- El Resguardo Calle Santa Rosa, ubicado en el departamento del Cauca, ha logrado la restauración ecológica comunitaria de cerca de 200 hectáreas de manglares afectados por la deforestación en la costa Pacífica de Colombia.
- Este proyecto indígena está fundamentado en el conocimiento ancestral sobre el funcionamiento de estos sitios considerados refugios espirituales del pueblo Eperaara Siapidaara.
La actividad humana provocó el enojo entre los espíritus que habitan un manglar en la costa de Colombia. Los chimias, protectores de la naturaleza y las especies, abandonaron su refugio espiritual debido a la tala del ecosistema que forma parte del Resguardo Calle Santa Rosa, en el departamento del Cauca. El jaipana y las pildeceras —parte de la cultura indígena Eperaara Siapidaara— buscan armonizar el sitio y traerlos de vuelta. Sobre el suelo del bosque, el médico tradicional y las encargadas de observar los espíritus colocan una mesa con la bebida tradicional de pildé (Banisteriopsis caapi), para entrar en contacto con los espíritus. Así lo han hecho en cada rincón deforestado del territorio.
“Las pildeceras toman el pildé para visualizar qué tipo de energías negativas hay dentro de esa área afectada. Después de verificar espiritualmente, el médico tradicional realiza el ritual. En ese sitio brindamos con todas las personas de la comunidad que están ahí, para hacer el llamado a los espíritus para que vuelvan al sitio afectado”, explica Carlos Robinson Quiró, habitante del resguardo indígena y experto local de la organización Conservación Internacional.
Este es el primer paso para la restauración ecológica de los manglares deforestados en los territorios indígenas del municipio de Timbiquí, dice Quiró. La identificación y la eventual solución de las problemáticas espirituales y biológicas no pueden ser vistas unas sin las otras. De esta forma, los Eperaara Siapidaara buscan recuperar sus ecosistemas al accionar de raíz con el trabajo de toda la comunidad.
“Los espíritus, cuando son armonizados, vuelven al área afectada para dejar otra vez el ecosistema como estaba: vuelven las aves, hay más captación de agua, hay oxígeno. Para nosotros, restaurar significa recuperar todo, tanto lo espiritual como lo biológico. Armonizar esos sitios tiene un valor importante. Sin armonizar, no podemos restaurar, ese es un concepto que tenemos como pueblo Siapidaara”, agrega Quiró.
Desde 2017 y hasta la fecha, han trabajado en la recuperación progresiva de al menos 200 hectáreas de manglares perdidos por causa de la tala para la extracción de madera y para el cultivo intensivo de palma de coco, actividades de comunidades vecinas que han ingresado al territorio sin permiso. A partir de su iniciativa, el Resguardo —en colaboración con la Corporación Autónoma Regional del Cauca (CRC), Conservación Internacional y WWF— es autor de una Guía de Restauración Ecológica de Manglares, escrita en castellano y lengua sia-pedee.
Los refugios espirituales y su biodiversidad
La guía que elaboró el pueblo Eperaara Siapidaara describe que el municipio de Timbiquí posee una gran diversidad de plantas y animales, debido a factores relacionados con la historia geográfica, ecológica y a las tradiciones culturales que han permitido la existencia de las especies.
El ecosistema de manglar ubicado en la zona baja de este territorio indígena, en el Resguardo Calle Santa Rosa, es un sitio conformado por plantas halófitas —que toleran la sal— y que son capaces de crecer en suelos inestables, ácidos y pobres en oxígeno, cuyos embriones tienen la capacidad de flotar y desarrollarse en zonas estuarinas tropicales.
De entre las especies presentes en estas zonas, y que son de gran importancia para el resguardo, se encuentran el mangle rojo (Rhizophora mangle) —conocido también como mangle madre o Tarrajiru en lengua sia-pedee—, el mangle blanco o Tarrajiru-t’orroo (Laguncularia racemosa) y el mangle negro, iguanero o Ipoporro (Avicennia sp.), así como el mangle piñuelo (Pelliciera rhizophorae) y el mangle nato (Mora oleífera).
Los Eperaara Siapidaara consideran que los manglares son fuente de vida, ya que de ellos pueden extraer diversos materiales y elementos para la medicina tradicional —como las hojas del mangle rojo y negro que se utilizan para curar mordeduras de serpientes—, y el tronco de los árboles de mangle —en especial el aserrín— que sirve para curar el ombligo de los niños recién nacidos, para que crezcan tan fuertes como el mangle.
