasta la cocina de su casa, es un ave única en el mundo. Ese dato lo descubrió también la comunidad en los talleres sobre avistamiento de aves. Habían observado a las cotorritas desde hace tiempo en su territorio, incluso se creía que se trataba de la Pyrrhura picta, pero después de los talleres con los pajareros y científicos se dieron cuenta que en realidad era la Pyrrhura picta caeruleiceps, endémica de la región.

“Antes cuando sembramos maíz, ellas se acercaban y nosotros las espantábamos. Ahora sembramos y protegemos los árboles a los que llegan para atraerlas más. También está prohibido matarlas o tirarles piedra como se hacía antes. Ya sabemos la importancia de cuidarlas”, dice Pacheco.

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Un fruto para conservar los bosques

La finca Las Hermosas está en medio de un bosque seco tropical, a 15 minutos del centro del corregimiento de Estados Unidos, y entre sus 644 hectáreas hay un árbol que está siendo utilizado como una alternativa de ingresos para proteger los bosques. El guáimaro (Brosimum alicastrum) es un árbol que se distribuye en Centroamérica y Colombia. Su fruto es la fuente de alimento de diferentes animales y comunidades indígenas de estos territorios. En los últimos cuatro años, los campesinos de Becerril lo están procesando como si fuera café. Lo secan, lo tuestan, lo muelen, y de la harina que obtienen fabrican té, tortas, dulces, mermeladas, empanadas, arepas, galletas y otros productos.

“En este momento estamos trabajando en la conservación y restauración de los bosques, para hacerlo estamos aprovechando sus frutos puesto que no tenemos fuentes de financiación. De allí surgió la necesidad de utilizar el guáimaro para hacer distintos productos. Hemos investigado sus propiedades y desarrollado una estrategia de recolección que no perjudique a los árboles ni a los animales que se alimentan de él”, dice Eleazar Martínez, presidente de la Asociación Campesina Verde de Becerril (Asovecab).

Fruto del guáimaro (Brosimum alicastrum). Foto Andrés Felipe Uribe.
Fruto del guáimaro (Brosimum alicastrum). Foto Andrés Felipe Uribe.

Este conocimiento llegó a sus ancestros a través de los indígenas wiwa, oriundos de la Sierra Nevada de Santa Marta. Ellos los utilizaban en su dieta cotidiana y de esta manera, sus abuelos también comenzaron a recolectarlos para su uso diario.

“Este árbol es muy reconocido en la región. Nosotros lo llamamos newa y lo protegemos porque da muchísimo fruto. Un día comenzamos a ver que la mayoría de los troncos estaban marcados, cuando averiguamos nos dimos cuenta que los campesinos los estaban utilizando. El guáimaro hace parte de nuestra soberanía alimentaria y me siento contento porque nuestros hermanitos menores (los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta consideran a las personas que no pertenecen a su comunidad como hermanitos menores mientras que ellos son los hermanos mayores) lo están cuidando. Antes, algunas personas los tumbaban por desconocimiento, hoy ellos también reconocen su valor”, afirma Elkin José Mendoza, gobernador del cabildo wiwa del resguardo Campo Alegre.

La Finca Las Hermosas tiene en la actualidad 140 hectáreas de bosque seco tropical en conservación. En sus tierras se encuentran especies como el orejero (Enterolobium cyclocarpum), el camajón (Sterculia apetala) y el macondo (Cavanillesia platanifolia).

“Yo llegué a esta finca en 1951 y tratamos de conservar el bosque como estaba. No cortábamos los árboles, cuidábamos las fuentes de agua, evitábamos los potreros. Poco lo destruimos. Hoy estoy ayudando a recolectar el guáimaro para seguir protegiendo la naturaleza”, cuenta José Germán Martínez, campesino, artista y propietario de la finca Las Hermosas.

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El sendero del macondo

William Contreras era cazador y aserrador. La Serranía del Perijá lo recibió hace 20 años y gracias a ella pudo proveer  alimentos y un hogar para su familia. Desde la finca El Indio fue conociendo cada árbol, planta y animal que estaba en el bosque, hasta que se convirtió en un experto en plantas medicinales. Él es la persona a la que el pueblo recurre cuando alguien tiene una inflamación o es herido por algún animal. Sabe cuál planta se debe consumir para curarse o para soportar el dolor hasta que pueda llegar a un centro de salud.

Contreras se unió hace cuatro años a la corporación de turismo. Gracias a ello dejó de cazar y talar árboles, y se enfocó en la protección del bosque, lo que le permitió criar a su familia. “El bosque me dio alimento durante más de 20 años. Hoy lo estoy cuidando como agradecimiento”, dice.

Rosa Pacheco en la finca Las Delicias, junto a los árboles a los que llegan las Pyrrhura picta caeruleiceps. Foto Andrés Felipe Uribe.
Rosa Pacheco en la finca Las Delicias, junto a los árboles a los que llegan las Pyrrhura picta caeruleiceps. Foto Andrés Felipe Uribe.

De las 20 hectáreas que tiene la finca El Indio, la mitad están en conservación. En ella crecen los imponentes macondos (Cavanillesia platanifolia), que hoy son los faros de las caminatas ecológicas que realiza con los turistas que están interesados en conocer las plantas medicinales, y a los que hoy cuida como si fueran sus propios hijos. Contreras protege cuatro macondos adultos que se acercan a los 40 metros de altura y cinco juveniles que en unos años alcanzarán una altura similar.

“Yo soy el único que estoy cuidando este lado de la montaña ahora. Desde que se acabó la guerra esto está solo. Cuando yo llegué me alimenté de ella y hoy le estoy retribuyendo los cuidados que ella me dio, le estoy devolviendo a la Serranía del Perijá lo que ella me dio a mí”, asegura Contreras.

*Imagen principal: William Contreras junto al macondo (Cavanillesia platanifolia). Foto: Andrés Felipe Uribe.

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