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“Las precipitaciones pueden disminuir hasta un 40 % en la Amazonía si entramos al punto de no retorno” | ENTREVISTA

  • El reconocido científico José Marengo conversó con Mongabay Latam sobre los efectos del cambio climático y la transformación que está ocurriendo en la Amazonía.
  • Marengo advierte que el clima será cada vez más extremo, habrá más sequías, más inundaciones, más lluvias intensas que afectaran áreas vulnerables y producirán desastres.

El científico peruano José Marengo estudia el clima en la Amazonía desde inicios de la década de los ochenta. En ese entonces, como él mismo cuenta, apenas y se hablaba de deforestación y cambio climático. Hoy esos temas son los que definen nuestro futuro y el de muchas otras especies.

Los datos para sus estudios como meteorólogo —formado en la Universidad Agraria La Molina, en Perú— los tomaría de cientos de documentos impresos. Ahora, cuarenta años después, sus investigaciones tienen como fuentes las imágenes satelitales, fotografías de drones e información que obtiene con el apoyo de otras tecnologías.

Marengo, quien vive en Brasil, es reconocido por sus investigaciones sobre el calentamiento global, además de formar parte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).

En su reciente visita a Lima para participar en el AmazonTec —conferencia impulsada por la organización no gubernamental Conservación Amazónica–ACCA y que se basa en el uso de la tecnología y la innovación para proteger la Amazonía— , Marengo conversó con Mongabay Latam sobre la transformación que sufre la Amazonía como consecuencia del cambio climático, la deforestación y los incendios forestales.

El científico peruano José Marengo durante su presentación en AmazonTec. Foto: AmazonTec

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—Usted empezó a estudiar la Amazonía cuando hacía su tesis de pregrado, ¿por qué se interesa en este bioma?

—En ese momento yo estaba terminando mi bachillerato en meteorología en la Universidad Agraria La Molina y, en aquella época, en 1981, llegó un interés de la cooperación del gobierno suizo de estudiar algunos aspectos del clima en la zona de Jénaro Herrera, en Loreto. Fuimos para allá e hicimos un estudio climático y también agroclimático. Comenzamos a evaluar  varios aspectos del clima de la Amazonía.

Después, en 1987, viajé a Estados Unidos para mi doctorado también en temas de Amazonía. Hicimos algunos experimentos usando modelos climáticos para ver los impactos del Fenómeno El Niño y de La Niña en la Amazonía. Luego, hice una investigación de postdoctorado sobre aspectos de variabilidad climática, porque en esa época aún no se hablaba de cambio climático. Estudiamos por qué llueve, por qué hay sequías y trabajamos con toda la región tropical. Y claro, en América del Sur vimos la Amazonía, su importancia en lo que se refiere a circulación atmosférica y a fuentes de humedad.

José Marengo investiga el clima en la Amazonía desde la década de los ochenta. Foto: Bruno Kelly/Amazonía Real.

—¿Qué descubrieron en esas investigaciones?

—Comenzamos a ver, por ejemplo, que durante El Niño, en algunas regiones de la Amazonía había sequía. En aquella época se sabía poco sobre eso. Acababa de pasar El Niño de 1983 cuando comencé mi tesis para graduarme de ingeniero meteorólogo y después, en Estados Unidos, obtuve más datos, más información y más acceso a lo recién publicado en inglés. Estoy hablando de una época en la que no existía Google y yo tenía que ir a la biblioteca a buscar los artículos.

En 1994, llegué a Brasil, al Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE), para trabajar en previsión del clima. Primero en el noreste, luego en el sur de Brasil, en el Pantanal y en la Amazonía. En esa época comenzamos con Large Scale Biosphere-Atmosphere of the Amazon Basin (LBA), un experimento internacional a gran escala en el que participaban Estados Unidos, Brasil, países europeos y Japón para estudiar los diferentes aspectos de la Amazonía: carbono, hidrología, meteorología, climatología y también la parte de dimensiones humanas y un componente de educación. Así regresé nuevamente a estudiar la Amazonía, con más bagaje científico, porque teníamos acceso directo a los datos, y trabajábamos con las personas que estaban dedicadas a la Amazonía desde hace tiempo.

—En ese momento, ¿de qué datos disponían?

—En Jenaro Herrera había una estación meteorológica, entonces fuimos y copiamos los datos. Después, en el doctorado, tuvimos acceso a información del Centro de Investigaciones Meteorológicas de los Estados Unidos, que comenzaba a usar datos satelitales.  Así empezamos a ampliar la gama de información y elaboramos artículos científicos, definimos el papel de El Niño y La Niña en la Amazonía y cómo el Atlántico también influía en el transporte de la humedad. Comenzamos a jugar con reciclaje de humedad a través de los bosques amazónicos.