Dentro de este ecosistema pueden encontrarse especies terrestres como el oso hormiguero (Tamandua mexicana), el zaino (Tayassu pecari), el armadillo (Dasypus novemcinctus) y el tigrillo (Leopardus pardalis). El manglar también es importante para el resguardo en términos de seguridad alimentaria, porque de él se extraen distintas especies típicas en su dieta, como el cangrejo azul (Cardisoma crassum), la piangua (Anadara tuberculosa) y otros moluscos como la sangara (Anadara similis).
“En el manglar habitan mamíferos de los cuales hacen aprovechamiento con la cacería, como venados y osos hormigueros. Mientras que la madera se aprovecha para la construcción de sus casas y otras edificaciones, porque está adaptada para vivir en zonas inundables”, explica Jack Hernández, biólogo integrante del equipo de Océanos de Conservación Internacional Colombia y coordinador del programa de Economía Azul, entendida como aquellos modelos relacionados con el aprovechamiento de recursos naturales asociados al mar como fuente económica.
Además, el territorio Eperaara Siapidaara es hogar de la rana dardo dorada (Phyllobates terribilis), considerado el vertebrado más tóxico del planeta, actualmente En Peligro de extinción por ser víctima de amenazas como el tráfico ilegal.
En septiembre de 2019, tras un par de años de trabajo en colaboración con la CRC y la Fundación Herencia Natural, el Resguardo Indígena Calle Santa Rosa designó la Reserva Forestal Protectora Regional “K ́õk ́õi Eujã – Territorio de la Rana Dardo Dorado” con más de 11 000 hectáreas.
“El pueblo Siapidaara ha usado esta rana para sus actividades culturales propias, como la cacería. Hoy se dejó de usar y se está protegiendo, porque también está en vía de extinción como nuestro pueblo. Se está haciendo un monitoreo constante para conocer la densidad de los individuos y existen más de 40 transectos en donde los monitores del comité ambiental le dan seguimiento a la especie. Tenemos datos concretos, precisos y consolidados que dicen en qué sitios existe esta especie dentro de la reserva”, describe Carlos Robinson Quiró.
Sin embargo, tanto la zona de manglar como la gran biodiversidad que la habita están bajo amenaza, señala Jack Hernández, quien trabaja con el resguardo en la restauración de estos espacios naturales.
“Si bien el territorio de los Siapidaara tiene una gran porción de manglar, la relación que tienen con su aprovechamiento no es tan fuerte como sí la tienen sus vecinos. Son varias comunidades adyacentes al territorio que, por temas de cercanía, hacen un aprovechamiento mucho más frecuente. Eso ha generado que personas externas al resguardo sean las que realmente están aprovechando los recursos. La gente se mete al territorio y saca la madera. Incluso algunos de los cultivos de coco que están en el resguardo son de esas personas”, describe Hernández.
Fue en ese momento cuando el Resguardo Calle Santa Rosa se dio cuenta que debía trabajar en la protección y en un manejo mucho más adecuado del territorio.
Rescatar los manglares
Una vez que el jaipana y las pildeceras han identificado las problemáticas biológicas y espirituales en el manglar, entra el trabajo del equipo de monitoreo del resguardo para buscar soluciones rápidas y contundentes. Así se restaura cumpliendo con los parámetros de recolección de semillas y siembra. Esos parámetros, de acuerdo con la Guía de Restauración Ecológica de Manglares, consisten en las buenas prácticas de la agricultura del pueblo Eperaara. La luna y el sol son los encargados de dirigir la marea y el día efectivo para la siembra y recolección de semillas.
“Con Conservación Internacional, desde hace unos dos años, trabajamos en especial la restauración de mangle rojo, negro, piñuelo y nato. Para esas cuatro especies se realizan actividades muy puntuales. Por ejemplo, todo el proceso de restauración lo estamos trabajando desde la construcción de viveros comunitarios, la recolección de las plantas y todo el procedimiento de seguimiento, con el monitoreo del ecosistema”, explica Carlos Robinson Quiró, respecto a esta labor que inició en 2022 y para la que lograron obtener el financiamiento de la Agencia Noruega de Cooperación al Desarrollo (Norad).
El equipo de monitoreo está compuesto por jóvenes de 18 a 25 años, además de algunas mujeres. Ellos son quienes, después de la restauración, crean parcelas de 300 metros cuadrados en donde realizan el conteo de la densidad de plantas de mangle que han sobrevivido o no. También les colocan placas para darles seguimiento a cada una de ellas, mientras miden periódicamente su altura, así como el grosor y la cantidad de hojas presentes en cada ejemplar.