Con el LBA en Brasil perfeccionamos todo eso y trabajamos con modelos climáticos para generar diferentes visiones sobre cómo funciona la Amazonía. En aquella época, en los ochenta, la palabra deforestación ya existía, pero no se pensaba mucho en ello, se veía como el futuro.

Cuando hice mi postdoctorado en el Goddard Institute for Space Studies de la NASA, en Estados Unidos, el director del Instituto, James Hansen fue al Congreso americano como consecuencia de la gran sequía que pasó en 1988 en los Estados Unidos. Me acuerdo que era tan caliente que, cuando uno salía al asfalto, se pegaban las zapatillas, llegamos a casi 40 grados. Hansen dijo en ese congreso que lo que estábamos sufriendo era consecuencia del calentamiento global. Ahí se comenzó a hablar del calentamiento global, después vino el primer informe del IPCC [Panel Intergubernamental del Cambio Climático] en 1990; yo empecé a formar parte del IPCC a partir del segundo informe. Así empezamos a ver el papel de la Amazonia en el cambio climático.

Deforestación en la Amazonía colombiana. Foto: Luis Barreto WWF-UK.
Deforestación en la Amazonía colombiana. Foto: Luis Barreto WWF / UK.

—¿Cuál es el papel de la Amazonía en el cambio climático?

—Existe un proceso meteorológico de convección [movimiento del aire provocado por el calentamiento de la radiación solar] que da lugar a la formación de nubes convectivas, o sea, la Amazonía funciona como si fuese un motor de la circulación mundial (del aire). Los bosques de la Amazonía, del sudeste de Asia y del África central, esos tres son los motores de la circulación global.

¿Por qué hay tanta convección y tanta energía liberada en la Amazonía? Por la presencia de la humedad de los bosques. Si uno corta los bosques, acaba con eso, es como si estuvieras apagando un motor del avión: el avión seguirá volando, pero a medias, y si cortas los dos motores, el avión cae. Ahí comenzamos a ver que la Amazonía, además de ser verde y tener biodiversidad, tiene un papel como una máquina de energía, lo que llamamos calor latente, un comportamiento en el ciclo hidrológico. Entonces, las ideas del ciclo hidrológico comenzaron a ser actualizadas, ya no más aquella figurita que evapora-precipita-evapora, si no ahora evapora, transpira, viene humedad del Atlántico que se junta con lo que tiene la Amazonía y es todo un proceso. La Amazonía no funciona como un sistema cerrado, lo que pasa allí tiene que ver con regiones vecinas. La lluvia de la Amazonía y el transporte de humedad alimenta también la lluvia en otras regiones como el Pantanal y la Cuenca del Plata.

También comenzamos a ver los datos de deforestación que el INPE produce para Brasil, información que provenía de satélites brasileños y de Landsat. Entonces, comenzamos a relacionar la tasa de deforestación con cantidad de lluvia y con la presencia de eventos extremos del clima.

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—¿Y qué descubrieron haciendo esos análisis?

—Desde el año 2000 tuvimos sequías extremas en la Amazonía. En los años 2005, 2010 y 2016. Y es curioso porque en 2005 se llamaba “la sequía del siglo”. En 2010 vino otra sequía del siglo y en 2016 peor aún. También hubo inundaciones del siglo en 2009, 2012, 2014, 2021. El clima estaba más o menos así, pero después comenzó a ser más extremo. Una de las ideas es que el clima del futuro, que ya lo estamos sintiendo ahora, será un clima más extremo, más sequías, más inundaciones, más lluvias intensas que afectan a áreas vulnerables y producen desastres. Las sequías en la Amazonía, por ejemplo, aumentan el riesgo de fuego igual que en el Pantanal.

—Y usted ha sido testigo de estos cambios…

—En los años noventa se pensaba que era la evolución del clima: sucederá, pero allá en el futuro, muy distante. Cuando comenzamos este siglo ya no era distante; de hecho, ya está pasando ahora. Y justamente ese es uno de los temas de la conferencia de AmazonTec: además de desarrollar las tecnologías de observación para la predicción hidrológica, de mapeo y de monitoreo de deforestación y hacer trazabilidad de productos que salen de la Amazonia legalmente, está también la discusión de aquello que le llamamos punto de no retorno o punto de inflexión o en inglés tipping point. En este momento el clima de la Tierra está en equilibrio, tal y como estamos ahora es un equilibrio, pero si varía, cambiará el sistema y entraremos a un nuevo equilibrio, pero va a ser diferente al que tenemos.