“Esta información es llevada al programa SMART, en donde el coordinador de la reserva compila la información en una base de datos. Todas esas parcelas de restauración están georreferenciadas dentro del Resguardo Calle Santa Rosa. Además, hay otras parcelas de bosque natural o virgen que se toman como referentes, para así poder comparar sus datos con los de las parcelas restauradas”, detalla Quiró.
Al inicio de 2024 se tenían unas 5 000 plántulas de mangle rojo en los viveros del resguardo, que fueron utilizadas para reforestar el territorio a mediados del mes de febrero.
“Los viveros están construidos de madera con polisombra y las plántulas o semillas están embolsadas con tierras o barros que fueron traídos de las zonas de manglar. Cada mañana se hace el riego y esas semillas se convirtieron en plantas que alcanzaron de 30 a 40 centímetros, con seis o siete hojas cada una. Todas las plantas estaban en una buena condición para realizar la siembra de restauración”, comenta Quiró.
El procedimiento de siembra de los Eperara Siapidaara destaca que la mejor época para llevar los nuevos mangles a la tierra es la de luna menguante. Cuando esta llega, lanzan una plegaria para que, en el futuro, exista armonía entre árboles, animales y el ser humano.
De acuerdo con la Corporación Autónoma Regional del Cauca (CRC), el trabajo de Calle Santa Rosa es la primera experiencia a nivel nacional sobre restauración ecológica de manglares en colaboración con comunidades indígenas, por lo que el proyecto resulta un ejemplo clave para replicar en otros territorios.
“Es importante tenerlo como referente no sólo en el Departamento del Cauca, por lo que la cartilla de restauración del ecosistema manglar es digna de replicar”, dice Julio César Rodríguez Pelaez, ingeniero forestal y especialista en Áreas Protegidas y Zonas Marino Costeras de la Corporación. “Se deben reforzar los esfuerzos de la gestión interinstitucional para continuar implementado las acciones ambientales y que realmente todos aportemos a que este Resguardo y sus comunidades sean atendidas de manera integral, partiendo de la permanencia de los ecosistemas de manglar y sus servicios ambientales como premisa de todas las formas de vida”.
Laura Jaramillo, directora de Gobernanza de Océanos de Conservación Internacional Colombia, explica que desde la organización se está buscando robustecer las capacidades de los pobladores del resguardo, de modo que existan más herramientas para que las acciones de conservación sean técnica y financieramente sostenibles.
“Como Conservación Internacional, estamos comprometidos en continuar gestionando nuevas oportunidades y, más allá de esto, de aportar a que las comunidades que son aliadas de los proyectos tengan autonomía en la búsqueda de recursos financieros para sus iniciativas de conservación y manejo del territorio”, dice la especialista.
Las mujeres y la economía azul
Otros proyectos se han sumado a la iniciativa. Las mujeres —que históricamente se han dedicado a la recolección de conchas, cangrejos y caracoles en los manglares, a diferencia de los hombres que pescan en mar abierto— han tomado la batuta para crear nuevas fuentes de ingresos económicos para ellas y sus familias. A la vez que recuperan su cultura a través de la cestería tradicional, buscan restaurar, próximamente, las especies no maderables que sirven a este propósito: el chocolatillo (Ischnosiphon arouma) y la tetera (Stromanthe jacquinii), principalmente.
La artesana María Mónica Chiripua, es la actual presidenta de la Asociación Tau P’irra —ojo grande que todo lo ve, en lengua sia-pedee— conformada por 105 mujeres indígenas, desde los 16 años de edad, que continúan el legado de sus ancestras en la creación de canastos decorativos y utilitarios.
“Yo tenía 11 años cuando aprendí a tejer. Mi abuela estaba en la casa con las artesanías, ella me enseñó y aprendí a hacer los canastos”, narra Chiripua. “Nuestras abuelas nos aconsejaron mucho diciéndonos que lo que es de uno, es mejor; la canasta para cargar en el mar, para coger y cargar plátano, son parte del conocimiento ancestral que nos dejaron”.
Jessica Suárez, integrante del equipo de Océanos de Conservación Internacional, enfocada en equidad de género, explica que, en principio, las mujeres tejían de manera desarticulada en las distintas comunidades del resguardo, por lo que estos conocimientos se estaban perdiendo en el territorio. Así vieron el potencial que tenía el unir esfuerzos.