Los tipping points, por ejemplo, significa que si pasamos de un valor de calentamiento global de cuatro grados o más, si la deforestación de la Amazonía supera el 25 % o más del área en toda la Panamazonía y si el nivel de CO2 pasa de los 450 a 500 partes por millón, llegaremos a ese punto de no retorno.

Incendios en la Amazonía. Novo Progresso, Para, Brasil. Incendio en Jamanxim APA. Foto: Victor Moriyama / Greenpeace.
Novo Progresso, Para, Brasil. Incendio forestal en Jamanxim APA. Foto: Victor Moriyama / Greenpeace.

—Usted ha dicho que estamos en un equilibrio que se puede romper…

—Eso es justamente. Tenemos un sistema en el bosque amazónico, pero si pasamos del famoso punto de no retorno, llegamos a otro equilibrio, con otro tipo de vegetación, diferente lluvia; tal vez hasta diferente temperatura, otro clima. Eso puede afectar a los animales o al ser humano, tendríamos que adaptarnos a un nuevo tipo de clima. Será un equilibrio diferente al que tenemos ahora y nosotros queremos mantener el equilibrio actual, por eso la idea de reducir la emisión de gases de efecto invernadero, reducir la deforestación o pensar en la adaptación, porque eventualmente nuestro clima de equilibrio va a cambiar. Eso podemos evitarlo, porque al final, si hay un nuevo clima, puede ser totalmente diferente al que conocemos ahora; puede ser inhóspito y no adecuado, por ejemplo, para el arroz o el maíz. Esa es la preocupación.

Tenemos que vigilar qué sucederá con ese cambio. Los modelos muestran que en la situación de un punto de no retorno, las precipitaciones pueden disminuir hasta un 40 % a 50 % en la Amazonía, comparado con el presente. La temperatura también se dispara en las estaciones de sequía y eso va a tener impacto, no solo en la Amazonía sino en otras regiones. El clima sería más extremo, tendríamos lluvias pero no regulares, sino concentradas. Los impactos se sentirían no solo en la Amazonía, sino en toda América del Sur y después en todo el planeta.

—¿Cómo serán esos impactos?

—Ahora tenemos el bosque húmedo tropical de la Amazonía, después del punto de no retorno, podemos tener otro tipo de vegetación que puede ser un bosque secundario o, como los modelos señalan, puede ser una sabana. Ahora la Amazonía se comporta como un sumidero de carbono, pero hay áreas en donde está empezando a suceder lo contrario.

Los bosques y el mar son sumideros de carbono, pero si llegamos a ese límite en donde la temperatura se dispara y la precipitación disminuye, esa nueva vegetación podría ya no absorber CO2 sino que libere CO2. Ahí estaríamos liberando más CO2 a la atmósfera, cuando la idea del Acuerdo de París es disminuirlo, pero con el calentamiento global lo vamos a amplificar más. Es decir, es un mecanismo de retroalimentación: más calentamiento global, el clima cambia más rápido y es más extremo. Y ahí la población y las actividades difícilmente van a poder adaptarse.

En Brasil, en el este de la Amazonía, hay indicadores de que en algunas áreas ya están comportándose como si fuese el tipping point. Es como cuando aparecen los síntomas de una enfermedad, pero la enfermedad todavía no está declarada.

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—¿Esta enfermedad está avanzando?

—Cada parte de la Amazonía va a reaccionar diferente. Estamos hablando de la Amazonía plana de Brasil, también está la Amazonía Andina y el norte, que va hasta Venezuela, y la región más húmeda que está en Colombia, el área de Leticia, San Gabriel, Cachoeira. Esas zonas no están mostrando todavía nada, solo la parte del este, la más deforestada. La idea justamente es evitar que esa enfermedad se expanda en toda la Amazonía. Y la mejor forma es evitando la deforestación.

Vista aérea de la deforestación en la selva amazónica. Árboles cortados y quemados en un camino de tierra ilegal para abrir tierras para la agricultura y la ganadería en el Bosque Nacional Jamanxim, en Pará, Brasil. Foto: PARALAXIS / Shutterstock.com

—¿Cómo evitar la deforestación?

—Tiene que haber leyes para prohibir la deforestación, porque se puede monitorear, pero lo que se debe evitar es que el paciente muera. Y en este caso, la única forma es la fiscalización en la Amazonía. Muchas veces las comunidades indígenas hacen estos controles, pero son asesinados y tienen miedo. Por ejemplo, la minería ilegal que entra y se instala en la Amazonía, y nadie sabe que está ahí hasta que (las comunidades) hacen una denuncia, entonces vienen los satélites, muestran áreas devastadas y la policía destruye esas embarcaciones.

—Se refiere a la ilegalidad que se ha instalado en la Amazonía, ¿usted cree que está avanzando?

—Diría que sí, eso es lo que se observa, porque falta control. No sé si los gobiernos no quieren hacer nada, o tal vez no tienen las herramientas, pero existen tropas, existe fuerza aérea, ejército. Además, también está el narcotráfico y muchos indígenas han sido asesinados. Eso está pasando y realmente parece que algo está fallando. Eso nos preocupa, porque si llegamos a ese 25 % de deforestación, estamos colocando uno de los síntomas del famoso tipping point y eso es peligroso. Una estación seca más larga significa que la estación lluviosa comienza más tarde y esos ingredientes son ideales para más incendios. Y los incendios se propagan a las áreas protegidas, a las áreas de preservación; cuando la lluvia no dura mucho tiempo tenemos sequías, por ejemplo, en este momento, en la Amazonía noreste en Brasil hay sequía.

Sequía en Bolivia. Foto: Fundación Nativa.

—¿En qué contexto se dieron los incendios de los años 2019 y 2020?

—Tuvimos una gran sequía que se extendió del Pantanal brasilero al Chaco norte de Argentina y Paraguay. El fuego comenzó en algunos lugares, porque el fuego es un factor cultural, siempre fue usado por los pequeños productores que sabían hacer fuego y no se salía fuera de control, solo que con una sequía tan grande el fuego se propagó y no supieron cómo pararlo e ingresó en áreas protegidas. También hubo fuego en otros países, entonces, se produjo toda una bola de fuego. El peor caso fue en 2020 porque hubo una ola de calor fuertísima que afectó los cinco países tropicales al este de los Andes: Brasil, Paraguay, Perú, norte de Argentina y Bolivia. Entonces se quemó todo lo que estaba seco como consecuencia de la sequía del verano. Fueron nubes de humo que llegaban hasta Sao Paulo y Buenos Aires, el cielo quedó negro y la lluvia caía negra por los incendios.

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—Usted ha dicho que el clima será cada vez más extremo, ¿qué tan grave será?

—Eso depende de lo que hagamos. Si seguimos un poco las direcciones del Acuerdo de París, reducimos la deforestación, reducimos la emisión de gases de efecto invernadero y tratamos de sustituir los combustibles fósiles, no digo 100% porque es casi imposible… Cosas como esas hay que comenzar a pensar para retrasar lo máximo posible el inicio de estos cambios. Los modelos dicen que si nada se hace, más o menos para el 2060 o 2070, estos cambios comenzarían. Y la realidad muestra que en algunos lugares ya se están mostrando esas señales.

Amazonía, un bioma en riesgo. Foto: Ecociencia.

—En el AmazonTec se habla del uso de la tecnología para proteger la Amazonía, ¿cómo puede ayudar la tecnología?

—Tenemos los satélites y todo se mapea en un sistema a gran escala. Conservación Amazónica trabaja con drones que pueden, por ejemplo, ir a una determinada área para tomar la foto y  documentar la deforestación. Eso se envía a las agencias que fiscalizan, controlan y establecen multas para evitar que eso siga pasando. El AmazonTec comenzó sobre la base del conocimiento que existe. En la parte de desarrollo de tecnologías, sabemos que se necesita monitorear la deforestación en cada país; también es posible hacerlo para la previsión hidrológica, a través de modelos para hacer la predicción si el río va a subir o bajar.

—¿Usted cómo ve el futuro?

—Siempre soy optimista. Sabemos muchas cosas y hay que aplicarlas. Además, estamos criando una nueva generación de jóvenes y tenemos que aprovechar un poco las redes sociales, por ejemplo, para transmitir conocimiento. Antes si alguien quería saber algo, tenía que ir a la biblioteca, a enterrarse con papel y lápiz y anotarlo; ahora está internet, podemos intercambiar artículos científicos, datos, experiencias, tener reuniones virtuales con personas en todo el mundo y ya no necesitamos viajar mucho. Hay herramientas y formas de poder desarrollar todo esto mucho mejor y más rápido.  Necesitamos también apoyo de los gobiernos, porque toda la ciencia que hacemos es para que los gobiernos, para que los tomadores de decisiones implementen políticas ambientales y si eso no pasa, nunca vamos a poder aplicar la ciencia.

*Imagen principal: José Marengo. Foto: Yvette Sierra Praeli.

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