“Es un ejercicio netamente de mujeres. Ellas hacen todo el proceso, desde recolectar las fibras, ponerlas a secar, teñirlas de manera natural a partir de hojas, bejucos, barro y semillas que hay dentro del Resguardo. Es un saber que se ha ido transmitiendo de generación en generación. Las mujeres más adultas son las que conocen un mayor número de tejidos y de mayor complejidad. El resguardo tiene cuatro comunidades —La Sierpe, Unión Málaga, Calle Santa Rosa y La Peña—, y todas las mujeres se reúnen a tejer en comunidad. Es un proceso súper bonito, con un fortalecimiento de comunidad a partir de lo que hacen las mujeres”, explica Suárez.
Hasta finales de 2023, las mujeres de la Asociación Tau P’irra habían comercializado sus artesanías de manera muy local, a pequeña escala y poco estructurada. En noviembre de ese año, gracias al apoyo de CI Colombia y de la Fundación Herencia Natural, participaron por primera vez en una feria nacional en donde expusieron sus productos junto a distintos artesanos indígenas de Colombia y otros países. El éxito que tuvieron al vender todas las artesanías que tenían disponibles para el evento, fue el detonante para dar el siguiente paso: pasar de sólo hacer una recolección silvestre y ancestral de las palmas con las que tejen, a crear un plan de aprovechamiento sostenible de estas.
Su primer propósito es zonificar los sitios de recolección sostenible de las fibras, pero también establecer espacios para cultivar las palmas.
“Ese es el plan de trabajo para este año, porque hasta ahora, como la productividad de ellas no era tanta y no estaba pensada para sacar grandes volúmenes de canastos, no se había considerado el tema de tener más accesible la fibra”, explica Jessica Suárez. “Ahora estamos pensando en que esto sea un negocio rentable, pues son 105 mujeres que tienen que ser beneficiadas económicamente”.
Este 2024, se trabajará en colaboración con un especialista agroforestal para definir con ellas la zonificación del territorio y que los materiales naturales, desde las fibras y las tinturas, sean accesibles para todas las artesanas.
“Se va a iniciar el proceso con ellas para definir cuáles serán las áreas, cada cuánto se van a cambiar los sitios de extracción, dónde se va a sembrar y qué se va a sembrar. Que les quede cerca a todos los caseríos y que puedan acceder a los lugares con facilidad, porque generalmente los sitios donde cultivan o se siembra no son dentro del mismo poblado, siempre están a 15 o 20 minutos en lancha”, agrega Suárez.
El trabajo que están haciendo las mujeres Eperaara Siapidaara en el resguardo tiene que ver con la Economía Azul.
“Estamos fortaleciendo la materia prima, las fibras naturales. El chocolatillo es más durable que la tetera, por eso estamos sembrándolo dentro de la reserva y también lo tenemos reservado fuera de ella. Todo esto es importante para las mujeres Siapidaara”, afirma María Mónica Chiripua.
En febrero de este año, con el apoyo de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), se trabajó con las mujeres en una primera siembra de 10 000 plántulas de chocolatillo y tetera recolectadas en el territorio, en una actividad liderada por ellas mismas en 50 hectáreas adecuadas dentro del resguardo.
El futuro de los manglares
“¿Qué futuro veo?”, se pregunta Carlos Robinson Quiró. “Que este resguardo indígena, de aquí a diez años, se convierta en uno de los resguardos indígenas de Colombia con mayor porcentaje de jóvenes capacitados y comprometidos en observar y proteger el territorio”, dice.
En ese futuro que él imagina, habrá jóvenes biólogos indígenas concentrados en hacer investigaciones propias sobre la medicina ancestral, los bosques y su fauna. Habrá jóvenes expertos en la conservación de manglares. También la comunidad estará más y mejor preparada para administrar y ejecutar proyectos en cualquier línea ambiental. En ese futuro, que no es tan lejano, los chimias también habrán vuelto a casa.
Imagen principal: Harold Puama, coordinador del Comité Ambiental del Resguardo Calle Santa Rosa, en el vivero comunitario de manglar. Foto: CI Colombia
———
Videos |Colombia: hijo de capo del cartel de Cali envuelto en tráfico de aletas de tiburón a Hong Kong
Si quieres conocer más sobre la situación ambiental en Latinoamérica, puedes revisar nuestra colección de artículos aquí.
Facebook | ESPECIAL | Los pequeños y olvidados gatos silvestres de Latinoamérica
Si quieres estar al tanto de las mejores historias de Mongabay Latam, puedes suscribirte al boletín aquí o seguirnos en Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, LinkedIn, WhatsApp, Telegram, Spotify, TikTok y Flipboard.